La huerta de La Paloma. Eduardo Valencia Hernán

La huerta de La Paloma - Eduardo Valencia Hernán


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Salas Larrazábal, Ramón, Historia del Ejército Popular de la II República. Madrid: Editora Nacional, 1973.

      14. La primera reforma militar comenzó apenas nacido el régimen republicano mediante una declaración de principios afirmando que sometería a juicio de responsabilidad los actos de gestión y autoridad de los gobiernos anteriores; que respetaría la libertad de conciencia; que acataría la libertad personal y el estatuto de los derechos del ciudadano, reconociendo como principio la personalidad sindical y corporativa, y que garantizaría la propiedad privada y no abandonaría la República en manos de quienes, desde fuertes posiciones seculares y prevalidas de sus medios, quizás refiriéndose al ejército, pueden dificultar su consolidación. En un primer momento, buena parte de la oficialidad estaba esperanzada ante el nacimiento del nuevo régimen siendo una minoría de estos los exaltados a favor de ella y otra menor en contra, que aún seguía estancada en la monarquía perdida. Entre tanto, el 23 de abril de 1931 se había publicado un decreto por el cual toda la oficialidad debía guardar fidelidad a la República. Así pues, con el Decreto del 25 de abril de 1931 por el que se amnistiaba a los condenados por acciones antimonárquicas, comenzó la reforma militar con el objeto de reducir los efectivos militares y de recortar la influencia del Ejército en el Estado.

      El Ejército de África se moviliza

      Mientras que, en Madrid, el presidente de la República española duerme plácidamente, tras unos días agitados por los cruentos asesinatos del teniente Castillo de los guardias de asalto y del diputado Calvo Sotelo, en Melilla, Tetuán y Ceuta, buena parte de la oficialidad del Ejército de África se está alzando contra el Gobierno republicano e intenta consolidar el golpe de Estado que comenzó a fraguarse hace escasas horas. La rebelión ha comenzado.

      El palacio Real de Madrid, ahora llamado palacio Nacional, sede de la Presidencia de la República, está fuertemente protegido por la Guardia de Palacio. La forman dos compañías del regimiento Inmemorial n.º 1, la escolta presidencial y un pequeño refuerzo de guardias civiles; incluso se han instalado ametralladoras en previsión de futuros altercados.

      El presidente de la República se siente inquieto ante la creíble posibilidad de un golpe de Estado militar, aunque de momento todo parece bajo control. La noche anterior tuvo que trasladarse precipitadamente desde su residencia habitual en El Pardo en espera de lo que irremediablemente iba a suceder en unas horas. Son momentos trágicos para España y para la República.

      * * *

      En las habitaciones del palacio Nacional…

      —¡Hay que despertar al presidente! —comenta el secretario personal de la presidencia.

      —No le ha sentado bien la comida —comenta su ayudante—. ¿Podríamos esperar un poco más?

      —Peor se va a poner cuando se entere de las noticias que llegan de África. ¡Este Casares no se entera! Cuando tome decisiones, si las toma alguna vez, ya tendremos el problema encima. —¡Señor presidente! ¡Don Manuel!

      —¡Eh! ¿Qué ocurre? ¿Pasa algo?

      —Señor, malas noticias, tenemos problemas en África. ¿Cómo se encuentra?

      —El estómago fatal, pero… Déjeme, déjeme. En cinco minutos espéreme en el despacho.

      Al rato…

      —Bueno, cuénteme… ¿Qué coño pasa en África?

      —Señor, nos llegan noticias del protectorado de que algunas guarniciones se están declarando en rebeldía con sus mandos. Creemos que se trata de un intento de golpe de Estado propiciado por la oficialidad afín a la derecha.

      —¿Se sabe quiénes son los cabecillas?

      —Las conexiones telefónicas son muy malas. Creo que el levantamiento ha comenzado en Melilla, pero no es seguro.

      —¡La madre que los pario! No quieren que hagamos nuestro trabajo. Cuando tengamos más información reúna al gabinete de seguridad. Me temo que esta noche no vamos a dormir mucho… Póngame lo más pronto posible con Casares y reúna a mi gabinete de crisis, ya sabe, a los que llamo siempre. No podemos perder un minuto.

      El viejo político, al que apodan El Berrugas, se sienta en su mejor sillón como si el mundo se le cayera encima. Se siente aturdido ante el aluvión de acontecimientos que conviene solucionar lo más rápido posible…

      —¡África! Tenía que haberlo previsto. Tanto preocuparnos por Madrid y resulta que el levantamiento es al otro lado del estrecho… Necesito saber ya quiénes son los que están detrás de todo esto antes de que se nos vaya de las manos. ¡Venga! Todo el mundo en su sitio y a trabajar. ¡Usted! Llame a mi ayudante y póngame en contacto con el Ministerio de la Guerra, rápido.

      El presidente no las tiene todas consigo. Han estado meses planificando una situación como esta, pero… no es lo mismo. La realidad le desborda por momentos, no sabe qué hacer, en quién confiar, ni cómo solucionar una situación novedosa para él. Está solo y algo aturdido por la avalancha de noticias contradictorias que recibe. Sabe que no se trata de una proclamación como la de Primo de Rivera y que, si no se soluciona en las próximas 48-72 horas, la situación será irreversible. Reflexiona…

      —¡Joder! Lo que nos ha costado levantar esta República y, ahora, estamos a punto de enviarlo todo al traste. No puede ser, Tenemos que luchar y hacerlo bien. No podemos fracasar.

      —¡Señor, señor!

      —¡Eh! ¿Qué pasa?

      —Se ha dormido por un momento y estaba hablando solo.

      —Ojalá todo haya sido un sueño, pero me temo que la realidad es otra. Venga, pongámonos a trabajar…

      15. Al advenimiento de la República, el Ejército activo se componía de diez capitanías generales, ocho peninsulares y dos insulares, además de las fuerzas de ocupación del territorio de Marruecos. Cada una de ellas contaba con dos divisiones de infantería, o sea en total dieciséis, además de dos brigadas de infantería de montaña, con cabeceras en Madrid y Barcelona, una división de caballería, siete brigadas de esta arma y una brigada de ingenieros de ferrocarriles. Las capitanías insulares disponían de una brigada de infantería de dos regimientos y las tropas de ocupación de Marruecos comprendían el Tercio de extranjeros, seis medias brigadas de cazadores y los grupos de fuerzas regulares indígenas, además de tropas dependientes de la Dirección General de Marruecos y colonias compuestas por las mehal, las jalifianas, la Policía del Sáhara y la Guardia Colonial de Guinea. Las fuerzas de orden público se componían de la Guardia Civil y los cuerpos de carabineros y seguridad. En total, de 178 generales, 17.671 jefes y oficiales y 240.564 clases de primera y segunda categoría a principios de 1936, tras la drástica reducción, habían quedado 102 generales y 15.543 jefes y oficiales; de tal forma que, en general, los regimientos de infantería pasaron de 74 a 39 y de los de caballería se habían disuelto 18. Por tanto, el Ejército se había reducido a ocho divisiones orgánicas más las tropas de cuerpo de ejército. El Cuerpo de Tren, lo que podríamos definir hoy como intendencia, estaba integrado con personal procedente del cuerpo de suboficiales promovidos a alféreces después de un cursillo. A su cargo estaría la ejecución de los servicios de transportes, cuya dirección se encomendaba a jefes y oficiales de artillería e ingenieros, intendencia y tropas de sanidad. Resumiendo, podríamos decir que a principios de 1935 había en plantilla


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