A la salud de la serpiente. Tomo II. Gustavo Sainz

A la salud de la serpiente. Tomo II - Gustavo Sainz


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en fin, una revista francesa, La Nef, número 31, algunos rollos de película super 8 mm, todavía empacados, de manera que el Carretonero de Ayer y Hoy tenía que inventar algo rápido para distraerlo o despedirlo, pues no quería exponer demasiado su intimidad, no le gustaba esa actitud, y lo sentaba casi a empujones, fíjate Cortínez, soñé con mi amigo Kastos, por ejemplo, soñé que iba a México por una semana, de un jueves a un miércoles, y en esta época México, la carnívora ciudad de México está llena de foquitos de colores, es la temporada de comprar la popularidad, de ver a cuántas posadas te invitaron ¿no?, la temporada del humanismo y la condescendencia y la bondad bastarda de la conspicua clase media, que por lo menos unos días al año la gente se siente llena de amor, y yo fui a México ¿me entiendes?, en estos días, y vi a mi amigo Kastos discutiendo sobre un escritor mexicano con un hombre viejo, y yo me cuidaba de no intervenir en la discusión, porque ese hombre, por alguna extraña razón, me odiaba, y me odiaba de una manera casi delirante, aunque no sé quién sería, y luego estaba en la librería de Polo Duarte, otro amigo, la librería se llama Libros Escogidos y está en una calle llena de iglesias y de edificios coloniales, frente a un parque muy bonito que se llama la Alameda Central, era sábado, había muchos foquitos de colores, adornos, piñatas, globos, fotógrafos ambulantes, gente disfrazada de Reyes Magos y de Santa Claus, familias, y me sorprendía ver que había muchas tiendas cerradas por la avenida Hidalgo, especialmente porque era temporada de Navidad, y entonces al pasar por una iglesia que se llama San Hipólito, tres hombres gordos de traje negro y camisa blanca sin corbata me ofrecían al pasar cacahuates garapiñados, un dulce mexicano ¿lo conoces?, muy cortésmente, sin agresividad de ninguna especie, y yo tomaba tres cacahuates y me los arrojaba a la boca con cierta gula, a pesar de que no me gustan ni nunca me han gustado esos dulces, y seguía caminando, pasaba por una casa adonde estaba cantando una amiga que se llama Matilde, que tiene una voz espléndida, y cantaba acompañada de una guitarra y un bongó, y en algún momento de la letra decía guapachá, qué rico guapachá, y yo pensaba oyéndola, oí toda la letra de esa canción en mi sueño y me parecía deliciosa de tan rítmica y tan traviesa, tan maligna, pletórica de dobles sentidos, que Matilde era una cantante con tantas cualidades como la Streisand o Nancy Wilson, me fascinaba oírla cantar el repertorio de Julie London, pero además era mucho más bonita, de piel apiñonada y ojos de Bambi enormes, y pensaba que debía venir a probar suerte a los Estados Unidos, que me la iba a traer, pero todo se complicaba al pensar que aquí en Iowa no conozco a nadie que toque la guitarra o el bajo ni el bongó, ni a nadie relacionado con la industria de los discos o los espectáculos, luego estaba en mi departamento con una antigua amiga que se llama Viviana y la ayudaba a lavar los trastes, bueno, la vajilla como dicen los Veiravé, no te rías, y yo le hablaba de Matilde buscando en un viejo aparato de radio un programa que nos interesaba, hasta que dí con él, era en xew, la voz de América Latina desde México, y era un programa de chistes pero no entendíamos los chistes y nos mirábamos con incredulidad y hasta cierta angustia, desolados, porque era como si no comprendiéramos algunas inflexiones de la lengua y la gracia se nos escapara, luego estaba de nuevo en la librería de Polo Duarte tratando de comprar dos ejemplares de Cambio de piel, cuando desperté con sabor a cacahuate garapiñado en la boca, y creo que eso es todo doctor, mucha gente en mi sueño, y combinaciones de palabras que admiraba y combinaciones de palabras que no entendía, ¿qué piensa usted de todo esto?, Cortínez se quitaba los anteojos y se pasaba los dedos por los ojos cansados, masajeaba los párpados, y como Ambrosia no se había despertado y el Carretonero de Ayer y Hoy parecía predispuesto a contarle sus mil y una noches de indigestión y nerviosismo, se despedía, creo que tengo que irme, ya estoy cansado, entonces ¿me puedes prestar el libro de todos los verbos castellanos conjugados?, también habría que dormir ¿verdad?, o se arrojaba casi de clavado sobre algo que le interesaba, el ejemplar de 62, modelo para armar por ejemplo, entonces la más reciente novela de Cortázar, centro de discusión de cualquier reunión de latinoamericanos relacionados con la literatura, ¿me lo puedes prestar?, ansioso, con una ansiedad casi histérica, y todavía no respondía el Carretonero de Ayer y Hoy, lo estoy leyendo, apenas acabo de empezarlo, y si te vas pronto a lo mejor lo terminaré esta