La predicación. Jorge Óscar Sánchez

La predicación - Jorge Óscar Sánchez


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W. E. Sangster, The Craft of Sermon Construction (El arte de construir un sermón), The Westminster Press, Philadelphia, 1951, pág. 24.

      CAPÍTULO 2

      La importancia vital de la predicación cristiana

      «Varón de Dios, hay muerte en la olla…» (2 Reyes 4:40).

      «El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado» (Mateo 13:33).

      Nunca el peligro puede ser más formidable, o el enemigo más peligroso, que cuando viene disfrazado como amigo. En la década de los setenta mi país de nacimiento debió atravesar una de las crisis políticas más grandes de su historia. De pronto, las noticias diarias comenzaron a decirnos con frecuencia creciente que distintos líderes del mundo de la política y la industria estaban siendo secuestrados. ¿Cómo hacían los victimarios para lograr sus propósitos? Muy simple. Se disfrazaban de policías. Durante largo tiempo estudiaban a la víctima, y cuando finalmente llegaba el día del golpe, montaban un control policial en su camino. Le indicaban que estaba bajo arresto y debía acompañarlos a la comisaría. Una vez que la persona subía al pseudo- patrullero de policía, todo quedaba terminado. Cuando el individuo secuestrado descubría el ardid, ya era demasiado tarde. Muchas de las víctimas sobrevivieron porque se pagaron fortunas cuantiosas a los secuestradores. Muchos otros nunca pudieron regresar a contar lo que les había pasado. No importa en qué orden de la vida nos desenvolvamos, los enemigos siempre existen, y nunca son tan mortíferos como cuando vienen disfrazados como amigos. La fe cristiana no ha sido la excepción.

      La palabra de Dios nos advierte mediante San Pablo, que «en los últimos días vendrán tiempos peligrosos» (2 Tim. 3:1). Si estamos en los últimos días, no me propongo demostrarlo; pero que estamos viviendo tiempos bien peligrosos para la iglesia de Jesucristo a lo largo y a lo ancho de nuestro continente es suficiente con mirar al estado del púlpito evangélico. Basta con escuchar las enseñanzas que se ofrecen en las iglesias a través de las radios y canales de TV cristianos, y cuesta salir del asombro ante el arco iris inmenso que va desde la ausencia total de la Biblia, hasta las herejías más crasas y las promesas más ridículas. Desde las ofertas más sensacionalistas y engañosas, hasta los sermones desprovistos de siquiera un miligramo de pensamiento o doctrina cristiana. Desde la psicología secular bautizada con dos o tres versículos bíblicos para hacerla parecer algo genuino, hasta las grotescas promesas de prosperidad material. Desde la oferta de milagros fraudulentos, hasta las promesas de felicidad y mejora personal si aprendemos a usar correctamente el poder de nuestra mente y voluntad.

      En el capítulo anterior dijimos que la predicación bíblica es la tarea más desafiante y al mismo tiempo la más gozosa por las increíbles posibilidades de transformación que ofrece a las personas. Sin embargo, uno parece escuchar las voces que a coro se levantan diciendo: Pero después de todo, ¿vale la pena predicar? ¿Hay lugar para la predicación bíblica, tal como proponemos en este libro, en el siglo XXI? Los malos ejemplos que abundan, nos fuerzan a preguntarnos: ¿Cuáles son las razones que han llevado a la predicación cristiana a declinar de forma tan ostensible? ¿Cuáles son los disfraces que el enemigo ha usado para destruir la proclamación bíblica desde adentro, y en consecuencia, restarles el poder y la vitalidad a los discípulos de Jesús? ¿Cuáles son los caballos de Troya que ha usado con tremenda efectividad? Para hallar las respuestas debemos analizar algunas de las fuerzas más notables que tanto desde afuera como desde adentro del reino de Dios han influenciado de manera poderosa la tarea de la comunicación del mensaje cristiano.

       I. Razones externas al ámbito de la fe

      Cuando uno analiza las fuerzas que desde afuera han ejercido una influencia notable sobre la predicación cristiana, debemos mencionar tres de ellas.

