La Princesa del Palacio de Hierro. [Gustavo Sainz

La Princesa del Palacio de Hierro - [Gustavo Sainz


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lo saludé, ni le dije nada, nada más le dije no sabes qué ganas tenía de verte, anhelante, con cierto aire dolorido. Y entonces me dijo ¿deveras? Es nuestro diálogo… Le dije sí, con pasión, ¿vas a estar aquí mucho tiempo? Y me dijo sí, por qué no van a donde tienen que ir y nos vemos en el café de esa esquina en quince minutos. Yo le dije sí, allí nos vemos. Y nos pusimos contentísimas, felices de tan golosa combinación, rapaces, escandalosas. Y Las Tapatías me acompañaron hasta el café y se despidieron…

      Entonces apareció Mauricio, deportista y cantante, ya sabes, campeón de yudo y karate durante más de diez años. Yo salía con el guapo guapo entre semana y con Mauricio los sábados y los domingos. Pero estaba drogándose, tú, y se había convertido en el hombre más malo que hayas visto en tu vida. Nunca podrás conocer a uno más malo y más bravero, jamás. A todo el mundo madreaba, a todo el mundo lo medio mataba, a todo mundo, no, no, no sabes. Fíjate, tenía un corvet así, chaparrito, y nos subíamos y me ponía periódicos en las piernas para que los que iban en los coches más altos no me las vieran. Ay, era…

      Un día fuimos a ver un departamento, lo acompañé a ver un departamento. Cuando llegamos ¿no te importa que sale un tipo borracho de equis lugar y me hace así con una copa, brindándomela? Iba yo cargada de bultos y cosas, así, porque me acababan de abrir el coche y estaban forzadas las puertas, digo, las ventanas, y entonces no podía dejar nada. Entré así porque Mauricio ya estaba adentro y nos habíamos citado. Era para, bueno, dizque casarnos, cosa que nunca íbamos a hacer, que nunca hicimos, jamás. Yo iba cargando todo. Estaba una puerta abierta y descubrí a dos señores tomando, ya grandes, muy bien arreglados. Entonces uno de ellos me hace así con su copa pst, pst, señorita, y se levanta y viene hacia mí. Mauricio se dio cuenta y casi lo desbarata, tú. El hombre se le hincaba, el hombre se le hincaba y le decía por favor, le suplico, por favor, déjeme, se lo pido. Y a cachetadas, y a cachetadas, durísimo, durísimo, pero durísimo. Horrible ¿no? Ya lo tenía todo abierto al hombre, todo destrozado, todo sanguinolento. Bueno, yo tapándome la cara, en fin, horrible, horrible, horrible… Y en cuanto lo vi, la tarde que te cuento, la muy idiota que digo ay, que tienes un coche nuevo, enséñamelo, y que me salgo volada para ver el coche, un mercedes benz… Nadie lo denunciaba. Una cachetada a cualquiera le tenía que haber costado el campeonato de yudo y karate, no me digas que no. Pero nadie se atrevió a denunciarlo y fue campeón durante once años o más… Piensa en todos los que habrá golpeado, imagínate…

      Y ya estaba con él, en su nuevo coche esport, y vi entrar a Alexis en el Kineret y yo no le podía avisar ni nada. Vi que Alexis pedía una cerveza y no le podía mandar ningún recado. Nada más podía mirarlo y eso de vez en cuando, furtivamente, retorcida de ansiedad. Y lo vi terminarse la cerveza y aburrirse. Yo estaba petrificada, viendo desaparecer adentro de ese coche todas las posibilidades de realizar el encuentro superdeseado con un sufrimiento terrible. Total, de pronto identifiqué unas palabras de Mauricio. Te llevo a tu casa. Llevaba diciéndolas quién sabe cuánto tiempo. Y dije bueno, llévame, porque había visto salir a Alexis. Dije fervorosamente mañana, mañana lo localizo por medio del güero Frontoni. ¿Te acuerdas que tenía una tienda allí junto? Y eran muy amigos. O si no, hablo a Acapulco, pero mañana lo localizo… Diablos, sí, mañana sin falta…

      Al otro día que me levanto a las ocho de la mañana y comienzo a hablar por teléfono a casa del güero. Nunca me contestó. A las nueve de la mañana ya estaba vestida, pintada y arreglada en la puerta de su tienda, sólo que ya no tenía tienda, la había vendido y no me había dado cuenta, no sabía. Ah, luego me encuentro a Tito Caruso y le cuento mis tristes penas. Fíjate lo que me pasó, un muchacho que nunca había salido conmigo, en el Kineret, una cita, iba, estuve, en punto, Mauricio, allí, Las Tapatías, y ahora que estábamos decididos a salir, este, yo quería…

      Fíjate, era tan cierto que hacía un par de semanas que había escrito a Acapulco pidiéndoles a Sarita y Jacobo que me invitaran, que tenía muchas ganas de ir, de descansar un poco, de asolearme, pero yo con la intención de arrojarme a los genitales del apático Alexis y ahora sí de andar con él, ahora sí, definitivamente… Bueno, si me hacía caso ¿verdad? Porque después de tantas cosas que habían pasado a lo mejor se le había disuelto el interés cachondo. Y entonces fíjate, qué casualidad, antes de que Sarita me contestara me encontré con Alexis. Es que tenía muchos negocios en México ¿no? ¡Qué maravillosa coincidencia! Entonces Tito dijo ¿quién es? Naturalmente interesado porque le caía medio mal el guapo guapo.

