La predicación. Jorge Óscar Sánchez

La predicación - Jorge Óscar Sánchez


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será dado lo que han de hablar. Pues no son ustedes los que hablan, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en ustedes».

      Soy el primero en reconocer que a lo largo de la historia de la iglesia, cuando hubo verdaderos avivamientos espirituales, muchos predicadores dieron testimonio que encontraron que sus labios eran llenados con palabra fresca y abundante proveniente de lo alto. Las demandas incesantes de las personas no les dejaban tiempo para el estudio, y el Espíritu Santo venía con poder y gracia sobre ellos dándoles palabra nueva y gran poder de convicción. Sin embargo, la promesa de Mateo 10 no tiene ninguna relación ni con los avivamientos, ni con la tarea de preparación que todo pastor debe cumplir semana tras semana en relación a la predicación. Esta promesa del Señor era para cuando los creyentes fueran perseguidos por poderes hostiles. En esos momentos, cuando quedaran sin ninguna ayuda humana, el Señor se encargaría de suplir su falta de adecuada preparación con su poder sobrenatural hablando a través de ellos. De ninguna manera esta es una promesa de bendición para compensar la flojera, la desidia y la falta de estudio. Y para hacer las cosas mucho más difíciles aún, al menos aquí en Norteamérica, hace décadas que cesaron los vientos del avivamiento, por tanto, mejor que el pastor se ponga a estudiar en serio si espera presentar un sermón decente a su pueblo. No obstante, una vez que los malos hábitos echan raíces, siempre se hace muy duro poder arrancarlos.

      En el año 1991, junto con mi esposa visitamos California para una semana de descanso. Nos hospedamos frente a Disneylandia, y ese jueves por la mañana cuando salimos a caminar, vimos un gran cartel que anunciaba: «Melodyland: Gran servicio de milagros. Jueves a las 11 am». Miramos el reloj, eran las 10:50 y ahí nos fuimos a visitar un lugar totalmente desconocido. Nos llamó la atención el auditorio, nunca, ni antes ni después, vi uno con forma circular. Los asientos rodeaban al púlpito en un círculo completo. El santuario, según mis cálculos, debería tener capacidad para unas 5.000 personas. Esa mañana, sin embargo, la asistencia no era más de cien personas. La calidad de la música nos impresionó muy favorablemente, al punto que decidimos regresar el domingo para el culto principal. Ese domingo la audiencia fue de unas quinientas personas. Nos retiramos pensando, ¿qué habrá ocurrido aquí en el pasado que llevó a la construcción de un templo de semejante tamaño? Años más tarde supimos que esa iglesia fue uno de los focos más brillantes de la renovación carismática en la década de los sesenta, y que en ese auditorio los asientos no eran suficientes para todos los que querían ser parte de la acción7.

      Pero si hubo algo que nos decepcionó, tanto el jueves como el domingo, fueron los sermones. Evidentemente, los dos pastores eran fieles representantes de la tradición Pentecostal. Sus temas pasaron por el libro de Daniel, Deuteronomio, Lucas, Romanos, Salmos, etc. No tenían un tema central, más bien eran una colección de retazos multicolores, sin forma ni propósito. Este mismo tipo de contenido lo he hallado en un sin fin de iglesias que he visitado y al escuchar a docenas de mis estudiantes en las clases de Predicación en los colegios que enseño. En la Biblia leemos que cuando Moisés bajó del Monte Sinaí, su rostro resplandecía al reflejar la gloria de Dios. Esto llevó al pueblo a pedirle que cubriera su rostro con un velo porque no le podían mirar. Moisés accedió al pedido. Con todo, cierto tiempo después el brillo desapareció, pero Moisés continuaba cubriéndose el rostro con el velo. La historia ilustra cabalmente el principio que estamos estableciendo: que hay ciertas cosas que ocurrieron en el pasado de forma sobrenatural, más un elevado número de personas siguen aferrándose a la forma aun cuando la realidad ya no exista.

      Soy el primero en defender la idea de que hoy Dios sigue hablando a su pueblo, la pregunta es: ¿cuándo y dónde lo hace? A mí me habla principalmente en mi estudio cuando estoy preparándome y desarrollando mi sermón para el próximo domingo. ¿Me habla también cuando estoy en el púlpito? Por supuesto. La práctica, sin embargo, me ha enseñado a no confiarme, porque nunca estoy muy seguro si lo que me viene a la mente en un determinado momento es la voz de Dios, o son mis propios razonamientos que me impulsan a decirle algo fuerte a algún mal educado que está molestando y distrayendo a los demás. Si usted no está viviendo en tiempos de una visitación espiritual poderosa, le ruego que se ponga a estudiar y no haga que el nombre de Cristo llegue a tener una pobre reputación por su charlatanismo barato.

