Una historia del movimiento negro estadounidense en la era post derechos civiles (1968-1988). Valeria L. Carbone
era una cosa y la integración racial, otra. Hasta el gran emancipador de los esclavos, Abraham Lincoln, fue un ferviente creyente en la ideología de la supremacía de la raza blanca, rechazó la idea de la igualdad social de las razas45, compartió la convicción de la mayoría de sus contemporáneos de que los negros no podían ser asimilados a la sociedad blanca46, y apoyó proyectos de emigración de negros libres a otros territorios47. Cuando asumió como presidente en 1861 declaró en su discurso inaugural no tener intención alguna de interferir con la institución de la esclavitud y se comprometió a apoyar y hacer cumplir la legislación vigente sobre la captura y restitución de esclavos fugitivos48. Aún después de firmar la Proclama de Emancipación (1863) – una estrategia política pensada más en términos militares que raciales49 – para Lincoln seguía siendo inconcebible pensar a los negros como política y socialmente iguales a los blancos. Los negros nunca estarían en condiciones de igualdad ante sus superiores raciales, por lo que una vez liberados debían ser “enviados a su tierra natal” y evitar así toda posibilidad de integración o amalgama social. Esto evidencia, como afirmara Theodore Draper, que “de Jefferson a Lincoln, la colonización fue la solución favorita del hombre blanco para el problema negro”50.
A partir de lo planteado, vemos como el concepto de raza representa una racionalización de un sistema de opresión, explotación y dominación elaborado en contextos particulares, fuertemente enraizado en las estructuras de poder de la clase dominante blanca y determinado por el color de la piel y la ascendencia. Ser “negro” en los Estados Unidos se determinó según un conjunto de estructuras sociales y económicas de subordinación, racionalizadas y justificadas por una ideología de supremacía de la raza blanca. Históricamente, el significado y la realidad concreta de la raza fueron un producto de la dominación de clase: al mismo tiempo que se inventa la raza blanca dominante, se inventa la raza negra dominada. Una no puede existir sin la otra. Pero al mismo tiempo, como destacó Manning Marable, para los afro-estadounidenses la raza pasó a ser un lugar de resistencia51.
Nos interesa particularmente la idea de “raza como lugar de resistencia” ya que a partir de ella podemos entender la historia afro-estadounidense como una de lucha por los espacios de poder político y económico, contra la subordinación y subyugación de un grupo sobre otro. La historia de los negros en los Estados Unidos es una historia de resistencia (política, económica, cultural, de acción directa, de rebeliones y violentos levantamientos armados) contra las formas retóricas, estructurales e institucionales del racismo blanco.
Racismo, ideología racial y raza
Como venimos vislumbrando, raza no es lo mismo que racismo, y la distinción entre ambos no es menor. A pesar de ser en ocasiones tomados como sinónimos, no refieren ni pretenden explicar lo mismo. Barbara Fields entiende racismo (en tanto sistema de creencias y actitudes que otorgan especial importancia a las diferencias “raciales”) como la asignación de personas a una categoría inferior, y la determinación de su condición social, económica, cívica y humana sobre la base de que una raza es superior a otra y debe dominarla. El racismo, primero y principal una práctica social52, adquiere poder en cuanto adopta la forma (teórica y práctica) de disposiciones institucionales, legales y sociales que perpetúan la subordinación y explotación del grupo dominante sobre el grupo dominado.
Dado que la esclavitud permitió definir una concepción racialmente excluyente de la libertad, para Fields (poniendo en juego los mismos conceptos que Morgan) es en la necesidad de resolver la contradicción entre ambos (esclavitud y libertad, ésta última como derecho natural e inalienable del hombre blanco53) que el racismo de los colonos ingleses dio lugar a la noción de raza: la esclavitud de los negros fue interpretada como consecuencia de su inferioridad innata. En la cosmovisión de los colonos, la población negra era esclava porque era naturalmente inferior, y son percibidos como inferiores aquellos que de por sí son vistos como oprimidos54. Si hubiese sido a la inversa, y la raza se hubiese entendida como racismo, la esclavitud, en lugar de algo que los esclavos eran, se hubiese evidenciado como algo que los esclavistas hacían. En pocas palabras, el racismo de la elite colonial (blanca) dio lugar a una ideología racial que creó una categoría (raza) para explicar/justificar la situación política y socio-económica de un determinado grupo que experimentaba una opresión y explotación sistémica (los negros).
La ideología racial y la raza pasaron a ocupar un lugar central en la legitimación del poder de la clase dominante blanca. Gracias a su funcionalidad para racionalizar intereses colectivos de clase, el racismo, la ideología racial y la raza otorgaron la justificación necesaria en las coaliciones de clase que gobernaron los Estados Unidos, permitiendo fragmentar a los sectores dominados (incluyendo a los blancos pobres) según criterios raciales55, distrayéndolos para reconocer las estructuras de poder, privilegio, explotación y desigualdad. Así, las solidaridades raciales históricamente atentaron contra las solidaridades de clase. La raza se afianzó como una construcción ideológica que justificó y legitimó la dominación de un grupo sobre otro, demarcando la famosa línea de color que separó a blancos de ascendencia europea, anglosajona y protestante (los “blancos puros”) de otras razas “inferiores”. El racismo, por caso, se presenta como el fenómeno histórico que marca la construcción, reconstrucción, reproducción y evolución de la ideología racial.
En esta ideología, el privilegio que otorga la condición de ser blanco dependió de la exclusión de un otro no-blanco cuya definición estuvo sujeta a constantes transformaciones. Como retomaremos más adelante, celtas, eslavos, judíos, ibéricos, nórdicos, italianos, irlandeses pasaron de ser considerados “no-blancos” a incorporarse a la raza blanca y adoptar los privilegios que ésta otorga. Ello evidenció a la raza como un símbolo de la desigualdad que fue evolucionando para convertirse en una noción cada vez más restringida y taxativa. Al tiempo que, en contextos determinados, distintos grupos se incorporaban a la raza blanca, las sub-categorías que existían dentro de la raza negra (black, mulatto, quadroon, octoroon) fueron lentamente desapareciendo en favor de la categorización “negro” según la regla de una gota. Y como lo demostró el caso Phipps, aun a fines del siglo XX, fue necesario reforzar la idea de que basta una gota de sangre negra para quedar en el bando de los excluidos, reafirmando la noción de que en los Estados Unidos “un solo bisabuelo negro es suficiente para definir a una persona como negra, mientras que siete bisabuelos blancos son insuficientes para clasificarla como blanca”56.
La discusión sobre cómo, por qué y en qué medida distintos grupos inmigrantes y de trabajadores fueron considerados blancos o “se convirtieron” en blancos, ha ocupado un papel destacado en el debate entre historiadores de los estudios del trabajo y de la raza. Robert H. Zieger señala que, aunque el tema generó intensas polémicas, el punto en el que todos coinciden es que fue la negritud (blackness o la condición de ser negro) lo que definió por la negativa a la condición de blancos: “la premisa básica de que los afroestadounidenses han sido considerados como un ‘otro’ no-blanco en toda la historia estadounidense”57. Antes de seguir adelante, creemos necesario aclarar que no pretendemos ignorar las experiencias y trayectorias históricas de otros grupos