La predicación. Jorge Óscar Sánchez
Ahora, por el contrario, cuando estos genios iluminados del ministerio concluyen su predicación, todo lo que obtienen es que se les sirva un cafecito. Vaya honor y recompensa que han escogido para sí mismos. Ciertamente las ideas del liberalismo teológico han causado estragos en la fe y en el púlpito. Y una vez que el púlpito deja de ser lo que debe ser en el plan de Dios, allí comienza una espiral descendiente que contamina a más y más personas para su propia perdición. Cuando hablo de estas cosas, hablo como Pastor. Dios ha traído a mi congregación personas que salieron de iglesias dominadas por el liberalismo, y con lágrimas en los ojos, me han dicho más de una vez: «Pastor, ore por mis familiares que todavía están en la misma iglesia donde yo crecí, y allí nunca se les habla de la necesidad de ser salvos». Lo que hablamos no son cosas livianas y sin consecuencias. Es cuestión, más bien, de vida o muerte.
Tristemente, la influencia del liberalismo se extendió más allá de los límites de las denominaciones que le dieron la bienvenida y lo abrazaron como si fuera un hermano. Y mientras advertimos que el liberalismo teológico mató sus diez miles, los evangélicos, gracias a la influencia del liberalismo y a algunos virus que ellos mismos fabricaron, también han matado sus miles. Las iglesias evangélicas, pentecostales y carismáticas, aunque han crecido en forma numérica y han mantenido las doctrinas fundamentales de la fe, con todo, a la hora de comunicar el mensaje demuestran que no están libres por completo de esta influencia corrupta. Si el Señor les escribiera una carta a cada iglesia, tal como lo hizo en Apocalipsis, a un elevadísimo porcentaje les diría: «Yo conozco tus obras… Pero tengo contra ti…» (Ap. 2:2-4). ¿Cómo afectó esta corriente teológica a los tres movimientos principales dentro del evangelicalismo?5.
a. El movimiento evangélico:
Cuando la Biblia habla, Dios habla. La necesidad más apremiante de la iglesia contemporánea… es de la predicación expositiva poderosa que nutre al rebaño de Dios con el alimento sólido de su Palabra.
Frente a la amenaza del liberalismo los evangélicos respondieron con el lema: Volvamos a la Biblia. Estudiemos cuidadosamente su texto; expongámoslo con precisión profesional. Si esto hacemos, el púlpito recuperará su autoridad. Y estamos absolutamente de acuerdo con esta verdad, porque cuando la Biblia habla, Dios habla. La necesidad más apremiante de la iglesia contemporánea (tal cómo vamos a argumentar en nuestro próximo capítulo) es la predicación expositiva poderosa que nutre al rebaño de Dios con el alimento sólido de su Palabra. Sin embargo, toda bendición trae consigo las semillas de la autodestrucción. Todo éxito contiene las semillas del fracaso. Por tanto, al cruzar el amplio espectro que abarcan las iglesias evangélicas, queremos mencionar tres distorsiones que abundan en la actualidad. Si desea mantenerse fiel a Jesús y su mensaje, todo predicador evangélico del siglo XXI debe evitar caer primero, en la arrogancia intelectual y académica. Es decir, llegar a conocer el texto hasta la última iota y tilde de la ley, pero presentarlo sin la más remota manifestación del Espíritu Santo. La precisión y la erudición bíblica son el fundamento de nuestra tarea al desarrollar un sermón (tal como enseñaremos en el capítulo 10). No obstante, si todo lo que el mensajero lleva al púlpito es el resultado de un mero conocimiento erudito de gramática griega, del análisis histórico de las palabras del griego original, de reglas hermenéuticas aplicadas con toda exactitud, dejará a los oyentes morirse de sed en un desierto, no en un oasis. Si cuando el domingo llega la hora de predicar servimos a la mesa las cuatro interpretaciones del Apocalipsis, y discutimos si hay uno, dos o veinte Isaías, el trabajo es tan estéril como si ofreciéramos clases de historia o química. A. W. Tozer describió esta situación con términos más que elocuentes cuando dijo:
«La doctrina de la justificación por la fe –una verdad bíblica, y un bendito alivio del legalismo estéril y de los esfuerzos personales– en nuestro tiempo ha caído en mala compañía y ha sido interpretada por muchos de tal modo que pueden separar a las personas del conocimiento de Dios. Toda la transacción de la conversión religiosa ha sido reducida a algo mecánico y sin espíritu. La fe puede ser ejercitada sin tocar la vida moral y sin causarle ninguna vergüenza al ego Adámico. Cristo puede ser «recibido» sin crear ningún amor especial por él en el alma del creyente. La persona es «salva» pero no tiene ni hambre ni sed de Dios. En realidad se le enseña de forma específica a que se conforme con poco.
