La protohistoria en la península Ibérica. Группа авторов
de adscripción tartésica. Así, debemos entender Tarteso como una consecuencia de la hibridación cultural entre fenicios e indígenas; por ello, no debemos estudiarlo sólo a través de una serie de objetos y yacimientos significativos, sino que debemos incorporar y ahondar en el análisis integral del territorio donde se desarrolló para entender su base productiva y social, lo que a la postre configura su propia cultura.
En conclusión, y para entender mejor Tarteso, habría que asumir que las colonias fenicias del Mediterráneo peninsular responden a una dinámica muy diferente de la que se desarrolló en el área atlántica de la península Ibérica, que es donde se desenvuelve Tarteso. En esta zona aún hay investigadores que diferencian entre lo fenicio y lo tartésico, cuando en realidad la cultura tartésica no es sino el resultado de la convivencia continuada de dos culturas en un territorio bien definido. De este modo, deberíamos clasificar como fenicias u orientales las manifestaciones culturales de los primeros momentos de la colonización, entre los siglo IX y VIII a.C.; mientras que a partir de ese momento y hasta el siglo VI a.C., ya deberíamos hablar exclusivamente de cultura tartésica, pues es muy clara la aportación indígena.
En definitiva, Tarteso se concibe como un espacio geográfico donde conviven dos culturas muy diferentes que se van nutriendo recíprocamente con el transcurrir del tiempo hasta perder su característica original, dando lugar a esa nueva manifestación cultural que denominamos tartésica.
II. Los indígenas del sudoeste peninsular antes de la colonización
Uno de los mayores vacíos de la investigación arqueológica es el que tiene lugar entre el Bronce Medio o Pleno y la Primera Edad del Hierro (o Hierro I), medio milenio aproximadamente del que apenas conocemos algunos objetos como las cerámicas, las armas de bronce, algunos conjuntos áureos o las primeras estelas guerrero. Sin embargo, la percepción de las facetas determinantes en la vida de las gentes que poblaban ese territorio, es decir, los poblados, las creencias funerarias, los rituales religiosos o la organización social, nos son prácticamente desconocidos; una paradoja sin duda, porque estamos hablando de uno de los territorios, el sudoeste peninsular, más aptos para la explotación agropecuaria, minera y marina. Una época, pues, oscura, que dificulta la comprensión de la transición hacia la Edad del Hierro, momento en el que ya comenzamos a tener una información mucho más completa gracias al contacto de las comunidades indígenas con los primeros comerciantes procedentes del Mediterráneo.
Por otra parte, la llegada de los fenicios a la península Ibérica se adelanta cada día más a tenor de los últimos hallazgos que se han producido en la ciudad de Huelva, en El Carambolo y, especialmente en Cádiz, lo que a su vez restringe cada vez más las fechas en las que se estima que finalizaría el Bronce Final; consecuentemente, muchas manifestaciones que se consideraban genuinamente indígenas entran ahora dentro de una época protagonizada por los primeros contactos coloniales, lo que pone en duda la originalidad de algunas expresiones artísticas que hasta hace poco parecían exclusivas de las comunidades indígenas y que determinaron que a esta época «prefenicia» se la denominara como Bronce Final tartésico, un término que, como ya se ha dicho, no ayuda a entender el concepto cultural que aquí tratamos. Esos primeros contactos comerciales con gentes procedentes del Mediterráneo oriental impulsaron un profundo cambio en las sociedades del sudoeste peninsular, fundamentalmente en el área que hoy ocupan las provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla, y que se ha venido denominando como foco o núcleo tartésico, pero tardó mucho tiempo en calar en las comunidades del interior que siguieron ancladas durante al menos un siglo en la cultura derivada de la Edad del Bronce.
