El bautismo del diablo. Clifford Goldstein
podemos estar seguros de que lo que sabemos, o creemos que sabemos, es verdad? Lo que sea que sepamos (o creamos que sepamos), lo sabemos (o creemos que sabemos) solo a través de procesos que crean conocimiento en nuestras mentes. Entonces, preguntar cómo sabemos si los procesos que usamos para obtener conocimiento son correctos es lanzarse a un laberinto autorreferencial, el equivalente intelectual a una ilustración de Escher. ¿Cómo sabemos que nuestros métodos de obtener conocimientos son correctos cuando necesitamos algún método de obtención de conocimiento para juzgar esos métodos? Pero, si lo que estamos cuestionando desde el principio es el tema de cómo obtenemos conocimiento, entonces, ¿cómo podemos confiar en nuestro juicio de ese método en sí mismo? Debemos asumir lo mismo que estamos cuestionando. Este es otro ejemplo de los límites del conocimiento humano. No solo sobre lo que sabemos (o creemos que sabemos), sino sobre el proceso de conocer en sí mismo. Este proceso se denomina epistemología.
Epistemología
Cualquier persona interesada en el debate de creación-evolución debe entender el concepto detrás de la palabra epistemología. Al igual que la biología, la geología o la teología, la palabra epistemología contiene su propio significado. Pero en vez de tratarse sobre el estudio de la vida (bios), de la Tierra (geo) o de Dios (theos), la epistemología es el estudio del episteme, del conocimiento en sí mismo. Es la “rama de la filosofía que se interesa por investigar la naturaleza, los recursos y la validación del conocimiento”.94
La epistemología no es el estudio del conocimiento, en el sentido de aquello que sabemos –al menos, no directamente–, así como dos más dos es igual a cuatro, o que Jesús murió por la humanidad, o que la sangre lleva oxígeno a nuestras células, o que tienes dolor de muelas o que François Mitterrand fue presidente de Francia. En verdad, la epistemología es el estudio de cómo llegamos a construir las declaraciones que hacemos sobre dos más dos, Jesús, el oxígeno en la sangre, un dolor de muelas o sobre François Mitterrand, o sobre cualquier cosa que declaremos que sepamos.
Decimos: “Yo sé que dos más dos es igual a cuatro”; “Yo sé que Jesús murió por mis pecados”; “Sé que François Mitterrand fue presidente de Francia”; “Sé que tengo dolor de muelas”. En todos estos casos, el verbo saber es usado de manera similar; se está seguro de la veracidad de cada oración.
Sin embargo, llegamos a ese conocimiento y al uso del verbo saber a través de diferentes métodos. La manera en que sabemos que tenemos un dolor de muelas es bastante diferente de la manera en que sabemos que dos más dos es igual a cuatro o sabemos que Jesús murió por nuestros pecados. No sentimos en la boca la sensación dos más dos es igual a cuatro, así como no aprendimos que tenemos dolor de muelas leyendo a Pablo u otros pasajes de las Escrituras. Puede que sepamos estas cosas, como sabemos que el sol saldrá mañana, que John F. Kennedy fue asesinado o que Dios ama al mundo. Pero, nuevamente, accedemos a ese saber, a ese conocimiento, a través de diferentes métodos.
La epistemología observa esos métodos.
Empirismo
Uno de esos métodos, de central importancia en el debate creación-evolución, es el empirismo, la teoría de que obtenemos conocimiento de nuestros sentidos. En las declaraciones que anteceden, la que hablaba de saber que tenemos dolor de muelas (en oposición a saber que dos más dos es cuatro) se consideraría conocimiento empírico. Nuestros sentidos, en este caso, el sentido del dolor, nos dan el conocimiento que tenemos de nuestras muelas.
Si alguien dice: “Hay diez personas en la habitación”, una respuesta natural sería: “Bien. Iré a verlo por mí mismo”. Uno se levanta, va a la habitación, y con sus propios ojos, sus receptores sensoriales, arriba a una conclusión con respecto a la veracidad o la falsedad de la declaración sobre el número de personas que había en la habitación. Eso es empirismo.
