La predicación. Jorge Óscar Sánchez

La predicación - Jorge Óscar Sánchez


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llegan a ser la máxima expresión de nuestro amor hacia él. Al conocer el ser de Dios y la grandeza de su amor para con nosotros respondemos con el deseo de que Cristo sea exaltado en nuestra vida y sobre todo el universo. Cuando nos reunimos como iglesia, por ende, es para darle gloria, honra y honor a Jesús, que es el Cordero de Dios y él único que merece recibirla. La calidad de nuestra adoración siempre será en medida proporcional a nuestro crecimiento personal. Y no me cabe la menor duda que cuando declaramos la gloria de Dios a los principados y potestades (Ef. 3:10), al elevar nuestras voces, el mundo espiritual queda impactado y el Espíritu Santo tiene libertad para moverse en medio de su pueblo. Y de esa manera abrimos las puertas para mayores conquistas.

      Sin embargo, si una persona será salva, primero tendrá que aceptar ciertas verdades proposicionales que deberá entender con la mente, creer con el corazón y confesar con la boca (Rom. 10:8-9), y ponerlo en práctica en su vivir diario. La alabanza no tiene ningún poder para lograr semejantes resultados. La alabanza podrá ablandar el terreno duro, pero si luego sobre ese terreno preparado no se siembra la semilla de la palabra viva, en vano trabaja el labriego. La enseñanza y la alabanza siempre deben ir tomadas de la mano. Pero mucho cuidado con confundir el orden: la predicación siempre debe conducir a la alabanza, nunca al revés.

      Años atrás llegó a nuestra iglesia un hermano que ilustra hasta qué extremo se puede llegar a distorsionar una buena enseñanza. Me contaba que en su iglesia solamente se reunían para adorar, y sus cultos muchas veces ¡se extendían hasta siete horas!!! Se jactaba de que ellos no abrían la Biblia en el culto. Me contaba que la alabanza era una experiencia emocional liberadora y que regresaban a casa exhaustos, pero muy «livianos» para encarar la semana. Mientras me compartía semejante modelo de culto público, no pude menos que pensar, ¿qué diferencia hay entre estos «adoradores» y los espectadores que van a un partido de fútbol, y tienen una catarsis emocional al «adorar» a su equipo favorito gritando y blasfemando durante dos horas? Ellos también regresan a casa «livianitos y renovados emocionalmente». Este tipo de cristianos y modelo de culto son el ejemplo viviente de la corriente que ha atrapado a muchos ingenuos en la actualidad, y es que adoran la adoración. La adoración es todo lo que importa. Especialmente, si se adora imitando a los artistas de moda (aunque los tales se hacen llamar adoradores, salmistas, etc.). Todo lo demás, inclusive la predicación, carece de valor. La adoración es buena para ellos. Si Dios aprueba o reprueba semejante ejercicio, no les preocupa mucho.

       La enseñanza y la alabanza siempre deben ir tomadas de la mano.

      Además, no olvidemos las lecciones de la historia. Durante veinte largos siglos la iglesia envió a sus misioneros por todo el mundo a invadir el reino de las tinieblas. Comenzando en el libro de Hechos, y hasta hoy, no recuerdo un solo caso de que una junta de misiones haya enviado un equipo de alabanza para conquistar un nuevo país para Cristo. Más bien, fueron enviados hombres y mujeres con labios y corazones en fuego, y donde quiera que llegaron, Dios honró su palabra con resultados asombrosos y milagros portentosos. Y en la medida que se fueron formando iglesias, apareció entonces la alabanza como un componente fundamental del culto público. La alabanza siempre fue una consecuencia de la palabra predicada, nunca al revés.

      No olvidemos tampoco las lecciones del presente. En la actualidad hay millares de iglesias que han adoptado la «alabanza contemporánea», y no crecen ni en calidad, ni en números. Por el contrario, hay otras que dan la impresión de que cuando entramos al culto regresamos a 1910 y, sin embargo, crecen en forma sostenida. ¿Qué hace la diferencia? ¡El predicador y la vida de oración de la congregación! Conozco iglesias que tienen una adoración muy poderosa, pero luego pasa al púlpito alguien que tan pronto abre la boca, cancela todo lo bueno que se pudo haber logrado. Por el contrario, hay tantas congregaciones que después de haber adorado le entregan al pastor una audiencia chata y aburrida, con todo, ese hombre por sus cualidades personales (profesionales y espirituales), resucita los muertos y los impacta con el poder del mensaje cristiano. Recordemos siempre que una sola persona con corazón en fuego es más peligrosa para el reino de Satanás que mil millones de músicos profesionales que operan sin ninguna autoridad espiritual.

