A la salud de la serpiente. Tomo II. Gustavo Sainz

A la salud de la serpiente. Tomo II - Gustavo Sainz


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diseños iguales

      a los de nuestras manos árboles

      agrietan el cielo sobre el diluvio amarillo

      haciendo diseños

      iguales a los

      de nuestro corazón

      ninguna música por apasionada que sea

      de Hungría o de cualquier parte impedirá

      que este hielo se agriete sin un sonido

      haciendo ningún diseño)

      2.

      esta tinta pegajosa cubre nuestras

      manos cubre toda la habitación

      sólo los analfabetos se ahogarán

      3.

      (Schubert tocando en la chimenea

      y los estantes llenos

      de ladrillos los impromtus no deben

      ya sernos tan inesperados)

      y hablaba de todo eso con Ambrosia al volver al departamento, ciertamente entusiasmado y contento, casi realizado, eufórico, las banquetas demasiado resbalosas, todo cubierto de hielo, la brisa helada petrificadora, la calle Bloomington demasiado larga y silenciosa, blanca, vulnerable, ellos tropezando a cada momento, resbalando continuamente, las luces de los postes de alumbrado público rodeados de niebla, como pequeños planetas, y entonces cierta luminosidad que surgía de ellos como cayendo sobre una vegetación derrotada por la nieve, emociones encendidas, actitudes triunfalistas, imágenes, palabras amorosas, el Carretonero de Ayer y Hoy estrechando cariñosamente, afectuosamente a Ambrosia con un brazo y con el otro cobijando, protegiendo la nueva cámara como si estuviera viva y temiera un enfriamiento, un resfriado, urgido por caminar más de prisa y llegar a la salud artificial que representaba su pequeño departamento, y sobre todo su novela en proceso, envuelto en vaho, una especie de calor que surgía de los dos y los protegía, como una neblina, como una burbuja, y esa extraña luz al final de la calle Dubuque, y el deseo cierto de tratar de describir esa sensación al llegar a casa, si es que llegaban, tan difícil era caminar esa noche, una curiosa sensación, una extraña sensación, cierta seguridad, pero a la vez sentimiento de la precariedad, miedo del invierno, del frío, de la intemperie, de la noche insensible, de la nieve insensible, curioso temor, curioso, así había empezado un párrafo para su novela algunos meses atrás, quizás en septiembre, acabado de desembarcar en Iowa City, o en octubre, a lo mejor lo había fechado, curioso, aunque curioso no era la palabra justa ni precisa, o sí, una como afirmación, e inmediatamente después de una coma, una duda, curioso…

      Acabo de recibir tu carta en donde te haces una sugestiva pregunta: ¿qué maldito virus es el culpable de nuestra desaforada necesidad de información? Yo diría que no solamente es una necesidad de información, sino de formación, para estar, mejor dicho, ser consecuentes con lo que nosotros mismos nos hemos impuesto: ser unos intelectuales, informados en términos generales, y formados en nuestras respectivas actividades. Así, por ejemplo, tú estás formado de una manera sólida en literatura, y a la vez tienes una excelente información en muchas otras ramas y campos culturales, como así mismo yo pretendo estar formado dentro de la sociología, pero informado en literatura, cine, teatro, periodismo político, en fin, lo que es quizá la forma de demostrar que hoy se puede llegar a ser un intelectual de primera sin tener la estúpida idea sectaria de que “yo solamente sé dentro de mi campo”. También responde a una actitud del verdadero intelectual, no de los bastardos que leen dos libros al mes y ven cinco películas, sino del hombre de ideas, que tiene una responsabilidad crítica y una lucidez no en términos del humanismo sentimental, sino de una visión crítica del mundo. Hoy más que nunca sigo pensando que el intelectual es un eterno aguafiestas, un hombre que es la mala conciencia en medio de una sociedad conformista, estupidizada por la maldad de unos medios de comunicación que mitifican y digieren para ellos las peores ideologías a través del peor cine, la televisión y los periódicos que modelan el conformismo y los estereotipos de la clase media. El intelectual traidor que renuncia a las fáciles comodidades que da el con­formismo de la clase media, rodeado de los mitos que están desapareciendo, pero cada fin de año surgen virulentamente. Creo, contigo, que somos solemnes. En realidad, en el fondo siempre lo hemos sido. Nuestro humor no es más que una muestra de la importancia que tiene para nosotros tomar conciencia de los males del subdesarrollo, de la estupidez, de la ignorancia, de la mala fe, de los que dicen ser nuestros amigos, de la opresión de la sociedad industrial, en una palabra, de las enajenaciones del mundo moderno. También nuestra obsesión por la cultura es un rechazo a la política de las relaciones de contragolpe, que para darte un ejemplo, esa política de relaciones humanas la siguen bichos y estúpidos como un tal Juvencio Ramen, que realmente es siniestro. En el fondo nos atacan tanto (aquí te recuerdo tanto a la estúpida Diana Cazadora o mis ex amigos), porque realmente no toleran que leamos, que veamos el cine como lo hacemos, que estemos vívidamente interesados en todo (curiosidad pantagruélica la llamas tú), porque ese es nuestro estilo de vida, porque es nuestra forma de derrotar a la desesperanza, al conformismo, a la mala fe. Ellos han escogido el camino más fácil: leen dos libritos, citan cuatro, y se hacen los autocríticos. Esto lo digo porque la otra vez me encontré con Genaro en Sanborns y estaba la Diana Cazadora, que no perdona el éxito de los demás, y nos atacó a ti y a mí, pobre mujer. Pensar que un día creí que tenía posibilidades de ser una escritora, y en realidad la práctica ha demostrado que la única posibilidad que tiene es ser una chismosa furibunda y madre de un bodoque que parece rinoceronte.