      Y no, no lo conoces, es un muchacho que no vive en México… Además yo no quería decirle ¿no? Porque era, bueno, peor que setecientos Mauricios. En eso llega éste, ¿cómo se llama? Andrés Gutiérrez, uno de los novios de La Tapatía Grande, ya sabes, y me encuentra parada en la esquina y me dice hola flaca ¿no fuiste a trabajar? Y empiezo, estoy tristísima porque… Entonces que me suelto a llorar, tú, y le digo lo que me pasó y empiezo llore y llore y llore, llorando de llorar, Y dice dime quién es, yo te lo localizo. Le digo no, no, porque es un muchacho que tú no puedes conocer, no vive en México. No importa, dime quién es y yo trato de localizártelo y te averiguo dónde vive. Tito no entendía qué estaba pasando pero quería intrigar, descifrar. ¡La situación era francamente desesperante! Hasta que comprendió que sobraba y pretextando quién sabe qué cosa se fue. Yo estaba hablando del güero Frontoni y todo eso. Entonces yo, con una vergüenza espantosísima, dije Alexis Stamatis. ¡Qué bruto, qué bruto! Y Andrés se empezó a tapar la cara. Ay, le digo, ¿es terrible? ¡Es que lo dejé plantado, hoy quedé de desayunar con él y se me olvidó! No te creo, Andrés. ¡Te lo juro! Te lo juro. ¡Está en el hotel Presidente! ¿Palabra, Andrés? Palabra, flaca, que no sé qué. Nos fuimos corriendo a un teléfono, con inesperada lascivia y nuevo entusiasmo y secreciones insospechadas. Le hablamos y no estaba. Había dejado dicho en el hotel que si le hablaban se había ido a Puebla. Entonces le hablé a las siete de la noche. Me fui al Palacio de Hierro y lo llamé cuando ya íbamos a salir, pero no había llegado.

      Yo andaba en taxis. Tenía coche, pero no sabía manejar. Yo tuve coche desde los quince años, pero La Vestida de Hombre o Las Tapatías me lo tenían que manejar y yo aprendí hasta que cumplí dieciocho. Me daba miedo aprender y entonces lo tenía yo parado. Se llamaba Severo, mi coche. Era un austin de esos muy serios, serios, todo forrado de piel negra. Pero ese día pasó Mauricio por mí y me llevó a la casa. Le dije que estaba enferma…

      A las once de la noche lo llamé. Le dije Alexis, ayer me perdí, no te pude hablar, tuve un problema que no sé qué. Le dije te quiero ver. Y entonces me dice yo también. Me dice vente volandísimo para acá. Me dijo a qué hora te puedo ver. Yo no podía salir tan tarde, ya sabes. Me dijo a qué hora te puedo ver lo más pronto posible. ¿Puedo ir por ti ahora mismo? Te invito a bailar. Yo pensaba cómo podré escaparme, nerviosísima. Era tan fuerte la oscilación… Podré, no podré. Lo más temprano que se pueda gemía Alexis. No sé, decía yo, no sé, dime tú a qué hora nos vemos y nos vemos, estoy decidida. Entonces me dijo te espero mañana a las seis de la mañana. Y entonces le dije sí, sí.

      Imagínate, si me hubiera dicho ahorita, me hubiera jodido. Hubiera sido imposible porque ya era nochísimo y habría provocado un conflicto terrible en la casa. No me hubieran dejado salir. Entonces me levanté a las cuatro y media de la mañana y mi mamá me dijo a dónde vas a estas horas. A dónde voy a ir si es viernes, le dije, voy a comulgar. ¿A estas horas? Es que voy a bañarme, luego ya no me alcanza el tiempo de regresar. Me acuerdo perfecto… Me dijo mi mamá cómo vas a ir a comulgar si apenas son las cinco de la mañana. Bueno, mamá, entonces dime a dónde voy a ir. Imagínate… Y tengo que comulgar a estas horas porque hoy tenemos que estar a las ocho en El Palacio de Hierro, vamos tener una junta. Ella estaba en bata y olía a alcacélcer. Entonces ya me voy porque si no, ya no me da tiempo. Ella despeinada y yo feliz. Entonces me salí, ya me estaba esperando un taxi, todavía no amanecía y las bardas de piedra del pedregal, los postes, las banquetas, todo estaba en orden. Y entonces que me voy dizque a la comunión, a las cinco y media de la mañana.

      Cuando llegué a su cuarto de hotel toqué la puerta, toqué en la puerta… Fíjate qué recibimiento tan cursi, ahora que me acuerdo me muero… Abre la puerta muy elegante, de bata, casi luminoso, mentolado, inmóvil, inspirado, y que me da un beso, un beso, tú, que duró como mil años, de veras, increíble, casi


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