Tan buena Elenita Poniatowska. Jairo Osorio Gómez

Tan buena Elenita Poniatowska - Jairo Osorio Gómez


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noche del dieciocho –la misma de la fiesta en la que “aturdieron y atormentaron” a Borges con tangos y milongas en la Casa Gardeliana–. Qué preguntarle, lo dejaron a nuestro talante de mozos. Y al destino, que después nos ha gobernado con harta generosidad.

      El silencio del piso, el día sosegado también, dieron un aire mágico a las dos horas de la conversación: su voz, apenas audible en algunos tramos, se escuchó con la reverencia que obliga el superior al dictar un precepto a los súbditos. Hasta María atendió reverente.

      A las ocho de la noche dejamos a Borges en la recepción del hotel, a donde lo aguardaba el historiador [Eduardo] Lemaitre, para saludarlo en nombre de la ciudad blasonada. Agitados, entonces nos dimos a recorrer las calles de “La Heroica” para apaciguar los ánimos enloquecidos que nos dejó el encuentro con el anciano insigne.

      Las preguntas y sus respuestas no son memorables. Lo es quizás el gesto –el de perseguir a Borges por medio país rural–, insólito si se admite la época y lo que éramos nosotros: dos púberes criados en los azares de la calle Pichincha y sus cruceros de Tenerife, Facio Lince y Salamina –en el caso mío–, y Carlos Bueno en las mangas de La Floresta, un barrio de camajanes y gente bullanguera.

      De las fotografías tampoco nada interesante se guardó (aunque hay quienes las tienen de icónicas y las rememoran cada día). En suma, sólo recuerdos, memoria de instantes felices: El hombre más festejado de la Tierra, viajando solo por los humedales del trópico, apretujado entre María y yo, en el asiento trasero del taxi; también, y de igual manera, en la primera fila de sillas del avión, mirándolo “entre formas luminosas y vagas que no son aún la tiniebla”; Borges tomado de mi brazo izquierdo, recorriendo anónimo el malecón de Bocagrande (“bueno, anónimo no, ya que ustedes han venido desde Medellín a Cartagena de Indias para conversar conmigo y yo no he hecho nada para que ocurra eso”); o cruzando la pista en construcción del aeropuerto de Crespo, apoyado otra vez en mi brazo, mientras una brisa coqueta le revuelve su pelo blanco de seda –a María, Borges la sujeta por el lado derecho de ella–; su cabeza gris, dulce y agradable, entre mis manos, protegiéndolo de algún golpe fortuito, al abordar el taxi que nos llevó del hotel al terminal aéreo; Borges de regreso a la montaña, con el alcaide anfitrión al pie de las escalerillas y otra vez la misma treintena de curiosos; Borges enfrentado al auditorio repleto de la Biblioteca Pública Piloto... En fin, Borges.

      Tal vez lo que nunca entendieron los incrédulos de la Academia Sueca fue su humor. “Los que deben estar tranquilos son ustedes, muchachos”. Pues, no. Nunca más volvimos a estarlo. La sensación de habernos acercado a un dios tutelar –a Shakespeare, a Cervantes, a Swedenborg..., a Borges–, y no haberlo aprovechado para nuestra conversión definitiva, atormenta como la imagen de la mujer joven que se escapó “hace ya tantos años”. (“Mientras dura el remordimiento dura la culpa”, escribió él en su Leyenda de Caín y Abel).

      Cuando murió, un periódico local me solicitó un texto con las impresiones del encuentro; no fui capaz de hacerlo. Seguía sin entender lo ocurrido.

      Ahora Borges disculpará esta usurpación que hacemos de su memoria. Él también las cometió con Lugones y Kipling y Emerson. Quedamos en paz.

      2

      En esa época, ni ahora, se nos ocurre dedicar estas páginas a alguien. Habrá que apropiarse de las líneas de Borges, en Historia de la noche, para destinarlas a la propia María: “Por la que usted será; por la que acaso no entenderé. Por todas estas cosas dispares, que son tal vez, como presentía Spinoza, meras figuraciones y facetas de una sola cosa infinita, le dedico a usted este libro, María Kodama”.

