Tan buena Elenita Poniatowska. Jairo Osorio Gómez

Tan buena Elenita Poniatowska - Jairo Osorio Gómez


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      Tan buena Elenita Poniatowska: noticias de autores y libros / Jairo Osorio

      Medellín: Ediciones UNAULA, 2017

      325 p.

      ISBN: 978-958-8869-82-7

      I. 1. ESCRITORES LATINOAMERICANOS

      2. RESEÑA DE LIBROS

      3. NOVELA LATINOAMERICANA

      4. LITERATURA LATINOAMERICANA - HISTORIA Y CRÍTICA

      5. ARTE DE ESCRIBIR

      II. 1. Osorio Gómez, Jairo

      Tan buena Elenita Poniatowska

      Noticias de autores y libros

      Jairo Osorio

      ISBN: 978-958-8869-82-7, de la edición colombiana

      ISBN: ___________ , de la edición mexicana*

      * La edición mexicana, que se publicaría simultánea con la versión colombiana, quedó bajos los escombros y el caos de la Colonia Roma, durante el terremoto del martes 19 de septiembre. La vocación latinoamericana de la UNAULA realiza la presente como homenaje a las víctimas de aquel pueblo y, en especial, a las intenciones de la Editorial Parmenia, Universidad La Salle, CD México.

      © Jairo Osorio

      © Ediciones UNAULA, de la presente edición

      Primera edición: noviembre de 2017

      Fotografías de carátula e interior:

      Jairo Osorio. Elena Poniatowska, 1988 y 1991

      Diagramación e impresión: Editorial Artes y Letras S.A.S.

      Hechos todos los depósitos legales

      Universidad Autónoma Latinoamericana UNAULA

      Cra. 55 No. 49-51 PBX: [57+4] 511 2199

       www.unaula.edu.co

       Diseño epub: Hipertexto–Netizen Digital Solutions

      Yo pertenezco, irrevocablemente, a una tardía forma de la Antigüedad

      Cees Nooteboom

      Cada libro es una apuesta contra el olvido, una postura contra el silencio que solo puede ganarse cuando el libro vuelve a abrirse

      George Steiner

      Tan buena Elenita Poniatowska son noticias de libros y de autores. En su mayoría, es una selección de apostillas publicadas en prensa escrita entre los años mil novecientos noventa y nueve y dos mil diez.

      Sin mayores pretensiones, el propósito que me animaba entonces, al escribirlas, era la promoción del alfabetismo de la comunidad de cristianos viejos en la que trabajaba de editor, y publicista, de un sinvergüenza pueblerino que sangraba a las autoridades con su proyecto engañoso, pero que retribuía con cierta generosidad mis buenos tercios. El alcance del objetivo lo ignoro todavía.

      Para la antología he agregado tres crónicas y un artículo que tienen que ver con el mismo oficio de escribir, y que a mi parecer ejemplifican toda la pasión que figura recitar libros. Es, en cierto modo, mi homenaje a esos cuatro amigos de todos los leedores. La primera se realizó para el suplemento Semanal, del periódico El Mundo (Medellín), con ocasión de la entrega del libro Nada, Nadie, de Elena Poniatowska, en la librería Gandhi, de Ciudad México; el artículo hizo parte de una polémica durante el año en que García Márquez anunció públicamente su adhesión a una candidatura conservadora en Colombia; la tercera es el introito para el libro Borges: memoria de un gesto [2004]; la cuarta crónica fue un encargo de la revista Agenda Cultural Alma Máter, de la Universidad de Antioquia, en el año dos mil dieciséis.

      El ministerio de la lectura ha estado ligado siempre al asombro y la curiosidad. Y otro tanto a las andadas de la soledumbre. Creo que, sin su compañía diaria, no hubiera soportado este holocausto perpetuo que es la vida. Sin las delectaciones del escrutinio y la ilustración el mundo hubiera sido, para mí, sombrío, excesivo y fastidioso. Siquiera hubo noticias de libros, y un lugar para la crónica.

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      Fotografía Jairo Osorio. Elena Poniatowska, Bogotá, 1991

       Tan buena Elenita Poniatowska 1

      El mismo jueves llegué a la Cruz Roja a ayudar en lo que podía. Me tocó un señor tremendamente lastimado, me acerqué a él y mal podía ver con un ojo; tendría sesenta y cinco años y le tomé la mano. Me insistió: –Acérquese a mí porque voy a morir en un rato y quiero morir viendo una mujer bonita.

      (Una señora bien de San Ángel, en Nada, Nadie)

      Uno escribe con pasión, que es como decir con amor u odio; quizá por eso sea tan difícil volverse un escribano a sueldo.

      En la librería Gandhi no cupieron. Eso dicen. Yo quiero pensar que es otra manera de seguir rememorando las oscuras noches de septiembre de hace exactamente tres años: en la esquina del Parque que da sobre la Avenida Miguel Ángel de Quevedo, una multitud escucha grave –a veces sonriente– las otras voces que hablan de Las voces del temblor: Nada, Nadie. En medio, Ella. Diminuta y hermosa como no me la soñaba. Elegante. Delicada. Tierna al celebrar un feliz apunte de cualquiera de los oradores de la tarde. Por encima de todo, honrada. Honrada y pudorosa.

      La multitud está sentada sobre el césped. Obreros, estudiantes, profesionistas. Ella y sus amigos –en realidad, lo son todos los que la acompañan en el acto– ocupan de manera incómoda una mesa trasteada con apuros y que, puesta entre la frondosidad del jardín público, coloca el aspecto mágico de esta ciudad tibia que es México por la época, pero también la informalidad que caracteriza a los que ahora se congregan. A un lado, los cláxones de los buses suenan parecidos a los llantos y a los gritos y a la impotencia que todos los asistentes rememoran.

      En la presentación de su libro no hay intelectuales. No por lo menos de la estirpe que tenemos nosotros. Los universitarios que leen la presentación a instancias de Ella, que son los que más se pudieran acercar a ese estigma, y el Carlos Monsiváis que también lee, lúcido como siempre, aquí pasan a ser los hombres de corazón solidario que despuntó aquel diecinueve de septiembre de mil novecientos ochenta y cinco, a las siete y diecinueve de la mañana. Un jueves, exactamente.

      Las demás voces que se alzan en la entrega del libro Nada, Nadie salieron del anonimato de las factorías clandestinas que las explotaban y que se desplomaron igual que un castillo de naipes con cientos de obreros adentro: Evangelina Corona, Victoria Munive, Alicia Trueba, costureras y amas de casa que hablan tan inteligentes como si fueran escritoras profesionales de todos los días. Sobrevivientes del terremoto que acusan desde entonces el olor inconfundible de la muerte, “un olor a cuerpo sin alma”, y que en el solo San Antonio Abad cobró seiscientas compañeras, setecientos talleres de confección de ropa destruidos y cuarenta mil mujeres sin empleo, “víctimas del fenomenal engaño llamado ciudad de México”. “–Yo hacía ojales, yo armaba las prendas, yo era plisadora, yo soy overolista…”

      “Superbarrios” Gómez, el líder popular de las Asambleas de Barrios y vendedor de fayuca en Tepito –una especie de Guayaquil más tenebroso que el nuestro en su peor tiempo–, improvisa. “Llegué tarde por estar de cardenista…” La gente aplaude. El mitin tempranero del Zócalo para desagraviar del robo de las elecciones presidenciales a Cuauhtémoc Cárdenas, el hijo del


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