La protohistoria en la península Ibérica. Группа авторов
colonización, lo que a su vez demostraría que con anterioridad a iniciarse los mecanismos para crear colonias en el sur peninsular, los fenicios ya conocerían las rutas y las posibilidades comerciales que le ofrecerían estas tierras gracias a contactos comerciales previos desarrollados por ellos o por otros agentes del Mediterráneo. Pero el término «precolonización» no es exclusivo del sur peninsular, si bien es verdad que cuando se utiliza para otras zonas de la cuenca mediterránea tiene connotaciones históricas diferentes, de tal manera que en el Mediterráneo central siempre se vincula con las navegaciones micénicas hacia Occidente, por lo tanto mucho antes de las fechas propuestas para nuestra península. Además, esos contactos micénicos con las zonas centrales del Mediterráneo van unidos a un proceso de aculturación que en ningún caso se detecta entre las comunidades indígenas del sudoeste peninsular, por lo que se trataría de un simple contacto comercial previo y necesario para la posterior colonización, circunstancia que, por otra parte, se ha venido repitiendo a lo largo de los diferentes procesos coloniales de la historia. Es cierto que algunas cerámicas de origen micénico en el curso medio del Guadalquivir y otras zonas del sudeste ha supuesto una nueva vía de investigación de la que aún poseemos pocos datos, pero que en ningún caso deben marcar el punto de inflexión a la hora de sistematizar los primeros contactos precoloniales; por otra parte, a nadie se le escapa que los contactos de la península con otras áreas del Mediterráneo, ya sean de forma directa o indirecta, se remontan a épocas muy antiguas.
El interés por esta etapa previa a la colonización se ha reactivado a la luz de los nuevos datos aportados por la arqueología, aunque desde posturas algo distintas en cuanto al área geográfica mediterránea que habría propiciado ese contacto con la península; el mundo egeo para unos o el sirio-palestino para otros. Pero también se ha concebido la precolonización como un hecho incesante desde las presuntas navegaciones micénicas a Occidente, bien con la intermediación directa de Sicilia y Cerdeña, o bien gracias a navegantes que organizarían ese trayecto comercial tanto desde el Atlántico como desde ambas zonas del Mediterráneo. Quizá lo más interesante de este fenómeno de la precolonización sea poder dilucidar de qué modo se llevaron a cabo esos primeros contactos y las circunstancias en que se desarrollaron. Por último, hay posiciones contrarias a considerar este momento como un incentivo definitivo para el desarrollo de las comunidades indígenas que, según los denominados indigenistas, ya tendrían el suficiente nivel de desarrollo socioeconómico y político como para asimilar sin traumas y en igualdad de condiciones la colonización. En cualquier caso, la existencia de una etapa previa de contactos mediterráneos antes de la colonización fenicia parece hoy indiscutible. También parece lógico pensar que esta etapa precolonial surtió un mayor efecto en las zonas que ofrecían mejores posibilidades comerciales, es decir, en el núcleo tartésico, un territorio en el que ya se debía explotar, aunque fuera de forma incipiente, los ricos recursos mineros y agropecuarios existentes; así, ese potencial económico suscitaría el interés suficiente como para que la zona fuera atractiva a los comerciantes mediterráneos que, seguramente, conocían esos recursos gracias a los contactos indirectos de Tarteso con otras zonas del Mediterráneo central, particularmente con Cerdeña y Sicilia.
