A la salud de la serpiente. Tomo II. Gustavo Sainz

A la salud de la serpiente. Tomo II - Gustavo Sainz


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como si dijera quédate conmigo, no te vayas, es peligroso, como si no creyera del todo en su militancia por participar en cuatro o cinco marchas, tres mítines, reparto de propaganda, carreras y escaramuzas pintando bardas, bancas de cemento y paredes de edificios públicos, ni que dijera la verdad cuando afirmaba que iba a una marcha con el grupo de la Facultad de Filosofía y Letras, como en los sueños, el mecánico lo había acompañado hasta la distribuidora, lo que pasa, lo conminó, es que usted no sabe cómo se maneja este coche, ¿y cómo se maneja?, carburándolo, forzando las velocidades, empezó y siguió con un vocabulario incomprensible describiendo acciones igualmente sin sentido, el Personaje que no Escupía en las Escupideras pensando en deshacerse del vehículo con el pretexto de que chorreaba aceite, pero por milagro todo se compuso cuando rodaron hasta el taller de un amigo de Lourdes, al volkswagen no tuvieron que hacerle nada y lo invitaron a brindar, y al calor de los bocadillos y de las copas invitó a Lourdes a dar una vuelta para que le trajera suerte con el coche, y fueron hacia la carretera a Cuernavaca, hartos por su incapacidad de verdadera acción política, tanta confusión estudiantil, tantos rumores de represión fascista, y repetían sin convicción que si no iban a poder hacer la revolución social por lo menos harían su revolución en la recámara, se sentían cansados y pararon frente a un cine sin espectadores, la gente temía salir a la calle, pero Jacques Perrin y Emma Penella no lograban interesarlos y Lourdes se quitó sus anteojos y comenzó a besarlo con desesperación, con ansiedad y hasta cierto miedo, interrumpiéndose sólo para los quizases y los talveces y los ojalases, porque según ella se debía haber casado con ella y no con Viviana, pero si no estoy casado reclamaba él, y luego más besos y varios porqués, y muchos nuncamases y tampocos y hasta jamases y hasta para siempres septiembremente hasta que consideraron todo en corto circuito, voy al baño dijo Lourdes lloriqueando, toma, y le tendió los lentes, no te vayas a meter al de hombres, o la histeria de Viviana que le negaba el coche cuando él hacía compromisos que no podría cumplir sin el volkswagen, y la depresión, el desaliento que los invadía cuando se acercaba la fecha en que deberían pagar la letra de 1 400 pesos y no tenían ni los 150 de un artículo publicado esa semana, y un golpe en el guardafangos derecho, y un rayón en la portezuela de su lado porque había cruzado frente al issste y una docena de estudiantes tiraban piedras, bombas molotov y agua hirviendo desde las ventanas, y varios granaderos los urgían a salir de allí y les lanzaban gases lacrimógenos, y cada vez más histéricos disparaban sus lanzagranadas, apenas se podía respirar y un hombre le arrojó por la ventanilla un pañuelo empapado en vinagre y le indicó a señas que se lo pusiera en la cara, y la vez que dejó las llaves adentro y no pudo pasar por Lourdes a tiempo y ella se enojó, aunque después le hablaba por teléfono y lo llamaba Inmundo, con afecto, y volvía a llamarlo, el amor no podía surgir así, ella vivía tan lejos, el amor es coito, decía Renzo Rosso, en millones de formas, invertebradas o pensantes formas de coito, dualismo de órganos recíprocos que hunde sus raíces en el inescrutable azar de células, fibras, vasos y recuerdos complementarios, pero esto era literatura y la realidad era muy distinta, la realidad estaba llena de obstáculos y veladuras, y era más cruel y ácida que lo que mostraba La dura espina, y luego la vez que Polo Duarte le dijo que en la Librería del cine Manacar un cuate suyo había visto una copia de El río de las aguas dormidas, y era como si el Personaje que no Escupía en las Escupideras no se hubiera comunicado nunca con los funcionarios de la Fundación Ford en la calle de Río Nilo en la ciudad de México, y no hubiera volado a Iowa City el 26 de septiembre de 1968, era como si se hubiera quedado en México, y todos esos días de Iowa, esa agitada cotidianidad que tanto le gustaba en compañía de Ambrosia fuese precisamente un sueño, una posibilidad, y en realidad, precisamente el 2 de octubre por la tarde, Viviana y él se hubieran entretenido curioseando en las librerías del centro, calcu­lando que la circulación por Paseo de la Reforma estaría cerrada, por lo menos en las primeras horas, porque se había anunciado una gran concentración en la Plaza de las Tres Culturas, se creía que esa tarde más de medio millón de personas iba a tomar parte en ese mitin al que asistirían muchos periodistas extranjeros, de los que estaban en México para cubrir las Olimpiadas, lloviznaba y apenas lograban mantenerse unidos bajo un paraguas, compraron dos libros de Conrad en la librería