misma noche y te lo presto mañana, ¿qué tal está?, ¿cómo quieres que esté?, no sé, es que Cortázar a veces no me gusta del todo, no se trata de gustar empezaba el Carretonero de Ayer y Hoy pero se arrepentía inmediatamente, porque no quería detener a Cortínez ni un segundo más, quería volver a estar solo, había muchas cartas por escribir, y la novela y su Diario (hacía un par de días que no escribía en su libreta ni dibujaba), y algunos libros por leer, la tibieza de Ambrosia, la cama tibia también, cachonda y enormidades qué pensar, la noche era todavía joven, más o menos joven, bueno insistía Cortínez, pero ¿es una novela?, caray respondía el Carretonero de Ayer y Hoy, es un libro que ciertamente admite el calificativo de “novela”, pero podríamos aplicarle otro, podría ser también un acto, digamos, un final de juego (“ese juego idiota: la vida”, decía Cortázar), es más bien como un subterfugio para tener a Cortázar en casa, “la locura es portátil”, dice uno de sus personajes, y como si esa hubiera sido una frase mágica, Cortínez dio tres cuatro pasos en dirección a la puerta, dijo unas frases oscuras a manera de despedida, estiró el cuello como tratando de ver hacia la recámara, se ajustó los anteojos sobre el puente de su nariz, movió la mano en un gesto displiscente, chao bisbiseó con acento chile­no, y el Carretonero de Ayer y Hoy cerró la puerta con lentitud, con firmeza, a piedra y lodo, como emparedándose, había quedado un poquito del olor de Cortínez, olor de tabaco rancio y sudor, un olor ajeno a ese lugar de trabajo y que el Carretonero de Ayer y Hoy no sabía cuánto tiempo iba a necesitar para esfumarlo, aunque ese olor sin duda estaba allí para algo, ¿no era ésta una de las proposiciones de Cortázar?, quizás ese olor ciertamente desagradable para él, estaba allí para impedirle seguir con su novela, ya iba en la página 110, para impedir que leyera en ese lugar las cartas de sus amigos y la continuación de 62, modelo para armar, y entonces debía ir a acostarse junto a Ambrosia, cuanto antes mejor, con toda seguridad Ambrosia estaría calientita de más, aunque no tenía sueño, eran apenas las tres de la mañana, Cortázar planteaba que el universo tendría que ser un delicado, infinito circuito adonde un sabio loco practicaba las más caprichosas conexiones, donde todo tenía que ver con todo, y al mismo tiempo nada tendría que ver con nada, un señor podría rascarse en París y provocar un estornudo en algún norteamericano desprevenido, bastaría escribir una obra maestra para producir el estrepitoso estallido de un vaso, aunque quien habría dejado caer el vaso podría pensar que su descuido habría sido la causa de la rotura, pero se equivocaría porque esa causa tendría asignado otro ejemplo, todas las causas tenían efectos imprevisibles, probablemente y antes de que pasara mucho tiempo, un futbolista mexicano desviaría un penalty y se rompería un tendón o un menisco, y en efecto, el nuevo libro de Cortázar a lo mejor no tenía que ver con la literatura, esa vieja polveada, tenía más bien que ver con algo así como andar en bicicleta, o jugar con el gato o hacer chistes en un idioma apenas aprendido, Alfredo Veiravé le había hecho notar que la clave estaba en el capítulo 62 de Rayuela, y también curiosamente en la página 62 de La vuelta al día en ochenta mundos, adonde aparecían Calac y Polanco, exactamente los mismos personajes de 62, modelo para armar, y en el capítulo 62 de Rayuela podía leerse “Si escribiera ese libro, las conductas standard (incluso las más insólitas, sus categorías de lujo) serían inexplicables con el instrumental psicológico al uso. Los actores parecerían insanos o totalmente idiotas. No que se mostraran incapaces de los challenge and response corrientes: amor, celos, piedad y así sucesivamente, sino que en ellos algo que el homo sapiens guarda en lo subliminal se abriría penosamente un camino. Todo sería como una inquietud, un desasosiego, un desarraigo continuo, un territorio donde la causalidad psicológica cedería desconcertada, y esos fantoches se destrozarían o se amarían o se reconocerían sin sospechar demasiado que la vida trata de cambiar la clave en y a través y por ellos”, proposición inquietante sin ninguna duda, sin ninguna clase de dudas, y en la página 62 de La vuelta al día en ochenta mundos, Calac filosofa “Entre la confusión original y el orden previo a la concepción de un tiempo y un espacio racionales, no hay nuestro fulminante fiat lux y un ponerse a fabricar en serie la creación. Sospechan (los maoríes) que ya del caos a la materia hay un proceso sutilísimo, y tratan de figurarlo cosmológicamente. Te advierto que ni siquiera llegan a la materia, porque son tantas las fases preliminares que uno ya está cansado en los aprontes”,

      a lo mejor, 62, modelo


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