La predicación. Jorge Óscar Sánchez
que vendrá y hacer los cambios de curso necesarios, a fin de evitar caer en las mismas trampas que describimos.
Frente a este cuadro que acabamos de describir, ¿cuál debe ser la respuesta de aquellos que sinceramente amamos la Biblia y su mensaje? ¿Cuáles deben ser las prioridades en cuanto a la predicación cristiana de alguien que genuinamente ama a Jesús y desea completar la misión que él comenzó? La respuesta la hallaremos mirando las prácticas y enseñanzas del Señor, y cómo entendieron los apóstoles la misión que ellos debían cumplir una vez que Cristo fuese retirado a la gloria.
Si Jesús es la imagen del Dios invisible, el Hijo de Dios hecho hombre, el corazón de nuestra fe y el centro de la historia humana, entonces su ejemplo, enseñanzas y órdenes, son el fundamento de todo lo que los ministros cristianos debemos hacer. Comencemos con el evangelio de Marcos, que es el primer relato escrito de la vida del Salvador. Allí leemos: «Después que Juan fue encarcelado, Jesús fue a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios. Decía: ‘El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepentíos y creed en el evangelio!’» (Mc. 1:14-15). ¿Cuál fue el primer acto público de Jesús, después de haber completado su preparación? ¡Jesús comenzó a predicar! Su mensaje era en relación al Reino de Dios que había irrumpido en la historia humana, y por tanto, demandaba una respuesta personal. Note bien que durante la tentación en el desierto Jesús rechazó las ideas satánicas de introducir el reino mediante la acción social, llegando a ser un ‘showman’, y cediendo a la seducción de la fama y el poder político. Jesús se levantó del desierto para ir a la cruz. Únicamente de esa forma se introduciría el reino de Dios. ¡Y para que las masas recibieran este mensaje comenzó a predicar!
En Marcos 1:21 leemos: «Entraron en Capernaum, y el sábado entró Jesús en la sinagoga, y comenzó a enseñar». Jesús buscó la zona del país más densamente poblada y escogió la sinagoga como el lugar más propicio para dar a conocer su mensaje. Todos los sábados en la sinagoga se leía la ley, y luego se explicaba su significado. Esto no ocurría en el templo. Por tanto, Jesús eligió el lugar donde su mensaje tendría el mayor número de oídos, y desde allí correría por el resto de las naciones. Es digno de notar que hasta aquí no hay ningún milagro. El Señor buscaba la transformación de la persona, y ese proceso se llevaría a cabo tal cual él mismo lo había prometido en Jeremías 31:33: «Pondré mis leyes en las mentes de ellos y las escribiré sobre sus corazones». Y para lograr su propósito comenzó a predicar de forma pública y a enseñar en las sinagogas.
Avanzamos unos pocos versos y encontramos que, «Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba. Lo buscó Simón, y los que con él estaban; y hallándolo, le dijeron: ‘Todos te buscan’. Él les dijo: ‘Vamos a los lugares vecinos para que predique también allí, porque para esto he venido’. Y predicaba en las sinagogas de ellos por toda Galilea, y echaba fuera los demonios» (Mc. 1:35-39). El día anterior a este relato había sido uno de intenso trabajo ministerial. Jesús realizó muchas obras de poder (sanaciones y liberaciones) después de la caída del sol. Y a pesar del desgaste físico y emocional que esta obra demanda, encontramos a Jesús, antes de que saliera el sol, apartándose a orar. Esto nos deja ver cuáles eran sus prioridades en relación al Padre y a la tarea que tenía por delante. Pero escuchando la petición de Pedro, de que hay otros centenares esperándolo para recibir el toque de su mano, Jesús nos enseñó sus prioridades en cuanto al ministerio. Jesús, vino a mostrarnos cómo siente Dios por nosotros, y por lo tanto, ministró su compasión a los enfermos y demonizados. Sin embargo, ante la oportunidad de convertirse en un mero «milagrero», prefirió dejar a las multitudes esperando, para predicar su mensaje en otras aldeas. ¿Cuál es la explicación? «…porque para esto he venido». Las prioridades del Señor estaban bien claras. ¿Cómo están las nuestras?
