Salto de tigre blanco. Gustavo Sainz

Salto de tigre blanco - Gustavo Sainz


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clásica, y generalmente hago traducciones para sobrevivir. Hoy, por ejemplo, me dieron un cuento. Es enorme y quizá sea más bien un relato, novella o novela corta. Se llama Vida, muerte y otros sueños. Está dividido en 63 fragmentos y el primero no tiene número sino un epígrafe: They are known as They. Primer problema, pues la primera traducción que se me ocurre es Ellos son como son, lo que me suena bien, pero que a la vez siento perentorio, pues puedo encontrar algo mejor. ¿Ellos son como Ellos? Claro que así nunca entregaría la traducción. Y la primer frase, qué extraña, debe ser literatura de vanguardia, en donde todo se vale: Vivían como Sacudidores, con una pequeña diferencia: no dejaban de probar nada, y no dejaban entrar a nadie. Bueno, parece que hoy voy a acabar temprano y podré relajarme y tocar el piano. ¿Vivirían como Sacudidores? ¿Qué significará vivir como Sacudidores?

      Yo no los conocía, no sabía de qué o quiénes estaban hablando. Yo estaba lejos, muy lejos, abstraída, aislada… Veníamos de regreso a mi casa. “Tienes una amiga muy callada ¿no?” Me esforcé por imaginar que yo estaba a muchos kilómetros de allí, que no era de mí de quien hablaban, porque yo no los conocía, yo sinceramente, realmente no tenía idea de lo que decían, yo estaba lejos, muy lejos… Me esforcé también por no llorar, después de todo ya tengo veinte años y no puedo llorar así como así… No fue sencillo, sentía el nudo en la garganta, sentía cómo los ojos se me llenaban de lágrimas, sentía el desamparo, la soledad, el rechazo que tantas veces he sentido… Muy callada… Muy callada… ¡Cuántas veces he oído eso en mi vida! ¿Cuántas veces tendré que oírlo en el futuro? ¿Cuántas veces me pregunté a mí misma el porqué? ¿Por qué soy “muy callada”? ¿Por qué? ¿Por qué todo, absolutamente todo lo guardo para mí? ¡Las innumerables veces que pude haber resuelto las cosas con los seres que me rodean si tan sólo hablara, si tan sólo dejara salir lo que llevo dentro de mí…! Estoy imposibilitada para ello, me encierro en un mutismo absoluto, no digo nada y curiosamente siempre, siempre, siempre, las personas sienten “algo” que las separa de mí, irremediablemente. Invariablemente hablan de un muro que levanto a mi alrededor. Lo hago, sé que lo hago porque quiero apartarme, alejarme, desaparecer… Si pudiera desintegrarme y desaparecer para resurgir en otro lado ya lo habría hecho tantas, tantas veces… ¿Por qué soy así? ¿Por qué me cuesta tanto trabajo existir? ¿A qué se debe que nunca logre la comunicación con otro ser? ¿Por qué tengo que guardar este silencio mortal? ¿Por qué? Tengo que saber la respuesta, la respuesta que sólo yo tengo. Soy diferente, absolutamente diferente de cuantos me rodean. Soy increíblemente sensible. Registro cada gesto, cada palabra, cada actitud y todo lo interpreto. Un tono de voz alto, con la menor nota de enojo basta para que yo desee encontrarme del otro lado del mundo. No es posible. No es posible vivir así. Me siento “desadaptada social”. Hoy fue terrible. Nunca he sentido más largo el camino a mi casa. Fue eterno… Pero si intento explicar qué fue lo que pasó, resulta que no pasó nada. Y siempre ocurre así, de manera que no puedo ni siquiera intentar analizar lo sucedido porque no hubo nada perceptible a los sentidos. Es decir, no fue lo que dijo, no fue lo que hizo, sino quizá cómo lo dijo y cómo lo hizo… O quizá no, tampoco fue eso…

      Yo creo que la mujer no tiene sexo. No quiero que entiendan ni lo entiendo como si no tuviera ninguno, como carencia, sino exactamente al contrario, sólo que no puede asumirse bajo ningún término genérico ni específico. Le toca al poeta descubrir a la mujer, dice Octavio Paz. Cuerpo, senos, cintura, nalgas, pubis, clítoris, vagina, labios, vulva, cuello uterino, matriz, manos, pies, ombligo, músculos, sangre, caderas, sudores, uñas, y ese nada que ya las hace gozar en su diferencia, de su diferencia, impiden su conducción a ningún nombre propio, a ningún concepto. Así pues, la sexualidad de la mujer no puede inscribirse como tal en ninguna teoría si no es a través de su contraste con los parámetros masculinos…

