La protohistoria en la península Ibérica. Группа авторов
cualquier influencia fenicia. Así, con la financiación del káiser alemán Guillermo II y el libro de Avieno como guía, emprendió una búsqueda desesperada de la ciudad de Tarteso, pero con el inconveniente de carecer de conocimientos arqueológicos que le permitieran emprender excavaciones en los lugares que él creía más idóneos, por lo que tuvo que contar con la participación del propio Bonsor, a quien terminó por relegar de la investigación. Su contrariedad ante la imposibilidad de encontrar la ciudad le condujo a esbozar algunas ideas que han hecho mucho daño a la arqueología española y que, por el contrario, han servido para alentar la fábula de muchos aficionados; en concreto, y apoyándose en los Diálogos de Kritias y Timeo de Platón, lanzó la hipótesis de que Tarteso se debía identificar con la ciudad perdida de la Atlántida, todo un despropósito que aún hoy en día tiene seguidores fuera del ámbito científico.
En paralelo a estos trabajos, el ingeniero y geólogo Juan Gavala, realizó a finales de los años veinte del pasado siglo una intenso estudio sobre Doñana; la conclusión a la que llegó fue que había que descartar cualquier tipo de ocupación en época tartésica de la zona que ocupaba la desembocadura del Guadalquivir, donde se habría formado un gran estuario comunicado con el denominado Golfo Tartésico. Con el paso del tiempo, y siempre según Gavala, el golfo se habría ido rellenando por los sedimentos del Guadalquivir, formándose un cordón de dunas y flechas litorales que los romanos denominaron lago Ligustino, hoy ocupado por el actual parque de Doñana. No obstante, esta teoría, que aún se mantiene prácticamente inalterable entre los arqueólogos, está siendo revisada por los geomorfólogos toda vez que Gavala no pudo tener en cuenta ni las fluctuaciones climáticas del Holoceno ni la teoría de la Tectónica de Placas, surgida a comienzo de los años sesenta del pasado siglo. Según estas nuevas revisiones, se ha llegado a la conclusión de que sí fue posible que hubiera existido ocupación humana en Doñana en época tartésica, si bien en las zonas más elevadas. No obstante, los trabajos arqueológicos allí realizados en los últimos años solo han detectado ocupación humana en la Edad del Bronce y en época romana, si bien yacimientos como La Algaida abren la posibilidad de que existieran otros asentamientos tartésicos junto a la costa que complementarían los ya conocidos, donde destaca especialmente el de Mesas de Asta, elevado sobre la marisma actual y sobre el que nos detendremos más adelante.
La búsqueda de la ciudad de Tarteso no cesó hasta mediados de los años cincuenta del siglo XX, cuando Maluquer de Motes lo concibe como una cultura indígena enriquecida gracias a las aportaciones mediterráneas, principalmente griegas y, más concretamente, chipriotas. A partir de ese momento, los investigadores, sin dejar de lado las fuentes grecolatinas, comienzan a mirar a la arqueología como la disciplina capaz de despejar las incógnitas de una cultura que, paulatinamente, empieza a aportar algunas piezas para entender su estructura; de hecho, algunos objetos comienzan a ser adscritos a Tarteso, introduciéndose el término «orientalizante» para clasificarlas, un avance significativo que debemos a los trabajos de Blanco Freijeiro y García y Bellido. Pero el paso más significativo se produjo en 1958 con la aparición del tesoro de El Carambolo y las posteriores excavaciones en el cerro perteneciente a la ciudad de Camas, junto a Sevilla, de la mano de Juan de Mata Carriazo. Las evidencias constructivas exhumadas fueron interpretadas como fondos de cabañas del Bronce Final, mientras que los objetos documentados en las excavaciones dieron una dimensión material a Tarteso. Entre estos materiales destacan especialmente los vasos pintados con motivos geométricos que pasaron a denominarse «tipo Carambolo» y que aún hoy en día siguen siendo un referente de la cultura material tartésica y una guía para identificar sus yacimientos.
