Salto de tigre blanco. Gustavo Sainz

Salto de tigre blanco - Gustavo Sainz


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Simplemente sabías que estaba allí: las monedas de chocolate cubiertas con papel de oro, la mazuma mazuma, lo que se necesita para levantarse de la cama y cagarse en la propia y mejor vajilla (si no quieres hacerlo en tu cloaca, es tu viaje, baby), y sí, compañeros. Lo tenían. La hierba que sabe a tinta y dedos callosos, impresa sobre el mejor papel de Crane, de ése que tiene ramilletes de ceros en cada esquina, antecedidos de una cifra… Un general venido a menos se apresuró a abrir la puerta del taxi del cual ya habíamos salido mucho tiempo antes. No le dimos propina. Nos dijo groserías hasta arriba, nos dijo groserías hasta abajo, nos dijo groserías hasta que entramos in brogue. Nos arrastramos por el vestíbulo. Oh, minas de travertini, ¿nunca se acabarán? O eres tú la insinuación, la clave, el letrero, quizá la Cosa Misma, lo aparentemente imposible: provisión inagotable. En realidad todo era feo y blanqueado de piedra de Kasota ¿a quién le importaba? A nosotros. A lo lejos un tambor nos proporcionó un poquito de locura por las orejas: algunas toneladas de prismas habían golpeado el suelo del barco, hacía una noche de luz y miedo. Velozmente hacia arriba. Náusea de montaña. El piso noventa, todo el piso adornado como La Terraza del Terror (balaustradas de hilo nylon transparente). Una autómata —la obra maestra de un montón de artesanos muy diestros y del brujo de Chiapas: La Anfitriona. Brazos de tela de chryselephantine se levantaron y separaron, palmas hacia abajo. Una mano para cada uno para hacer con ella lo que quisiéramos: apretar, lamer, acariciar, besuquear, golpear, pero no precisamente sacudir. Los ojos —trasplantaciones color lavanda de lo mejor—estaban mojados por la alegría, la más cara. Nuestros labios se separaron. Click. Esto es una grabación. Estoy tan FELIZ de que hayan podido VENIR. Si tienen algo que decir —y debe ser algo bueno—, esperen el tono. Sobre esas manos bajaron ojos como de lentes gran angulares. Con la mirada de un connoisseur de perlas, joyas y relojes, alguien que realmente conoce su materia y no acepta ningún engaño de nadie, especialmente cuando nadie le ha dicho nada. Estudiamos la colección. Hmmmm. No era de lo mejor. ¿El anillo que quita el polvo de los nudillos de rubí azul? Ésta es la más famosa falsificación en el mundo entero más Saturno, Marte y Júpiter con todo y lunas de repuesto… Tartamudeo de coraje. Tonto. Cretino. Idiota. Se levantaron las miradas y me miraron a la cara. Mi sonrisa se volvió simplemente más cariñosa, pero mis ojos habían cambiado sutilmente. De ellos brotaba La Aurora Boreal caliente y echando humo. Nuestras caras se sonrojaron, pelaron, sanaron y oscurecieron hasta el bronceado deseado. Un brillo colorado y sano. Nos fuimos inmediatamente. Mejor que Acapulco. Más barato y no hubo bicicleteros pega y corre. ¿Acapulco? ¿A quién le hace falta?

      Yo voy a empezar hoy con una cita de Jorge Luis Borges, nada menos que de su espléndida Historia de la eternidad. ¿Listas? ¿Listos? “Una infinita duración ha precedido a mi nacimiento ¿qué fui yo mientras tanto? Metafísicamente podría quizá contestarme: yo siempre he sido yo; es decir, cuantos dijeron yo durante ese tiempo, no eran otros que yo”. Jorge Luis Borges. Be, o, erre, ge, e, ese. Borges.

      Yo conocí a otra nueva paciente… Espárragos… La saludé y le ayudé a servirse su desayuno… Ahora vamos a una junta de comunidad que empieza a las ocho… Se habla allí de una pareja de jóvenes que se abraza y se besa en el salón de descanso… El Palenque, le dicen… Según el reglamento no deben hacerlo… Pregunto si se está discutiendo desde el punto de vista terapéutico, estético o moral… Terapéutico… Se acuerda que se aplique el reglamento… Se discute si se conecta otro tocadiscos en la biblioteca… Seguí leyendo el reglamento… Tiene faltas de ortografía… Me quedé un rato en el jardín hablando con la bella Mermelada, quien está segura de que la depresión maníaca es un problema de litio y dieta… En un grupo se habla de ir al circo este fin de semana… Yo no quiero ir… Detesto el circo… Detesto a los payasos y a los animales hambrientos… Detesto las juntas de terapia… Detesto las discusiones… No quiero saber lo que quiere hacer el grupo… Yo hago lo que me da la gana y nada más… Al diablo con el grupo… Me sentí muy triste… Pensé en el fin de semana… Recordé muchos fines de semana… Lloré… Les dije que me sentía muy triste y sola los fines de semana… Me quedé un rato sola… Recordé tantos fines de semana sola, caminando entre extraños en Chapultepec… I smiled at a stranger today/ and he smiled back at me/ We both went on our way/ smiling…

