La protohistoria en la península Ibérica. Группа авторов

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de mayor complejidad que han ayudado a despejar algunas incógnitas sobre su significado, como las estelas mixtas, en las que aparece representadas la figura del guerrero junto a la femenina. En total, contamos hoy en día con más de 120 estelas que nos permiten acercarnos a ellas con un mayor grado de conocimiento del que teníamos hace tan sólo una década, lo que a su vez nos obliga a profundizar en su análisis con un enfoque más social.

      Otro de los problemas que presentan las estelas es su distribución geográfica, pues aparecen en territorios a veces restringidos que parecen estar relacionados con variables de carácter tanto social como cronológico (fig. 4). Si partimos de la base de que el paisaje es un producto de la vida social de sus habitantes, el problema en el caso de las estelas decoradas es que apenas conocemos la relación que mantienen con sus hábitats y, por lo tanto, ignoramos la actividad económica que desempeñaron, que sólo podemos intuir a través del análisis de los medios disponibles en su entorno inmediato. En un escenario ideal se podrían establecer los límites políticos de esta manifestación y su interrelación con los otros espacios donde se produce el mismo fenómeno; pero, desgraciadamente, estos presupuestos sólo son viables si estudiamos sociedades de base agrícola o industrial, pero son muy difíciles de aplicar si nos enfrentamos, como parece, con sociedades de base ganadera y claramente jerarquizadas.

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      Fig. 4. Mapa de distribución de estelas / Losa y estela.

      Las estelas responden a un fenómeno indígena del área atlántica peninsular donde ya existía una tradición en la elaboración de losas y estelas de carácter guerrero junto a otras que aluden a personajes femeninos caracterizados por una gran diadema. Por ello, las primeras estelas, en realidad losas, circunscritas al interior de Portugal y norte de Extremadura, sólo presentan tres elementos en su composición: el escudo, la espada y la lanza, sendos objetos de innegable adscripción al mundo atlántico, donde el escudo y esas armas de bronce están bien documentadas hasta Irlanda. Pronto comenzaron a añadirse otros elementos exógenos de origen mediterráneo que, sin embargo, no aparecen hasta más tarde en el área tartésica. La explicación podría estar en la existencia de una ruta que conectaría el Mediterráneo oriental con la península Itálica y que a través del Languedoc-Rosellón se internaría por el interior de la península para buscar lugares de aprovisionamiento en el sudoeste en un momento donde aún habría serias dificultades para atravesar el estrecho de Gibraltar. Esta hipótesis justificaría la presencia de las estelas francesas del sudeste, las recientemente halladas en Italia o la zaragozana de Luna; pero también explicaría la presencia de espejos en las islas Baleares que sólo aparecen representados en las primeras estelas básicas o la temprana representación de los carros; además, abriría una vía para el comercio griego que se consolidaría mucho más tarde con la fundación de Massalia y Emporion.

      A modo de síntesis, debemos destacar en primer lugar que las estelas se pueden dividir en dos grupos bien diferenciados, las lo­sas y las estelas propiamente dichas. Las primeras, denominadas estelas básicas, se caracterizan por aparecer principalmente en las zonas más septentrionales del cuadrante suroccidental, ocupando zonas de la Beira portuguesa, la sierra de Gata y el valle del Tajo; son lajas de piedra con un tamaño siempre similar al del cuerpo humano, en torno a 1,70 metros, en las que se grabó en su centro un escudo caracterizado por su escotadura en forma de «V»; el escudo aparece flanqueado, invariablemente, por una lanza en la zona superior y una espada en la inferior. Estas losas probablemente estaban destinadas a tapar cistas de inhumación como las que se han documentado en toda esta amplia zona, ritual que hunde sus raíces en el Bronce Pleno. La losa representaría, por lo tanto, el propio cuerpo del guerrero, con la espada a la cintura y la lanza en posición de ser proyectada; por último, las losas no están rebajadas en la zona inferior y reservan sin decorar ambos extremos de la losa, lo que demuestra que no fueron utilizadas como estelas.

