Roja esfera ardiente. Peter Linebaugh

Roja esfera ardiente - Peter Linebaugh


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de la «nobleza oculta»[18]. Y en consecuencia, recordamos a Orr porque nos proporciona una ventana a la nobleza oculta y al paisaje oculto antes de que se distribuyeran las propiedades de los dominadores anglo-irlandeses. Un tema que aborda este libro es la amplia posibilidad de que en 1802 existiera un proyecto trasatlántico multiétnico y no sectario de establecer una república compuesta por ciudadanos y gentes del común, aquellos que carecían de propiedades, que compartían cosas comunes: la res plebeia. A menudo lo encontramos en la práctica. Mientras Orr estaba encarcelado, un vecino organizó la siembra de maíz y patata, y el labrado de la tierra para su esposa, y cientos de personas acudieron a ayudarle[19].

      Para que el imperio de la ley sea eficaz como ideología, y logre que los Muchos admitan ser gobernados por los Pocos, es necesario efectuar persecuciones de individuos de la clase gobernante en tiempos cuidadosamente seleccionados. Joseph Wall, ahorcado un año antes que Despard, fue uno de esos individuos. Como Edward Despard, Joseph Wall (1737-1802) era anglo-irlandés, nacido, como Despard, en el condado de Laois. Asimismo, como gobernador de Senegambia, fue también, como Despard, agente del Imperio. Pero ahí acaban las similitudes. El gobernador Joseph Wall fue juzgado y condenado el 20 de enero de 1802 por asesinar en 1782 a un soldado, Benjamin Armstrong, en la isla de Goree, en la desembocadura del río Gambia. La cultura esclavista de África occidental que imperaba en la isla deriva de mediados del siglo XVII. Era la fuente del oro, el querido oro, el origen del todopoderoso fetiche inglés. Pero era también la fuente de un recurso mucho más valioso, la fuerza de trabajo humano.

      La revuelta de Robert Emmet, en julio de 1803, y la conspiración de Despard, en noviembre de 1802, compartían significativas similitudes. Ambos tenían el mismo objetivo, la independencia de Irlanda, pero uno dependía de una configuración de alianzas con base en Dublín, y el otro en Londres. Buscaban específicamente obtener la independencia sin ayuda de los franceses. Los dos eran igualitarios, considerados traidores de clase o renegados demócratas por parte de sus jueces; confiaban en los ilotas, hombres sin propiedades. Ambos defendían la justicia social, incluida la redistribución de tierras o la conservación de lo común. Ambos fueron «atajados de raíz», testimonio de la superior capacidad del espionaje británico, y perdieron el elemento histórico de la sorpresa.

      Emmet era un orador brillante, gracias a años de universidad en los que debatía cuestiones como las siguientes: «¿Fue el descubrimiento de América más ventajoso que perjudicial para la raza humana? ¿Era el campesino un miembro más útil de la sociedad que el militar? ¿Era buena la ley de Solón que declaraba la neutralidad en una insurrección infame? ¿Está un soldado obligado en todas las ocasiones a obedecer las órdenes de un oficial? En el discurso pronunciado en el patíbulo, Emmet habló de «la emancipación de mi país frente a la opresión superinhumana bajo la que durante tanto tiempo y con tanta paciencia ha trabajado». Robert compuso un poema alegórico sobre dos barcos, «Two Ships»:

      Sé que llevo a bordo algunos hombres

      que parecen en ocasiones rebeldes,

      ¿Pero cuál es la causa? Lo sabéis muy bien;

      la escasa paga hace a los hombres rebelarse;

      y tenéis muchas manos de seres

      que con las provisiones de mi tripulación comen;

      cada día debemos trabajar con una galleta,

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      Figura 5. Estatua de Robert Emmet en St. Stephen’s Green, Dublín. Foto del autor.

      «Aún no», respondió Robert Emmet cuando el verdugo concedió al patriota irlandés una última cortesía en el patíbulo, preguntándole a este joven de veinticinco años si estaba listo para la horca. Tras una pausa, volvió a preguntarle, «¿Estáis listo, señor?» y de nuevo Emmet respondió «Aún no». La tercera vez, el verdugo se impacientó y puso en movimiento todo el horrible peso de la ley, enviando a Robert Emmet a la eternidad. «¡Contemplad la cabeza de un traidor!», pronunció el verdugo mientras sujetaba la cabeza decapitada de Robert Emmet vertiendo una sangre que los perros lamían de los adoquines


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