del señor Botas, era apenas el mediodía y calculaban llegar a Tlatelolco como a las cinco de la tarde, o cinco y media, había dejado de llover y entraron en Zaplana en San Juan de Letrán, adonde no se pudieron contener y compraron las novedades de editorial Lumen, El hombre invisible, Una nueva vida, Una chica como tú, Los cachorros, Izas, rabizas y colipoterras, no era fácil bajar al centro en esa temporada, y miraban las carátulas de los libros sobre las mesas medio urgidos de salir pronto para llegar temprano al mitin, pasaron muy de prisa por la Librería del Prado, y Carlos Hernández les regaló un Harper’s Bazaar y un Creepy, y hasta entonces se dirigieron al cine Manacar, histéricos, porque no se podía ir demasiado rápido, con la premura de no desperdiciar demasiado tiempo, conscientes de su cita en la Plaza de las Tres Culturas, Viviana lo esperaba bajo el paraguas y él corría por el auto y la recogía, o al revés, él se llevaba el paraguas y ella se quedaba bajo un quicio, pero total, cuando llegaron a esa librería, una vez vencido el tráfico, estaban cansados y mojados, como dicen los novelistas decimonónicos hasta-los-huesos, les quedaba un billete de veinte pesos todo arrugado, Viviana quería esperarlo en el auto, ya no podía más, pero el Personaje que no Escupía en las Escupideras no aceptaba, de ninguna manera, ella lo había presionado para ir hasta allá, y él no sabía todavía lo que eso implicaba, dejaron el paraguas en el asiento de atrás y se fueron cantando y brincando un poco como Gene Kelly en Cantando en la lluvia, esquivando charcos, encaramándose en las bases de los postes y alzando la cara para recibir el agua plena y apasionadamente, irresponsables, tan felices que hasta dejaron el cambio del billete de veinte en la librería, el libro sólo había costado 9.90, ruidosos y cada vez más eufóricos, ahora sí a la manifestación, a exigir cuentas de una vez por todas al pinche gobierno, ya encarrerados los ratones que chingara a su madre el gato, habían dejado el coche en una callecita lateral llama­da Asturias y no estaba, ¿cómo?, no habían tardado ni diez minutos y no acababan de creerlo, desandaron el camino una y otra vez, incrédulos, hasta acabar de nuevo en la librería para usar el teléfono y llamar a la Compañía de Seguros, a la policía, a los padres de Viviana y los suyos, para que los recogieran y llevaran a la Delegación para levantar la demanda, y luego a la manifestación en la Plaza de las Tres Culturas, pero en la Delegación el caos era total, aunque lograron solidarizarse con un matrimonio que se había presentado también para reportar el robo de su auto, el Agente del Ministerio Público pasándose de listo, ¿están seguros de que no se los llevó la grúa de Tránsito?, ¿no se los habrán embargado por exceso de pago?, en fin, no sabían nada de lo ocurrido en la Plaza de las Tres Culturas, adonde no pudieron llegar, Viviana lo consentía, lo mimaba, besaba y acariciaba por todas partes y murmurabaque bueno, piensa que Amón, Cabeza de Carnero reinaba con una estrella sobre el Olimpo y tú, yo que contaba con las espiras en forma de media luna y los novillos castrados jadeando en la encrucijada, tan desasosegado había quedado de ver a Lourdes, pero no pudo pasar por ella, hacía una semana que no sabía de ella, Manuel Rivera lo acompañó a levantar un acta al Servicio Secreto, los periódicos hablaban de cadáveres en Tlatelolco, como si hubieran levantado su autocensura, describían vehículos volcados e incendiados, columnas de humo en el Campo Marte, y era como si toda la ciudad tuviera miedo, se temía incluso que se cancelaran las Olimpiadas, pero se inauguraron los Juegos Olímpicos y su volkswagen apareció por Contreras sin cristales, sin volante, sin asientos, sin llantas, sin portezuelas, sin motor, sin defensas y sin placas, ¿destruido como la juventud de su país?, ¿devastado como su ciudad?, la Compañía de Seguros tardó tres semanas en reconstruirlo, y ellos una semana más para poder circular de nuevo, mientras Sócrates Campos Lemus y muchos otros empezaban la redacción de La novela oficial, los periódicos con listas de desaparecidos, con la supuesta identificación de los líderes de la conjura comunista, días de frustraciones, de discusiones domésticas, en las librerías, en las calles, en el supermercado, y en los suplementos entrevistas con los intelectuales detenidos, Obsesivos días circulares, el Personaje que no Escupía en las Escupideras redactando fichas, la infancia de Lourdes, porque no podía hacer la infancia de Viviana, un poco desesperado, inquieto, ¿por qué tenía esa propensión a numerar, a gobernar lo ingobernable, a narrar lo inenarrable?, la juventud de México dormida, se había dormido, parecía dormida, y el coche que no podía estacionar en ninguna parte, apenas entraba en el cine o en alguna fiesta y ya quería
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