      Yo nada más tengo una exigencia: honrar todas tus partes. La boca tanto como el sexo, el útero tanto como la oreja, la vulva como el ano, la rodilla como el fino tejido de tus párpados, la planta de tus pies y el lóbulo de tus orejas, hacer oír los cantos más variados, buscar las modificaciones más sutiles en tu piel según haga frío o más calor. Quiero estar en todas partes para que el goce, el que se proclama prisionero del pubis o del pene ariete ya no esté en ningún lugar preciso, sino que surja inesperado entre los dedos de tus pies, en la punta de tu lengua, en la nuca, alrededor, en la profundidad de tu ombligo, la espalda, las palmas de las manos, el interior de tus muslos, tus sobacos, los labios vaginales, el clítoris… Ah, si yo tuviera mil bocas…

      Yo quería encontrar en la biblioteca algún libro con las pinturas de Leonor Fini. Busqué dos títulos que me dio mi profesor sobre ella y su obra, Leonor Fini, de Xavière Gauthier (Le Musée de Poche, 1975), y Le livre de Leonor Fini (Éditions Clairefontaine, 1975). No los encontré. Pero veía autorretratos de Víctor Brauner y pinturas de André Mason y Fernand Léger. Encontré un dibujito de Fini. Hice copias. Descubrí que Brauner desde 1927 y hasta 1937 había pintado “imágenes del inconsciente, obsesivas, concernientes a los ojos, algunas de extrema agresividad. Cuadros en los cuales el ojo es substituido por un sexo femenino o se transforma en cuerno de toro, pinturas en las que los personajes están parcial o totalmente desprovistos de sus ojos” (Sabato 308). La edición original de Histoire de l’oeil (1928), ahora entre los libros raros de la biblioteca Houghton de la Universidad de Harvard, tiene ocho litografías de André Mason (Suleiman 134). El frontispicio muestra dos figuras femeninas, cada una de ellas con un globo ocular en el sexo (Lojo de Beuter 562). Recordé la imagen de la “vagina dentata” del libro La destrucción o el amor (1933), de Vicente Aleixandre, y pensé en la importancia del ojo sexual para todos los surrealistas. Por la noche me la pasé leyendo en voz alta diferentes pasajes de Abaddón el exterminador. Por ejemplo ése donde Sabato bajaba por una escalera de grandes ladrillos chatos de la época colonial, guiado por Soledad a los túneles secretos de Buenos Aires. Al fin se encontró en una caverna más o menos del tamaño de un cuarto. Sobre un muro había un farol que daba una tenue iluminación. Soledad apagaba su luz cuando R bajó por las escaleras. Los tres formaban un triángulo. Sabato percibía que bajo su túnica transparente Soledad parecía una mujer serpiente. Con movimientos lentos y rituales Soledad se quitó la túnica, se acostó sobre su camastro y abrió las piernas. R acercó el farol de la pared a los muslos de Soledad. En ese momento Sabato “vio que en lugar del sexo de Soledad había un enorme ojo grisverdoso que lo observaba con sombría expectativa”. Sabato se quitó su ropa. R lo hizo arrodillarse ante Soledad, entre sus piernas abiertas. “Entonces ella se incorporó con salvaje furor, su gran boca se abrió como la de una fiera devoradora, sus brazos y piernas lo rodearon y lo apretaron como poderosos garfios de carne y poco a poco, como una inexorable tenaza lo obligó a enfrentarse con aquel gran ojo que él sentía allá abajo cediendo con su frágil elasticidad hasta reventarse. Y mientras sentía que aquel frígido líquido se derramaba, él comenzaba su entrada en otra caverna, aún más misteriosa…” (Sabato 420).

      Yo le pregunto con qué derecho llama usted experiencia a la desfloración…

      Yo eyaculo sobre esa tardía tradición platónica y cristiana que ahoga el cuerpo bajo la vergüenza…

      Yo y mi amada en la desilusión poscoital. Absortos en nuestros pensamientos, resumiendo experiencias, haciendo balance, calificando pretensiones… El tema no era el amor, sino aquello que lo hace tan difícil y frágil… Por la mañana se manifestaron las antiguas contradicciones de unión y separación, apariencia y extrañeza, pasión y correr del tiempo…

      Yo creo que no siempre hemos sido actores en una mucha mayor medida que hombres de acción, como lo somos ahora… ¿Cómo se dio el proceso a partir del cual hemos extraviado ese sentido de entereza que conocemos como personalidad y ese valor de integridad que definía a la conciencia individual y social práctica? ¿Por qué se ha ido vaciando tan rápidamente de significado


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