La venida del Consolador. LeRoy Edwin Froom

La venida del Consolador - LeRoy Edwin Froom


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rayos adicionales de la gloriosa provisión divina, y nuestros corazones se conmueven en adoración reverente. ¡Alabanzas sean dadas al Padre, por este amor ilimitado y por esta infinita provisión para suplir cada una de nuestras necesidades!

      El tema relativo a la misión y a la obra del Espíritu Santo ofrece un campo de estudio inagotable, porque trata de una Personalidad que trasciende todo tiempo y toda medida: la tercera Persona de la Deidad. Sus augustos pasos no se pueden medir, pero pueden reconocerse claramente; no se pueden explicar, pero pueden y deben ser personalmente aceptados y experimentados. Más ricas que todas las joyas fabulosas de la tierra son estas gemas simbólicas del almacén del Cielo –presentadas bajo las figuras del viento, el agua, el fuego y el aceite–, las cuales, al considerarlas en toda su profundidad de significado, descubren un encanto y una belleza que apenas pueden discernirse en una fraseología no figurada. Que el incomparable Espíritu de verdad, a quien se dedican estos tributos, guíe nuestro pensamiento en el estudio, ilumine nuestra mente en la meditación y posea nuestras almas para la acción, en forma tan completa y exhaustiva que su sagrada obra, presentada bajo estas figuras iluminadoras elegidas por él mismo, se vea totalmente realizada en la vida. Así, bendito Espíritu, satisface tú la profunda necesidad de nuestra alma, colma el anhelo de nuestro corazón; prepáranos para el servicio sagrado, y entonces úsanos para la gloria del Padre y del Hijo y para la culminación de la tarea que nos fue encomendada. Sí, poséenos como enteramente tuyos, ahora y para siempre,

       L. E. F.

Primera parte

      La promesa del Espíritu

      “Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros [...] Le dijo Simón Pedro: Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después” (Juan 13:33, 36).

      “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino” (Juan 14:1-4).

      “Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras. De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (vers. 8-12).

      “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros” (vers. 16-20).

      “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. Os he dicho estas cosas estando con vosotros” (vers. 23-25).

      “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:7-15).

       LA PROMESA DEL ESPÍRITU

      Era de noche en Jerusalén; la noche más triste desde que el hombre se separara de Dios. La ciudad estaba atestada de peregrinos. El grupito de hombres que había seguido a su Señor durante los años de su ministerio público se había reunido con él alrededor de la mesa pascual, en el aposento alto. Se encontraban en un momento crucial. El símbolo y la realidad convergían. El Hijo de Dios, ciñéndose con una toalla como si fuese un siervo, se arrodilló delante de los hombres pecadores para lavarles los pies.

      El pan partido y el vino escanciado, símbolos de su pasión inminente, acababan de ser consumidos. Solo escasos minutos separaban las escenas del aposento alto de la lucha en el huerto; mediaban momentos apenas, comparativamente, entre la sangre sobre las sienes y la sangre sobre los dinteles. A pesar de que el pastor había estado con las ovejas poco tiempo solamente, pronto sería herido, y las ovejas serían esparcidas.

      Judas se había separado del grupo, y una profunda tristeza embargaba a los demás discípulos. Es innecesario analizar su aflicción. Mezclada con ella, había cierta medida de egoísmo, aunque la sombra de la separación inevitable había caído sobre ellos. Verdaderamente, era esta una hora crítica. ¡Cómo bebían los discípulos cada palabra de Jesús! Su declaración con respecto a que él iba a donde ellos no podrían seguirlo llevó mayor tristeza y dolor a sus corazones. Hasta ahora, no habían sentido la realidad de la separación que se acercaba. De pronto el Maestro procedió a consolar sus corazones. Les habló de unas mansiones que iría a prepararles. Pero esto no logró conformarlos, porque la presencia personal de su Señor viviente nunca podría ser reemplazada por mansiones.

      ¿Qué harían cuando se fuera? ¿A quién se volverían?

      Alguien dijo: Pintad un cielo sin estrellas. Cubrid las montañas de oscuridad. Colgad cortinas de negra sombra frente a cada playa. Oscureced el pasado, y que el futuro sea aún más incierto. Completad el cuadro con hombres pesarosos y rostros tristes. Tal era la condición de los discípulos, al verse confrontados con la partida del Señor.

       Jesús presenta a su Sucesor

      Luego, Jesús pasó a descubrir, ante ellos, la gloriosa provisión de “otro Consolador”. Esta declaración implica que Jesús era el primer Consolador. Un consolador es “ayuda en tiempo de necesidad”. Si eres huérfano, necesitas de un padre; si estás enfermo, un médico; si te hallas perplejo, un abogado; si vas a construir, un arquitecto; y si estás en dificultades, un amigo. Todo esto, e infinitamente más, es nuestro Consolador celestial.

      Los discípulos no quedarían huérfanos, privados de un Padre divino que los cuidara, protegiera y ayudara. En el momento más impresionable de sus vidas, Cristo les mostró la venida del Espíritu Santo como la culminación de su obra terrenal en favor de ellos y la continuación de su tarea.

      La recepción del Espíritu Santo constituía el privilegio supremo que pudieran tener, como también hoy lo tiene cada discípulo que espera el regreso corporal y visible de su Señor, para llevarlo a las mansiones celestiales. Notemos lo siguiente:

      “En las enseñanzas de Cristo se hace prominente la doctrina del Espíritu Santo. ¡Qué vasto tema de meditación y ánimo es éste! ¡Qué tesoros de verdad añadió al conocimiento de sus discípulos con sus instrucciones relativas al Espíritu Santo, el Consolador! Se espació sobre este tema con el fin de consolar a sus discípulos en la gran prueba que


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