Salto de tigre blanco. Gustavo Sainz

Salto de tigre blanco - Gustavo Sainz


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mucho, pero que estaba retirándome de esas relaciones, que todo eso se disolvía por sí mismo porque no podía compararse con lo que nos pasaba a nosotros, con lo que sentía cuando estaba a su lado, y cómo saber que una mujer como ella iba a presentarse en mi vida así, tan de pronto, y cómo iba yo a estar esperándola en soltería y olor de santidad… Río con franqueza. Me dijo que cuando subió al auto estaba enojadísima, pero que se le olvidaba continuamente. Fuimos al departamento y nos besamos largamente en la oscuridad escuchando melodiosa música de arpa, minuciosamente besándola, primero por aquí y después por allá, mordiendo sus clavículas con suavidad, los lóbulos de sus orejas, casi sin hablar, mecidos por la música de Nicanor Zavaleta.

      Yo ya no tengo más el problema de lo uno-después-de-lo-otro del narrar. Ya no me preocupa qué hago después con la noche, con el día, con la mañana, con las horas. Yo puedo escribir como quiera. Puedo dejar que un tiempo transcurra como si el tiempo estuviera detenido, o como si el tiempo siguiera muy muy despacio. En una oración puede ser primavera y en la siguiente puede ser invierno, o frío, luego es de noche, luego es de noche otra vez, el día no aparece nunca… Es una liberación muy humana, espero que la acepten. Y sin la cual no podría seguir adelante…

      Yo creo que cada una de nuestras relaciones es diferente y somos diferentes en cada una de ellas. Por eso la monogamia es tan perversamente interesante.

      Yo creo que la sexualidad y el papel de la mujer tienen mucha importancia en las obras de Alejo Carpentier y Gabriel García Márquez. Especialmente en El siglo de las luces y en Cien años de soledad. En estas dos obras aparecen varias escenas de violación de mujeres en el desarrollo de las tramas. La violación de mujeres tiende hacia la cosificación de la mujer como víctima. Voy a tratar de analizar las similitudes y diferencias entre la forma como Carpentier y García Márquez presentan la violación de sus protagonistas, las razones posibles por las que estos autores escribieron esas escenas, y hasta qué punto las víctimas son objetos…

      Yo tengo un poco de frío y estoy esperando que den las nueve. Cornelius van Dam convino en pasar por mí. Afuera se ve lluvioso y hace frío. Hice mis maletas y todo cupo perfectamente. Vinieron de la empresa con seis cajas y sólo se llevaron tres atiborradas de libros que me mandarán por barco a cuenta de la editorial. El chico que trabaja en la administración local me habla del año y medio de acuartelamiento que tienen que sufrir los jóvenes acá, y de la obligación de llevar siempre consigo el carné de identidad, con fotografía en colores y huella digital, renovable cada cinco años. Voy a la oficina y asisto a la junta general, en donde me hacen hablar de mis proyectos. Veo bastante linda y sobre todo sensual y comestible a la Subgerente de Tránsito. Me invita Ludwig H. Heydenrich a comer mariscos en un lugar llamado Jacinto, reputado como muy bueno, pero que no me parece mejor que otros que hemos visitado. Querido me dice a media cena, esta noche vas a tener el pito fosforescente… Volvemos a la oficina y se define mi cargo y también mi sueldo. Esto me provoca gran tranquilidad pues dejaré de desperdigarme en miles de chambitas. Gianni Ser Lapo me trae al hotel y camino hasta la tienda Bayer en la Vía Layetana para comprar una maleta más y tener el par. Vuelvo al hotel en un taxi. Don Michael Alpatov me dice que esta visita le ha servido para entrenarse como anfitrión y que la próxima será mejor. Gianni me ofrece su casa de Biarritz y un auto por si quiero venir de vacaciones. Ahora la deseable Alcognia, Subgerente de Tránsito: me invitó a cenar ayer y yo dije por cortesía que estaba seguro de que la pasaría bien con ellos, y ella replicó Con mi marido quién sabe…, entre pícara y retadora. Desde el despacho debajo de la casa de Michael confirmé mi asistencia y Gianni me llevó hasta su domicilio y para mi alboroto el marido aún no había llegado. Alcognia me llevó a la cocina y se burló diciéndome que iba vestido muy de Príncipe de Gales, y cuando volvimos a la sala empezó mi examen, un poco árido y feroz, que cuántas veces hacía el amor al día. Me asustó su cinismo y hasta me intimidaban sus ojos bárbaramente luminosos y las mejillas tostadas por el sol y los labios, al besarla, extraordinariamente pantanosos. Se disculpó de pronto, como asustada de su proceder, se arregló la ropa desordenada, el cabello, y en eso, como si lo hubiera presentido, llegó su esposo, alto, atlético, jovial, alegre, burgués, autonombrándose experto en Schubert. Fuimos a cenar al Tibidavo, una cena incómoda, siempre sometido a examen sobre museos, galerías, películas, libros, músicos, fotógrafos, pintores. Volvimos a su casa. Los senos de Alcolagnia me parecían enormes, el porte espléndido, las nalgas frutales. Sus cabellos eran como los de Solange, entre rubios y rojos y cafés, ralos y lacios hasta la altura de los pezones. Me enseñó sus libros favoritos, sus fichas, me habló de Louise Labé y de Julien-Offroy de La Mettrie. Este último dijo “que cuanto más lascivo era un cuadro, más constituía una imagen ingenua y expresiva de una realidad que el corazón adora”… Como a las dos de la mañana decidí irme y ella acordó llevarme al hotel. Al llegar al Ritz me dijo que no tenía nada de sueño, pero no quería invitarla a subir y la invité a caminar, entre alarmado y expectante. Me preguntó qué opinaba del binomio dolor-placer, y si creía que se podía llegar al placer haciendo sufrir, o bien, sufriendo uno mismo. Bueno, le dije, eso lo desarrolla Sade. La noche era tranquila y dimos una vuelta enorme, sin tocarnos, ella describiéndose a sí misma como una burguesa con fantasías, pero invitándome a leerla más a fondo, insinuando que tenía otra vida pese a sus bien dotados 23 años, tres idiomas y 45 000 pesetas de sueldo. A las seis de la mañana la besé y acaricié sobre la ropa, más cansado que lujurioso, y casi la llevé a rastras hasta su coche. Subí a dormir. Cuando desperté, todavía mantenía la sensación de ella en las manos y los labios. Apenas pude le mandé un ramo de flores con unas edecanes amabilísimas, y casi al mediodía volví a verla en la oficina fumando y caminando nerviosa de un lado a otro, tensa y desesperada, con tintes espléndidos en la piel joven… Empiezo a decidir no llevar maleta de mano sino nada más mi bolsa con los documentos de viaje, el libro de Joyce Mansour y mi libreta de apuntes, además del enorme libro de litografías de Adami.

