El bautismo del diablo. Clifford Goldstein

El bautismo del diablo - Clifford Goldstein


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Renacuajo o las primeras floraciones de plantas en el período Cretácico, hace entre 146 y 65 millones de años, entonces la brecha entre cómo nos parecen las cosas en nuestro cerebro y la manera en que realmente son en sí mismas se hace crucial.

      ¿Por qué? Porque esta pregunta llega a una de las varias limitaciones de la ciencia, una limitación que se hace exponencialmente más problemática cuando la ciencia trata no solo con lo que está ahora delante de nosotros, sino con lo que se dice que le sucedió hace miles de millones de años a cosas que ya existían, supuestamente, mucho antes de que existieran nuestros sentidos.

      Volvamos al ejemplo sobre cuántas personas hay en la habitación. Algunos dicen que hay diez personas. Entonces entramos a la habitación y contamos. Sí, hay diez personas en la habitación. ¿No es esa una conclusión sólida y certera? ¿No puede alguien estar tan seguro de eso como sobre la declaración de que si hay diez personas en la habitación, entonces hay tres personas más de las que habría si hubiera solamente siete personas?

      Sin embargo, supongamos que había una mujer escondida debajo de la mesa y no la contamos. O supongamos que había tres personas más en las vigas del techo y fuera de la vista. O supongamos que para alguien la definición de la palabra habitación incluye el armario, donde había dos personas más escondidas. O supongamos que eres un estadounidense que vivió durante La Confederación, cuando se consideraba que los esclavos eran solo dos tercios de persona, y cuatro de las personas en la habitación eran esclavos.

      Entonces, no se puede estar totalmente seguro sobre cuántas personas había en la habitación como sí se puede tener certeza en cuanto a la afirmación de que cuando hay diez personas en la habitación, entonces eso significa que hay tres más de las que habría cuando hay siete.

      Otra vez, si esta limitación epistemológica fundacional es verdad para las cosas que creemos que existen hoy (como el número de personas en una habitación), ¿cuánto más grande sería el problema con aquellas cosas que no existen ahora, como los miles de millones de años de la historia de la evolución que nos precedieron a nosotros y nuestros sentidos?

      Entonces, ¿diferentes cerebros, diferentes realidades?

       La cueva

      El contraste entre lo que es real y cómo nos parecen estas cosas no es nada nuevo. Hace 2.400 años, Platón, en La república, usó una metáfora para describir este problema.

      Aunque solo se trata de una metáfora, la cueva de Platón expresa esta diferencia entre lo que percibimos con nuestros sentidos y lo que realmente existe; esto es, la diferencia entre un árbol y la imagen del árbol en nuestra mente. En los 2.400 años desde Platón, esta pregunta aún obsesiona a quienes se la hacen. Y lo sigue haciendo, con aun más ferocidad que nunca, porque en los últimos cien años nos hemos enterado de la existencia de aspectos de la realidad (gérmenes, partículas subatómicas, el campo Higgs, ondas de radio, etc.) completamente más allá de nuestros sentidos sin ayuda. Ya es bastante malo no poder estar seguros sobre la naturaleza o la existencia de lo que captamos con nuestros sentidos, pero ¿qué hay de todas esas cosas que creemos que existen pero que nuestros sentidos no pueden captar en absoluto, al menos no sin la ayuda de máquinas, lo que a su vez levanta toda una multitud de otras preguntas?

       Lentes rojos o azules

      Cerca de unos dos mil años después de Platón, el filósofo alemán Immamuel Kant argumentó que nuestras mentes solas analizan la realidad que experimentamos. Nuestras mentes no son receptores pasivos de información sensorial, como la cera caliente que siente las impresiones y las moldea a su propia imagen. En vez de eso, nuestras mentes son complicados filtros que categorizan, organizan y hasta crean la realidad que vemos, escuchamos, olemos, gustamos y tocamos. No es que nuestras mentes creen el mundo, sino solo la manera en que el mundo se nos presenta.

      Conocemos una metáfora cruda y popular: imagina que usas anteojos rojos. Todo lo que ves, por supuesto, estará teñido de rojo a causa de los lentes que llevas puestos. Si los anteojos fueran azules, aquella misma realidad se vería azul. De manera similar,solo conocemos el mundo que nuestra mente nos permite conocer. Esto es lo que Kant llamó mundo “fenomenológico” (o del “fenómeno”): la imagen del árbol en nuestra mente o la habitación en el museo como les parecía a los que estaban en ella. Estas imágenes son el fenómeno en nuestras mentes, en contraste con el árbol en sí y la sala del museo, que existen fuera de nuestras mentes. Ahora, si nuestras mentes estuvieran constituidas de manera diferente, tanto el árbol como la sala del museo también parecerían diferentes ante nuestra vista.

      Esta distinción nos lleva nuevamente a una debilidad fundamental en todos los esfuerzos empíricos, incluida (y quizá de manera especial) la ciencia. A menos que los objetos de estudio sean la mente y la cognición en sí mismas, la ciencia no se interesa por cómo el mundo se muestra frente a seres subjetivos como los humanos, los chimpancés o las langostas mantis (que tienen cuatro veces más fotorreceptores que los humanos), sino por cómo es el mundo en sí mismo independientemente de cómo se nos presente a nosotros. Un paleontólogo


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