La Princesa del Palacio de Hierro. [Gustavo Sainz

La Princesa del Palacio de Hierro - [Gustavo Sainz


Скачать книгу
a ver a mi mamá o echarme a correr. Fíjate, mi mamá que era un monstruo… No sabía si correr o desmayarme, qué hacer. Por supuesto, a los dos minutos mi mamá dijo ya vámonos, estoy muy cansada. Nunca, hasta la fecha, me dijo nada, jamás ha hecho referencia a esa tarde, hasta la fecha, pero a las dos horas nos veníamos a México y esa noche ya estábamos aquí. Para esto, habíamos pasado como dos semanas en Acapulco, y a la hora que yo sabía que Alexis iba a llegar me salía al jardín, que quedaba frente a su casa, y cuando llegaba nos hacíamos adiós con la mano, así, adiós, adiós, y él se metía en su casa y yo a la mía. Era todo un amor platónico.

      Pasaron como dos meses y un día me llamó por teléfono. Quihúbole, cómo estás, te vine a visitar, estoy en México. Para esto, en el inter ya me había enterado de quién era él. Y entonces Jacobo nos lo había pintado como el gángster más gángster. Y así era ¿eh? Sí es… El gángster más gángster del mundo, un hijo de toda su madre. Bueno, ¿sabes cómo le decían? El Me Importa Madres. A sus espaldas, claro, así le decían todos sus amigos y te voy a contar cosas que presencié y que eran para morirse, para caer muerta junto a él… Te lo juro…

      Fíjate que era un tipo muy especial. Yo nunca he sabido, nunca… Un día le pregunté a un amigo íntimo de él, hazme un favor, dime cómo es Alexis… ¡Anduve nueve años con él! Dime cómo es con la gente, explícame cómo es. ¿Sabes cuándo? Quince días exactamente antes de casarme. Porque ya casada seguía andando con él. Mi esposo lo sabía. No me le podía desprender, tú, porque lo idolatraba. Entonces yo no quería dejar de andar con él… Yo hice un viaje con Alexis antes de casarme por la iglesia, con él. Entonces ya regresé. Yo fui a trabajar como modelo a Estados Unidos y él me fue a alcanzar. Y entonces estuvimos con su amigo íntimo de toda la vida y yo le supliqué dime cómo es. Y me dijo: lo has visto cómo es, como lo has visto con la gente, así es. ¡Chancros voladores! No te lo tengo que decir ¿verdad? Porque era, era terrorífico…

      Él una vez tuvo un cabaret que se llamaba Las Moradas o El Castillo Interior. Era un cabaret muy bonito. Entonces todos los días, antes de ir a su cabaret, pasábamos a tomar una copa a casa de su amigo íntimo, un señor tremendísimo, bueno, parece que era tremendo. Un tipo que era contrabandista, pero que aparentaba tener mucho dinero y una cadena de lotes de coches. Aparentemente llevaba una vida muy normal, pero todo mundo sabía lo que era ¿no? Muy decente, de esos, así, muy educado. Bueno, muy educado y al mismo tiempo groserísimo, porque decía muchas groserías.

      Entonces una vez fuimos a tomar una copa a su casa y llegaron muchas personas, el presidente municipal de Manzanillo y dos o tres comisarios ejidales. Y todos se iban a ir al mismo tiempo a Las Vegas. Todos menos Alexis ¿no? Entonces estábamos allí tomando un trago y el señor de la casa me regaló unas copas de champán, de plata, y me regaló dieciocho cintas de Nanci Güilson. De que le caí bien ¿no? Entonces cogió y me regaló todo eso y Alexis y yo nos fuimos al cabaret. Había estado perfecto, platicando con todos, sonriendo, muy amable, muy decente, y nos fuimos… A El Castillo Interior…

      Estábamos cenando y que llega el portero vestido de fraile y le dice: le hablan allá afuera, le habla el señor Chirrión, que viene con el licenciado Hernández. Herminio Hernández me parece que era… El hijo del gobernador. Lo acabábamos de dejar, acabábamos de tomar una copa con él… Que si les hace favor de dejarlos pasar, que perdieron el avión, que no pudieron tomar el avión, que si pueden pasar, que se les fue el avión… No, dígales que no. Pero… Él sabe que en este lugar tiene prohibido entrar… El Chirrión era un muchacho que en Acapulco, bueno, era lo máximo. Y estaba el presidente de Manzanillo. Estaba el presidente municipal de Manzanillo. Y entonces se va el portero y entra el presidente municipal, con el que acabábamos de estar, tú, fíjate, hacía cuarenta minutos. Y dice oye, Alexis, no seas así, deja entrar a Herminio, se va a portar bien, te lo prometo, yo vengo de responsable. Y le dijo no, pero seriecísimo el hombre, él no puede entrar aquí, dile que ya lo sabe. Y le dice hombre, Alexis, como cuates, ya perdónaselo ¿no? ¡Hienas cachondeadas! ¡Que se voltea y delante de toda la gente que arroja la botella de güisqui al suelo, furiosísimo! Y grita ¡con una chingada, ve y dile que vaya a chingar a su madre y que en la vida me vuelva a rogar que lo deje entrar en este lugar porque nunca en la vida vuelve a balancear sus chingados huevos aquí! Al presidente. No, Alexis, perdóname que te haya molestado… Y se salió y me dijo perdóneme, señorita, buen provecho. Ay, y todavía le había dicho qué no ven que estoy cenando con mi novia, hijos de tales por cuales… Y yo, pregúntame cómo estaba. Tomaba un pedazo de bistec y me lo tenía que empujar con el tenedor y con seis tragos de agua, porque ya no tragaba… Pensé ahorita que salgamos nos balacean. El lugar era como un convento ¿no? Y yo me vi chocando bruscamente, arrojada bruscamente contra un portal de piedra y rodando muerta y llena de sangre a los pies de Alexis. ¡Unicornios en celo! Había antorchas llameantes y todo y yo me quedé esperando una explicación… Nunca lo iba a dejar entrar y pregúntame si me quiso decir por qué.

