El bautismo del diablo. Clifford Goldstein
de manera creciente, inciertos. Sobre un tema similar, un artículo en The New Yorker decía: “Es como si los hechos estuvieran perdiendo su verdad”. “Las afirmaciones que habían sido enarboladas en los libros, de repente, se vuelven improbables. Este fenómeno aún no tiene nombre oficial, pero está ocurriendo a lo largo de una amplia gama de campos, desde la psicología hasta la ecología”.83 John Ioannidis, epistemólogo de Stanford, estaba tan preocupado por este problema que escribió un documento frecuentemente citado: “Por qué la mayoría de los resultados de investigaciones publicadas son falsos”.84
El artículo de The Economist continuaba, diciendo: “Entre 2000 y 2010, cerca de 80 mil pacientes participaron en pruebas clínicas basadas en investigaciones que luego fueron desestimadas debido a errores e inexactitudes”.85
¡Qué consuelo!
¿Qué hay de la revisión cruzada de pares? ¿No se supone que eso protege contra la falsa ciencia? Nuevamente, The Economist expresa: “El proceso superficial de la revisión cruzada de pares tampoco llega a ser todo lo que se esperaba que fuera. Cuando una revista médica prominente condujo una investigación después de otros expertos en el campo, encontró que la mayoría de los revisores no lograron encontrar los errores que se habían introducido a propósito en los documentos, incluso después de decirles que estaban siendo probados”.86
Además, si un colega experto comparte dogmáticamente el mismo paradigma científico, el mismo modelo, las mismas suposiciones que el autor, ¿qué otra cosa hace la revisión de pares, más que asegurarse de que el autor se mantenga fiel a la línea partidaria, sin importar si esa línea es correcta? Esta revisión de pares garantiza (supuestamente) la validez del trabajo dentro de una serie de suposiciones; no dice nada sobre la validación de las suposiciones mismas (ver capítulo 7).
Al escribir en el Atlantic, la autora Bourree Lam habló sobre un reciente aluvión de hallazgos científicos que se han rectificado porque se ha probado que son incorrectos. Aparentemente, el problema está más extendido de lo que mucha gente puede percibir. La mencionada autora escribió: “Un estudio en Proceedings of the National Academy of Ciencies revisó 2.047 retractaciones de artículos biomédicos y de ciencias de la vida y descubrió que solamente el 21,3 % se originaba directamente del error, mientras que el 67,4 % resultaba de la falta de ética, incluyendo fraude o sospecha de fraude (43,4 %) y plagio (9,8 %)”.87
Además, si existen graves problemas en la ciencia experimental, que se hace sobre lo que está vivito y coleando ahora (como esos 80 mil pacientes), ¿se supone que deberíamos hacer reverencia con obsecuencia cuando la ciencia hace pronunciamientos osados sobre lo que supuestamente sucedió hace 250 millones de años, cuando el Coelurosauravus (según se nos ha dicho) desarrolló alas antes de desaparecer en el ozono paleozoico?
¿Qué hay de esta pista en un artículo en el New York Times? “Los estudios, ¿demuestran que las gaseosas o refrescos promueven la obesidad y la diabetes tipo II? Depende de quién pague el estudio”.88
El artículo debatía sobre cómo los resultados de la investigación científica sobre los peligros de las gaseosas para la salud variaban, y cómo los estudios científicos financiados por la industria de las gaseosas minimizan los peligros sobre la salud, en contraste con las investigaciones independientes. Sin embargo, la industria de las gaseosas declara que están haciendo lo mejor en ciencia. “La investigación que hicimos adhiere a los más altos estándares de integridad de los estudios científicos, basados en estándares reconocidos por las instituciones prominentes de investigación”,89 manifestó la industria. De hecho, la industria acusó que quienes financiaron la investigación que apuntaba a los peligros de las gaseosas habían sido pagados por quienes tenían determinado interés en hacer que esos productos parecieran peores de lo que en realidad eran.
No estamos hablando de críticas literarias sobre Cormac MacCarthy o críticas musicales sobre Max Richter. Estos son investigadores científicos, que se supone que adhieren “a los más altos estándares de integridad para la investigación científica”, que miran la misma realidad objetiva pero que llegan a diferentes conclusiones científicas.
