La predicación. Jorge Óscar Sánchez
enrarecido, entonces, todo hombre o mujer que pasa a compartir su mensaje debe comprender que sus palabras están siendo juzgadas y evaluadas por los oyentes, como si viniesen de alguien que está a mi misma altura o por debajo. No por el hecho de vestir un atuendo religioso, ocupar un púlpito elevado, y gritar a voz en cuello «la Biblia dice», las personas le brindarán una atención respetuosa. Más bien, con genuina humildad, tendrá que entender que su primera tarea es ganarse la confianza de sus oyentes, mediante su conducta intachable, sus actitudes cristianas y su nivel de conocimientos.
II. Razones internas
La crisis teológica que ha invadido a muchas denominaciones:
El pasado es el fundamento sobre el cual estamos parados en el presente. Ya sea que usted es Luterano, Bautista, Presbiteriano, Metodista, Pentecostal, Bauticostal o Pentecostista, no importa a que sector del movimiento cristiano protestante pertenezca usted, esa corriente con la cual usted se identifica cuenta con una historia particular que afecta su realidad presente. Las convicciones de su denominación en cuanto a la Biblia, Dios, Jesucristo, el ministerio del Espíritu Santo, y cada una de las doctrinas fundamentales de la fe cristiana, inevitablemente acarrean consecuencias directas sobre la forma en que se vive la vida cristiana en general y la tarea de predicar en particular. Esas convicciones denominacionales son el resultado de fuerzas poderosas que le dieron forma en años anteriores. El problema es que muchas veces al comenzar la vida cristiana una persona desconoce cuan «teñido» está el mensaje que se le presenta, y sobre todo el origen de las doctrinas que se le enseñan. Muchísimos individuos que se inician en el cristianismo, o estudiantes que ingresan a seminarios cristianos con el propósito de prepararse para el ministerio, carecen de los conocimientos suficientes como para distinguir entre lo espurio y lo verdadero, con la consecuencia de que en una gran mayoría de los casos es muy fácil poder ofrecerles «otro evangelio» (Gálatas 1:6-9) y ellos no pueden distinguir la diferencia. De esa forma son presa fácil de una de las fuerzas teológicas más potentes, peligrosas y destructivas que ha permeado el protestantismo en los últimos 150 años, y que explica el origen de muchas de nuestras creencias y prácticas ministeriales en el presente.
El pasado es el fundamento sobre el cual estamos parados en el presente.
A mediados del siglo XIX en Europa nació lo que se denomina el liberalismo teológico1. Una nueva corriente filosófica originada en la universidad de Tubinga, en Alemania, que se propuso como meta contemporizar al cristianismo removiendo todos los obstáculos a la fe. Uno de sus propósitos fue librar a la fe de Jesucristo de todo elemento milagroso y sobrenatural. Para lograr el objetivo, el ataque en sus primeros pasos se centró en cuestionar la autenticidad histórica de la Biblia, y más tarde, todas las doctrinas cristianas. Una vez que estas teorías atraparon la mente de los ingenuos, el enemigo mediante sus ministros disfrazados como ángeles de luz se infiltró en muchísimos colegios y seminarios cristianos, y a través de los pastores y misioneros que se formaron bajo su influencia, el liberalismo teológico se difundió por todo el mundo. Al igual que un gramo de levadura que leuda toda la masa (Mateo 13:13), el liberalismo en el día de hoy se halla presente, en mayor o menor grado, en casi todas las denominaciones protestantes. Ha definido la filosofía educativa de casi todos los seminarios evangélicos, sin distinción de nivel académico (ya sea nivel terciario, de maestría o doctorado). Y las afirmaciones del liberalismo se enseñan por sus exponentes como si fuesen la verdad absoluta y el evangelio en su versión más pura.
El liberalismo parecía un amigo de la fe para los incautos, y tristemente la inmensa mayoría no pudo discernir el enemigo formidable que era. Las consecuencias que trajo a largo plazo a las iglesias y denominaciones que abrazaron esta corriente fraudulenta, es que experimentaron un decrecimiento continuo y pérdida de miembros por millares2 Pero si todo lo que ocurre en la iglesia local, ya sea bueno o malo, tiene su origen en el púlpito, entonces debemos mencionar tres efectos devastadores que el liberalismo ejerció sobre la tarea de la predicación cristiana3.
