La protohistoria en la península Ibérica. Группа авторов

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en muchos casos, esas redes de intercambio para articular sus provincias más occidentales.

      El libro, además, tiene como uno de sus principales objetivos la difusión científica, pues está orientado tanto para todo aquel interesado en la Historia en general como para los estudiantes de la materia que pueden encontrar en sus páginas una actualización de uno de los periodos más apasionantes del pasado. Pero además, la divulgación con base científica se antoja fundamental en estos tiempos en los que la indiscriminación de internet permite intromisiones que desvirtúan nuestra visión del pasado. En este sentido, debemos agradecer el esfuerzo de la editorial Istmo por promocionar y seguir fiel a la reconstrucción de la Historia a través de su magnífica colección Historia de España; pero también agradecer la infinita paciencia que han demostrado por la dilación que ha sufrido la edición por los compromisos ineludibles de algunos autores, a quienes agradezco sinceramente su disposición a participar en la obra. Por último, mostrar mi agradecimiento a Alfredo Alvar por haber confiado en quien suscribe estas líneas para coordinar este volumen.

      Sebastián Celestino Pérez

      Mérida, verano de 2016

      TARTESO: UNA CULTURA ENTRE EL ATLÁNTICO Y EL MEDITERRÁNEO

      Sebastián Celestino Pérez

      y Esther Rodríguez González

      Introducción

      En los últimos años se han producido una serie de hallazgos arqueológicos y, especialmente, un sensible avance en la investigación en la Protohistoria del sudoeste peninsular que nos ha permitido rediseñar el espacio, la cronología y la adscripción cultural de las comunidades que vivían en un amplio territorio del sudoeste peninsular conocido en la Antigüedad como la Tartéside o Tartessos, nombre que le asignaron los griegos a partir del siglo VI a.C. y que, probablemente, ya se denominaba así o de un modo similar cuando llegaron los primeros colonizadores originarios del Mediterráneo oriental, fundamentalmente los fenicios. Por ello, cuando nos referimos a Tarteso como una entidad sociopolítica y cultural, estamos aludiendo a un territorio que se configura con elementos indígenas y fenicios, sólo entonces podemos hablar con propiedad de los tartesios, gentes que vivían en ese amplio espacio geográfico independientemente de su origen, cultura o estatus social.

      Considerar como tartesios a los indígenas del Bronce Final o ampliar el área geográfica donde se desarrolló su cultura hasta límites exagerados sólo ha servido para crear una imagen falsa de Tarteso que ha propiciado que sea percibido por muchos como un estado legendario, cuando es una realidad histórica más dentro del contexto mediterráneo de la que tenemos un amplio conocimiento que, quizá, no hayamos sido capaces de transmitir. Por lo tanto, y para huir de discusiones banales que sólo han entorpecido la comprensión de esta cultura, utilizaremos la expresión Tarteso para referirnos al periodo histórico que abarca desde los primeros indicios de la colonización fenicia, a finales del siglo IX a.C., hasta su ocaso cultural, hacia el siglo VI a.C. No obstante, sabemos que los primeros contactos fenicios se produjeron al menos un siglo antes de la colonización, una fase que podemos considerar como «precolonial», a pesar de la controversia que conlleva el término, pero que define bien un espacio de tiempo en el que los habitantes de estos territorios, anclados culturalmente en el Bronce Final, comenzaron a relacionarse a través de tímidas redes comerciales con el mundo mediterráneo. Por último, y como es lógico, una cultura de esa enjundia terminó por irradiar su influencia por los territorios colindantes, de ahí que cuando se estudia Tarteso también se incluya su periferia geográfica, heredera además de su legado cultural tras la crisis sufrida en su núcleo geográfico, pero dotada de una fuerte personalidad cultural que se manifestó sin apenas alteraciones hasta los primeros años del siglo IV a.C.

