La venida del Consolador. LeRoy Edwin Froom

La venida del Consolador - LeRoy Edwin Froom


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confiaba un cometido muy sagrado y quería hacerles entender que sin el Espíritu Santo esta obra no podía hacerse.

      “El Espíritu Santo es el aliento de la vida espiritual. La impartición del Espíritu es la impartición de la vida de Cristo. Comunica al que lo recibe los atributos de Cristo” (El Deseado de todas las gentes, p. 745).

      Jesús dijo de sí mismo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Luc. 4:18, 19). No se puede sanar al quebrantado de corazón sin el Consolador, porque él es quien acompaña para socorrer. Los discípulos debían perderlo a él, el primer Consolador, de modo que les pudiera enviar a otro. Mientras Cristo viva, esa promesa perdurará.

       El ministerio del Paracleto

      La expresión Consolador es una traducción inadecuada de la voz griega Parácletos, el nombre particular que designaría el nuevo ministerio que estaba por iniciar el Espíritu. Paracleto se traduce mejor por abogado, nos asegura la mayoría de los comentaristas. También significa representante, intercesor, suplicante, consolador. Verdaderamente es un término intraducible. Es la misma palabra que se emplea para caracterizar la obra de Cristo ante el Padre: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1).

      En Grecia y Roma, durante los tiempos del Nuevo Testamento, el abogado ayudaba al cliente de dos formas diferentes: a veces lo representaba ante el tribunal, abogando por su causa; en otras ocasiones, le preparaba solamente su discurso para que el cliente hablara por sí mismo. Así también Cristo es nuestro abogado delante del Padre, y el Espíritu Santo es el abogado de Cristo ante nosotros.

      Así como Cristo intercede por nosotros, también el Espíritu intercede por Cristo en nuestro corazón. ¿Seremos nosotros –que rendimos pleitesía a los representantes de gobiernos terrenales– culpables de negligencia y falta de respeto ante este Abogado del Rey celestial, el representante de Cristo ante la iglesia y el mundo?

       El Espíritu es una Persona divina

      El tratamiento del carácter del Espíritu Santo nos conduce directamente a la consideración de su personalidad. Es muy fácil pensar acerca del Padre y de Jesús como personas. Al parecer, los visualizamos, si es que podemos usar este término. Pero, el Espíritu Santo es considerado como algo misterioso, tan invisible y secreto, y de acciones tan apartadas de nuestros sentidos que su personalidad se pone en duda cuando es contrastada con la conducta de las otras personas de la Deidad.

      Por supuesto, él ha aparecido en forma visible para los sentidos humanos, tomando en una ocasión, por ejemplo, la forma de una paloma (Luc. 3:22). Además, se dice mucho sobre su influencia, sus gracias, su poder y sus dones. Por esta razón, a veces nos sentimos inclinados a considerarlo como una influencia, un poder o una energía. Símbolos tales como el viento, el fuego, el aceite, el agua y otros han ayudado a que se piense en este sentido.

       Una cuestión de importancia suprema

      No es esta una cuestión meramente técnica, académica o poco práctica. Encierra una importancia suprema y del más elevado valor práctico. Si el Espíritu es una persona divina, pero lo consideramos como una influencia impersonal, estamos robando a esta persona divina la deferencia, el honor y el amor que le debemos. Además, si el Espíritu Santo fuera una mera influencia o poder, trataríamos nosotros de obtenerlo y usarlo. Pero, si lo reconocemos como una persona, estudiaremos cómo someternos a él, de modo que él nos emplee según su voluntad. Si pensamos que podemos poseer al Espíritu Santo, nos sentiremos inclinados a engreírnos e inflarnos; pero, el otro concepto –el verdadero– nos conduce a la renuncia personal de nosotros mismos, a la negación y la humillación del yo. No hay nada mejor calculado para abatir la gloria del hombre en el polvo. Acerca de este punto, notemos una vez más la palabra del Espíritu de Profecía.

      “No podemos nosotros emplear el Espíritu Santo; el Espíritu es quien nos ha de emplear a nosotros. Por medio del Espíritu, Dios obra en su pueblo ‘así el querer como el hacer, por su buena voluntad’. Pero muchos no quieren someterse a ser guiados. Quieren dirigirse a sí mismos. Esta es la razón por la cual no reciben el don celestial. Únicamente a aquellos que esperan humildemente en Dios, que esperan su dirección y gracia, se da el Espíritu. Esta bendición prometida, pedida con fe, trae consigo todas las demás bendiciones. Se da según las riquezas de la gracia de Cristo, y está lista para abastecer toda alma según su capacidad de recepción” (Obreros evangélicos, p. 302).

      No, el Espíritu Santo no es una influencia tenue que emana del Padre. No es un “algo” impersonal que debe reconocerse vagamente, tal como un principio invisible de vida. En la mente de multitud de personas, el Espíritu Santo ha sido separado de su personalidad; ha sido transformado en algo intangible, etéreo, escondido en nieblas y envuelto en irrealidad. No obstante, la mayor realidad invisible en el mundo de hoy es el Espíritu Santo: una personalidad sagrada. Jesús fue la persona más notable e influyente que jamás haya existido en este viejo mundo; y el Espíritu Santo vino a llenar su lugar vacante. Nadie sino una persona divina podía tomar el lugar de su persona maravillosa. Jamás una mera influencia hubiera sido suficiente.

       La naturaleza de su personalidad

      Se corre el riesgo de limitar la idea de personalidad a meras manifestaciones corporales. Nos resulta difícil comprender el concepto de personalidad divorciado de las formas tangibles y corporales de la humanidad: seres provistos de cuerpos físicos y limitados. Pero, personalidad y realidad corpórea han de distinguirse claramente, aunque a menudo se confundan. La idea de personalidad no está circunscripta a las limitaciones de la humanidad. El Espíritu de Profecía también habla acerca de esto:

      “El Espíritu Santo es el representante de Cristo, pero despojado de la personalidad humana e independiente de ella. Estorbado por la humanidad, Cristo no podía estar en todo lugar personalmente. Por lo tanto, convenía a sus discípulos que fuese al Padre y enviase el Espíritu como su sucesor en la tierra. Nadie podría entonces tener ventaja por su situación o su contacto personal con Cristo. Por el Espíritu, el Salvador sería accesible a todos. En este sentido, estaría más cerca de ellos que si no hubiese ascendido a lo alto” (El Deseado de todas las gentes, pp. 622, 623).

      Dios el Espíritu no ha de medirse con patrones humanos. No podemos expresar lo infinito en términos perecederos. El Espíritu Santo está más allá de una definición acabada y concisa, y no necesitamos resolver el misterio de su naturaleza. Acerca de esto se nos amonesta específicamente:

      “No es esencial para nosotros ser capaces de definir con precisión qué es el Espíritu Santo. Cristo nos dice que el Espíritu es el Consolador, ‘el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre’ (Juan 15:26). Se asevera claramente, tocante al Espíritu Santo, que en su


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