La primera consecuencia práctica fue la pérdida de la fe en la Biblia como palabra de Dios3. Si dudamos de la veracidad de la Biblia, el resultado es que ya no tenemos fundamento para predicar. Si perdemos la autoridad de la Palabra de Dios, nos quedamos sin cimientos para la proclamación del mensaje de salvación. En las palabras del salmista: «Si los fundamentos son destruidos, ¿qué puede hacer el justo?» (Salmo 11:3) Cuando la Biblia es analizada desde el punto de vista crítico literario, las consecuencias son que la teología y las doctrinas de la gracia deben pagar el precio. Los jóvenes graduados de muchas instituciones teológicas que han sido dominadas por el liberalismo son enviados al ministerio equipados con vastos conocimientos de criticismo literario, filosofía, psicología educacional, sociología moderna y todas las disciplinas relacionadas. Pero tristemente salen mal equipados para la tarea suprema de un ministro de Jesucristo: declarar con convicción y autoridad la Palabra del Dios vivo. De presentarla con una comprensión clara, con perspicacia espiritual, como un cuerpo de verdades relacionadas que llaman a cada individuo al arrepentimiento delante de Dios y a la fe en la persona de Cristo Jesús.
La segunda consecuencia fue que en muchos púlpitos las buenas noticias fueron reemplazadas por la buena consejería. San Sigmund Freud pasó a ser más importante que San Pablo. El diablo y sus demonios dejaron de ser un enemigo real, para pasar a ser una figura mitológica del folklore judío, el cual fue concebido por una sociedad sin conocimiento científico que no podía explicar los fenómenos misteriosos que ocurren, y entonces, lo atribuían a seres espirituales de maldad. El pecado dejó de ser un mal proactivo, para llegar a ser falta de estima propia o de una buena educación. La oración pasó a ser una mera forma de control mental, no un ejercicio destinado a ponernos en comunión con el Dios vivo. Y Jesucristo, descendió de ser el Hijo de Dios, a ser un mero profeta, con cuya vida ejemplar y mandamientos éticos tan hermosos nos enseñó como todos debemos vivir como hermanos. En las palabras de un amigo cercano, el púlpito cristiano pasó a ser la versión espiritual de Disneylandia: «El lugar más feliz sobre la tierra».
Años atrás una de las celebridades de la TV, que fundó un ministerio que es la sexta atracción turística en Los Ángeles, contaba como un miembro de su iglesia vino a pedirle ayuda diciendo: «Pastor necesito que me ayude. Me han hecho una brujería…». Este ministro, hijo del pensamiento positivista, con mucha seguridad y autosuficiencia contó que su respuesta a este pobre desdichado con una necesidad bien real y sentida, fue: «Yo no creo en lo negativo, solo en lo positivo». Y así «solucionó» el problema. Triste la suerte de este hombre, que vino a pedirle luz a un ciego. Su caso en la actualidad se cuenta por millones. Personas que vienen a pedir pan y el pastor les da una piedra. El fruto que vemos en la actualidad en muchos púlpitos contemporáneos es que ya no son proféticos, ni predican a Cristo, ni la necesidad de ser salvos. Todo esto tiene su raíz en esta corriente fraudulenta llamada liberalismo.
Soy el primero en reconocer que todo buen sermón debe incluir un elemento de asesoramiento pastoral, para que los nuevos creyentes aprendan a vivir de forma clara y definida como cristianos en un mundo caído. Pero si nuestro mensaje tiene como único objetivo hacer sentir bien a las personas, en lugar de que primero sean rectos delante de Dios, nuestro mensaje entonces es sub-bíblico y tendrá consecuencias mortíferas para nuestros oyentes. Peor aún, tal mensaje será reprobado por Dios mismo, y tal ministerio está de camino a su propia ruina y extinción. Todo es cuestión de tiempo hasta que Jesucristo les quite el candelabro4.
La tercera consecuencia del liberalismo teológico fue un cambio en el rol del Pastor. Si negamos la Biblia, y Jesucristo no es más que un maestro ejemplar, para qué seguir perdiendo el tiempo preparando sermones y predicando teorías huecas. Cuando el mundo se muere de hambre, es hora de dejar la palabra de Dios para hacer que las piedras se conviertan en pan, y que los ladrillos se transformen en casas donde los pobres puedan habitar… Más bien, que el Pastor sea una gelatina, que sabe congeniar con niños, jóvenes, adultos y ancianos; que los visite en el hospital; que ore en todos los cumpleaños de quince; que presida sobre bodas muy finas y lujosas; que entierre a los fieles con gran pompa y honor; que presida con la capacidad de un banquero la reunión de diáconos; y que sea un buen consejero para todos los que le pidan ayuda. Para qué perder tiempo orando y en el ministerio