La venida del Consolador. LeRoy Edwin Froom

La venida del Consolador - LeRoy Edwin Froom


Скачать книгу
la obra realizada por Jesús y la satisfacción obtenida, el justo Dios envió al Espíritu Santo para iniciar un nuevo movimiento entre los hombres y para inaugurar la nueva dispensación.

      El don del Espíritu Santo debe distinguirse de los dones que el Espíritu Santo concede. Así como los emperadores romanos arrojaban a las multitudes las monedas de los reinos conquistados al entrar triunfalmente en Roma, así también Cristo envió este Regalo supremo a los hombres después de su procesión triunfal en el cielo. Por supuesto, la culminación de todos los dones que el Espíritu Santo derrama sobre la iglesia remanente ha sido la restauración del don del espíritu de profecía. Pero, esto es asunto aparte.

       La relación entre el Calvario y Pentecostés

      Juan el Bautista declaró que el bautismo del Espíritu Santo constituiría el propósito vital del ministerio de Jesucristo: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mat. 3:11; véase también Juan 1:33).

      El mensaje de Juan concerniente a Cristo era doble: la sangre del Cordero para quitar el pecado, y el bautismo del Espíritu para resguardar del pecado; esto es, el Calvario y el Pentecostés. La culminación de la obra del Calvario en favor de la dispensación presente se halla en el don del Espíritu Santo enviado por Jesucristo. Estas son dos verdades inseparables. Sin el Calvario, no podía haber Pentecostés; y sin Pentecostés, el Calvario sería de poco provecho. Observemos:

      “El Espíritu Santo era el más elevado de todos los dones que podía solicitar de su Padre para la exaltación de su pueblo. El Espíritu iba a ser dado como un agente regenerador, y sin esto el sacrificio de Cristo habría sido inútil. El poder del mal se había estado fortaleciendo durante siglos, y la sumisión de los hombres a este cautiverio satánico era asombrosa. El pecado podía ser resistido y vencido únicamente por la poderosa intervención de la tercera persona de la Deidad, que iba a venir no con energía modificada, sino en la plenitud del poder divino. El Espíritu es el que hace eficaz lo que ha sido realizado por el Redentor del mundo. Por el Espíritu es purificado el corazón. Por el Espíritu llega a ser el creyente partícipe de la naturaleza divina. Cristo ha dado su Espíritu como poder divino para vencer todas las tendencias hacia el mal, hereditarias y cultivadas, y para grabar su propio carácter en su iglesia” (El Deseado de todas las gentes, p. 625).

      Si no fuera por la atmósfera que rodea nuestro planeta Tierra, el Sol –a pesar de ser una esfera de fuego– brillaría sobre nosotros tan fríamente como una estrella rutilante. La atmósfera que envuelve la tierra recibe sus rayos y los transforma en calor, luz y color. Del mismo modo, si no fuera por el Espíritu Santo, Cristo, sentado a la diestra del Padre, podría ser adorado solamente como un Señor resucitado y ascendido. Pero el Espíritu Santo lo revela a nuestros corazones como la Luz, la Vida y la Verdad.

      Y, como sucede cuando miramos a través de un telescopio, que no vemos las lentes sino el objeto que estas acercan, así tampoco vemos al Espíritu Santo cuando lo miramos, sino “a Jesús solo”. La Cruz se comprende mucho más fácilmente porque el derramamiento de sangre es externo y visible, y es para todos; mientras que el don del Espíritu es interno e invisible, y solo para el discípulo amante y obediente. Su morada en el ser interior, por ser una realidad espiritual, no es fácilmente comprendida ni aceptada como verdad práctica.

      La sangre del Calvario purifica el templo del alma; pero la provisión divina es más amplia. Según esta, nada menos que la plena ocupación de la morada interior por parte del Espíritu satisfará jamás a Dios o al hombre.

       La presencia personal de Cristo localizada

      El bautismo del Espíritu no se produjo durante los tres años del ministerio terrenal de Cristo. Era imposible, a causa de la localización y las limitaciones de su humanidad y porque “aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (Juan 7:39). De modo que, durante su carrera terrenal, Jesús nunca bautizó con el Espíritu Santo.

      Entre sus últimas palabras figura el encargo de esperar el prometido bautismo después de su partida: “Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hech. 1:4, 5).

      Aquel que bautizaría a sus seguidores con el Espíritu Santo era el ejemplo viviente de todo lo que él desea incorporar en nuestras vidas. El Espíritu lo engendró. Creció bajo el poder y la tutela del Espíritu. Al cruzar el umbral de su ministerio, fue ungido en forma especial por el Espíritu para el servicio. Con el poder del Espíritu vivió su vida, realizó sus milagros y enseñó sus principios. Y se levantó de los muertos por el poder del Espíritu. De la cuna a la tumba, el Espíritu Santo vivió dentro de él.

      “La humanidad de Cristo estaba unida con la divinidad. Fue hecho idóneo para el conflicto mediante la permanencia del Espíritu Santo en él. Y él vino para hacemos participantes de la naturaleza divina” (ibíd., pp. 98, 99).

      Recordemos que la encarnación de Cristo, su vida inmaculada y su muerte redentora, su resurrección y ascensión, así como la iniciación de su obra mediadora, fueron absolutamente indispensables, a la vez que eran pasos preliminares para este solo fin: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu” (Gál. 3:13, 14).

       Blanco de redención presente

      Y este blanco de redención presente era imposible antes de su glorificación (Juan 7:39). Por eso, Pedro declara: “Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís (Hech. 2:33).

      La roca de Horeb era una figura metafórica. El herir la peña produjo agua corriente. Así también, el derramamiento del Espíritu Santo se produjo como respuesta a la muerte redentora de Cristo. Su muerte destruyó toda barrera entre Dios y el pecador (2 Cor. 5:19). La aceptación del sacrificio del Hijo, por parte del Padre, era la condición indispensable de nuestra justificación.

      Pero solamente la venida del Espíritu Santo podía aplicar los resultados de ese sacrificio, haciendo efectivo en nosotros lo que Cristo realizó por nosotros. Al perfeccionar su naturaleza humana, Jesús pudo entonces transmitir lo que antes era imposible. Y la tarea del Espíritu Santo, en esta dispensación, consiste en aplicar y transmitir individualmente la obra redentora de Cristo a los corazones humanos regenerándolos, justificándolos y santificándolos, al mismo tiempo que comunicándoles la vida misma de nuestro Señor resucitado, mientras esperamos su segunda venida física, tangible.

       LA PERSONALIDAD DEL ESPÍRITU

      Consideremos ahora el carácter del Espíritu Santo. Él es el “otro Consolador”. Esta designación identifica al Espíritu prometido con el Señor que lo prometió, tanto en ser como en carácter, propósito y actividad. El Espíritu Santo es el otro yo de Cristo, por así decirlo, idéntico a él en naturaleza y en carácter. Si se nos permite un símil imperfecto, diríamos que son como dos lados de un triángulo: similares y relacionados, pero diferentes. Notemos la cita siguiente:

      “El Espíritu Santo no se había manifestado todavía plenamente; porque Cristo no había sido glorificado todavía. La impartición más abundante del Espíritu no sucedió hasta después de la ascensión de Cristo. Mientras no lo recibiesen, no podrían los discípulos cumplir la comisión de predicar el evangelio al mundo.


Скачать книгу