A la salud de la serpiente. Tomo II. Gustavo Sainz

A la salud de la serpiente. Tomo II - Gustavo Sainz


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a su mujer y a su hija, los anuncios ofreciendo recompensas por sólo datos sobre su paradero, las noches de insomnio y las llamadas equívocas, no se sabe si bien o mal intencionadas, pues lo arrojaban a nuevas esperanzas delirante y enloquecido, pero pasaron meses y meses, y entonces en la máquina del Personaje que no Escupía en las Escupideras ya era 1970 o 1988, había soñado con su vieja máquina mecánica y habían pasado 22 meses de la noche del 2 de octubre de 1968, y allí (arriba de esa página que estaba escribiendo dentro del sueño) estaba un padre desesperado porque ni su hija Lourdes ni su esposa Lourdes habían aparecido, y entonces él invitaba a una compañera de trabajo consoladora y de bonitas piernas para que vivieran juntos, y si todo funcionaba, que pronto se casaran, por qué no, y esa mujer tenía una hija, más o menos de la edad de Lourdes pero con los senos más grandes, y esta hija se quedó con la recámara de Lourdes y hasta empezó a usar ciertas prendas de ropa de Lourdes, de manera que la noche que Lourdes y su mamá regresaron, muchos meses después, probablemente 22, casi dos años después, con la sensación de haber resucitado pero más bien asustadas y desubicadas y anonadadas y estragadas, y encontraron a esa chica de senos desorbitados con una piyama de Lourdes que la tía de Lourdes le había regalado precisamente a Lourdes cuando cumplió dieciocho años (y la verdadera Lourdes no se inmutó)…, sí…, respondió Lourdes y trataba al mismo tiempo de no escuchar, vuelta hacia la pared, terminando de vestirse, el Personaje que no Escupía en las Escupideras abrazándola un poco por costumbre, un poco para impedir que se volviera, un poco porque sí, un poco por conmiseración y otro poco por complicidad y amor, ajustando su mano derecha a uno de sus senos suave y firme y denso, ¿quién dijo eso de que el amor se gasta y de que amamos para terminar con el amor?, no sé murmuró, pero ya no era Lourdes sino Viviana quien lo miraba escribir esa frase, la leía en voz alta y se respondía a sí misma, los ideogramas se dibujan tirando las brujas del sol sobre los apéndices con mayor o menor fuerza, y eso los hace colmar de sentido…, y él tenía que entender otra cosa, siempre así, porque de otra manera no podrían entenderse, entonces él rompía la página y ella lo miraba extrañada, un resoplido de envenenados poco ortodoxos sobre los dogmas fríos, sobre la fuente sagrada de lechería siseando, sellada, erígete sobre el periplo y separa en pulsaciones de doble esfera y arco porque ya nadie quiere saber las cuitas del infecto ingrato ínclito bucólico, y le arrebataba los pedazos y conminaba a distribuirlos por varias partes de la ciudad alborotada por las Olimpiadas, pero no era el relato de Lourdes el que quería contar, porque Lourdes al llegar el echeverrismo salió de la prisión (y por lo tanto el Personaje que no Escupía en las Escupideras lo supo mucho después, aunque ahora, después de tantos años, las fechas se fundían o confundían, y no sabía si estaba escribiendo una noche de invierno de 1968 en Iowa City, o si estaba reescribiendo otra noche de invierno en Albuquerque, New Mexico, 20 años después, o si volvía a reescribir todo otra mañana de invierno en Bloomington, Indiana, 32 años después), la mamá de Lourdes un poco jorobada y disminuida (por no decir desquiciada), Lourdes con una arruga en el entrecejo que antes no tenía, y un mechón de canas que le quedaba muy bien, en medio de su sueño, una vez Viviana le había enseñado viejas cartas que el Personaje que no Escupía en las Escupideras le había escrito a Lourdes y él las rompió en cuadritos más o menos de regular tamaño, y luego contaban que los habían ido a abandonar en distintos sitios, uno por ejemplo lo dejaron en las bodegas de Aurrerá por Ciudad Satélite, a la entrada, otro frente al restorán Passy, otro en un escalón del Hotel del Prado, otro frente al mural de Diego Rivera Un domingo en la Alameda, como si se le hubiera caído a la muerte catrina, otro en una butaca del cine Roble, otro en un sobre que membretaron y timbraron para The Interamerican Foundation for the Arts, 35 West 44 Street, New York, New York, y depositaron en el correo, otro en quién sabe dónde diablos, o en quién sabe qué apestosa cantina, burdel o miscelánea, y luego el caso es que trataron de recuperarlos y no encontraron ni dos, por lo que ya no pudieron reconstruir las cartas, algo indispensable para ese juego que apenas y rebasaba su nivel de pretexto para estar juntos y recorrer la ciudad, discutir su posible futuro, que Viviana declinaba “futuridad”, ¿es que no tenemos futuridad?, decía, y gozar a brazos abiertos su compañía, porque Viviana a veces hasta podía llegar a ser domesticable, o