La huerta de La Paloma. Eduardo Valencia Hernán

La huerta de La Paloma - Eduardo Valencia Hernán


Скачать книгу
suboficiales y 67.300 hombres. En total había 250.000 hombres, de los que 14.500 aproximadamente eran jefes y oficiales. Sin duda, los conatos de golpe de Estado tras el descontento general de la clase militar fueron adquiriendo carácter después de las algaradas de Castilblanco y Arnedo por los que el general Sanjurjo había sido sustituido de la dirección general de la Guardia Civil por el general Cabanellas. Sanjurjo, también llamado el León del Rif, fue uno de los generales que se habían considerado más agraviado por las circunstancias políticas provocadas por el Gobierno republicano, comenzando su actividad conspiratoria favorecida por la discusión de la ley de congregaciones religiosas o por el estatuto catalán y que acabaría con su propia muerte por accidente en las primeras horas del alzamiento nacional. Cabe destacar que uno de los conatos golpistas y revolucionarios que tuvo que sufrir la recién llegada República fueron los hechos acaecidos en octubre de 1934. Una rebelión de sello revolucionario con socialistas a la cabeza con centros en Asturias y Cataluña donde el propio Gobierno de la Generalidad se rebeló contra el Gobierno central. En Asturias la rebelión fue sofocada por el teniente coronel Yagüe al frente de tropas africanas bajo la dependencia del general López Ochoa y dirigido desde el Estado mayor por el general Franco, asesor personal del ministro Hidalgo. Tras la resolución de estos focos revolucionarios e independentistas, en Cataluña, después de la revuelta fueron condenados a muerte el teniente coronel de infantería Juan Ricart March, el comandante de artillería Enrique Pérez Farrás, el de infantería Ricardo Sala Ginestá y los capitanes de caballería, Enrique Escofet Alsina y Francisco López Gatell, del arma de artillería, quienes se pusieron de lado del presidente de la Generalidad, Lluís Companys, en un amago secesionista contra el Estado. No obstante, pasado un corto tiempo, todos fueron indultados, excepto el sargento Vázquez, el cabeza de turco, declarado culpable oficial máximo.

      16. Foto: presidente Azaña y el general Franco meses antes del golpe de Estado. Fuente: Hª y Vida, septiembre de 1972. Pag, 12.

      GOLPE DE ESTADO Y REVOLUCIÓN

      Melilla, protectorado de Marruecos, la tarde del viernes del ١٧ de julio de ١٩٣٦

      Todo son rumores hasta que, por fin, llegan noticias desde Marruecos y Canarias. En el protectorado, el Ejército regular se ha sublevado en su práctica totalidad. Los generales Romerales y Morato, fieles a la República, han fracasado en el intento de conservar el orden establecido y peligran sus propias vidas. Todo es confuso y comienza a subir la adrenalina en el Ministerio de la Guerra. El golpe comienza a tener forma.

      —¡Oiga, Madrid, Madrid! / ¡Al habla el sargento Rodríguez desde el centro de comunicaciones de Tetuán! / Confirmo, repito, confirmo que se han sublevado el Tercio y los Regulares. Toda la oficialidad está desaparecida y nos encontramos totalmente rodeados por las fuerzas sublevadas… Paso a la escucha.

      Las comunicaciones con África se van deteriorando conforme va avanzando la tarde, creando un estado de ansiedad ante la falta de información real y veraz. La sala del ministerio donde se encuentra el general Pozas, inspector general de la Guardia Civil, se encuentra en silencio absoluto intentando asimilar las noticias que van llegando. Por fin, el general toma la iniciativa y ordena despejar la habitación, quedando solo los más altos responsables. El sudor frío comienza a ser palpable en unos rostros perplejos y descompuestos ante la nueva situación.

      —Oiga, ¡Tetuán!, al habla el general Pozas. ¿Me oye bien?

      —Sí, mi general.

      —Escúcheme bien, sargento, por ningún motivo obedezca órdenes que no sean transmitidas por su capitán de servicio y por escrito. Ese es su deber.

      —Pero ¿y si me presionan por la fuerza, mi general? Creo que el oficial al mando está con ellos y hace un buen rato que no lo veo.

      —Usted cumpla con su obligación como lo haría cualquier soldado. Le deseo mucha suerte y sepa que estaremos en contacto permanente. No corte la línea de comunicación. Seguiremos en contacto.