      Alguien con toda razón podrá preguntar, «Pero entonces, ¿el liberalismo teológico no ha tocado al Pentecostalismo y al movimiento carismático?». La respuesta viene del libro de los Jueces: «… y se levantó otra generación después que ellos que no conocía al Señor, ni la obra que él había hecho por Israel» (Jue. 2:10). Las dos valiosas lecciones que me enseña esta afirmación bíblica para el día de hoy es que, primero, las conquistas del ayer, de nada valen para una generación que no ha visto las obras de poder, y segundo, que no se puede pasar el avivamiento de generación en generación, a menos que los jóvenes de la nueva generación lo pidan a Dios con el mismo fervor con que lo suplicaron sus antepasados. La historia de todas las denominaciones cristianas es que comenzaron con un verdadero mover del Espíritu Santo, bajo el liderazgo de una persona con corazón en fuego, apasionado por conocer la gloria de Dios. Pero una vez que esa persona pasó de la escena humana, sus seguidores al no tener su mismo poder reemplazan el espíritu con la forma. A medida que pasan sucesivas generaciones el avivamiento da paso a la institucionalización. Y estos dos movimientos genuinos en sus principios, no son la excepción a la regla.

      En el presente estos dos movimientos, a fin de capacitar la nueva generación de ministros que sirven a sus iglesias, han fundado Institutos Bíblicos y Seminarios Teológicos. Y es allí donde el liberalismo, agazapado, les espera para infiltrarles. Es una triste realidad que la mayor parte de la educación teológica en Norteamérica se conforma a los patrones establecidos por los liberales. Una vez más hablo como Pastor. Varios jóvenes de mi propia iglesia han elegido tomar cursos académicos en diversos colegios cristianos, algunos de corte carismático. Y a pesar de todas las advertencias que les hago antes de iniciar el camino, al poco tiempo regresan diciendo: «Pastor, ¿Usted sabe lo que enseñan en ese colegio?». Cuando uno recibe semejantes noticias, no puedo dejar de pensar para mis adentros: «Ya te conozco camaleón». Por el momento, nadie parece percibir el cambio profundo que se experimenta en todo el mundo, pero a su debido momento las semillas plantadas darán su propia cosecha, y entonces, las luchas que tuvieron las otras denominaciones evangélicas en años anteriores, será la lucha que tendrán que hacer los dos movimientos que mencionamos.

      Alguien, al leer lo que acabamos de compartir, puede llegar a preguntarse: ¿Por qué nos comparte tantas cosas que ha vivido y visto en Estados Unidos de América? ¿Qué tiene que ver con nosotros que somos hispanos y vivimos a miles de kilómetros de allí? A modo de respuesta, permítame hacerle algunas preguntas. ¿Qué país conoce en el mundo que su origen haya estado fundamentado en la fe protestante? ¿Qué país cuenta con el mayor número de iglesias cristianas? ¿Qué país ha enviado el mayor número de misioneros a todos los rincones del mundo? Mire su biblioteca y pregúntese: ¿De qué nación son la mayoría de escritores cristianos que he leído desde que conocí a Cristo? ¿Dónde logró el liberalismo tener su mayor impacto? ¿Dónde nacieron los movimientos Pentecostal y Carismático? ¿En dónde se originaron los Testigos de Jehová, los Mormones, los Adventistas del Séptimo Día, la Ciencia Cristiana? La respuesta común a todos estos interrogantes es una sola: Estados Unidos de América. Todo lo que ocurre en Estados Unidos, inexorablemente afecta al resto del mundo, nos guste o no nos guste. América, como le llaman aquí, es el exportador número uno al resto del mundo tanto de cosas buenas como malas en todos los órdenes de la vida, incluyendo la religión. Todo lo que se genera aquí, se copia en el resto de los países. Cuando Dios me llamó a su servicio y sentí la necesidad de prepararme de forma adecuada, no dudé por un momento de que vendría a Norteamérica, por considerarlo el país líder en educación teológica. Y debo confesar que la experiencia ha sido bien positiva, ya que encontré hombres de Dios dignos de admiración y de ser imitados, y como en toda profesión, algunos de los otros también. A otros, no les fue tan bien. Al igual que los israelitas de la antigüedad que llevaban sus arados y espadas para que los filisteos se las afilasen, así también muchos jóvenes latinos vinieron a Estados Unidos buscando formación profesional. Pero terminaron en el lado equivocado de la cerca, y en consecuencia, en lugar de recibir un bautismo en fuego, recibieron un bautismo de hielo y un vendaval de incredulidad que les robó la fe y el poder. La lección de todo esto es simple: si entendemos lo que pasa en Estados Unidos


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