parecer, pero pasaba demasiadas horas dentro del volkswagen, como si fuera un cuerpo con cuatro llantas y dos portezuelas, que bebía gasolina y comía calles, avenidas, periféricos, pasos a desnivel, callejones, cerradas, glorietas, esto en otro lugar para seguir un orden sucesivo, en quinto lugar, por ejemplo, el primer día que le pidió aventón una pareja, él de barbas existencialistas, ella con los cabellos largos, lacios, sueltos, sucios, cada quien con una manta enrollada debajo del brazo, urgidos de que los sacaran de allí, mirando hacia todas partes para comprobar si los seguían, y los detuvo un Tamarindo, ¿qué hice?, nada, dijo, ¿pero cuánto me van a dar para que los deje ir?, y la noche que nos desbarrancamos con todo y volkswagen por el estado de Guerrero…, o se había quedado atrapado entre las calles de Manuel González y San Juan de Letrán y vio cómo docenas de muchachos detenían una patrulla y una camioneta de la Dirección General de Tránsito y les prendían fuego, otro camión de la línea San Rafael y Anexas y lo incendiaban también, le pidieron permiso para sacar la gasolina del tanque del volkswagen para fabricar bombas molotov, y en eso un hombre semidesnudo y enchapopotado subió jadeando, venían muchos detrás de él, y el Personaje que no Escupía en las Escupideras al mismo tiempo que el tipo éste le pedía ayuda, ponía en marcha el motor, metía reversa, derribó el garrafón adonde vaciaban su gasolina, y salió a gran velocidad y rugiendo de ese lugar, pero dos coches lo empezaron a seguir, no tenía mucha gasolina, y fue como si el hombre, que era un agente secreto al que habían tusado, hubiera movido la carretera, la sacudió como si fuera una alfombra y se desbarrancaron sin remedio, o la vez que no conseguía regresar del aeropuerto y llamó por teléfono a Viviana para que lo dirigiera, y volvía a perderse y volvía a llamarla, y luego todas esas noches lluviosas que llevaba a Arquímedes Kastos a su casa más allá de Tacuba cuando se dispersaban las manifestaciones, vaya olorcito, cómo te quejas decía él, es el olor de la Refinería, el olor de pleno siglo xx, estamos en una sociedad industrial, y no es lo mismo atrás te huele que tengo un tubo metido, o como se diga ese chiste, y luego frente a su casa recién pintada de rosa mexicano, ésa es la fachada para no insultar a los pobres, es de utilería, porque detrás están mis jardines otomanos, la alberca, los perros, y las risas, aunque el regreso hasta casa de Viviana era por calles siniestras franqueando un panteón del que sobresalían impresionantes mausoleos, frente a palacios españoles posteriores a Hernán Cortés, convertidos ahora en accesorias o tendejones de mala muerte, y el cielo rojo por las llamaradas de la Refinería de Atzcapotzalco, las calles llenas de baches y parejas que volvían el rostro para que la luz de los faros de su volkswagen no les diera en la cara, ay, esas noches, y una vez fueron a comprar unas zapatillas de baile y detuvo el volkswagen en una calle de ésas en las que en cualquier momento se les podía aparecer Drácula para preguntarles la hora, y el coche no arrancaba, sólo tosía, hasta ellos llegaba el barullo del Casco de Santo Tomás, se rumoraba que el ejército iba a entrar allí, en el Instituto Politécnico, el Personaje que no Escupía en las Escupideras paró un camión de pasajeros y le pidió al chofer que lo auxiliara, y el chofer nada más de mirar el coche y como olisquearlo diagnosticó su coche está ahogado, no quería empujarlos, le rogaron mucho, lo forzaron y al primer ­empujón tronó la defensa y se rompieron las calaveras, tenían miedo de permanecer allí y de repente verse envueltos en una persecusión con soldados y agentes secretos, temían dejar el coche abandonado, temían quedarse allí, y ahora, de lejos, sabía que no podía dejar a Viviana abandonada, pero también temía quedarse allí con ella, así que prendía el radio y ponía al máximo el volumen, pronto se encendieron luces y de una vecindad salieron unas niñas y se acercaron, había una especialmente deleitable, y el Per­sonaje que no Escupía en las Escupideras comprobó que en las colonias proletarias descubría siempre mujeres preciosas, como Donají, y Lucía, y Luly, y Beatriz, y Patricia, y Marcela, y Viviana, en la esquina un grupo más rijoso quemaba una llanta, luego de esa noche se inscribió en la ama y un mecánico arregló el problema en cinco minutos mientras él hojeaba un periódico adonde se hablaba de la subversión comunista… sólo que el coche anduvo tres calles a tropezones y volvió a detenerse, su relación tampoco andaba bien, Viviana se negaba a hacer el amor, a mostrarse desnuda, no aceptaba dormir a su lado, llevaba días sin bañarse, no quería que la tocaran, que la miraran, yo te soy escuchando tu voz soy tu queja decapitada atenta al silencio continuo del
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