      Sin duda, el elemento más interesante para el estudio de estos monumentos es el escudo, tanto por su forma como por el gran detalle con que fue grabado en estos primeros monumentos. Su característica forma se ha documentado en Irlanda, como ya se ha aludido, pero también en el centro y norte de Europa, en Chipre y en Grecia, por lo que buena parte de los autores los han hecho derivar de algunos de estos lugares dependiendo de sus tendencias filoculturales; sin embargo, los escudos recuperados en las turberas irlandesas están bien datados entre los siglos VII y VI a.C., mientras que los escandinavos y centroeuropeos, atendiendo a su técnica y morfología, no son anteriores al VIII. Por último, los ejemplares chipriotas y griegos, todos hallados en lugares relacionados con zonas de culto, tampoco han sido fechados con anterioridad al siglo VIII a.C., en este caso con la garantía de haber aparecido junto a otros objetos de fácil datación. La conclusión, por lo tanto, es que los escudos escotados de las estelas son anteriores a los que se han documentado fuera de la península Ibérica, por lo que no parece que haya muchos problemas en situar su origen en la propia península.

      El segundo grupo es el más numeroso y complejo en cuanto a su composición escénica. Ahora se trata de auténticas estelas apuntadas en su zona inferior para ir hincadas en el suelo. Su tamaño también es muy variado y supera sólo en contadas ocasiones el 1,50 metros. Estos monumentos sólo aparecen en las zonas del entorno del Guadiana, Algarve y Guadalquivir, es decir, en las zonas más meridionales de la península. Su característica más importante es la introducción de la figura del guerrero rodeado de sus armas de clara adscripción atlántica, pero también de una serie de objetos de prestigio de origen mediterráneo, como los carros de dos ruedas, los espejos, las fíbulas de codo, los peines, las pinzas o los instrumentos musicales, entre los que destacan las liras. También es importante observar cómo a medida que las estelas aparecen en la zona más meridional, es decir, hacia los límites con Tarteso, incorporan un mayor número objetos de prestigio en detrimento de las armas, que en ocasiones llegan a desaparecer para dar paso a escenas de alto valor social, como la caza o el ritual funerario, donde destaca la estela cordobesa de Ategua. A su vez, aparecen otros elementos claramente relacionados con el comercio, caso de los conjuntos de ponderales detectados en varias de estas estelas más meridionales. Por último, ya en un momento coetáneo con la colonización oriental, las estelas se extienden hasta el mismo foco tartésico, si bien su perduración no parece que vaya más allá de principios del siglo VII en esta zona, mientras que es posible que aún mantengan su vigor durante al menos un siglo más en las zonas del interior, donde se mantendría un sistema social diferente al que ya regiría en el núcleo tartésico.

      Las estelas del sudoeste corroboran, pues, esos contactos previos con el Mediterráneo oriental, en un primer momento a través del interior peninsular, aunque pronto sería la zona tartésica la que protagonizaría estos contactos. La decadencia de estos monumentos significaría un cambio brusco no sólo en la escenificación de las jefaturas de estos territorios del interior, sino también en la organización social, ahora alentada definitivamente por la cultura tartésica. Así, un elemento de enorme importancia como es el antropomorfo tocado con cuernos, sólo presente en las estelas más complejas, parece conducirnos a representaciones inspiradas en divinidades de origen oriental, lo que podría significar que hay una divinización de los personajes grabados.

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      Fig. 5. Evolución formal de las estelas tartésicas.

      En definitiva, la aparición en los últimos años de nuevas estelas en zonas del interior nos permite unir territorios que antes se dibujaban aislados, mientras que otros ejemplares como los recientemente hallados en Castrelo do Val (Orense) o Montalegre (Vila Real, Portugal), en el límite fronterizo con Orense, nos obligan a ampliar hacia toda la fachada occidental la zona donde se desarrolló el fenómeno de las estelas, pues rebasa con creces el área geográfica hasta ahora establecido y que se ceñía al cuadrante sudoccidental de la península Ibérica. Además, disponemos de un dato irrefutable para entender el origen y la evolución tipológica de las estelas, y es que entre los valles del Tajo y el Duero sólo existen «estelas básicas», es decir, sin la figura del guerrero, aunque algunas ya muestran algún elemento de importación como el carro, el espejo o el peine de marfil. Por otra parte, las estelas más conocidas por su número y complejidad compositiva son las que aparecen


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