      Luego, me invitaba, cuando estábamos en Acapulco, porque iba muy seguido… Acompáñame que tengo unas cosas que hacer. Ay, Alexis, son las once y media de la noche ¿a dónde? Tengo que trabajar, tajante, definitivo. Y se iba por unas veredas tú, las más espantosas del universo. Pasábamos debajo de trescientos diez árboles, así, y árboles y árboles, por lugares por los que no había carreteras ni nada, y llegábamos. Eran construcciones de madera muy primitivas, muy improvisadas, muy grandes, muy sombrías. Abrían las puertas y entrábamos. Yo, para esto, desmayada, porque soy cobardísima ¿no? No sé por qué me sucedían esas cosas, porque soy de un miedosa, tú. Bueno, así fue la primera vez. Ya las próximas veces ya sabía y llegaban barcos o avionetas y empezaban a bajar cajas y cajas de contrabando, cajas de licor, de cartuchos, de ametralladoras, de drogas, y él las recibía y las pagaba. Claro que en esa época yo no sabía qué demonios había en las cajas. Y se llenaban dos tráilers de esos así, gigantescos, y yo regresaba a la casa verde, blanca, azul, de todos colores. En el camino me iba pintando así, chapas color rosa. Yo decía ahorita se da cuenta y se muere, porque no le gustaba que me pintara… No le gustaba nada que me pintara…

      Cuando él me venía a ver, cuando yo lo conocí, no me atrevía a salir con él. No me atrevía, no quería salir con él por nada del mundo. Imagínate, yo en esa época era una escuincla, una escuincla y él un señor de veintisiete años ¿no? Para mí era un señor. Además era casado ¿no? Entonces así estuvo viniendo muchísimo tiempo a verme y yo nunca salí con él. Nunca. Esta palabra encerraba una espantosa decepción. Pero yo tardé mucho en sentirme culpable. Era novia del guapo guapo, después salía con Mauricio, hasta anduve un par de meses con Gabriel Infante. Y las veces que llegué a salir con Alexis en aquellos tiempos fueron tremendas, aniquiladoras. Una vez me acompañó a ver jugar yoquei sobre hielo con mis amigos de quince y dieciséis años. ¿Te imaginas cómo se sentía? Entonces se iba desilusionadísimo.

      Pero hizo más viajes. Me seguía buscando. Y en uno de esos viajes salí con él y fuimos al Cuid. Entonces nada más te digo que toda la noche lo vi enojadísimo y de muy mal humor, lo vi bastante mal. Y después de muchos meses, cuando ya empecé a andar con él, me confesó que nunca me odió tanto. Porque fíjate que me puse pestañas postizas y él las odiaba, le repugnaban, y además se me estaban despegando cada dos minutos y yo me la pasé yendo al baño a pegármelas. Y luego a él, lo que le fascinaba de mí, lo que le gustaba muchísimo de mí es que era pelona, pelona con el pelo siempre güero con rayos. Y entonces esa vez que me vino a ver yo traía el pelo negro y medio largo, y pestaña postiza ridícula, y entonces le parecí monstruosa, le choqué, le choqué y me dejó de ver muchísimo tiempo. Ya no me volvió a buscar.

      Pasó el tiempo, no sé cuánto habrá pasado. Ya trabajaba en El Palacio de Hierro y pensaba mucho en él porque era un hombre que me gustaba y el guapo guapo viajaba constantemente y ninguno de mis otros galanes me hacía sentir lo suficientemente bien. Y como nunca me atreví a andar con él lo pensaba mucho, como si estuviera embarazada de él, con él aquí, y lo llevara a todas partes. Le hablaba todo el tiempo en susurro, tú. Entraba y salía de mi mente todo el día, todos los días, como aguja bordando en canevá. Estaba frustradísima, atrapada en una funda de sufrimiento, una piel ardiente y pecosa tú, a punto de estallar de deseo indecible. Si le hubiera hecho caso… Insaciablemente pensaba si hubiera salido con


Скачать книгу