      1. El ambiente político cultural

      Usted lo ve todos los días en la noticias. Cuando los mandatarios deben dar un discurso o una declaración en una conferencia de prensa, jamás hablan de forma espontánea. Más bien leen con precisión absoluta el escrito que profesionales pagados han preparado con sumo cuidado, con el propósito expreso de no ofender a nadie. Esta es la época de lo políticamente correcto. Para aquellos que vivimos en Norteamérica, especialmente, decir algo ofensivo para un sector determinado de la sociedad le puede costar a cualquier figura política un dolor de cabeza mayúsculo, si no la carrera misma. Por lo tanto, cuando un político habla, cualquiera puede percibir que no entrega un mensaje que le «brota del corazón». Más bien, nos ofrece algo bien cerebral y calculado. Inclusive nunca hablan de forma espontánea, más bien, aunque son profesionales para disimular, la gran mayoría de las veces leen todo el discurso en el tele prompter que está frente a ellos.

      La consecuencia práctica de esta influencia, es que posiblemente hasta el 50% de los predicadores que conozco en Norteamérica, a la hora de entregar el sermón lo leen en su totalidad. Este medio de entregar un discurso es el menos efectivo, como explicaremos con mayor detalle en el capítulo 15.

      2. La influencia que ha ejercido la TV

      La televisión ha producido muchos efectos notables sobre la sociedad contemporánea. Todo el ámbito de la comunicación ha sentido su impacto, y dentro de los efectos que ha ejercido sobre la predicación cristiana, hay dos que debemos recalcar: primero, que ha acortado el límite de nuestra atención; y segundo, que ha eliminado el elemento de acción.

      Le ruego que piense. La próxima vez que mire un noticiero tome un cronómetro y mida cuánto duran las noticias que nos muestran. Si el noticiero es de 30 minutos, en realidad solo dura 20 minutos, porque 10 minutos se van en avisos comerciales. En veinte minutos el canal debe compactar las noticias locales, nacionales y mundiales. Por tanto, si presta atención, verá que la gran mayoría de las notas no duran más de treinta segundos. Con buena suerte, apenas un minuto. Y todo de forma muy rápida. Esto tiene implicaciones tremendas para el predicador contemporáneo. Si este no sabe captar la atención de la audiencia en los primeros 20 segundos está condenado a un fracaso rotundo. Y si el predicador cree que los oyentes tienen la obligación de venir a escucharlo hablar durante horas porque es el siervo ungido de Jehová... bueno, que se prepare para tener un ministerio estancado y muy chiquito. Siempre debemos recordar que el predicador no tiene ninguna autoridad, excepto la que pueda ganar haciendo un trabajo excelente.

      Asimismo, piense una vez más. ¿Ha visto alguna vez a alguien que lee las noticias, o entrega un discurso frente a las cámaras moviendo los brazos como si fueran las aspas de un molino? ¡Jamás! Los que leen las noticias tienen los brazos clavados al escritorio y los que entregan un discurso, al podio. Nada de usar gestos ampulosos o movimientos abruptos. Esta realidad tiene mucha influencia a la hora de cómo el predicador evangélico debe entregar su mensaje. Ya lo veremos más adelante.

      3. El sentimiento popular anti-autoridad

      No sé cómo será en su país, pero en Norteamérica en el presente hay un sentir muy profundo y fuerte de resistir todo lo que tenga que ver con el liderazgo y la autoridad. No interesa que usted sea presidente, gobernador, senador, diputado, maestro, o policía, no hay ninguna diferencia. Una cosa es muy cierta y evidente: todos están en contra suyo. Nadie va a aceptar algo que usted diga por más posición de liderazgo o autoridad que tenga. Más bien lo van a resistir con toda la fuerza, y la pregunta no verbalizada que tantas veces se trasmite es: «¿Quién es usted para decirme a mí qué debo creer, o cómo debo comportarme? Vivimos en una sociedad pluralista, con un ideal democrático, donde todos valemos lo mismo, y donde todas las opiniones tienen el mismo peso y valor».

      Siglos atrás, cuando el predicador subía al púlpito, las personas lo consideraban la máxima autoridad civil, educativa y religiosa. Su palabra era respetada por la posición que ocupaba, los estudios que había cursado y el fundamento que su mensaje tenía en la Biblia (esto último en los países protestantes). Eso fue siglos atrás. En la actualidad, con la popularización de la educación pública, muchas personas ostentan mejores credenciales académicas que un pastor, y por tanto razonan: ¿Para qué voy a escuchar a este ignoramus? Para complicar las cosas aún más, el avance de la ciencia ha confundido la


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