      Ella después reconocería tanta consagración –ya entrada el alma del Poeta en el Gran Mar–, a propósito de una muestra de dibujos inspirados en las obras que Borges le dedicó: “No lo olvidé nunca; esto signó de algún modo mi vida y se proyectó en lo que sería nuestra relación. Nuestra decantada relación, que fue pasando, a través del tiempo, por distintas facetas hasta culminar en el amor que nos habitaba mucho antes de que usted me lo dijera, mucho antes de que yo tuviera conciencia de mis sentimientos.

      “Ese amor que, revelado, fue pasión insaciable para colmar el sentimiento vago, indescifrable, que experimenté por usted siendo niña, cuando alguien me tradujo un poema dedicado a una mujer a la que amó años antes de que yo naciera. A esa mujer a la que le decía

       I can give you my loneliness, my darkness,

       The hunger of my heart;

       I am trying to bribe you uncertainty,

       With danger, whit defeat.

      “Ese amor del que fue dejando trazas a lo largo de sus libros, sin decírmelo, hasta que me lo reveló en Islandia. Ese amor protegido, como en la Völsunga Saga, por un mágico círculo de fuego, cuyo resplandor nos ocultaba de las miradas indiscretas... Aunque parezca una paradoja, la muerte y la vida no son signos opuestos, sino que son un solo fluir, y el vínculo entre el ser que parte y el que se queda es el amor.

      “Desde el centro de nuestro jardín secreto se alza esa llama que pertenece a la dinastía de los amantes. Esa llama que espero sea como un faro cuya luz alcance el inimaginable confín del Universo, para que si algo, de alguna forma, persiste del alma humana, le llegue y sienta que esa llama, hecha de amor, de lealtad, de pasión, que una vez compartimos, sigue viva en mí para usted “for ever, and ever..., and a day’”.

      Es decir, podemos asegurar que lo dedicamos al amor que cada día nos gobierna secretamente.

      La primera edición del libro fue pulcra y necesaria. Esta otra ya es sólo jactancia. La edad, que a veces nos la exige. Algunos textos y fotografías inéditos que no se conocieron por la época, agregan cierta utilidad al volumen de hoy.

      Al final incluimos el poema Mateo, XXV, 30. Borges lo pidió alguna vez: “yo creo que este poema tendría que imprimirse en la última página de cualquier libro mío. No perdido entre otros poemas tendría que ser siempre el último: Has gastado tus años y te han gastado,/ Y todavía no has escrito el poema. Tendría que ser el último de todos. Yo habría debido morirme para escribir esto. Pero sigo viviendo, y puedo pedir que se imprima en la última página siempre”.

      Su voluntad está servida. El libro de alguna manera es suyo, Borges.

       Sin estas mujeres el mundo es conventual

      Agitato piachere de fornicios y meretricios. Nueve cuentos de putas alegres. Gonzalo España. Medellín: Nuevo Horizonte, 2004, 98 p.

      A Gonzalo España [1945] lo conocen pocos, y quienes lo conocen lo recuerdan más por su militancia en la izquierda arrebatada de los años setenta del siglo pasado, que por su oficio penitente de escritor. Es una lástima, porque su obra merece mejor suerte entre los lectores y en el mercado editorial. (España nació en Bucaramanga, y estudió Economía en la Universidad de Antioquia).

      Autor ya de una larga y variada lista de publicaciones, editadas por las distintas vías a las que tiene que recurrir el escritor colombiano sin vocero oficial ni dolientes, podría decirse que Gonzalo España es un lobisón: el ser fabuloso, noctámbulo, que se aparece de tanto en tanto en figura de narrador (en lugar de animal, como en el cono sur de América), entre sus conocidos y amigos, con un buen libro bajo el brazo.

      España ha escrito novela policiaca en serie (Un crimen al dente, La canción de la flor), noveleta científica (Humboldt, el muchacho de la cruz del Sur; Mutis, el sabio de la vacuna –en ediciones de Panamericana), relato juvenil (Lista de Honor IBBY 1994 por su libro Galería de piratas y bandidos de América), sátira política novelada (y por la que ha tenido que huir rápido de muchos lugares: Leyendas de miedo y espanto, Relatos de la Conquista, Historia de amores y desvaríos en América, Relatos precolombinos, Prodigios americanos de la flora y fauna). Para la Universidad Industrial de Santander investiga y escribe textos de historia de la región.

      Con la colaboración de la Editorial Nuevo


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