La predicación. Jorge Óscar Sánchez
recibido a Cristo en su vida. Un día me lo encontré en un centro comercial, y después de los saludos de cortesía me dice, con una sonrisa «Jorge te aborrezco… porque desde el día que te escuché predicar ya no puedo pecar con gusto». Si hacemos nuestra tarea bien, las escuchas no pueden seguir siendo lo mismo que han sido o permanecer neutrales. El predicador debe colocarlos frente a una decisión: o aceptan la gracia de Dios para vida eterna, o la rechazan para su propia perdición. ¡Ay del predicador que quiera ser meramente la miel de la tierra!
El cuarto imperativo es, «…exhorta (parakaleo)». Habiendo señalado el mal y sus terribles consecuencias, debemos pasar a las buenas nuevas de la gracia de Dios, su perdón y consolación. Este término, exhorta, históricamente ha sido entendido como «dar palos». Nada puede estar más lejos de la verdad. Su primer significado es consolar y alentar. Esta es la misma palabra que Jesús emplea para describir al Espíritu Santo cuando nos dice que será nuestro Consolador (parakleto). Describe a alguien que se pone a nuestro lado para acompañarnos en el viaje de la vida y ayudarnos con sus recursos infinitos. Y si todo esto fuera poco, Pablo nos recomienda hacer todo esto con una actitud de paciencia (makrozumia), a rehusar enojarse o desalentarse ante la obstinación de ciertos oyentes.
La predicación expositiva es poderosa
Si el propósito de la predicación bíblica es producir un cambio en la vida de las personas, entonces, todo predicador sincero reconoce la necesidad de contar con toneladas de poder para derribar los obstáculos que cierran su paso. ¿Dónde encontraremos el poder que traiga la vida a los muertos espirituales? En la Palabra de Dios y en la obra del Espíritu Santo.
¡Ay del predicador que quiera ser meramente la miel de la tierra!
Jeremías nos recuerda: «¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra?» (Jer. 28:29). Pablo agrega: «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para reprender (redargüir, acusar, mostrar el mal), para corregir, para instruir en justicia…» (2 Tim. 3:16). «Este hombre en lugar de cerebro tiene un adoquín», me decía una hermana hablando de su esposo. En relación a las cosas del Espíritu, todos sin excepción por la obra del pecado en nuestra mente, también tenemos un adoquín (cf. Efesios 4:17-18). No habrá argumento, elocuencia, ni pasión que nos pueda quebrantar. Sin embargo, el predicador que no predica acerca de la Biblia, sino la Biblia misma, cuenta con todo el poder necesario y sobrante para triturar las piedras más resistentes. La Biblia en sí misma tiene poder de transformación. El autor de la carta a los hebreos nos recuerda: «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz…». ¡Vaya si lo es! ¡Cuántas personas se convirtieron a Jesús solos, únicamente leyendo la Biblia! Cuánto más podemos hacer de bien, entonces, al predicar la Biblia con fe, denuedo y valentía. Al exponer la palabra de Dios, esta cumple las cuatro obras que Pablo le explicaba a Timoteo. Además, de acuerdo a la promesa de Cristo contamos con una segunda ayuda poderosa.
El Dr. Merril Unger, tal como leímos más arriba, comienza su definición de predicación expositiva hablando de poder y de unción del Espíritu, y luego pasa a considerar los aspectos de estudiar y explicar. Esto es fundamental; no tener la unción es como el Edén sin el rocío de la mañana. ¿Qué significa estar ungido por Dios? C. H. Spurgeon afirmaba: «No sé cuánto tiempo tendríamos que devanarnos los sesos antes de expresar por medio de palabras, lo que significa ‘predicar con unción’. Con todo, el que predica conoce la presencia de ella, y los que lo oyen advierten pronto su ausencia. La unción no se puede fabricar y sus falsificaciones no sirven de nada. Sin embargo, en sí misma es de un precio inestimable y necesaria desde todo punto de vista, si es que deseamos edificar a los creyentes y llevar los pecadores a Jesús»5. E. M. Bounds decía: «La unción es lo indefinible en la predicación. Es lo que distingue y separa la predicación de todos los discursos meramente humanos. Es lo divino en la predicación»6. Todos los autores que han escrito sobre este tema fundamental han hallado que es casi imposible ofrecer una definición adecuada de ella, más bien nos muestran los efectos que produce. Siempre es así.