¿Cómo puede ser? Después de todo, ¡es ciencia! ¿Puede realmente haber tendencias entre los científicos que afecten sus conclusiones, no solo en las investigaciones sobre las cosas que existen ahora (gaseosas y diabetes) sino también en el estudio de formas de vida que, supuestamente, existieron hace millones, o incluso miles de millones de años?
Esta no es una pregunta nueva. Al escribir sobre la relación entre la iglesia primitiva y la ciencia, David Lindberg expresó lo siguiente: “La verdadera ciencia, puede sostener [un crítico], no debe ser la sirvienta de nadie, sino que debe poseer total autonomía. Por consiguiente, la ciencia ‘disciplinada’ que buscaba Agustín no es ciencia en absoluto. De hecho, este reclamo se equivoca: la ciencia totalmente anónima es un ideal atractivo, pero no vivimos en un mundo ideal. Y gran parte de los desarrollos más importantes en la historia de la ciencia han sido producidos por personas comprometidas no a la ciencia autónoma, sino a la ciencia en servicio de alguna ideología, programa social o fin práctico. Durante la mayoría de su historia, la pregunta no ha sido si la ciencia funcionará como sirvienta, sino a cuál de las señoras servirá”.90
Hay múltiples razones para estos problemas en la investigación científica: información elegida cuidadosamente, competencia por dinero, intereses comprometidos en los resultados, la influencia de grandes empresas, rivalidades entre investigadores, y más. Pero estas razones suenan a lo que uno esperaría en teología, crítica literaria, estudios sobre el feminismo o la teoría política. Pero ¿deberíamos encontrar estos problemas en la ciencia, que se supone que es la forma más pura y objetiva de encontrar la verdad sobre la realidad?91
Sin embargo, las razones van mucho más allá de las informaciones o las subvenciones. Llegan hasta el problema de cómo los seres humanos (inclusive los científicos), seres subjetivos atrapados dentro de receptores limitados que permiten solo perspectivas estrechas sobre lo que está fuera de ellos, pueden explicar de manera precisa la “realidad altamente compleja, multifacética y de múltiples capas”92 que no solo los rodea, sino además de la cual también forman parte.
Mente y cosmos
Imaginemos nuestro universo de la manera en que muchos científicos contemporáneos insisten que era antes: solo electrones, positrones, neutrinos, fotones, y luego helio e hidrógeno, que “bajo la influencia de la gravitación para agruparse [...] eventualmente se condensarían para formar las galaxias y las estrellas del presente universo”.93
Pero supongamos que este universo tampoco tenga un Dios (como muchos creen que es), sin consciencia, sin vida en absoluto. Nada más que energía, gases, estrellas y rocas compuestas de entidades subatómicas que en la actualidad se cree que forman toda la materia y la energía.
Supongamos que todo continúa siendo de esa manera.
En ese universo, ¿podría existir el conocimiento? Fotones, electrones, estrellas, rayos cósmicos sí. ¿Pero conocimiento? La idea de “conocimiento” en sí demanda no solo consciencia (después de todo, un murciélago frugívoro de Egipto tiene “consciencia”), sino un nivel más elevado de consciencia, una mente capaz de contener pensamiento racional. El conocimiento sin mente es tan imposible como el pensamiento sin la mente, pues ¿qué es el conocimiento, sino una forma de pensamiento? Si no existiera Dios, o no existieran dioses ni vida inteligente en ningún otro lugar del cosmos más que en los humanos, entonces el único conocimiento en toda la creación sería lo que está en las mentes de los seres humanos. Y si todos los humanos murieran, todo el conocimiento moriría con ellos.
Tenemos conocimiento solo porque tenemos mentes; sin mentes, no hay pensamientos ni conocimientos. Y dado que tenemos mentes humanas, todo el conocimiento humano está limitado por el tipo de pensamiento que pueden tener las mentes humanas. Cualquier cosa que nosotros, como humanos, sabemos, o pensamos que sabemos, incluyendo el conocimiento científico, solo lo