      En la bibliografía, y por cierta conformidad, se ha utilizado con mayor profusión el vocablo orientalizante para solventar los prejuicios y las contradicciones que acarrea el término tartésico; pero si nos fijamos en las numerosas publicaciones realizadas bajo ambas voces, vemos que en nada se diferencian las unas de las otras. El concepto «orientalizante», un préstamo lingüístico tomado de la historia del arte, fue introducido como término descriptivo para hacer alusión a un tipo de decoración en la que se detectaba un estilo de raíz puramente oriental. Su estandarización se atribuye al arqueólogo danés Frederik Poulsen, quien lo adoptó con la idea de definir aquella tendencia artística que se detectaba en la Grecia del siglo VII a.C., donde los objetos locales imitaban producciones originarias del arte del Próximo Oriente. Así, y aunque en origen el concepto se refería a un fenómeno exclusivo del Mediterráneo oriental y central, su utilización se propagó por el resto de la cuenca mediterránea, introduciéndose de este modo en la arqueología peninsular. La generalización del término «orientalizante» se reflejó rápidamente en la narrativa arqueológica, desvirtuando incluso su significado cultural y cronológico, lo que a la postre ha propiciado la confusión entre los propios estudiosos de este dilatado periodo histórico. Parece, pues, que ha llegado el momento de utilizar, sin ningún complejo, la denominación «cultura tartésica» en detrimento de la «orientalizante», que debería quedar restringida a cuestiones del ámbito artístico, y no para poner límites cronológicos, geográficos ni, mucho menos, etnológicos. En todo caso, parece más lógico hablar de una primera «fase oriental» para Tarteso, coincidente con los primeros momentos de la colonización, entre los siglos IX y VIII a.C.; sin embargo, lo que surge después es una cultura híbrida y de gran originalidad dentro del ámbito mediterráneo que debemos denominar tartésica para acentuar su indudable personalidad.

      I. Una aproximación a la historia de la investigación de Tarteso

      Hasta la segunda mitad del siglo XX, Tarteso fue concebida como una gran ciudad capaz de capitalizar un vasto territorio que habría ocupado buena parte del sur peninsular; sin embargo, no sólo no había ningún indicio de la existencia de una ciudad de esa naturaleza, sino que tampoco se asociaban a su cultura algunos hallazgos que se habían producido a comienzos de ese siglo, donde el tesoro de Aliseda es quizá el ejemplo más significativo. La búsqueda de la ciudad se convirtió en un objetivo único, alentada sin duda por los espectaculares hallazgos de lugares históricos recuperados, como Troya, Micenas o Tirinto, lo que dio alas a la interpretación de los textos clásicos para buscar una ciudad, Tarteso, reiteradamente mencionada por las fuentes griegas y romanas. No obstante, y de forma inconsciente, la primera aproximación a la cultura tartésica la desarrolló G. E. Bonsor, quien excavó varias necrópolis tartésicas en el entorno de Carmona y Lora del Río, en Sevilla. La conclusión que nos transmitió de sus intensas excavaciones llevadas a cabo entre la última década del siglo XIX y las tres primeras del XX, es el papel primordial que tuvieron los fenicios en la península Ibérica gracias a la introducción del hierro, el torno de alfarero y otras tecnologías asociadas a la explotación metalúrgica; pero también gracias a la colonización agrícola de las tierras del Bajo Guadalquivir, una circunstancia que permitiría a su vez el desarrollo urbano de la zona. Ante el desconocimiento que existía de una cultura material asociada a Tarteso, Bonsor siempre pensó que el ritual y los materiales de las tumbas que excavaba se debían a elementos foráneos procedentes del Mediterráneo oriental, si bien con un alto grado de singularidad; pero en realidad, lo que estaba excavando y estudiando eran las primeras pruebas claras de la cultura tartésica.

      Las excavaciones de Bonsor en necrópolis tartésicas como Alcantarilla, Bencarrón, Acebuchal o la Cruz del Negro, además de la de Setefilla, supusieron un paso de gigante en la arqueología protohistórica del sur peninsular, en aquellos años muy influenciada por el dominio céltico gracias a las menciones de Plinio en su Historia Natural, y según la cual estos habrían invadido todo el sur peninsular coincidiendo con la conquista púnica, por lo que el arqueólogo británico adjudicó los enterramientos a elementos celtopúnicos, sin reconocer un sustrato indígena propio de la zona. Bonsor se adentró muy pronto en la búsqueda de la ciudad de Tarteso, elaborando mapas y realizando intensas prospecciones en la costa onubense siguiendo para ello el Periplo de Avieno, lo que le llevó a centrar sus investigaciones en el parque de Doñana, donde años más tarde realizaría excavaciones en el Cerro del Trigo, junto a A. Schulten, y cuyos resultados fueron negativos.

      La entrada de Schulten en el panorama arqueológico del sur peninsular tenía también como


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