La predicación. Jorge Óscar Sánchez
que ha llegado a morar en muchísimos púlpitos evangélicos, es la idea de que si queremos atraer a personas a la iglesia, debemos predicar sermones que respondan a las necesidades sentidas de los oyentes. Los que sostienen estas convicciones anuncian que las virtudes de esta predicación son la clave para el crecimiento rápido de la iglesia. Nos dicen que si predicamos sermones interesantes, como los artículos de Reader’s Digest, las personas vendrán a la iglesia y nuestras posibilidades de alcanzarlos son tanto mayores.
Este razonamiento tiene algo de verdad. Es cierto que si queremos atraer a los inconversos, nunca lo lograremos predicando párrafos desconocidos como la parábola de Ahola y Aholiba. En ese sentido, hay infinidad de predicadores que deberían exclamar con Caín: «Grande es mi maldad para ser perdonada». Sus sermones responden a preguntas que nadie está haciendo, y dejan sin contestar las que todos nos estamos haciendo. Cuesta creer que en el culto del domingo, cuando la iglesia es visitada por el mayor número de no cristianos que llegan buscando respuestas para los dilemas de la vida, un predicador elija como tema: «La disciplina en la iglesia», o «Cómo ser un mejor amigo», o «Cómo tener mejor intimidad con mi esposa». Hacer esto es una muestra acabada de falta de sentido común. Habiendo tantos temas apasionantes en la Biblia para tratar, hay predicadores que todo lo hacen un aburrimiento.
La otra cara de la moneda, sin embargo, es que el camino al infierno está sembrado de buenas intenciones. El anhelo de alcanzar a las personas es uno que todos los cristianos verdaderos compartimos, pero si en el proceso centramos nuestro mensaje en las necesidades humanas a expensas de la persona y la obra de Cristo, los predicadores dejamos de ser médicos del alma para convertirnos en pobres curanderos. Es administrarle morfina al paciente para que no sienta el dolor, mientras el cáncer se lo come silenciosamente desde adentro. Después de todo, ¿cuáles son las necesidades sentidas que tiene un ser humano sin Dios? La respuesta la da esa vieja canción popular: «Tres cosas hay en la vida, salud, dinero y amor». Eso es todo. Así es como ellos ven la vida. Un ser humano muerto en delitos y pecados, no piensa en su alma, en la eternidad, en Dios, en cómo está su vida a los ojos de un Dios infinitamente santo, en que puede ganar el mundo y perder su alma, y que en consecuencia su necesidad más imperiosa y apremiante es la de un Salvador personal y poderoso. Por tanto, el mensaje cristiano siempre comienza con Dios; luego venimos nosotros.
En la lucha espiritual en la que nos hallamos enfrascados, al enemigo no le importa en lo más mínimo que las personas lleguen a la iglesia, que escuchen y aprendan de Dios, mientras no se les señale el pecado y la necesidad de un Salvador personal. Si nuestros sermones nos enseñan a triunfar sobre el stress, pero no nos indican el camino a la cruz de Cristo, el enemigo ya ganó la batalla. El Señor dijo: «Si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo» (Jn. 12:32). Esa cruz fue, es y será hasta el último día de la historia humana el centro de nuestra fe y la esperanza para nuestra redención, liberación y transformación personal.
Cuando los primeros misioneros cristianos llegaron a Groenlandia, encontraron a personas tan ciegas y depravadas moralmente, que pensaron que predicarles sobre Cristo sería una pérdida total de tiempo. Más bien se dijeron a sí mismos, «primero debemos mostrarles la diferencia entre el bien y el mal, en qué consiste una conducta buena y noble». Así lo hicieron, y después de años de labor no vieron ningún cambio. Sin embargo, todo comenzó a cambiar cuando un misionero a través de un intérprete le estaba hablando a uno de los nativos, y le compartió Juan 3:16. Para su sorpresa, el nativo le dijo: «¿Usted quiere decir que el Hijo de Dios dio su vida por un depravado groenlandés como yo?». «Así es», fue la respuesta del misionero. Cuánto mayor fue su sorpresa cuando el nativo le dijo: «¿Y por qué no me lo había contado antes?». El poder de la cruz con su luz comenzó a penetrar la oscuridad del error, la ignorancia y las supersticiones. Las conversiones a partir de allí vinieron por centenares.
