.
de la «nobleza oculta»[18]. Y en consecuencia, recordamos a Orr porque nos proporciona una ventana a la nobleza oculta y al paisaje oculto antes de que se distribuyeran las propiedades de los dominadores anglo-irlandeses. Un tema que aborda este libro es la amplia posibilidad de que en 1802 existiera un proyecto trasatlántico multiétnico y no sectario de establecer una república compuesta por ciudadanos y gentes del común, aquellos que carecían de propiedades, que compartían cosas comunes: la res plebeia. A menudo lo encontramos en la práctica. Mientras Orr estaba encarcelado, un vecino organizó la siembra de maíz y patata, y el labrado de la tierra para su esposa, y cientos de personas acudieron a ayudarle[19].
Para que el imperio de la ley sea eficaz como ideología, y logre que los Muchos admitan ser gobernados por los Pocos, es necesario efectuar persecuciones de individuos de la clase gobernante en tiempos cuidadosamente seleccionados. Joseph Wall, ahorcado un año antes que Despard, fue uno de esos individuos. Como Edward Despard, Joseph Wall (1737-1802) era anglo-irlandés, nacido, como Despard, en el condado de Laois. Asimismo, como gobernador de Senegambia, fue también, como Despard, agente del Imperio. Pero ahí acaban las similitudes. El gobernador Joseph Wall fue juzgado y condenado el 20 de enero de 1802 por asesinar en 1782 a un soldado, Benjamin Armstrong, en la isla de Goree, en la desembocadura del río Gambia. La cultura esclavista de África occidental que imperaba en la isla deriva de mediados del siglo XVII. Era la fuente del oro, el querido oro, el origen del todopoderoso fetiche inglés. Pero era también la fuente de un recurso mucho más valioso, la fuerza de trabajo humano.
En 1780, cuando Wall era subgobernador de Goree, una guarnición descontenta amenazó con amotinarse por la mala administración de los almacenes de provisiones. Wall mandó azotar a tres soldados a los que consideraba los cabecillas. Ordenó también al ejecutor que se tomara en serio su trabajo, y los tres fallecieron como consecuencia. A su regreso a Inglaterra, se presentó contra él una acusación por asesinato, pero logró huir a Nápoles, donde permaneció durante veinte años. En la prisión de Newgate, fue ahorcado ante una multitud enfervorecida, principalmente soldados y marineros, «todos aquellos que la consideraban una causa personal». «Su júbilo al verlo aparecer en el patíbulo fue tan grande, que lanzaron tres hurras, un ejemplo de ferocidad jamás visto». Wall pidió al verdugo que acelerase su trabajo. «¡Las cesteras irlandesas que vendían frutas bajo el patíbulo brindaban por su condena en una mezcla de ginebra y azufre!» El verdugo estaba borracho y no ajustó adecuadamente la soga, de modo que Wall colgó lentamente durante once minutos hasta que alguien se apiadó de él y le tiró de los pies[20]. El ahorcamiento pretendía demostrar que la ley era imparcial, puesto que castigaba tanto a los poderosos como a los pobres.
La revuelta de Robert Emmet, en julio de 1803, y la conspiración de Despard, en noviembre de 1802, compartían significativas similitudes. Ambos tenían el mismo objetivo, la independencia de Irlanda, pero uno dependía de una configuración de alianzas con base en Dublín, y el otro en Londres. Buscaban específicamente obtener la independencia sin ayuda de los franceses. Los dos eran igualitarios, considerados traidores de clase o renegados demócratas por parte de sus jueces; confiaban en los ilotas, hombres sin propiedades. Ambos defendían la justicia social, incluida la redistribución de tierras o la conservación de lo común. Ambos fueron «atajados de raíz», testimonio de la superior capacidad del espionaje británico, y perdieron el elemento histórico de la sorpresa.
