A la salud de la serpiente. Tomo II. Gustavo Sainz

A la salud de la serpiente. Tomo II - Gustavo Sainz


Скачать книгу
donde lo había dejado, le puso alarmas de todo tipo y trampas que algunas veces funcionaban en su contra, los del Servicio Secreto le demostraron cómo se lo habían robado en siete segundos, se roban de 15 a 20 volkswagen por día le dijo alguien en la Delegación de policía, ¿y por las noches?, y allí iba en zonas olvidadas del Periférico a 140 kilómetros por hora, a todo lo que daba el motor, como para confrontar al vendedor que le entregó el coche y le dijo que no corriera mucho, hasta que supiera manejarlo bien, aunque a veces sentía que el coche lo manejaba a él, la ciudad amenazante ahí afuera, la ciudad antropófaga, carnívora, él manejando casi a la defensiva, como si fuera a una batalla, volvía a su departamento con la camisa empapada en sudor, se tiraba en la cama y sentía que la cama también lo llevaba a toda velocidad por una carretera, no podía escribir, su guión de cine resultó un bodrio, una historia informe y sin sentido como esos juegos mecánicos que montan algunos niños y los adultos que pasan escar­necen, orinan, arrojan bolsas de supermercado llenas de basura maloliente, y siempre llovía y era de noche o parecía de noche, y bajaba la temperatura el día que salió para ir a buscar a Viviana a la escuela de danza y el coche no estaba, ¿se lo habría llevado ella?, pero entonces por qué le había pedido que la recogiera, no estaba, ¿o no había pedido que fuese por ella?, no se lo iban a creer en la Compañía de Seguros, ni en la Delegación, ni los del Servicio Secreto, no podía ser, caminó hasta un teléfono público y no se animó a llamar a nadie, o era que no servía, se pasó las manos por el cabello, por la cara, por todo el cuerpo, la llovizna ligera pasó a tormenta tropical y empezó a correr en busca de refugio, corría para llegar a un lugar seguro, estaba corriendo sin saber a dónde ir, corría desesperado, asustado, imposible distinguir si esa agitación física producía esa carrera, o si esa carrera en la que de pronto volaba a grandes zancadas no era más que un sueño intranquilo producido por su cena ordálica, tenía miedo de no poder ir a encontrar a Viviana, tenía miedo de separarse de ella, jamás podría acortar la distancia que lo separaba de ella, y en eso estaba, un poco arrepentido y un poco intranquilo, mejor si lograba escribirlo todo, ya escrito lo vería menos complicado, y hasta se animaba a intentar interpretar esa relación, porque no entendía por qué le gustaba tanto Viviana, por qué se arrojaba con tanta fuerza hacia ella, ¿sería porque era incomprensible?, ¿o a él le faltaba el “descodificador” adecuado?, ella siempre cifrada, quizás un poco loca, hermosa y agradablemente ajena, como la Nadja de André Breton, como la Maga de Cortázar, pero estaba más cerca que ellas, podía tocarla, dura y suave a un tiempo, delgada y grácil, alta y joven y fresca, una frescura de fruta madura, casi comestible, y lo escuchaba y se comprometía con casi todas sus preocupaciones, se solidarizaba con sus proyectos, o quizás no podía oponerse, quizás la manera de hablar de él, para ella, era tan críptica como la de ella para él, ¿por qué iba a comprenderlo?, porque estaba seguro de que le gustaba, ¿por qué no iba a gustarle?, ¿o le temía?, ¿o le gustaba lejos, en quién sabe qué lugar, aunque no demasiado lejos de su vida?, ¿encontrable?, sí, encontrable, real, en el futuro inmediato, insomne y despierto podría hacer un café y tratar de relajarse para pensar con serenidad, todavía intranquilo y frustrado, quizás más intranquilo que nunca, inseguro, vulnerable, más frustrado que nunca, desasosegado, Viviana no estaría en ningún hospital, no se sabía dónde estaba, ni siquiera sabía si estaba viva, alguien le dijo que su cabello había encanecido, que la vieron en el aeropuerto de Montreal, viva, y por lo menos no sentía el apremio de salir a buscarla inmediatamente, ni la necesidad de interpretar sus acertijos, sus fascinantes trabalenguas, asustado, o más bien aterrorizado por descubrirse todavía dependiente, todavía fascinado por ella, todavía inquieto…

      En un trabajo sin precedente, dentro de mi trabajo de magia negra y blanca, he estado tratando de descifrar tu sueño. Como es un caso difícil tendrás que esperar hasta mi próxima carta. Así pues, espera, y debes hacerlo pacientemente ya que recibirás importantes y extraordinarias revelaciones.

