Una historia del movimiento negro estadounidense en la era post derechos civiles (1968-1988). Valeria L. Carbone
de lo cual no hay unidad entre ellos. La retórica de la solidaridad racial en tanto “representación simbólica” puede usarse para enmascarar contradicciones y divisiones de clase en comunidades raciales y étnicas, y puede ser manipulada para apoyar los intereses de los grupos de poder. De la misma manera, la lucha de clases tiende a quebrar la solidaridad racial.23 En este sentido, fue el racismo lo que permitió una “coalición de intereses” entre la elite blanca y los blancos pobres, contribuyendo a suprimir conflictos de clase y desalentar alianzas y acciones de resistencia colectiva. Es por ello que, atinadamente, el historiador Eugene Genovese supo obvervar que “si no se comprende la legitimidad de su ideología, no será posible realizar una estimación de la fuerza de su sistema y sus formas peculiares de dominio de clase”24.
Edmund Morgan, en su clásica obra Esclavitud y Libertad en los Estados Unidos, se remontó a fines del siglo XVII para establecer una relación dialéctica entre esclavitud, libertad y racismo.25 El autor entiende que el racismo (en tanto justificación del sistema de relaciones de dominación que la esclavitud como sistema de explotación implicaba) fue el que permitió nivelar y equiparar las relaciones socio-políticas entre “libres” de distintas clases sociales – léase pequeños agricultores blancos pobres y grandes plantadores blancos ricos – y evitar la lucha de clases entre ellos. A partir del estudio de las relaciones sociales, de dominación política y explotación económica en la colonia de Virginia, Morgan afirma que entre 1580 y 1680 siervos escriturados blancos (primigenia y principal mano de obra en las primeras décadas de historia colonial) y esclavos (quienes constituyeron una pequeña proporción de la fuerza laboral hasta 1680) trabajaron codo a codo e interactuaron en situación de igualdad socio-política y económica.
En las colonias inglesas de América del Norte existieron dos formas de subordinación y dominación de la mano de obra: servidumbre por contrato y esclavitud. Los “siervos escriturados” estaban atados por contratos de una determinada cantidad de años – que podían prolongarse si el siervo cometía, a juicio de su patrón, algún “delito” – que estipulaban que, durante la duración del mismo, éstos últimos se quedaban con todo lo que los siervos producían y sólo debían proveerles comida, ropa y techo. Solían cumplir períodos de trabajo más largos que sus pares en Inglaterra, y disfrutaban de menor dignidad y protección en términos legales y consuetudinarios. “Se los podía comprar y vender como ganado, raptarlos, robarlos, apostarlos en juegos de cartas o darlos como indemnización – incluso antes de su arribo a los Estados Unidos-… Se los golpeaba, mutilaba y asesinaba con impunidad”26.
Morgan destaca que a fines del siglo XVI y principios del XVII, era difícil distinguir entre siervos y esclavos no sólo por el tipo de trabajo que realizaban, sino por el trato que se les dispensaba. Ni la piel blanca ni su posible origen británico o europeo protegieron a los siervos de las formas más brutales de explotación. Mientras perdurase el contrato, el siervo se transformaba en una cosa: una mercancía que tenía precio, de la que se abusaba con intolerable opresión y duro uso. En un comienzo, las condiciones en las que vivían los siervos fueron extendidas a los esclavos negros, para luego convertirse en más represivas para estos últimos. La gradual y posteriormente masiva sustitución de siervos por esclavos hacia fines del siglo XVII y comienzos del XVIII fue aliviando la amenaza que representaban los libertos (pobres, sin propiedades o capital), y eventualmente le puso fin: la cantidad de hombres que recuperaban su libertad fue disminuyendo a medida que descendía el número anual de sirvientes importados.27 Sin embargo, hay indicios de que los dos grupos en un principio consideraron que compartían los mismos problemas, y dado que sus condiciones de vida y trabajo eran bastante parecidas, que pertenecían al mismo estrato social. “Los criados negros y blancos huían juntos, dormían juntos y cuando hacía falta se unían en contra de los poderosos campeones de la autoridad establecida”28.
Durante el siglo XVII y las primeras décadas del XVIII, el poder se ejerció a través de relaciones de dominación de clase sobre blancos y negros por igual, y eran los derechos de propiedad los que otorgaron poder y acceso al sistema político. En un principio, siervos, esclavos y libertos gozaron de derechos que en el siglo XIX les serían negados incluso a los negros libres. Las relaciones se nivelaron a posteriori recurriendo al racismo como ese instrumento ideológico que permitió hacer desaparecer las diferencias de clase. En palabras de Morgan, “los pequeños agricultores tenían una razón para considerarse iguales a los grandes (…) la pequeña porción de propiedad humana [esclavos] del pequeño agricultor lo colocaba del mismo lado de la cerca que el gran plantador, a quien regularmente elegía como protector de sus intereses… percibían cierta identidad común con los grandes plantadores porque la tenían… Ninguno era esclavo. Y ambos eran iguales en no serlo”.29
Durante el siglo XVII, la posibilidad de que blancos pobres y descontentos se unieran a los negros para derrocar el orden establecido fue más temida que la de una posible rebelión esclava. Antecedido por una serie de levantamientos populares (la “conspiración de los sirvientes” de 1661 en protesta por las insuficientes raciones de comida, fue seguida de al menos diez revueltas en las que participaron tanto esclavos como sirvientes), ese temor a la lucha de clases pareció verdaderamente fundado cuando se sucedió la rebelión liderada por Nathaniel Bacon. En 1676, Bacon, un freeholder (propietario) de la frontera indígena y funcionario gubernamental de Virginia (era consejero real del gobernador William Berkeley), lideró un levantamiento de colonos de clase baja (blancos pobres y negros libres, sin tierras, disconformes y armados)30 en contra del gobierno colonial y su política de reparto de tierras, comercial y diplomática hacia los indios.31 En este contexto, el rechazo a la política de la elite se transformó en odio racial: el racismo, dirigido en un principio hacia los indígenas debido a la lucha por la distribución de los recursos (principalmente la tierra) fue utilizado como herramienta para separar a los blancos libres de los negros (libres y esclavos) con quienes podían hacer causa común, absorbiendo el miedo y desprecio que la clase gobernante sentía por las clases bajas. Así, fue de un “muro de desprecio racial” compuesto de la arrogancia y auto-impuesta superioridad racial de los ingleses, que emergió una ideología unificadora de la elite y blancos pobres que permitió garantizar la paz social y superar la lucha de clases.32
Pero además de quebrar la solidaridad de clase entre blancos y negros pobres, la clase dominante debió asegurarse que los negros libres nunca llegasen a ser socialmente iguales a los blancos. Ser negro tenía que ser sinónimo de esclavo, más allá del estatus de libre o no libre de los afro-descendientes. Otorgarles mayor libertad a los hombres blancos requirió quitársela a los negros porque era inconcebible que ambos pudiesen encontrarse en condiciones de igualdad.33 A través del racismo se buscó fortalecer un orden social que alivió las cargas sobre un grupo de trabajadores (los blancos pobres) y exponencialmente aumentó las de otros (los negros). Para ello, la clase dirigente de Virginia proclamó que todos los hombres blancos eran superiores a los negros y ofreció a sus “inferiores sociales” blancos ciertos beneficios que antes les habían negado. La elite englobó a indios, mulatos y negros (esclavos y libres) en una única clase paria, y en una única clase dominante a grandes y pequeños plantadores blancos34 para generar un sentimiento de identificación y solidaridad racial. La libertad e igualdad de los blancos (independientemente de su clase social) pasó a reposar sobre la subyugación