Emmet era un orador brillante, gracias a años de universidad en los que debatía cuestiones como las siguientes: «¿Fue el descubrimiento de América más ventajoso que perjudicial para la raza humana? ¿Era el campesino un miembro más útil de la sociedad que el militar? ¿Era buena la ley de Solón que declaraba la neutralidad en una insurrección infame? ¿Está un soldado obligado en todas las ocasiones a obedecer las órdenes de un oficial? En el discurso pronunciado en el patíbulo, Emmet habló de «la emancipación de mi país frente a la opresión superinhumana bajo la que durante tanto tiempo y con tanta paciencia ha trabajado». Robert compuso un poema alegórico sobre dos barcos, «Two Ships»:
Sé que llevo a bordo algunos hombres
que parecen en ocasiones rebeldes,
¿Pero cuál es la causa? Lo sabéis muy bien;
la escasa paga hace a los hombres rebelarse;
y tenéis muchas manos de seres
que con las provisiones de mi tripulación comen;
cada día debemos trabajar con una galleta,
para mandaros a vosotros vaca y cerdo[21].
En la propia Dublín, el tejedor de Belfast, James Hope, lideró a los trabajadores del barrio de Liberties, situado en el sur de la ciudad. Mantuvo una larga conversación con Robert Emmet, diciendo que no podría haber paz en Irlanda hasta que «se reconocieran… los derechos del pueblo en relación con el suelo». La Proclama del Gobierno provisional lanzada por Emmet declaraba en la primera de sus treinta disposiciones lo siguiente: «Quedan abolidos para siempre los diezmos, y las tierras eclesiásticas pasan a ser propiedad de la nación». La segunda disposición prohibía la transmisión de tierras hasta que «se declare la voluntad nacional». La tercera establecía lo mismo respecto a bonos, obligaciones y valores públicos. Abolía los latigazos, la tortura, la pena capital, y en general abjuraba del «sistema de terror» inglés[22].
La proclamación del Gobierno provisional redactada por Emmet prometía «tomar la propiedad del país bajo su protección». Declaraba simplemente que «no luchamos contra la propiedad. No luchamos contra ninguna secta religiosa. No luchamos contra opiniones o prejuicios pasados. Luchamos contra el dominio inglés». ¿A qué se refería con el término propiedad? Para William Blackstone, el gran jurista de Oxford, se refería exclusivamente al «dominio despótico». Pero el primer decreto de la Proclama de Emmet establecía la abolición de los diezmos y la confiscación de las tierras eclesiásticas. La segunda salvedad derivaba de la apropiación de los almacenes militares ingleses y de «toda la propiedad inglesa en barcos y demás», cuyo valor debía «dividirse por igual sin tener en cuenta el rango», si bien viudas, huérfanos y padres de los fallecidos en combate tenían derecho a «una porción doble». De los trece artículos de este decreto, muchos hacían referencia a los comités de condado, que debían apropiarse de «todas las tierras estatales y eclesiásticas, fincas parroquiales, y todas las tierras y edificios públicos»[23]. Lo común significa aquí la capacidad de todo el pueblo para confiscar la tierra.
Figura 5. Estatua de Robert Emmet en St. Stephen’s Green, Dublín. Foto del autor.
El poeta romántico inglés Samuel Coleridge se mostró «profundamente afectado por el fallecimiento del joven Emmet». Solo unos días después de su ahorcamiento, Coleridge escribió a sus mecenas aristócratas que ya no compartía el sueño de «mejorar la raza humana», como había hecho en otro tiempo al defender la igualdad y lo común. Que había sido un sueño juvenil y gratuito. El apóstata presentó sus excusas a tiempo. Pero Emmett, no[24].
«Aún no», respondió Robert Emmet cuando el verdugo concedió al patriota irlandés una última cortesía en el patíbulo, preguntándole a este joven de veinticinco años si estaba listo para la horca. Tras una pausa, volvió a preguntarle, «¿Estáis listo, señor?» y de nuevo Emmet respondió «Aún no». La tercera vez, el verdugo se impacientó y puso en movimiento todo el horrible peso de la ley, enviando a Robert Emmet a la eternidad. «¡Contemplad la cabeza de un traidor!», pronunció el verdugo mientras sujetaba la cabeza decapitada de Robert Emmet vertiendo una sangre que los perros lamían de los adoquines