Ahora, supongamos que alguien nos dice: “Si hay diez personas en la habitación, entonces, hay tres personas más de las que habría si hubiera solo siete personas en la habitación”. Si respondemos: “Bien, pero permíteme entrar y verlo por mí mismo”, la respuesta sería rara. La racionalidad por sí misma revela que cuando hay diez personas en la habitación, hay tres personas más que cuando hay siete. No hay necesidad, como sí la había en el primer ejemplo, de ir a la habitación y contar las personas que hay allí. La declaración en sí misma, en sus propios términos, muestra su veracidad. No necesitamos salirnos de la declaración hacia nuestros sentidos, la historia o a la Revelación para saber que es verdad.
Epistemología empirista
El punto crucial es este: la ciencia, incluyendo todas las ramas que enseñan la Evolución, es una epistemología empirista. Con todo lo que conlleva, la ciencia en su esencia es un intento humano, a través del uso de nuestros sentidos, de entender, interpretar, describir y, de manera ideal, explicar el mundo. Ya sea que se trate de Aristóteles observando insectos hace 2.300 años, Darwin en Galápagos estudiando aves, químicos trabajando para la empresa de tabaco Philip Morris, astrónomos usando el telescopio Hubble para explorar las estrellas, o biólogos que afirman que la vida en la Tierra comenzó hace entre 3,8 y 4 miles de millones de años, la ciencia es un esfuerzo empírico. Se trata de seres humanos, a veces con la ayuda de diferentes instrumentos, que usan sus sentidos para explorar el mundo natural.
Lo cual está bien. ¿De qué otra manera los científicos podrían estudiar el mundo? Después de todo, aprendemos mucho a través de nuestros sentidos. Alguien podría debatir que la mayoría de lo que sabemos, al menos sobre el mundo natural, lo sabemos solamente a través de nuestros sentidos. Incluso el conocimiento que se nos revela, cosas que no sabríamos de otra manera, como el día de nuestro cumpleaños, lo sabemos a través de nuestros sentidos, nuestros oídos (pues nos lo contaron) o nuestros ojos (lo leímos). Y si sabemos que John F. Kennedy fue asesinado o que Julio César tenía el título de Pontifex Máximus, ¿cómo sabemos estas cosas, de otra manera que no sea, otra vez, a través de nuestros ojos, oídos o ambos?
Carencia sensorial
Sin embargo, durante miles de años las personas han luchado con la difícil pregunta sobre cuán precisamente, o sin precisión, nuestros sentidos nos presentan el mundo. ¿Cuál es la diferencia entre la realidad que está fuera de nuestros cerebros y cómo esa realidad nos parece en nuestros cerebros? Cuando miramos un árbol, por ejemplo, lo que vemos no es el árbol en sí mismo, sino una imagen del árbol que existe en nuestra mente. Si nuestra mente dejara de funcionar, la imagen del árbol dejaría de existir: no el árbol en sí. Esta es la prueba de que se trata de dos cosas diferentes. Lo que haya en nuestra mente, que nos parezca un árbol, no es el árbol en sí.
¿Qué transformación, entonces, sucede cuando nuestros sentidos captan lo externo y lo convierten en los impulsos químico-eléctricos en nuestros cuerpos y cerebros, que forman la base de toda nuestra experiencia? En resumen, ¿cuál es la diferencia entre la imagen del árbol que existe en nuestra cabeza y el árbol en sí? Mucha diferencia. Porque lo que hay en nuestra mente, sin dudas, no es la corteza, las hojas y la madera real.
Como mostraba el ejemplo del museo, nuestros sentidos pueden darnos visiones opuestas de lo que existe. A una persona la habitación puede parecerle bien iluminada, y a otra puede parecerle oscura. Si la ciencia estudiara lo que realmente existe allá afuera, no debería preocuparse por cómo parece frente a las diferentes personas. El tema es la realidad de la habitación en sí. ¿Por qué a un geólogo que está estudiando un acantilado de esquisto le importaría cómo se ve el acantilado a los ojos de un murciélago, en la lente de una cámara Cannon o para un daltónico? De la misma manera, a la ciencia le interesa cómo es realmente la habitación en sí misma y de sí misma, sin importar el tamaño de los alumnos que la miran o lo que sucede en el cerebro de los seres dotados de sentidos en la habitación.
Si la ciencia