      Esta diferencia en la forma de concebir la predicación ha dado como resultado que los pentecostales acusan a los evangélicos de ser «luz sin fuego», y los evangélicos les devuelven el favor diciendo que los Pentecostales son «fuego sin luz». Esta polaridad no debe existir. La verdadera predicación cristiana debe combinar los dos elementos en forma balanceada. Jesús dijo que Juan el Bautista fue «una antorcha que ardía y alumbraba» (Jn. 5:35). En él se combinaban el conocimiento y la pasión. Lo mismo se debe decir de nosotros.

       c. El movimiento carismático:

      En un domingo de enero, en pleno invierno canadiense, junto con mi familia decidimos visitar una iglesia evangélica cercana a nuestra casa. Llovía y hacía un frío intenso, por tanto, bajé a Frances y a Christopher en la puerta de la iglesia y yo fui a buscar un lugar para dejar nuestro automóvil. Como siempre ocurre con los visitantes, me tocó ir hasta el punto más lejano del estacionamiento. Entre que volví al santuario, colgué mi abrigo y el paraguas, se me fueron varios minutos del culto. Cuando me acerco a la puerta del salón de reunión uno de los ujieres me extiende el programa y me saluda. Después de contestar a las preguntas habituales, le digo: «Se ha hecho tarde… mejor que entre ya». «No se haga problema», fue su respuesta, «no perdió nada. Solamente los cantos».

      La respuesta de este hermano en Cristo describe con precisión absoluta la manera de pensar de la gran mayoría de los evangélicos a lo largo de los últimos siglos y de una pequeña minoría en el presente. La idea que se sostenía era, que el componente central del culto era el sermón, y los cantos eran apenas un aperitivo para el plato principal. En algunos casos las canciones eran una excusa para darles unos minutos extra a los que siempre llegan tarde; en el mejor de los casos, era para crear una cierta «atmósfera» para la predicación. Esta forma de pensar habría de ser desafiada y alterada a partir de la aparición del movimiento carismático.

      Partiendo desde el tronco principal del pentecostalismo, el movimiento carismático hizo su aparición en la década de los sesenta, y desde entonces se ha difundido por todo el mundo. Sus doctrinas han sido básicamente las mismas del movimiento pentecostal, pero su contribución distintiva al reino fue volver a descubrir el valor de la adoración a Dios. Unido al momento en que Los Beatles hacían su impacto en la cultura popular, este movimiento trajo un nuevo estilo de «adoración» (traducido… de hacer música). Los viejos himnos fueron reemplazados por canciones cortas; el piano y el órgano de tubos fueron cambiados por la batería, el piano y las guitarras eléctricas; la rigidez corporal de los evangélicos dio lugar a las palmas, los brazos levantados y diversas formas de expresión corporal. Mientras antes los cantos eran un relleno dentro del culto, ahora las canciones espirituales llegaron a ser su componente primordial.

      Este nuevo movimiento también tuvo su impacto sobre la predicación cristiana. Una de las novelerías que comenzaron a difundir es que la iglesia crece por el poder de la alabanza. Estoy de acuerdo cuando la Biblia enseña que Dios vive en medio de las alabanzas de su pueblo (Sal. 22:3); y al leer relatos como el de 2 Crónicas 20 y la gran victoria militar que obtuvo la nación de Judá a consecuencia de «comenzar a alabar», debemos reconocer que la alabanza es un arma poderosa para el avance del reino. Por tanto, debemos darle la bienvenida a este nuevo énfasis que volvió a colocar la alabanza y la adoración en el lugar que le corresponde dentro de nuestros cultos. Sin embargo, cuando uno escucha a algunos líderes afirmar que la alabanza es el medio principal para el crecimiento de la iglesia, se queda asombrado frente a otro caso de una brutal miopía doctrinal e histórica. ¿Qué decimos frente a esta idea? Quisiera responder apelando a la Biblia, a las lecciones de la historia de la iglesia y a los ejemplos del presente.

      Según la Biblia, la misión de la iglesia es hacer discípulos para Jesucristo (Mt. 28:18-20)8. El mismo Señor nos indicó que para que las personas llegaran a ser discípulos maduros, debíamos enseñarles a guardar todas las cosas que él nos mandó. La predicación y la enseñanza de la Palabra de Dios son los dos pilares fundamentales del discipulado. A la enseñanza luego le agregamos: la comunión con


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