Sin embargo, y paradójicamente, la mayor y mejor información sobre esa fase precolonial procede de las zonas geográficas limítrofes con el área tartésica, un territorio estrechamente vinculado con el mundo atlántico del Bronce Final y que, a pesar de ello, apenas sufrió cambios significativos hasta la Primera Edad del Hierro. De este modo, las zonas donde se han recogido los mejores indicios de esos contactos mediterráneos previos a la colonización se distribuyen por la actual Extremadura, la mitad sur de Portugal y la zona occidental de la Meseta Sur, que a su vez comparten claras analogías culturales con la fachada atlántica portuguesa. Quizá la zona más significativa y homogénea de esta etapa del Bronce Final sea la Beira portuguesa, con escasos poblados ubicados en puntos estratégicos y precariamente estructurados, con una total ausencia de necrópolis y una amplísima dispersión de restos que impide cualquier estudio territorial, situación que podríamos trasladar sin problemas a la zona del valle del Tajo en territorio español. A pesar de ello, hay claros signos de la existencia de jefaturas en todas estas zonas periféricas de Tarteso, donde se han documentado numerosos bienes de prestigio que las caracterizan, y donde, como se apuntaba anteriormente, destacan de manera especial las estelas diademadas o femeninas, las estelas de guerrero, la rica orfebrería y un alto porcentaje de armas de bronce. Estas manifestaciones arqueológicas se concentran en zonas estrechamente relacionadas con lugares ricos en pastos y en metales como el oro y el estaño, mientras que en las zonas de labrantío apenas se han localizado restos de esta época, salvo algunos hallazgos aislados junto a los pasos más importantes de los principales ríos, como por otra parte es lógico. Así, y en definitiva, la mayor parte de los hallazgos de objetos de origen mediterráneo anteriores a la colonización fenicia se han documentado en las Beiras y el Alentejo portugueses, en la sierra noroccidental y la penillanura cacereñas y en la comarca natural de La Serena y su prolongación hacia los Pedroches cordobeses y el extremo occidental de la Meseta Sur; zonas que se caracterizan por su bajo rendimiento agrícola y su alta productividad pastoril que aún sigue siendo una fuente de riqueza fundamental hoy en día. Y es precisamente en estas zonas donde se han hallado la mayor parte de las estelas de guerrero, de los tesoros áureos y de las armas y otros objetos de prestigio de bronce de la época.
La fuerte personalidad de las estelas, ausentes del foco tartésico hasta los primeros momentos de la colonización, o el enorme interés que suscitan los hallazgos de los carros rituales de bronce hallados en la localidad portuguesa de Baioes, entre otros objetos, impiden que debamos considerar estas zonas como «periféricas» puesto que aún no se ha configurado Tarteso; además, el concepto «periférico» conlleva una dependencia sociocultural de un foco que en absoluto se percibe en el sudoeste peninsular hasta que está bien asentada la colonización mediterránea.
Las estelas decoradas del oeste peninsular
No cabe duda de que uno de los temas más recurrentes de nuestra Prehistoria y Protohistoria es el de las estelas de guerrero y femeninas o diademadas, también denominadas «estelas del sudoeste» por ser esta la zona donde hasta hace unos años se distribuían; sin embargo, últimamente se han producido nuevos hallazgos al norte del Tajo e incluso del Duero que obligan a clasificarlas como «estelas del oeste» porque su distribución, al menos en sus primeros momentos, está muy ligada al mundo atlántico, mientras que sólo en las fases más recientes hacen su aparición en el núcleo tartésico, ya muy alteradas y con un significado renovado al que tenían en el Bronce Final. La fascinación y los innumerables trabajos dedicados a las estelas decoradas se debe, en primer lugar, a la ausencia de un contexto arqueológico claro en el entorno inmediato donde han sido halladas, lo que ha propiciado todo un rosario de interpretaciones sobre su funcionalidad; en segundo lugar, a la presencia de un buen número de objetos grabados originarios del Mediterráneo que han abierto la puerta a la especulación sobre rutas de comercio entre el Atlántico y el Mediterráneo en etapas previas a la colonización fenicia, lo que a su vez ha propiciado una intensa discusión sobre la cronología de esos objetos; y, en tercer lugar, a que estos monumentos son prácticamente el único argumento del que disponemos para esbozar un ensayo sobre la organización social de estas comunidades antes de la consolidación de Tarteso.
Ha pasado más de un siglo desde que se halló la primera estela de guerrero en Solana de Cabañas, en la sierra cacereña de las Villuercas, pero ya a mediados del siglo XX se pudo elaborar un primer repertorio gracias al rápido aumento de los ejemplares documentados. Los primeros estudios tipológicos fueron realizados entre los años sesenta y setenta del pasado siglo, en los que ya se emitían hipótesis elaboradas sobre su funcionalidad y cronología gracias al descubrimiento de medio centenar de estos monumentos. Por último, en las dos últimas décadas del pasado siglo se produjeron una gran cantidad de hallazgos dispersos por buena parte del sudoeste peninsular que propiciaron nuevas síntesis sobre las estelas, tanto de las diademadas o femeninas como las de guerrero, si bien se puso el acento en la distribución geográfica y territorial que ofrecían, además de indagar en las relaciones sociales y económicas con otros grupos. En estos últimos años asistimos a otro resurgir que de nuevo coincide con la concentración de hallazgos en un corto espacio de tiempo –un 12 por 100 del total de las estelas documentadas– lo que ha ayudado a avanzar sensiblemente en su interpretación,