Debió ser la colonización efectiva del territorio del foco tartésico, a partir del final del siglo IX a.C., la que desencadenó la reacción de las jefaturas que vivían en el entorno inmediato del que sería el foco tartésico, ávidas por entrar en un nuevo circuito comercial que les iba a procurar mejores beneficios que los que le procuraba el mercado atlántico. Hay tener en cuenta que las relaciones entre el interior y el sur peninsular ya serían fluidas desde fechas muy tempranas, o así parece demostrarlo al menos la presencia de cerámicas tipo Cogotas I en Andalucía o la existencia de objetos típicos del Bronce Atlántico, fundamentalmente armas, en buena parte de la Meseta. En efecto, durante el Bronce Final toda la fachada atlántica de la península Ibérica se hallaba inmersa en un circuito comercial muy activo que la comunicaba con zonas de la costa atlántica francesa y británica; un simple repaso a los tipos de armas, calderos, orfebrería o a algunos adornos personales de toda esa zona avala su homogeneidad técnica y artística. Es en esta época aún temprana cuando comienzan a aparecer objetos de claro origen mediterráneo en el interior del sudoeste peninsular, lo que puede llevarnos a pensar que esas primeras incursiones de productos mediterráneos pudieron haber sido realizadas por el interior de la península, desde su costa oriental, y no desde las costas de Huelva como se viene considerando; el hallazgo de numerosos objetos de tipo atlántico en el centro y este peninsular, así como en Baleares o Cerdeña no hace más que reivindicar esta vía por el interior previa a la apertura del comercio por el Estrecho que inauguraron los fenicios. No obstante, los argumentos aún son muy débiles como para certificar esta hipótesis.
Esa ausencia de poblados en el sudoeste peninsular durante el Bronce Final, que en cualquier caso estarían levantados con materiales poco consistentes, ha ocasionado una profunda división entre los prehistoriadores, pues mientras para unos se debe a un exiguo poblamiento de la zona que sólo se solucionaría gracias al impulso de la colonización mediterránea; para otros se debería simplemente a la escasa atención dedicada a esta época y, por lo tanto, a una falta de documentación que ayude a conocerla mejor. Es decir, el esplendor del Bronce Medio, con culturas como El Argar en el sudeste peninsular o el denominado Bronce del sudoeste, que nos ha dejado una completa información sobre las necrópolis de esta zona, habrían acaparado buena parte de la investigación arqueológica; al mismo tiempo, la irrupción de la colonización fenicia y griega habría centrado buena parte de los estudios históricos de la Prehistoria reciente, dejando de lado una fase larga y, para algunos incluso brillante, del sudoeste como es el Bronce Final. Por el contrario, el interés que siempre ha suscitado el Bronce Final es innegable, de hecho, fenómenos de enorme calado como la orfebrería, la metalistería o las estelas de guerrero han proporcionado una ingente bibliografía; sin embargo, la necesidad de hallar los poblados o las necrópolis para analizar aspectos fundamentales de la sociedad que produjo esas manifestaciones no se ha visto compensada arqueológicamente a pesar de las numerosas prospecciones arqueológicas emprendidas en todo el sudoeste peninsular en las dos últimas décadas, mientras que se seguían hallando yacimientos de importancia de otras épocas. Además, no parece que la escasez de poblamiento durante el Bronce Final sea exclusivo del sudoeste peninsular, pues un problema similar lo encontramos en la Meseta, donde apenas tenemos información sobre sus poblados y escasamente conocemos algún enterramiento bajo el suelo de las casas. Por lo tanto, deberíamos buscar las causas de esa parquedad en la documentación arqueológica y no achacar a la falta de investigación su insuficiente conocimiento.
La contradicción que existe entre la gran densidad de población que se detecta en los inicios de la Edad del Bronce en el sudoeste peninsular y la baja demografía en las últimas fases de este periodo histórico parece estar directamente relacionada con un cambio climático que afectó a toda la península, pero que, como es lógico, se deja notar con mayor intensidad en las zonas que estaban más pobladas, como el valle del Guadalquivir y Huelva. Según los diferentes estudios sobre el paleoclima de la península, después de la Edad del Bronce se produjo un largo periodo de estiaje que afectó gravemente a la economía agropecuaria, acabando así con los centros dedicados a la agricultura extensiva junto a los valles de los grandes ríos, principalmente el Guadalquivir y el Guadiana, y a las tierras de pastos, lo que pudo determinar una masiva emigración hacia las tierras del interior; un momento en el que no pocos investigadores hacen arrancar la trashumancia. El abandono de la agricultura a gran escala y la práctica de la trashumancia serían los responsables de la aparición de los asentamientos de carácter estacional en detrimento de los grandes núcleos de población estables. En consecuencia, el sistema sociopolítico sufriría un drástico cambio hacia sociedades más disgregadas que estarían sostenidas por jefaturas locales interrelacionadas por lazos de parentesco; muy diferente por lo tanto al sistema anterior, basado en la explotación minera a gran escala y en la agricultura extensiva que