      Yo todavía me estaba bañando cuando mi ex esposo entró en mi cuarto. Hola, floja, me dijo asomando la cara. Me vestí muy de prisa y salimos a ver el terreno que dice estar comprando en Bosques del Pedregal. Primero pasamos por casa de Guan Yin y Grendel. Nos gustó mucho a todos. Mi ex ya tenía un croquis de la casa que piensa construir. Me gustó mucho todo. Él estaba muy contento. Está tomando el timón otra vez. Me siento tranquila. De regreso, al pasar frente a la casa de Peredur, me acordé de pronto que anoche soñé que mi ex y yo entrábamos en auto a la privada de casas que están detrás de la casa de Peredur, con la intención de estacionarnos hasta el fondo y hacer el amor…

      Yo le enseñé un subrayado en las Obras completas de Charles Baudelaire: Un hombre va al polígono de tiro de pistola acompañado por su mujer. Apunta a una muñeca y dice: “Me imagino que eres tú”… Cierra los ojos y abate a la muñeca. Luego, besando la mano de su compañera, dice: “Ángel mío, te doy las gracias por mi habilidad”. Ella gozó la analogía.

      Yo no puedo leer las instrucciones, no puedo leer ni mi mano en esta oscuridad. Prende los faros. Así es mejor, baby. Dice aquí. Dice que para coger por ocho horas seguidas, bueno, dice que te embriagues levemente con licor, que añadas el polvo de la yombina de tu preferencia, que te des un toque de la Raya Azul de Nepal, y que tengas el anillo a la mano, eso dice. ¿Nada de beleño, belladona, marihuana, heroína, coca, vaselina, hielo, anfetaminas, aspirinas? Nada de eso, pero todo se puede probar…

      Yo estaba en un café y noté la presencia de una joven que despedía un aire misterioso. También observé a dos hombres mayores mirándola, uno de ellos demostrando un interés más que peculiar. La mujer alta, de piernas largas y pelo negro y lacio, vestida con una minifalda violeta, tenía una mirada serpientegatuna de fugacísimo brillo. Su languidez servía para destacar otras cualidades felinas. Leía o simulaba leer un gran libro, un libro tamaño volumen ilustrado. Era obvio que buscaba un encuentro. Alguien gritó ¡Lorelei! Después de un tiempo el hombre interesado se abrió paso entre las mesitas y llegó hasta ella. Lo vi detenerse levemente para poder leer el título del libro y se marchó. De su caminar se desprendía cierta turbación. Terminé mi demitasse y por simple curiosidad, al salir, pasé por el mismo sitio. Al acercarme supe sin lugar a dudas que era Simone. Se trataba “de un volumen grande, encuadernado, con una brillante sobrecubierta en colores con la reproducción de un cuadro de Leonor


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