Salteamos Marcos 2:1-2, y cuando llegamos al capítulo tres encontramos que Jesús llama a sus apóstoles. Cuando comparamos los relatos de Marcos9 y Mateo, encontramos que Cristo llamó a estos hombres para un ministerio de cuatro niveles: «Estar con él», primer nivel; «Predicar», segundo nivel; «Liberar personas demonizadas», tercer nivel; «Sanar a los enfermos», cuarto nivel10. Aquí encontramos el mismo orden que Cristo siguió, las mismas prioridades que rigieron su vida. Lo que él hizo esperaba que también lo hicieran sus discípulos. El orden es significativo. Primero debían aprender a conocer su persona, entender su programa de redención, luego deberían proclamarlo y al hacerlo le abrirían las puertas a Dios para hacer las obras de poder. Es imposible no ver que la tarea de la predicación es críticamente valiosa en la mente de Jesús para expulsar las tinieblas del error y traer la luz de su verdad. Uno podría seguir multiplicando ejemplos tomados de la vida del Señor, pero prefiero dejarle a usted los deberes para que los haga en casa.
Si lo que acabamos de considerar fue lo que Cristo modeló en su ministerio y misión, ¿qué hicieron los apóstoles cuando quedaron solos? ¿Cuál era el plan de acción que debían ejecutar? ¿Qué encontramos en el libro de Los Hechos? ¡Exactamente lo mismo que hizo Jesús! La iglesia cristiana tuvo su nacimiento en el día de Pentecostés (Hch. 2). Al derramarse el Espíritu Santo sobre los discípulos de Cristo comenzó una nueva economía en el plan de Dios. En esa ocasión fue interesante que el Espíritu de Dios eligiera la forma de lenguas de fuego para descender sobre los que le aman. Un preanuncio de cuál sería la tarea y el tono del ministerio que debían cumplir los suyos: ¡comunicar el mensaje con un corazón ardiente! Y efectivamente así fue. ¿Qué hizo Pedro tan pronto vio la multitud reunida? ¡Comenzó a predicar! Y los once apóstoles lo respaldaron estando de pie junto a él, porque estaban de acuerdo en que predicar el mensaje de Cristo era lo que tenían que hacer. Esa era su prioridad. ¡Y vaya resultados que hubo! Sabían que debían ser testigos de Jesús y su poder (Hch. 1:8), por tanto, oraron durante cuarenta días, y tan pronto recibieron la unción de Dios, dieron inicio al programa de predicación más portentoso que hemos conocido. Muy bien podemos afirmar, entonces, que la iglesia de Jesucristo nació con el derramamiento del Espíritu Santo y mediante la predicación de un sermón ejemplar.
Sin embargo, la iglesia nunca creció en un vacío. Satanás se puso en movimiento de forma inmediata para frenar este movimiento glorioso y transformador. Primero intentó frenar a la iglesia mediante la oposición externa: la persecución de las autoridades eclesiásticas judías (Hch. 3:4; y 5:12-42). Cuando esto no resultó, intentó destruirla desde adentro. Usando la falsedad de Ananías y Safira (Hch. 5:1-11), y luego con el problema de la distribución de la comida (Hch. 6:1-7). Este problema era bien complicado. No hay nada que engendre peores resentimientos, sospechas y conflictos, que la percepción de favoritismo a lo largo de líneas étnicas o raciales. Esta murmuración tenía el potencial de dividir y frenar a la iglesia allí mismo. Si los líderes no hacían nada, la iglesia se detenía, pero si ellos abandonaban sus prioridades y comenzaban a servir a las mesas, la iglesia también se moría. Fue así que resolvieron el conflicto estableciendo un grupo de servidores que atendiese a la necesidad de las viudas. De esa manera ellos podían mantenerse centrados en lo que era su misión primordial: «No es conveniente que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas… Nosotros nos entregaremos a la oración y al ministerio de la palabra» (Hch. 6:2-4) Los apóstoles entendían de forma bien clara para qué estaban en la tierra. ¿Lo sabe usted de la misma manera?
Quisiera agregar un ejemplo más que viene de las epístolas y la vida del apóstol Pablo. Cuando abrimos 2 Timoteo, descubrimos que este hijo espiritual del apóstol ha sido dejado en Éfeso (1 Tim. 1:3). Esa iglesia, es muy probable que estuviera compuesta de millares de personas, y ser pastor de semejante rebaño era un desafío colosal para este joven. ¿Qué debía hacer para poder sobrevivir en este ministerio? Pablo le instruye en 1 Timoteo 4:12-16 con palabras que todo ministro debe tener muy presentes cada día al desenvolverse en su labor. Primero, le dice Pablo, trabaja en tu ser interior, en tus actitudes (4:12). Si los hermanos te perciben como alguien que trasmite sinceridad en todo lo que hace, te respetarán, te escucharán y te seguirán hacia las metas que Dios les propone. Segundo, le aconseja qué debe hacer en el culto público cuando la iglesia está reunida: «Ocúpate en la lectura pública11 de las Escrituras, la exhortación y la enseñanza» (4:13) Estos debían ser los tres pilares de su ministerio público. En aquellos