A la salud de la serpiente. Tomo II. Gustavo Sainz

A la salud de la serpiente. Tomo II - Gustavo Sainz


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es un acto simbólico para nosotros, el impresor y todos los demás editores e impresores del país.

      Todo eso se realizó por orden del Juzgado de Orden Público cuando todavía ningún juez había declarado que en la obra había “materia delictiva” y, por supuesto, cuando no había habido ni proceso ni sentencia. Un espléndido golpe de cojones, y perdone la palabra pero es la única adecuada.

      Lo esencial ahora es no manifestar tristeza ni desmoralización. Seguir adelante con las quejas a través de las escasas vías legales que aún nos quedan. Pronto ya no las habrá y todo será más sencillo. La cosa va de mal en peor.

      Le ruego divulgue al máximo la noticia entre sus amigos y en la prensa si es posible. Es un gran favor que le pido.

      Cordialmente,

      Beatriz de Moura

      O:

      Querido Gustavo: Un poco atrasado (la primavera) pero te respondo:

      1. Gazapo irá a la imprenta en 15 días. Espero tengamos éxito.

      2. Discos: contéstame haciéndome saber cuántos dólares te envío para cubrir la compra de los siguientes discos:

      a) El banquete de los Rolling Stones (último)

      b) El nuevo de los Beatles (doble, todo blanco y con los pósters chiquitos de ellos)

      c) Uno plateado doble que han publicado los Cream.

      d) Experiencias de Jimmy Hendrix, también doble y último.

      e) Wilson Picket, long play que contiene Hey Jude, o en su defecto el simple.

      3. ¿Será posible tener en Buenos Aires algunos de esos títulos porno o eróticos de que hablas?

      4. Haz las crónicas de México todo lo agresivas que quieras y envíamelas. ¿Cuánto tardarás?

      5. ¿Por qué no me hablas más de tu libro en proceso, de tus cuentos (cantidad de páginas, títulos, título), y de tu libro de ensayos (temas, longitud, ya sabes).

      6. En la aduana postal que yo sepa no tendré problemas con tus envíos.

      7. ¿No quieres que te envíe los libros a Iowa en vez de a México?

      Espero tus noticias pronto. Un abrazo de Jorge Álvarez

      Periódico El Mexicano

      Mexicali, Baja California

      Jueves 28 de noviembre de 1968

      Página seis

      Cartas de nuestros lectores:

      Se nos pide publicar lo siguiente:

      Señor licenciado don Rafael Martínez Retes

      Ciudad

      Muy estimado señor licenciado y fino amigo:

      Desde las páginas de este periódico le envío un afectuoso saludo, necesario, porque hace muchísimo tiempo que no han coincidido nuestros caminos. Tengo el deseo, también, de hablarle acerca de un artículo suyo que apareció recientemente en un semanario local, y en el cual le carga a nuestro común amigo, don Cristóbal Garcilazo, algún milagrito que en mi concepto no ha realizado. En realidad, don Cristóbal se limitó a cumplir como un caballero de la pluma, con algo que consideró un deber a pesar de sentirse tal vez un poco oficioso. ¿La razón? La Familia y la Patria, señor licenciado, son algo demasiado sagrado para ser realmente oficioso cuando se tocan.

      Sin embargo, algo sucedió, y tal vez me sea posible decírselo de este modo: aunque desde luego tengo la certeza de que no constituye su lectura habitual, por distracción habrá leído usted alguna vez esos cuentos de vaqueros hechos para niños y usados por adultos en ocasiones para conciliar el sueño.

      Pues bien, un personaje muy usado y necesario en estos cuentecillos, lo constituye el “villano”, hombre más o menos listo, a cuya destreza añade el ser extremadamete ambicioso, soberbio y nulo en escrúpulos. Generalmente vive en algún pueblito del Oeste, casi siempre con pocas comunicaciones; los mejores negocios del pueblo son suyos, entre los cuales nunca falta el “saloon” en donde se reúne toda clase de gente.