      —...

      Tras un corto silencio, la respuesta de confirmación desde Tetuán se recibe entrecortada y difusa. El sargento sabe que está solo a mucha distancia de Madrid, que su vida y la de su familia corren peligro y que las próximas horas van a ser decisivas.

      Pozas ha salido extenuado de la habitación dirigiéndose a su despacho particular. Tiene intención de escribir una orden de estricto cumplimiento dirigida a todas las guarniciones de la Guardia Civil destacadas en el protectorado, a sabiendas de que la práctica totalidad de la oficialidad se ha pasado al bando golpista. Se siente cansado, necesita dormir, pero España lo necesita. Es preciso saber la situación en Melilla por si existe la posibilidad de coartar la extensión de la rebelión a la península. Todavía hay esperanza, la Escuadra Naval mandada por el Gobierno les cortará el camino, seguro que lo hará. Finalmente, el cansancio resuelve lo inevitable. Su excelencia duerme profundamente en su despacho. Solo por un rato.

      En las calles de la capital el nuevo día va abriéndose camino. Un tórrido sábado veraniego que se refleja en la soledad de las grandes avenidas. Todo está tranquilo, hace calor. Las organizaciones sindicales y sus grupos armados, que son muchos, siguen expectantes en una vigilancia intensiva. Saben que pronto se producirá el estallido y se ha de estar preparado. Los militantes socialistas y anarquistas que deambulan por la capital van bien armados y pertrechados dentro de sus coches, que recorren las calles a gran velocidad.

      En el otro bando, los grupos de extrema derecha, los falangistas, están también al acecho y van bien armados. Tienen cierta ventaja, pues más de uno ya sabe cuándo será la fecha y la hora de la sublevación en Madrid. Solo se trata de controlar la impaciencia. Escasea la munición y las armas son obsoletas, aunque todos confían en que cuando se haya dado la orden puedan abastecerse desde el propio Cuartel de la Montaña, núcleo militar de la conspiración.

      Bien entrada la tarde, el Congreso de los Diputados comienza a ser un hervidero de periodistas ansiosos por saber que está pasando. Prácticamente todos los diarios de gran tirada, El Socialista, El Sol, El Mundo Obrero, La Voz, La Libertad, están representados por los sabuesos de la información. Nada se consigue de momento; todo son especulaciones. Por fin, el diputado socialista Indalecio Prieto rompe el silencio informativo.

      —¡Señores!, la guarnición de Melilla se ha sublevado. Solo les puedo decir que la situación en la península está controlada, pero las comunicaciones con el protectorado y con Canarias resultan dificultosas. De momento no hay nada más.

      —¡Pero! ¿Se sabe quién o quiénes son los cabecillas de todo esto?

      —No hay confirmación oficial, pero todos los indicios indican que el general Franco está detrás de todo esto.

      En efecto, un comunicado dirigido desde Melilla por el coronel Solans al general Franco, comandante militar de Canarias, y captado por el SIM (servicio de información militar), corrobora lo ya expuesto por el veterano político. La respuesta del general golpista es inmediata:

      «Gloria al heroico Ejército de África. España, sobre todo. Recibid un saludo entusiasta de estas guarniciones que se unen a vosotros y demás compañeros en la península en estos momentos históricos. Fe ciega en el triunfo ¡Viva España con honor!». El estado de shock dentro del Gobierno es manifiesto. Una de las primeras decisiones del gabinete ministerial es la de censurar al máximo cualquier información que pueda alterar la paz ciudadana, pero ya es demasiado tarde. Casares Quiroga, presidente del Consejo de Ministros, consulta con todo el mundo, pero es incapaz de tomar una decisión que pueda clarificar a la población y a su propio equipo de gobierno cuales son los pasos que seguir.

      —¡Señores! —llama la atención a todos los presentes en su despacho—. Tenemos que acelerar el nombramiento del general Núñez de Prado como nuevo inspector general de Marruecos antes de que la situación sea incontrolable y enviarlo a su destino a la mayor brevedad.

      Efectivamente, el general es convocado en la misma tarde y, tras recibir los poderes gubernamentales de su nombramiento, saldrá esa misma noche a un destino incierto del cual no volverá, al menos vivo. Casares considera que, antes de viajar a Marruecos, el general


Скачать книгу