Una historia del movimiento negro estadounidense en la era post derechos civiles (1968-1988). Valeria L. Carbone
básicas de la ideología racial estadounidense, estableciendo jurídicamente la inferioridad de los negros68.
Dred Scott, un esclavo que infructuosamente había tratado de comprar su libertad, inició en 1846 una demanda judicial para obtenerla, alegando que su traslado y permanencia en territorios “libres” (en Illinois primero y Wisconsin después) lo habían emancipado a él y a su familia, convirtiéndolos legalmente en personas libres incluso después de regresar al estado esclavista de Missouri.69 Cuando el caso llegó a instancias de la Corte Suprema, ésta resolvió negarle la libertad aduciendo una simple premisa: Scott era negro, condición que por sí sola le negaba la libertad y el derecho de reclamarla.70 Por un lado, la Corte catalogó jurídicamente a los esclavos como “bienes muebles heredables”. Por otro, calificó a los negros (libres o no) como ineptos para la ciudadanía en tanto “seres de un orden inferior y, en conjunto, no aptos para asociarse con la raza blanca, ya sea en las relaciones sociales o políticas, y en tanto inferiores, carentes de derechos que deban ser cumplidos o respetados por el hombre blanco”.71
A pesar de todo esto – y como lo demuestra la iniciativa de Scott –, los negros se resistieron y lucharon contra todo este sistema de dominación, opresión y racismo institucional. Lo hicieron cotidianamente en sus lugares de trabajo y residencia (recurriendo al sabotaje y al boicot de tareas, disminuyendo ritmos de producción, destruyendo herramientas de trabajo, aduciendo enfermedades e inclusive apelando a la automutilación y al suicido), huyendo y convirtiéndose en fugitivos, refugiándose en comunidades cimarronas (maroon o runaway slave communities), luchando por ejercer sus derechos electorales donde legalmente podían hacerlo, protagonizando rebeliones y levantamientos armados, y a través de otras incontables formas de resistencia política, cultural, social, religiosa e institucional. Herbert Aptheker, en su clásica e importante obra American Negro Slave Revolts (1943) le dio su lugar en la historia a las aproximadamente 250 formas de resistencia protagonizadas por esclavos entre 1526 y 1860, incluyendo las revueltas armadas de Cato (1739), Gabriel Prosser (1800), Denmark Vessey (1822), Nat Turner (1831) y Cinque (1840)72.
Siguiendo a Marable, estas formas de resistencia fueron – a grandes rasgos – expresiones de dos enfoques políticos o estrategias distintivas, pero aun así superpuestas, a la dominación blanca y la opresión negra: ‘inclusión’ o integración, y ‘autonomía’ o nacionalismo negro.73 La primera, encarnada en la figura de Federick Douglass, la segunda en Martin Delany. Douglass, un esclavo que obtuvo su libertad al escapar al norte, se convirtió en líder abolicionista y luchó por la eliminación de las barreras legales, ideológicas, políticas y económicas que impedían el progreso de los negros. Abogó por la integración racial en escuelas, instituciones y espacios públicos, y por la educación de los negros. Ello no implicó – a pesar de lo que ciertos autores han referido – que la propuesta de Douglass sugiriese necesariamente la aculturación afro-estadounidense, sino que apuntó a la incorporación de los negros como ciudadanos de pleno derecho. Para Douglass, era a través de canales políticos que los negros podrían obtener el poder para convertirse en parte del sistema institucional, la cultura política y la sociedad civil estadounidense. En su visión, la integración racial era sólo una estrategia para la consecución de un objetivo mayor.