Tras el hallazgo de El Carambolo y la adscripción de otros descubrimientos a la cultura tartésica, se comenzó a configurar una base crítica sobre la formación de su cultura que ahora basculaba claramente hacia la arqueología, mientras que las fuentes escritas pasaron a segundo plano por la confusión que generaban. En este sentido, es fundamental el Simposio Internacional de Prehistoria Peninsular que Maluquer de Motes organizó en Jerez de la Frontera en 1968 bajo el título «Tarteso y sus problemas», donde se sentaron las bases para caracterizar la cultura tartésica. Es a partir de este momento cuando se comienzan a realizar un importante número de intervenciones arqueológicas en Andalucía que dieron como resultado un amplio conocimiento tanto de la colonización fenicia como del mundo indígena del sudoeste peninsular. Y ante la variedad de objetos que se recuperaban, ya fueran cerámicas, bronces, marfiles u objetos de orfebrería, se optó por el término «orientalizante» para definirlo ante las prevenciones que aún existían para decantarse por el término tartésico; de esta forma, y en muchos casos hasta nuestros días, el orientalizante se sigue utilizando como sinónimo de tartésico, lo que no deja de ser un error como se argumentará más adelante.
Por lo tanto, es a partir de los años setenta del pasado siglo, y especialmente en la década posterior, cuando comienza a sistematizarse la cultura tartésica a través de los objetos que la caracterizan, destacando las clasificaciones de sus cerámicas por parte de Ruiz Mata, o de sus bronces y otros objetos de prestigio de la mano de Blanco Freijeiro, García y Bellido o Blázquez; pero también de sus rituales funerarios gracias a las excavaciones en La Joya de Huelva, a las que se unen ahora las estudiadas por Bonsor en la zona de Carmona, ya consideradas como genuinamente tartésicas. Muy pronto, se implanta en la arqueología tartésica el determinismo tecnológico derivado del materialismo histórico, cuyo objetivo es justificar el cambio cultural de la sociedad que se estudia; de esta forma, surgen los trabajos de Aubet, quien a través de las excavaciones y análisis estratigráfico de los yacimientos hasta ese momento conocidos, logra exponer una nueva línea de trabajo que trata de dar explicación a la economía y a la estratificación social de la sociedad tartésica. Además, introduce el término «aculturación», con el que quiere justificar la influencia fenicia en las sociedades indígenas, mientras que emplea el término «orientalizante» para describir las manifestaciones culturales que solo afectarían a las clases dirigentes indígenas. Tarteso pasa a concebirse ahora en una sociedad protourbana de base aristocrática que estaba relativamente preparada para asumir la colonización fenicia.
El protagonismo de la arqueología en la interpretación de Tarteso se ve complementado por el auge de los historiadores de la Antigüedad en su estudio. Destaca en este sentido la hipótesis de González Wagner y Alvar, quienes a finales de los años ochenta, y basándose en las ideas de Bonsor, justifican la presencia de los fenicios en Tarteso no sólo por un objetivo meramente mercantil ligado a la explotación minera de la zona, sino también por un interés por colonizar íntegramente el territorio del valle del Guadalquivir, con un gran potencial agrícola. Este protagonismo de los fenicios a la hora de entender Tarteso contrasta con las hipótesis defendidas mayoritariamente por los arqueólogos de la época, que entendían Tarteso, alentados por las teorías autoctonistas de Renfrew en boga en esos momentos, como una cultura de base indígena.
Por último, antes del cambio de siglo calan entre los investigadores la teoría del «World systems» y la de «centro-periferia», ambas de origen anglosajón, que intentan explicar el complejo sistema de intercambio comercial entre el foco cultural y la periferia geográfica afectada. Por último, la incorporación de los estudios basados en la arqueología del territorio y del paisaje ha enriquecido sensiblemente nuestro conocimiento de Tarteso, pues a través de ellos se ha logrado diseñar un territorio que define muy bien el espacio y la cultura de Tarteso.
Veinticinco años después de la celebración del V Simposio Internacional de Prehistoria Peninsular, volvió a celebrarse en Jerez de la Frontera una nueva reunión bajo el título «Tartessos 25 años después. 1968-1993», cuya finalidad era intentar recopilar aquellos avances que se hubiesen realizado en torno al estudio de la cultura tartésica. Aunque el panorama había cambiado sensiblemente, pues la búsqueda de la ciudad había pasado a un segundo plano, el interés se centraba ahora en definir el papel del mundo indígena previo a la llegada de los fenicios, pues era en él en el que se hundían las raíces de Tarteso. Por su parte, el mundo fenicio quedaba ausente de esta discusión, quedando de ese modo patente el carácter autóctono de esta cultura.
En la última década han proliferado tanto las excavaciones arqueológicas como los encuentros científicos sobre Tarteso, lo que ha contribuido a su mejor conocimiento. Quizá la intervención arqueológica más significativa ha sido la llevada a cabo en