Tarot en PHI: Paradigma Hermético Iniciático. Leo En PHI
superior. La Belleza, entonces, no es un concepto rígido, sino una fuerza integradora de estos dos poderes que la rodean, utilizando a una u otra no mediante fórmulas o límites preestablecidos, sino dando y reteniendo a medida que es necesario para el equilibrio. Aplicado a lo que recorrimos hasta ahora, Tiferet nos aconseja a que cuando tomemos nuestras decisiones, lo hagamos no desde la rigidez de rencores o pautas preestablecidas, pero tampoco sin memoria, destruyendo la experiencia. Se trata de un delicado arte que implica ni más ni menos que Aceptar, Considerar, Evaluar, Decidir… y Sostenerse.
VII
El Carro
El Carro nos muestra una figura de pie en una cuadriga, dirigiendo con una mano las riendas de cuatro vigorosos caballos blancos que tiran del arquetípico Carro Solar a través de los cielos. Su voluntad soporta las desaveniencias y las voluntades a veces encontradas y opuestas de las bestias, listo para dominar a aquella que no vaya exactamente hacia donde él quiere, por donde él quiere y al ritmo que él quiere.
Al mirar esta imagen a la mente de muchos vendrán los nombres de Helios o Apolo, si bien Apolo no aparece conduciendo el carro solar en los textos griegos originales, aunque la identificación entre estos dos dioses obviamente ha colaborado en generar esta confusión. El dios solar de los griegos era Helios, que los latinos llamaron Sol, o más particularmente Sol Invictus. Su culto y el de su hermana Selene (la Luna) fue previo a la predominancia olímpica ateninese, y quedó reducido a muy escasos lugares, como la Isla de Rodas, sobre la que se levantaba imponente la figura del famoso Coloso -que no era otro que Helios mismo-, y que es considerada como una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. Uno de los ritos celebrados anualmente en esta isla griega consistía en despeñar una cuadriga al mar desde un precipicio, lo cual hace referencia a uno de los mitos más íntimamente vinculados a este dios solar.
Como era aparentemente normal en esos tiempos, los dioses solían enamorarse efímeramente de jóvenes mortales y luego regresaban a sus quehaceres divinos, dejando tras sí hijos en la tierra que portaban su sangre sin más conocimiento de su linaje que las palabras de su madre o algún que otro oráculo indiscreto. Algo de esto ocurrió cuando Helios, quien todo lo ve desde su carruaje, posó sus ojos en la oceánide Clímene, y la sedujo sin importarle demasiado que fuera la esposa de Mérope, Rey de Etiopía. Sin embargo, luego de yacer con ella, debió regresar a su deber sagrado de conducir su vehículo, dejándola embarazada de un niño al que, al nacer, llamó Faetón (que significa Radiante). Faetón creció conociendo su historia de labios de su madre, pero cuando más grande fue interpelado por otros jóvenes que cuestionaron su sangre divina, Faetón se alejó corriendo, y con lágrimas en sus ojos suplicó a su madre que le otorgue alguna prueba de quién era su padre. Entonces Clímene oró a Helios y le confió la situación, ante lo cual el dios, aprovechando la noche, se acercó a su hijo y le confirmó su linaje, ofreciéndole concederle cualquier cosa que el joven imaginase que le pudiera ser útil para probar de quién era hijo; entoces, Faetón le pidió por un día ser él quien condujese el Carro Solar. Helios, horrorizado, le pidió que reconsiderara el pedido, ya que el Carro era muy difícil de controlar y sólo él era capaz de dominar a sus cuatro corceles; pero ante esto Faetón se sostuvo, argumentando que si era realmente su hijo, no correría ningún riesgo y podría manejarlos igual que su padre. Incapaz de deshacer su Palabra, Helios lo protegió contra el terrible calor de su brillante corona, se la ubicó en su cabeza y le concedió las riendas, indicándole que siempre debía conducirlo derecho sobre las nubes, ni muy cerca ni muy lejos de la tierra, a una velocidad constante y sin abusar del látigo. Faetón prácticamente no lo escuchaba, ansioso mientras las Horas le ajustaban los arneses del vehículo de oro, y tomó las riendas entusiasmado, ordenándole a los corceles con un brusco movimiento que inicien el galope. Estos se asustaron y volaron demasiado bajo, ardiendo los bosques y formando un inmenso desierto en Libia (África), y quemando tanto la piel de sus habitantes que quedó oscura para siempre. Entrando en franco pánico, Faetón comenzó a sujetar con fuerza las riendas hacia arriba, y entonces los caballos se alejaron de la tierra y del cielo, elevando la temperatura de la Luna y las Constelaciones, mientras la tierra era asolada por un frío glacial. Ante el clamor de hombres y dioses por esta catástrofe, Zeus debió intervenir y arrojó su poderoso rayo al carro, destrozándolo, y arrojando el cuerpo de su inexperto conductor a las aguas de un río, donde sus hermanas las Helíades lo sepultaron llorando y se convirtieron en álamos para custodiar su tumba. Helios, por su parte, quedó tan apesadumbrado por la muerte de su hijo y los destrozos que provocó el regalo que le hizo, que se negó a salir nuevamente, sumiendo el mundo en una gran oscuridad hasta que Zeus lo convenció de volver a cruzar los cielos y restablecer la rutina del día y la noche en el mundo.