Por su parte, Delany, un negro libre que entre muchos de sus logros fue médico, periodista, militar y político, abogó por la emigración de los negros a otros territorios de Centroamérica y el Caribe o África. Contrario al integracionismo de Douglass, Delany propuso una estrategia de resistencia colectiva basada en la identidad y solidaridad racial: crear organizaciones e instituciones políticas negras, desarrollar una economía autosuficiente “de los negros para los negros”, y adoptar el modelo de la revolución y república de Haití como ejemplos de autodeterminación.74 Amén de las posturas contrapuestas en relación a tácticas y estrategias de lucha, Douglass y Delany estuvieron en estrecho contacto y trabajaron en forma conjunta, incluso en la consecución de sus debates y polémicas, en torno a dilucidar cuál era la mejor forma de resistencia para el movimiento negro estadounidense.
El fin de la esclavitud y la reconfiguración del racismo institucional
La Guerra Civil (1861-1865) fue uno de esos momentos de crisis para las relaciones raciales que condujo a transformaciones en las formas y prácticas de la ideología racial, y a una reconfiguración de esas relaciones conducente a la preservación del statu quo y a la preeminencia de la ideología de supremacía blanca y subordinación negra. Si bien la guerra buscó más preservar a la Unión que poner fin a la esclavitud, fue durante el conflicto bélico que Lincoln firmó la Proclama de Emancipación (1863), un hito que dio lugar a numerosas controversias y debates sobre la situación política y socio-económica de los esclavos.
Pero no sólo la guerra sino el período de la Reconstrucción (1863-1877) significaron un punto de inflexión para la ideología racial. La historiografía toma como válida la periodización propuesta por el historiador Eric Foner, cuya historia de la Reconstrucción no comienza en 1865 con el fin de la guerra, sino con la Emancipación, enfatizando su relevancia a la hora de unir dos aspectos importantes, el activismo de base de los negros y el nuevo poder del estado nacional, para indicar que la Reconstrucción no fue sólo un período de tiempo determinado, sino “el comienzo de un extenso proceso histórico: el de la adaptación de la sociedad norteamericana al fin de la esclavitud”.75 El autor toma como hitos la proclama de emancipación de los esclavos en 1863 y el Compromiso de 1877, que estableció el retiro de las tropas unionistas de los estados sureños encargadas de imponer y hacer cumplir las medidas del gobierno federal durante la posguerra. En conjunto, inauguraron el período en el cual los Estados Unidos debieron reajustarse a la abolición de la esclavitud como sistema de producción económica y organización socio-política: descifrar qué lugar ocuparían y qué significaba la adquirida libertad de los ex esclavos y sus descendientes en una sociedad organizada y pensada en términos y jerarquías raciales.
Lo cierto es que si bien la emancipación puso fin a una forma de dominación y explotación racial (la esclavitud), la misma fue rápidamente reconstituida y reemplazada por otra: el sistema de segregación racial conocido como Jim Crow. La abolición de la esclavitud no derivó en la desaparición o matización de la ideología racial, sino en su reconfiguración y reforzamiento a modo de reacción y supervivencia. Lo que se produjo fue una transformación en su carácter, evidenciando la relación dialéctica que existía entre racismo, raza y clase.
El fin legal de la esclavitud llegó en 1865, con la aprobación de la XIII Enmienda Constitucional por parte del Congreso.76 Sin embargo, la misma no determinó ningún estatus político, jurídico o legal específico para los freedmen (libertos). De la misma manera, si bien las importantes enmiendas constitucionales de 1865-187077 y las leyes de derechos civiles de la Reconstrucción consideraron el acceso a una educación básica y a los recursos económicos mínimos para transitar el entramado social, dejaron aspectos claves de la situación de los negros sin clarificar y sujeto a violenta redefinición. El que los negros ocuparan un nuevo lugar en la sociedad como ciudadanos, trabajadores y “hombres libres e iguales” implicó profundos cambios en las relaciones sociales y raciales, en el mercado laboral y en la dinámica política. Nos referimos a aspectos tales como la condición de los negros como trabajadores libres, su relación con antiguos amos y con trabajadores blancos, su lugar en el mercado de trabajo y en el movimiento obrero, y la consideración