      Se rodea de pistoleros, asesinos a sueldo, abusivos y sin honor, dispuestos a causar, cuando menos, molestias a los vecinos del pueblo, como para que estos no olviden quién es el que manda allí. A quien le cae mal, le manda quitar su empleo o le molesta en sus propiedades. Si alguien muere y deja fortuna, no le falta manera de hacer que la venda, y si hay algún huérfano indefenso, en alguna forma termina por ser víctima. (Esto último es la especialidad de los “villanos”.)

      Llega un momento en que, cuando dispara un salivazo sobre la escupidera, ésta se tambalea, y si no se voltea es porque él la sostiene con la fiereza de su mirada, pero el ruido producido hace salir a la carrera y con el rabo entre las patas a todos los perros del pueblo.

      Para no cansarlo, este tipo, que en el fondo no es sino un cobarde, como todos los abusadores, termina por sucumbir ante el valor y la virtud de otro personaje de estos cuentos, a quien llamamos “héroe”. Desde luego esto sucede sólo en los cuentos.

      Pues aquí, en el caso en que usted se refirió en su artículo, todo lo dicho por el señor Garcilazo es cierto, y aún otras cosas que no dijo, como por ejemplo que algún profesor dejó un trabajo a tres señoritas de unos trece años de edad, en el que debían investigar cómo la mujer puede tener relaciones sexuales y evitar el embarazo. ¿Pruebas? Cuando quiera puede usted pedírmelas.

      ¿Pero qué sucedió? Pues que hubo uno de esos personajes que aún escupen en las escupideras, que ordenó que se negara todo a como diera lugar, y todo se negó.

      ¿Y la Cultura? (Porque el lenguaje empleado en esas obras literarias es menor que castrense…) ¿Y la Cultura?, repetiré… Pues la C­ultura en la escupidera, gracias.

      Lo saluda atentamente su afectísimo amigo,

      Doctor Miguel Serafín Sodi

      curioso, pero la desgracia del Personaje que No Escupía en las Escupideras era que cuando menos lo esperaba, y generalmente cuando estaba a solas, su conciencia se inundaba inmediatamente de todo aquello en lo que menos le gustaba pensar, como por ejemplo y sin saber por qué, de pronto ya iba con Viviana durante mucho tiempo en un pequeño volkswagen rojo rugidor, el coche siempre en marcha, y las calles (si estaban él y Viviana juntos) debían ser de la ciudad de México, y en todo parecía bifurcarse en más de cinco secuencias, pero siempre volvía a la escena inicial, agobiante, en un coche pequeño, demasiado pequeño, él y Viviana tan alta, ella ejerciendo una extraña presión sobre él, y de pronto Viviana desa­parecía, él iba solo, no podía frenar ese coche ni bajar, la presión continuaba, la velocidad aumentaba, el coche carecía de frenos y él angustiado, tratando de frenar con motor, casi desesperado, sudaba copiosamente y su corazón latía con violencia, y de pronto ya no iba en el coche sino corriendo por las calles de México, por la colonia Roma, enajenado, buscando a Viviana, entonces curioso no es la palabra justa ni precisa, tendría que haber dicho increíble, absurdo, o incoherentemente, o de pronto y de súbito otra vez esa extraña, angustiante sensación de estar adentro de algo así como un círculo, pero más espeso que un círculo, algo como una tienda cilíndrica de campaña o un huevo alquímico, una celda de aislamiento o una cabina de algún vehículo espacial, no precisamente un coche, sino algo parecido a uno, y no a cualquier coche, sino a uno de esos volkswagen tradicionales, uno de esos bugs o beatles, una especie de círculo o coraza de la invulnerabilidad, algo que se manejaba, que ocasionalmente se podía manejar o podía intentarse dirigir como un coche, o quizás tendría que prescindir de una palabra como sueño, tan limitada, y en vez de eso decir un desasosiego, o una sensación, una confusa e indescriptible sensación, algo más difuso, intuido, sospechado, alucinado pero en medio de la bruma, en un coche una mañana neblinosa, la segunda o tercera vez que el maldito coche los ayudaba a resolver alguna


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