Este mito es riquísimo en contenido simbólico, y de hecho contiene varias escenas arquetípicas, pero nos enfocaremos en aquellas que hacen al mejor entendimiento de la energía de esta carta.
Lo primero a destacar es que el Carro Solar no se mueve solo: necesita de la fuerza y de la sangre de cuatro poderosos corceles. Lo segundo es que estas bestias no saben adónde tienen que dirigirse, ni son conscientes de las consecuencias que tiene su paso si van por aquí o por allá. Es el Auriga quien completa esta tríada aportando su guía y direccionalidad. Sin embargo, como tristemente muestra la historia de Faetón, ocupar ese lugar en el Carro no implica necesariamente habitar el rol del Auriga. Tampoco basta con “saber” cuáles son las instrucciones, ya que conocerlas no es lo mismo que vivenciarlas, y de la vivencia – de las experiencias personales- es que surge la verdadera Sabiduría que implica dominar las riendas con la firmeza necesaria para dirigir a los caballos por donde uno desea, la disciplina para no contagiarse del pánico ante un problema y la aplicación del justo correctivo cuando estas emociones –pues eso simbolizan estos caballos, hijos de Poseidón, dios de los Mares- no se canalizan por donde deben.
Es interesante cómo se repite en muchos libros que hablan sobre esta carta y el Tarot en general, una omisión tan alevosa y significativa que por ello mismo probablemente queda oculta a la vista de todos. Hablo de que normalmente se habla mucho del conductor, de sus ropas, y hasta expresiones, así como de los caballos, esfinges, elefantes o cualquiera sea la bestia que arrea el carro… pero poco se menciona sobre el Carro en sí, siendo que la carta no se llama El Auriga ni Los Caballos. Como mucho se describen detalles pictográficos de sus elementos: sus Ruedas, con alguna analogía a las Ruedas de Samsara, si el palanquín es techado o no, etc. etc. La cuestión es que el Carro en sí es más que un tercer elemento: en esta Carta tiene el rol protagónico. Por ejemplo, podríamos preguntarnos por qué Faetón no le pidió prestada a Helios su corona, o uno de sus caballos, o cualquier otra cuestión para el caso; no: lo que deseaba era conducir el Carro Solar, convertirse en la mente sutil que direcciona las emociones para provocar en lo denso la experiencia real del movimiento del sol durante el día.
La imagen del Carro Solar no es propiedad intelectual exclusiva de los antiguos griegos, sin embargo. En el Rig-Veda, el texto hindú más antiguo que se conoce –de aproximadamente mediados del segundo milenio antes de Cristo-, se hace mención al carruaje solar tirado por siete caballos que conduce al dios Suria a través de los Cielos.
Barca Solar del dios hindú Suria
En el caso de los nórdicos, el sol etaba representado por una diosa, Sól, quien gobernaba un carruaje tirado por dos corceles llamados Arvak y Alsvid (“Madrugador” y “Muy Veloz”, respectivamente), que eran perseguidos todos los días por un lobo gigante llamado Sköll, de quien se decía que en los eclipses éste estaba tan cerca ya del carro que su sombra ocultaba parcial o totalmente al carruaje divino.
Sól en su carruaje solar, perseguida por el lobo Sköll
No obstante, el carro solar no es más que una versión más moderna –relativamente, por supuesto- de un símbolo mucho más antiguo: el