      En el apéndice de tu última carta me pedías que investigara qué películas se estaban exhibiendo en los meses de mayo y junio de 1960 en la ciudad de la Escenografía. Como has de saber desde hace semanas está cerrada la Hemeroteca y han prometido abrirla hasta el dos de enero de 1969. Pero si te hago esperar todo este tiempo, con lo impaciente que eres te volverías más neurótico, y recordé que Genaro es un maniático de los periódicos semanales. Tiene la colección completa del Figaro, donde cada semana hacen reseñas de todas las películas exhibidas en el D. F. Lo único malo es que no traen los títulos originales cuando son películas extranjeras. Por lo que te mando los títulos a reserva de que checaré y buscaré los originales cuando vuelvan a abrir la Hemeroteca. En 1960, en pleno auge de la Revolución Cubana y de la guerra fría en torno a la pobre isla, con una campaña sin igual, durante los últimos meses del mandato de López Mateos, Terencio se podía meter a un cine y ver por ejemplo Sirenas y tiburones, una comedia de Blake Edwards, con Tony Curtis; Viaje al centro de la Tierra, con Pat Boone en el cine México; Esclavo del deber, en el cine Chapultepec; un bodrio mexicano en el cine Roble, Caperucita Roja, de René Cardona, imagínate. En la primer semana de mayo se estrenaba La estrella vacía, en los cines Alameda, Continental y Polanco, una película de Emilio Gómez Muriel con María Félix. Nuestro querido Efraín Huerta decía de la película: “Bien hecha, con diálogos en su mayoría bastante pedestres. No es, claro está, una historia poética; al contrario, es una historia brutal, cínica y bárbara”. También se podía ver El kimono escarlata en el cine Ariel. Trabajaba Victoria Shaw quien según Efraín Huerta era bellísima. La segunda semana de mayo habían estrenado en el sufrido D. F. una avalancha increíble de películas mexicanas. La tijera de oro, con Tin Tan y Lilia Guízar se estrenó en el cine Mariscala. El tesoro de Chucho el Roto, con Luis ­Aguilar y Fernando Soler en el cine Olimpia. Dormitorio para señoritas, con Mapita Cortés y Lorena Velázquez, en el cine de Las Américas. Chao, chao, bambina, con Elsa Martinelli en el Metropolitan. Julia la pelirroja, en el Paseo. En la tercera semana de mayo se estrenaba en el Versalles una película soviética, Ilia Muromets. “Una excelente producción soviética que suscitará serias controversias. ¿Entre quiénes? Bueno, pues entre los que suponen que los maestros de la fantasía son los norteamericanos”. Póker de reinas, otra película mexicana con el Loco Valdés, que se estrenó en el Mariscala. Los miserables, en el cine París. Calibre 44, con el Piporro en el Palacio Chino. Hundan al Bismark, inglesa, en el cine México. Drama de primera plana, en el Polanco y el Continental, norteamericana, basada en la obra de Clifford Odets. La última semana de mayo se siguieron estrenando bodrios en la ciudad del polvo. Muchachas de hoy, que según Huerta se parecía a Con quien andan nuestras hijas, solamente que hablada en italiano. Yo no me caso, compadre, en el Mariscala, con Luis Aguilar y Rosita Quintana. Pistolas invencibles en el Orfeón, con Roberto G. Rivera y Armando Silvestre, más “las melosas y desafiantes canciones de Elvira Quintana”. El esqueleto de la señora Morales, de Alcoriza, en el Chapultepec. La primera semana de junio seguía la racha de bodrios. Se estrenaron Gorila al asalto, francesa, en el Paseo; El perro humano, de Disney; Las cuatro milpas, en el Orfeón, con Manuel Capetillo; La novia de nueve metros, en el Ariel y en el Roxy, que era una dizque sátira a la política nortea­mericana. En la segunda semana de junio se estrenó una película genial de Orson Wells, Sombras del mal. Creo que el título en inglés es el mismo. Pero por lo demás seguía la racha de bodrios. Se estrenaba en el Variedades, Quinceañera, “bonita pe-lícula, hecha sobre una línea melodramática muy firme. Tres quin-ceañeras en apuros, cada una por diversos motivos sociales y económicos. Maricruz es la cenicienta. Papás ideales Hortencia Santoveña y José Luis Jiménez. Dulzona y conmovedora, sobre todo cuando se acerca el gran final a ritmo de vals. Preciosas de verdad, Martha Mijares y Tere Velázquez. Le gustará a usted por sencillamente humana”. La nota, por supuesto, de Efraín Huerta. Macario en el cine Alameda, con actuación “genial” (Huerta), de López Tarso. “Macario no ha gustado a la nueva ola de críticos de cine en México, lo cual para usted, señor espectador, es la mejor garantía de que verá una película muy nuestra y extraordinariamente bien hecha”. Pancho Villa y la Valentina en el Mariscala, con la reaparición de Elsa Aguirre. En el Roble una película norteamericana, Barco sin puerto: “Dos rudos frente a frente. Gary Cooper ya casi desha­ciéndose, y Charlton Heston, un actorazo”. La muerte en este jardín, que a pesar de la dirección de Luis Buñuel resultó bastante mala. ¿Te acuerdas de Simone Signoret? Y Tres angelitos negros en el Real Cinema, por supuesto mexicana. En la tercera semana de junio, Un genio


Скачать книгу