Un político puede impactar con el poder de sus emociones; un abogado con el poder de su elocuencia. Y un predicador también puede hacer lo mismo. Pero es la unción la que marca toda la diferencia en el mundo espiritual. Cuántas congregaciones están «empachadas» de buena doctrina y enseñanza bíblica correcta, pero están tan muertas como el valle de los huesos secos de Ezequiel. Pero a esa congregación llega una persona ungida, y de golpe se produce una revolución poderosa. Se vuelven a enseñar los mismos textos pero los muertos salen de la sepultura. Es la unción la que demuele los muros tan gruesos como los de Jericó y tan altos como los de Babilonia que separan al púlpito de la congregación. Es la que como un hierro candente penetra el frío de la conciencia; es como un rayo que disipa la oscuridad de la mente; es el calor que derrite el bloqueo emocional del pecador. Es la unción lo que hace que la palabra llegue a ser «viva y eficaz y más penetrante que toda espada de dos filos… y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hch. 4:12). La predicación sin unción es letra que mata. La predicación para ser llamada auténticamente bíblica debe apoyarse sobre la Biblia y la obra del Espíritu Santo que fluye a través del mensajero.
Es la unción la que demuele los muros tan gruesos como los de Jericó y tan altos como los de Babilonia que separan al púlpito de la congregación.
La predicación expositiva fue el método de Jesucristo
Eh… un momento. ¿Usted quiere decir que Jesús predicaba como nosotros lo hacemos? ¿Detrás de un púlpito a las 11 de la mañana, hora oficial evangélica? Él no tenía una Biblia de púlpito… Ni corría por un libro de principio a fin, como lo hacen algunos predicadores contemporáneos. Correcto. Sin embargo…
Si usted piensa de esta manera, le invito a que nos unamos a la marcha de Cleofás y su esposa camino a Emaús. Estos dos discípulos regresaban a casa después de un fin de semana catastrófico. Todos sus sueños, ideales y esperanzas de que Jesús era el Mesías habían muerto, y de la manera más trágica: crucificados en una cruz. Les quedaban hermosos recuerdos del maestro, pero desde todo punto de vista humano, su futuro no existía más. Toda la experiencia con Jesús había sido una mera pérdida de tiempo.
Es entonces cuando el Señor resucitado se les une en la marcha, y al ver sus rostros abatidos comienza el diálogo. Y según nos relata Lucas, al escuchar su modo erróneo de pensar, «... comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declara en todas las Escrituras lo que de él decían» (Lucas 24:17). Si hubiese podido en mi vida elegir asistir a una clase de Biblia, por esta hubiese pagado todo el oro del mundo con tal de escucharla. Así nuestro amante Salvador a estos dos discípulos derrotados les da una cabalgata por todo el Antiguo Testamento a fin de traerlos de regreso a la fe, la esperanza firme y la victoria personal. Notemos bien su método. No se reveló a sí mismo, diciendo, «Yo soy. Aquí estoy resucitado. No contaban con mi astucia...». De ningún modo. Simplemente los llevó a lo que ellos conocían muy bien, pero que por su actitud deficiente no habían podido percibir. Los llevó de regreso a la Biblia. Nada más. Simplemente les fue explicando las Escrituras y de tal manera, que en sus corazones se produjo una auténtica resurrección espiritual.
Momentos más tarde, cuando se da a conocer a estos y desaparece de forma instantánea de su vista, estas dos personas emprenden el regreso a Jerusalén para contar su experiencia. Y mientras van caminando con paso presuroso hacen una confesión, que cada predicador debería orar con pasión para que sus oyentes también la hagan: «¿No ardía nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?» (Lc 24:32) Abrir las Escrituras, tal como lo hizo nuestro Señor es el corazón de la predicación expositiva. En esas cuatro palabras se resume todo lo que estamos tratando de enseñar en este capítulo. Sea en el camino a Emaús, o desde un púlpito de acrílico en un santuario moderno, cuando abrimos las Escrituras como Jesús lo hizo, entonces, tenemos predicación auténticamente bíblica, poderosa y transformadora. Eso es predicación expositiva. Si Jesús utilizó las Escrituras con tanto provecho para sus discípulos, bien haremos nosotros en imitar al Maestro.
¿Cuáles son los