La venida del Consolador. LeRoy Edwin Froom

La venida del Consolador - LeRoy Edwin Froom


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o su persona fueran rechazadas por los hombres podrían ser perdonados, pero ninguno que pecara contra el Espíritu Santo y finalmente rehusara sus enseñanzas podría ser perdonado. Es inconcebible que un ser humano pudiera pecar en esa forma contra una influencia, un poder o una energía, corriendo el riesgo de cometer, así, un pecado imperdonable.

      Revisemos, a continuación, algunos de los hechos adjudicados al Espíritu, realizables solo por personas. Pensemos en su acción de inspirar las Sagradas Escrituras, sus órdenes y prohibiciones, su nombramiento de ministros, sus deprecaciones y oraciones, sus enseñanzas y testimonios, sus luchas y esfuerzos por convencer. Hay unas veinte acciones diferentes, contadas entre los actos más elevados que una personalidad inteligente puede efectuar y que no podrían ser realizados por una influencia.

      Pero, el Espíritu Santo es más que una mera personalidad. Es una persona divina. Se lo llama Dios (Hech. 5:3, 4), la tercera persona de la Deidad. Posee atributos divinos: omnisapiencia (Luc. 1:35); omnipresencia (Sal. 139:7-10); y vida eterna (Heb. 9:14). Estos pertenecen solamente a Dios y, sin embargo, también se atribuyen al Espíritu. Él es mayor que los ángeles porque, como representante de Cristo, dirige en la tierra a los ángeles que batallan contra las legiones de las tinieblas.

      “Todos los seres celestiales están en este ejército. Y hay más que ángeles en las filas. El Espíritu Santo, el representante del Capitán de la hueste del Señor, baja a dirigir la batalla” (El Deseado de todas las gentes, pp. 318, 319).

      Además, se adjudica al Espíritu Santo la realización de obras divinas: creación (Job 33:4); regeneración (Juan 3:5-8); resurrección (1 Ped. 3:18); y el ser fuente de profecía (2 Ped. 1:21). Estas obras podrían ser realizadas únicamente por Dios mismo. Así que el Espíritu Santo no es solo una persona sino también una persona divina. En el plan de Dios, su ministerio incluye creación, inspiración, convicción, regeneración, santificación y capacitación para un servicio más efectivo.

       Su relación con la Deidad

      Esto nos lleva a un breve examen de la relación del Espíritu Santo con las otras personas de la Deidad. Nuestra concepción de la Trinidad a veces nos inclina a imaginar tres dioses en lugar de uno. Nuestro Dios es uno solo (Deut. 6:4); pero hay tres personas en esta Deidad singular. La dificultad surge al tratar de concebir los seres espirituales en términos físicos. Probablemente, una ilustración cruda podría ser apropiada: un triángulo es una figura, pero posee tres lados. Así, también la Deidad, siendo una, se manifiesta como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El mismo Jesús aseveró: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). La siguiente declaración es de gran ayuda:

      “‘Si me conocieseis –dijo Cristo–, también a mi Padre conocierais: y desde ahora le conocéis, y le habéis visto’. Pero los discípulos no lo comprendieron todavía. ‘Señor, muéstranos al Padre –exclamó Felipe, y nos basta’.

      “Asombrado por esta dureza de entendimiento, Cristo preguntó, con dolorosa sorpresa: ‘¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?’ ¿Es posible que no veáis al Padre en las obras que hace por medio de mí? ¿No creéis que he venido para testificar acerca del Padre? ‘¿Cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre?’ ‘El que me ha visto, ha visto al Padre’. Cristo no había dejado de ser Dios cuando se hizo hombre. Aunque se había humillado hasta asumir la humanidad, seguía siendo divino” (ibíd., pp. 618, 619).

      Con referencia a la venida del Espíritu Santo, Cristo afirmó, nuevamente:

      “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros [...] y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:16-18, 23).

      De modo que la presencia del Espíritu Santo implica también la presencia de Jesús y del Padre. En otras palabras, en esta dispensación del Espíritu Santo, la plenitud de la Deidad se halla presente y operante en el mundo. Entonces, el Espíritu Santo es, por así decirlo, el otro yo de Jesús, y mediante él Jesús hace real su presencia universal en todo su pueblo.

      “Los que ven a Cristo en su verdadero carácter, y le reciben en el corazón, tienen vida eterna. Por el Espíritu es como Cristo mora en nosotros; y el Espíritu de Dios, recibido en el corazón por la fe, es el principio de la vida eterna” (ibíd., p. 352).

       Tres dispensaciones consecutivas

      Antes de que Cristo se humanara, el Padre era la persona más conspicua en el horizonte de la Deidad; cuando Cristo vino al mundo, la segunda persona llenó este horizonte; y en esta dispensación del Espíritu, la tercera persona ocupa el lugar de preeminencia, constituyendo la culminación de las provisiones progresivas de Dios.

      En la dispensación del Padre, la norma de la ley era sobresaliente; en la dispensación del Hijo, se agregó la reconciliación; y en la dispensación del Espíritu Santo se añade el poder santificador y habilitador. Por lo tanto, estos tres conceptos son acumulativos. Cada uno refuerza y suple al anterior.

      En cada dispensación, la espiritualidad de la iglesia ha estado condicionada a su adhesión a la verdad principal del período en que vivía. Se estableció la norma de la justificación, se proveyó el medio de reconciliación y expiación, y por último, ahora el agente que había de aplicar estos beneficios al hombre ocupa el campo en forma predominante.

      Las tres grandes pruebas históricas de fe referentes a la santificación son: primero, en el período anterior a la encarnación, la prueba de “un Dios” versus el politeísmo, y el derecho divino de gobernar, con la ley como norma y el sábado como señal; segundo, la prueba de comprobar si, en ocasión del primer advenimiento de Cristo, quienes habían cumplido la primera prueba aceptarían a Jesús como el Hijo y el Redentor divino; luego la tercera, después de haber aceptado las primeras dos, ver si nos someteremos enteramente al poder del Espíritu Santo, con el fin de que él haga eficaz, en nosotros, todo lo que se nos había preparado.

      Estos amplios principios fundamentales contienen todo lo que es vital en el plan divino de salvación.

       La Deidad es una Trinidad

      La pluralidad de la Deidad se indica por primera vez en Génesis 1:26, cuando Dios dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”. El Padre es la fuente, el Hijo el intermediario y el Espíritu Santo es el medio a través de quien la creación llegó a existir. La Trinidad de la Deidad se halla implicada varias veces en el Antiguo Testamento. En Números 6:24 al 27, el nombre del Señor es repetido tres veces –no cuatro ni dos, sino tres–, después de lo cual se indica: “Y pondrán mi nombre sobre los hijos de Israel”. “Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz”.

      Esta triple repetición conforma, precisamente, un estrecho paralelismo con la bendición apostólica del Nuevo Testamento, encontrada en 2 Corintios 13:14: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén”. Aunque aquí el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se mencionan por nombre, en la cita de Números el nombre del Espíritu se halla asociado con los del Padre y el Hijo, en la triple mención del nombre singular de Jehová.

      Leemos, además, en Isaías 6:1 al 3:

      “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria”.

      Encontramos, en ese pasaje, otra triple


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