La venida del Consolador. LeRoy Edwin Froom

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no se la ha revelado. Los hombres de conceptos fantásticos pueden reunir pasajes de las Escrituras y darles interpretación humana; pero la aceptación de esos conceptos no fortalecerá a la iglesia. En cuanto a estos misterios, demasiado profundos para el entendimiento humano, el silencio es de oro” (Los hechos de los apóstoles, p. 43).

      “Todos nuestros maestros deben mantener una relación viva con Dios. Si Dios mandase a su Espíritu Santo a nuestras escuelas para amoldar los corazones, elevar el intelecto y dar sabiduría divina a los estudiantes, habría quienes, en su estado actual, se interpondrían entre Dios y los que necesitan la luz. No comprenderían la obra del Espíritu Santo; nunca la han comprendido; en lo pasado ha sido para ellos un misterio tan grande como lo fueron para los judíos las lecciones de Cristo. Su obra no consiste en crear curiosidad. No toca a los hombres decidir si pondrán las manos sobre las manifestaciones del Espíritu de Dios. Debemos dejar a Dios obrar” (Consejos para los maestros, pp. 358, 359).

       La tercera persona de la Deidad

      Observemos, también, que la misma instrucción inspirada establece incontrovertiblemente la certeza de su personalidad. Él es “la tercera persona de la Deidad”:

      “El mal se había estado acumulando durante siglos, y solo podía ser restringido y resistido por el grandioso poder del Espíritu Santo, la tercera persona de la Deidad, que vendría no con energía modificada, sino con la plenitud del poder divino” (Testimonios para los ministros, p. 392).

      Hay “tres personas vivientes” en el Trío celestial: “El Padre es toda la plenitud de la Deidad corporalmente, invisible a los ojos mortales.

      “El Hijo [de Dios] es toda la plenitud de la Deidad manifestada. La Palabra de Dios declara que él es ‘la imagen misma de su sustancia [“personal”]’ (Heb. 1:3). ‘Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna’. Aquí se muestra la personalidad del Padre.

      “El Consolador que Cristo prometió enviar después de ascender al cielo es el Espíritu en toda la plenitud de la Deidad, manifestando el poder de la gracia divina a todos los que reciben a Cristo y creen en él como un Salvador personal. Hay tres personas vivientes en el trío celestial; en el nombre de estos tres seres grandiosos: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se bautizan los que reciben a Cristo por medio de una fe viva, y estos poderes cooperarán con los obedientes siervos del cielo en sus esfuerzos por vivir la nueva vida en Cristo” (Testimonies, serie B, Nº 7, pp. 62, 63, año 1905; El evangelismo, p. 446).

       Cuatro atributos de personalidad

      Dios no es un hombre magnificado o sublimado. Solo él posee personalidad perfecta. La ha tenido desde los días de la eternidad, infinitamente antes de que existiera cualquier ser humano con sus limitaciones. Se puede mencionar cuatro atributos de la personalidad: 1) voluntad, 2) inteligencia, 3) poder, 4) capacidad para amar. La personalidad comprende, por lo tanto, un ser consciente de sí mismo, que se conoce a sí mismo, con voluntad propia y con poder de autodecisión.

      Una persona es un ser con quien nos podemos comunicar, en quien se puede confiar o del que es posible dudar, a quien se puede amar u odiar, adorar o insultar. En el hombre, estos atributos esenciales de personalidad se encuentran en forma limitada o imperfecta, pero Dios los posee perfecta e ilimitadamente. De modo que la personalidad del Espíritu Santo no admite comparaciones.

      Sería de gran ayuda que escucháramos la forma en que Jesús se refiere a este punto, en los capítulos 14 y 16 del Evangelio de Juan. No expresa él siquiera una palabra que pudiera aducirse en apoyo de la idea de que el Espíritu Santo sea simplemente una influencia. Jesús se dirige a él, y lo trata como una persona. Lo llama el Paracleto, un título que solo puede ostentar un ser personal.

      La idea de personalidad domina la construcción gramatical de sus oraciones. En los capítulos 14, 15 y 16 de Juan, se usan no menos de 24 veces diversos pronombres personales aplicables al Espíritu (nótense, por ejemplo, Juan 15:26 y 16:13). No es que las personas de la Deidad sean masculinas en contraste con lo femenino, sino que son seres personales en contraste con lo impersonal.

      En ciertos textos, la personalidad del Espíritu se presenta subordinada con el propósito de dar énfasis a otra característica. Cristo presenta al Espíritu como alguien que enseña, habla, testifica, guía, escucha y declara. Estas son señales de inteligencia y de discriminación, por lo tanto, lo son de personalidad.

       Se le atribuyen cualidades personales

      Hagamos ahora un rápido examen del testimonio bíblico acerca de la personalidad del Espíritu Santo. Se le atribuyen cualidades personales, acciones personales y relaciones personales. No es la posesión de pies y manos lo que caracteriza a una personalidad, sino el conocimiento, los sentimientos, la voluntad y el amor.

      1. CONOCIMIENTO: “Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Cor. 2:11). El Espíritu Santo es una persona calificada para tratar con seres personales en forma consciente e inteligente, haciéndoles saber lo que hay para ellos en el corazón de Dios, así como lo que existe en sus propios corazones. Es un absurdo referirse a una influencia, energía o poder como algo que posea esa clase de comprensión.

      2. VOLUNTAD: “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1 Cor. 12:11). Aquí tenemos la más contundente prueba de personalidad. La voluntad es el elemento más distintivo de cualquier persona.

      3. MENTE: “Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Rom. 8:27). En el idioma griego, esto implica tanto pensamiento como propósito. En Hechos 15:28, se encuentra un ejemplo de esto mismo: “Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias”. Conforme a esto, leemos:

      “Por medio del poder del Espíritu Santo, toda obra que Dios ha señalado debe elevarse y ennoblecerse, y debe dar testimonio en favor del Señor. El hombre debe colocarse bajo el control de la mente eterna, cuyos dictados debe obedecer en todo sentido” (Consejos sobre la salud, p. 525).

      4. AMOR: “Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu” (Rom. 15:30). El Espíritu Santo no es un poder ciego sino una persona que ama con los afectos más tiernos.

      5. COMUNIÓN: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén” (2 Cor. 13:14). En esta forma, el Espíritu está unido con la personalidad suprema del Padre y el Hijo en la bendición apostólica. Y la comunión con el Espíritu Santo solo puede lograrse sobre la base de su personalidad. Esta comunión implica sociedad y reciprocidad.

      6. SE LO PUEDE CONTRISTAR: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efe. 4:30). ¡Cómo moldeará enteramente la vida la comprensión de este pensamiento, referente a la santa persona del Espíritu!

      7. SE LO PUEDE INSULTAR Y TENTAR. SE LE PUEDE MENTIR: Notemos los siguientes pasajes bíblicos: “¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?” (Heb. 10:29). “Y Pedro le dijo: ¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido, y te sacarán a ti” (Hech. 5:9). “Y le dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo?[...]. No has mentido a los hombres sino a Dios” (Hech. 5:3, 4). Estas son evidencias de que el Espíritu es susceptible de maltrato.


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