      Ya no te han hablado por teléfono, lo que indica que sí eran gente que estaban más o menos cercanas y creían que así te molestaban por la noche. Han salido muchos libros nuevos, como siempre que se acerca el fin de año. Por ejemplo, Mortiz te man-dó la poesía de Efraín Huerta, un libro de Juan Bañuelos titulado Espejo humeante, un libro de poemas de Marco Antonio Montes de Oca, Pedir el fuego, un ensayo de Juan García Ponce, Des­consideraciones, una novela de Ricardo Garibay, Bellísima bahía, y un libro de cuentos de Francisco Tario, Una violeta de más. Por cierto, todos ellos vienen dedicados por sus respectivos autores. La Editorial Siglo XXI ha sacado muchos libros que son fundamentales para el sociólogo y el intelectual en general. Un libro de Marcuse que reúne una serie de conferencias que dio en la Universidad de Berlín sobre la responsabilidad de los estudiantes, de los intelectuales, las posibilidades de la revolución, el papel de la ética en un mundo de amorales, etcétera. Políticamente hablando es un libro espléndido. Se llama El fin de la utopía, y me lo leí casi de una sentada. En literatura el mismo Siglo XXI publica la Nueva antología personal de Borges, una novela de Fernando Alegría, Los días contados, unos ensayos de Ramón Xirau, Palabra y silencio, otra recopilación de ensayos de García Ponce, La aparición de lo invisible. En la colección mínima un libro extraordinario que te voy a mandar, La calumnia, relación humana, a ver si así entendemos al monstruo Juvencio y amigos que lo acompañan. La Editorial Nuestro Tiempo también ha sacado buenos títulos. Un magnífico y didáctico libro sobre La revolución cubana y su economía, de un economista norteamericano muy brillante. Un ensayo de tu amigo Alonso Aguilar, Dialéctica de la economía mexicana. Alianza Editorial también nos ha invadido con nuevos títulos, unos ensayos sobre la revolución, la historia del urbanismo, unos comentarios de Voltaire, en fin, y una decena más.

      Sobre mis planes para el año entrante, aún son inciertos, pero parece ser que la beca que pedí a Boston me la van a dar. Hace un mes conocí casualmente a un sociólogo de Harvard, joven de la nueva izquierda, informado y con una gran curiosidad por toda la cultura, a tal grado que podía ser fácilmente amigo nuestro y agarrarnos el paso. Está en México porque está haciendo su investigación para su tesis de doctorado, y está muy bien relacionado en los Estados Unidos, tiene influencia y hasta cierto poder en las universidades de Columbia y Boston, y acaba de mandar una carta apoyándome, para que con mayor facilidad me den la beca. Este sociólogo se llama Charles McCormack, y como te dije está interesado en todo. Le hablé de ti y a los tres días ya había comprado Gazapo en inglés, lo encontró en Dalis, y lo estaba leyendo.

      El movimiento estudiantil ha terminado. Las tropas estuvieron cerca de la Universidad, porque los provocadores ­convocaron a una


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