La consecuencia de la tendencia actual de enfocar el mensaje en las necesidades humanas ha hecho que se produzca un cambio de centro, así la predicación ha dejado de ser Cristo-céntrica para pasar a ser antropocéntrica. Hace treinta años atrás el mensaje respondía a la pregunta: «¿Qué debo hacer para ser salvo?». En la gran mayoría de púlpitos cristianos contemporáneos el sermón contesta la pregunta: «¿Qué debo hacer para ser feliz?». Quién puede extrañarse entonces de que un día el pastor anuncie: «A mí me gusta predicar sermones que les hagan sentir bien, pero hoy voy a predicar uno de los otros». Tales pastores dejan la impresión de que su meta al predicar es hacer que el hijo pródigo sea feliz en el chiquero, no que retorne a la casa del Padre. El resultado de esta filosofía del ministerio de la predicación es que muchas iglesias contemporáneas están llenas de cristianos muy felices y contentos, pero completamente estériles a la hora de hacer avanzar el reino de Dios. Cristo es un buen amigo, consejero y consolador, pero nunca el Señor y Salvador que demanda un discipulado radical donde todas las áreas de nuestra vida deben ser colocadas bajo su señorío. Y una iglesia con este tipo de creyentes nunca podrá ayudar a transformar la comunidad donde se encuentra.
Mientras las iglesias que abrazaron el liberalismo teológico han entrado en picado en los últimos cien años, las iglesias evangélicas han crecido en número y han plantado miles de iglesias nuevas. Sin embargo, nunca debemos olvidar que los números por sí mismos no necesariamente validan todos los programas y filosofías de la predicación y el ministerio. Si de números se trata, entonces, la iglesia católica romana, con 1.100 millones de fieles, es el movimiento religioso más exitoso del mundo. ¿Hace falta dar más explicaciones? Estoy convencido que si somos fieles a Cristo y su mensaje, y predicamos la Biblia con precisión, relevancia y bajo la unción del Espíritu Santo, buscando exaltar a Dios, toda iglesia ciertamente crecerá en forma numérica y cualitativa por la bendición del Altísimo. Por tanto, cuidémonos de no caer en las tres trampas que hemos compartido y que han atrapado a muchos púlpitos. No quisiéramos para nosotros el veredicto que Jesús dio a la iglesia de Sardis: «Tú tienes nombre de que vives, pero estás muerto» (Ap. 3:1).
Hace treinta años atrás el mensaje respondía la pregunta: «¿Qué debo hacer para ser salvo?». En la gran mayoría de púlpitos cristianos contemporáneos el sermón contesta a la pregunta: «¿Qué debo hacer para ser feliz?»
b. El movimiento Pentecostal:
En los primeros albores del siglo XX, mientras el liberalismo como un león rugiente buscaba a quién devorar, y mientras los evangélicos luchaban por encontrar respuestas racionales y filosóficas para contrarrestar ese ataque, muy pocos se imaginaron que Dios estaba empezando una obra totalmente nueva para seguir edificando y renovando su iglesia. En un proceso que duró varias décadas, distintas personas en diferentes puntos de Inglaterra y Estados Unidos, comenzaron a buscar el rostro de Dios pidiendo un retorno del Pentecostés del libro de Los Hechos. Finalmente, la respuesta llegó en el año 1906 con el avivamiento que estalló en el centro de la ciudad de Los Ángeles. Ese evento en la calle Azusa se considera el «nacimiento oficial» de la iglesia Pentecostal.
Al comienzo, tanto los liberales como los evangélicos se burlaban de estos «fanáticos sin cerebro». Con su superioridad intelectual y frialdad de corazón los miraban desde arriba, los tenían en poco y los atacaban con furia. Parece que unos y otros nunca habían leído el consejo de Gamaliel (Hechos 5:33-34). Lo cierto es que, un siglo más tarde, las mesas se han invertido y son los pentecostales, en sus múltiples manifestaciones, quienes ahora con un crecimiento numérico que sobrepasa los 200 millones de personas en todo el mundo, miran desde arriba a los liberales y evangélicos. Y mientras uno no puede por menos que dar gracias a Dios por esta nueva corriente dentro del cristianismo que significó la salvación de millones de personas, al mismo tiempo debemos mostrar, que aunque la influencia del liberalismo teológico fue casi nula sobre este nuevo movimiento, con todo, al adoptar los valores que abrazaron, introdujeron un nuevo tipo de predicación.
A diferencia con las iglesias cargadas de liturgia y sus cultos programados hasta el más ínfimo detalle, las iglesias pentecostales valoran la espontaneidad. Y el hecho de que en el comienzo tuvieron un genuino mover del Espíritu Santo, hizo que muchos predicadores llegaran a pensar que ese debía ser el modelo ideal de la predicación. Es decir, la predicación improvisada, porque según ellos Dios les llenaría la boca al hablar. A fin de hallarle un fundamento