El científico moderno ha perdido a Dios entre las maravillas de su mundo; y nosotros los cristianos estamos en serio peligro de perder a Dios entre las maravillas de su palabra»6.
El apóstol Pablo tiene palabras crucialmente vitales para todos los predicadores evangélicos que han perdido a Dios entre las maravillas de su palabra: «… pues nuestro evangelio no llegó a ustedes en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre» (1 Ts. 1:5). La predicación cristiana auténtica tiene como único fundamento la palabra de Dios y un estudio serio y sistemático de ella, pero el fuego de lo alto debe descender sobre el sacrificio en la cumbre del Carmelo. De otra manera es querer edificar la iglesia con madera, heno y hojarasca, materiales combustibles que no resistirán la prueba del fuego cuando Dios examine nuestros ministerios (1 Cor. 3:10-15).
El segundo peligro que todo predicador auténticamente cristiano debe evitar, es creer que la predicación es un mero debate teológico. Muchos pastores contemporáneos al predicar dejan la impresión que para ellos la predicación es un diálogo intelectual con los que atacan nuestra fe. Es responder las preguntas de enemigos imaginarios. Parecerían razonar, que si lográramos que los inconversos vean la superioridad de nuestra posición, entonces vendrán a la fe. Sin embargo, debemos recordar que los hombres y mujeres nunca vendrán a Dios por la superioridad de nuestra postura filosófica, lo elaborado de nuestros razonamientos, o cuán brillantes puedan ser nuestros argumentos. Una de las manifestaciones más exageradas de esta tendencia es la de ciertos grupos que van a las universidades para tener debates con los exponentes de otras corrientes radicales. Y esperan que diferentes miembros de la audiencia puedan convencerse de la superioridad de los argumentos cristianos y de esa manera respondan a la fe.
Cuando vivía en Canadá fui invitado por uno de los ministerios para-eclesiásticos más reconocidos a nivel mundial a observar un debate en la universidad de British Columbia. Allí, el brillante apologista de este ministerio, debatiría al Dr. Henry Morgentaler. Este, un judío que sobrevivió a dos campos de concentración alemanes, era en aquellos días la fuerza más grande a favor del aborto en Canadá. Hasta el momento del debate, este hombre había abierto una sola clínica para abortos en Vancouver. El motivo de oración que se nos pidió antes del debate era que, el Dr. Morgentaler conociera a Jesús, y detuviera su marcha destructiva. Además, que los estudiantes que asistieran al debate, no solo aceptaran a Cristo, sino que detuvieran su curso de acción en caso que estuvieran considerando dar el paso de terminar con una vida humana.
Recordemos siempre que si una persona vendrá a creer en el evangelio, nunca será por sus propios razonamientos o los nuestros, sino por la obra de iluminación y revelación que el Espíritu Santo opera en el corazón humano.
Asistí al famoso debate, y me dejó la indeleble impresión que había presenciado un diálogo entre dos sordos. Como resultado del debate, el Dr. Morgentaler no aceptó a Jesús, y encima siguió abriendo clínicas a lo ancho de todo el mapa de Canadá. Tampoco recuerdo que un solo estudiante se haya interesado por la posición cristiana, más bien, cada vez que pudieron, aplaudieron al médico y abuchearon al evangelista.
Debemos entender que la apologética no tiene ningún poder a la hora de enfrentar a las huestes espirituales de maldad que se nos oponen. Más bien recordemos siempre que si una persona vendrá a creer en el evangelio, nunca será por sus propios razonamientos o los nuestros, sino por la obra de iluminación y revelación que el Espíritu Santo opera en el corazón humano. Un ser humano muerto en delitos y pecados y enceguecido espiritualmente por el dios de este siglo (2 Cor. 4:4), nunca vendrá a Jesús a menos que el Padre le traiga (Juan 6:44). Nuestra misión, por tanto, es proclamar los grandes hechos de Dios en Cristo Jesús y confiar que el Espíritu Santo hará la obra de convicción que Jesús prometió que haría, llevando el fruto que glorifique al Padre.
El tercer peligro al que muchos pastores evangélicos deben prestar atención,