      Yo puse la grabación más gastada y más fea que teníamos de La Traviata (la de Toscanini), y nos pusimos cera francesa para dormir en las orejas. Fuimos hacia la mesa de controles y los giramos todos a la derecha menos los bajos, a los cuales les dimos vuelta a la izquierda. La noche era de bronce. A la primera nota sentimos que todos los vecinos despertaron asustados con la impresión de que un elefante se estaba ahogando en tormentoso drenaje. Patadas, gritos, maldiciones, golpes de todos lados, de abajo, de arriba. Una pobre mujer, declaró El Último Triunfo o La Gran Aguja de Crochet, sea lo que sea, en ese desierto poblado que llaman Mexikafka. Muchos, quizá todos, telefonearon a la policía, que tenía otros pescados que freír y bastante hambre. En el cuarto flotaron vapores de una manera interesantemente diáfana, casi poética. Nos hicimos el amor sumergidos en un mar de odio. Cuando El Perro de la Luna tiró el dinero a los pies de uno de Los Barcos de Vela, uno de Los Adoradores del Plátano Blando perdió el control y los vecinos se ahorraron o se les negó el último efecto: mi tos de tísico.

      ¿Yo mismo por yo mismo? ¡Pero si éste es el programa mismo del imaginario! ¿Cómo reverberan, cómo rebotan los rayos del espejo sobre mí? Más allá de esa zona de difracción —la única sobre la cual puedo echar una mirada sin poder nunca, no obstante, excluir de ella a aquel que precisamente va a hablar de ella— está la realidad, y está también lo simbólico. Respecto a éste no tengo la más mínima responsabilidad (¡ya tengo bastante que hacer con mi imaginario!): le toca al Otro, a la Transferencia y, por tanto, al lector. (Roland Barthes: Roland Barthes par Roland Barthes.)

      Yo fui a comer al café Viena en Popocatépetl, y de allí a la oficina de Ginechen. Durante la comida terminé de leer un artículo que me prestó la otra vez sobre cómo se producen los cambios en la gente. Me llamó la atención, por ejemplo, que según el autor muchos psiquiatras tienen la idea errónea de que son una especie de cirujanos de la psique —llega el paciente, se pone en sus manos, y éste le extirpa (o trata de extirparle, pues este sistema no tiene éxito) el problema que lo hace sufrir. O bien, del otro lado de la moneda, el paciente llega con la idea de que el psiquiatra lo cure. Pero en la práctica el paciente es el único que puede curarse o componerse. Depende totalmente de él el éxito que pueda llegar a tener la terapia. No es suficiente que sea puntual, que escarbe asiduamente en su memoria para revivir su pasado —tiene finalmente que asumir la responsabilidad de curarse o no curarse. Otra cosa que me hizo pensar es que el autor dice que la terapia psiquiátrica es que el paciente pueda cambiar cierto tipo de conducta que a lo largo del tiempo y a fuerza de repetición, se ha convertido en parte integrante de su personalidad. Cuando él comprende este punto y empieza a crear un nuevo tipo de conducta, y llega a integrarlo a su personalidad, cambiarán las circunstancias en que vive y que lo hacen sufrir.

      Yo voy a la escuela y entre clase y clase o de camino de la escuela a la casa o de la casa a la escuela, hace días que tengo una sola obsesión y una vez y otra me vienen a la mente el tema, las imágenes y todo lo concerniente a los ojos y la vida sexual. Debo radiar mi obsesión, porque hoy mientras acompañaba a una de mis compañeras a la parada del camión, ella me hablaba de su tía, a quien le gusta maquillarse extravagantemente los ojos. En una reunión una señora le preguntó: ¿Por qué te maquillas tanto los ojos? Y ella respondió: Si me vieran el culo, también me lo pintaría… ¡Qué estrafalario! Mi compañera me soltó esta anécdota en los mismos días en que yo había empezado a hacer esta investigación con el propósito de empezar de una vez por todas con mi tesis. ¿Qué mosca me picó, qué perro me mordió para que me obsesionara con semejante tema?

      Yo diría que el falo es prehistórico, algo no asimilado por la historia, por la Historia de la Cultura… Aunque hay una asimilación falsa, el falo de museo, de los dioses, de las esculturas clásicas. Y ésta es una asimilación mentirosa, hipócrita, cómoda, sin duda demasiado cómoda… ¿Por qué se puede encontrar tan fácilmente en cualquier aeropuerto revistas adonde se ven las vaginas de las mujeres? ¿Por qué no aparecen falos en erección? No hay posibilidad, y no se trata de censura ni nada así…

      Yo desde que tengo memoria quería suicidarme… Hoy mismo, en espera de la vida o la muerte, prefiero esta última… Mi hermana cuenta que Sandía llegó de Acapulco la noche del 3 de enero, y aunque la puerta estaba cerrada pensó entrar y decir hola… Me encontró en el suelo, inconsciente, boca abajo, con la ropa mojada de orines, la cara hinchada y con manchas oscuras… Trató de ponerme en la cama, pero no pudo… Parece que me agité mucho y balbuceé que no me moviera…


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