El bautismo del diablo. Clifford Goldstein

El bautismo del diablo - Clifford Goldstein


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textos como prueba de una Tierra inmóvil; ninguno de los dos tenía mucho tiempo para la nueva astronomía. Sin embargo, ¿qué hacemos con textos como los siguientes?

      Y temblarán los cimientos de la tierra. Será quebrantada del todo la tierra, enteramente desmenuzada será la tierra, en gran manera será la tierra conmovida. Temblará la tierra como un ebrio, y será removida como una choza; y se agravará sobre ella su pecado, y caerá, y nunca más se levantará (Isa. 24:18-20).

      Haré estremecer los cielos, y la tierra se moverá de su lugar (Isa. 13:13).

      Y Jehová rugirá desde Sion, y dará su voz desde Jerusalén, y temblarán los cielos y la tierra (Joel 3:16).

      Porque he hablado en mi celo, y en el fuego de mi ira: Que en aquel tiempo habrá gran temblor sobre la tierra de Israel (Eze. 38:19).

      Las palabras de Amós, que fue uno de los pastores de Tecoa, que profetizó acerca de Israel en días de Uzías rey de Judá y en días de Jeroboam hijo de Joás, rey de Israel, dos años antes del terremoto (Amós 1:1).

      Y huiréis al valle de los montes, porque el valle de los montes llegará hasta Azal; huiréis de la manera que huisteis por causa del terremoto (Zac. 14:5).

      Y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes señales del cielo”(Luc. 21:11).

      El remueve la tierra de su lugar,

      y hace temblar sus columnas (Job 9:6).

      Obviamente, la Tierra no es inamovible. Los terremotos que existían en el tiempo de los escritores bíblicos, por sí solos, prueban esto. Sin importar lo que signifiquen estos textos, no significan que la Tierra no se mueve en absoluto.

      El movimiento descrito en estos textos, sobre que la Tierra tambalea “como ebrio”, se bambolea y se conmueve, no se refiere al movimiento de la órbita de la Tierra o de la rotación sobre su eje. Pero tampoco lo hacen los textos que dicen que Dios estableció la Tierra “para que no se mueva”, como referencia a la órbita terrestre o la rotación sobre su propio eje. Estos versículos hablan sobre el poder y la majestuosidad de Dios como Creador y Juez; no son textos sobre cosmología, así como las palabras de Pedro a Ananías no son sobre anatomía y fisiología: “Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo?” (Hech. 5:3).

       Objeciones teológicas

      Aunque la ciencia aristotélica era el trasfondo o el formato original sobre el cual se desarrolló la saga de Galileo, la iglesia tenía otras razones, teológicas y científicas, para rechazar la defensa de Galilei sobre la hipótesis de Copérnico.

      En primer lugar, muchos temían lo que el universo Copérnico pudiera ocasionarle al evangelio. Si la Tierra y, por consiguiente, la humanidad fueran el centro del cosmos, en oposición a una órbita lejana de los suburbios del cosmos, tendría mucho más sentido que Dios hubiese enviado a su Hijo a morir aquí, a la cima de su creación. Si la Tierra era solo un pequeñito planeta entre otros millones, la idea de que el Creador vino a salvar a la humanidad se hace menos creíble.

      Imagina que durante toda tu vida te hayan enseñado (y siendo consciente de que a muchas generaciones antes de ti les enseñaron lo mismo) que la Tierra se asentaba en el centro del cosmos, ¡y ahora resulta que te dicen que eso estaba equivocado! No estamos en el centro del estadio; ni siquiera estamos en el estadio. Estamos en las afueras del estacionamiento. Lejos del centro de todo. De repente descubrimos que no solamente somos uno más de un número de varios planetas que orbitan alrededor del Sol, sino también que ese Sol es uno entre miles de millones de otros soles en nuestra galaxia, que a su vez es una entre otros millones de galaxias... En lo que se refiere a geografía cósmica, Copérnico nos sacó del centro del círculo donde nos había puesto Aristóteles desde la antigüedad, y nos exilió a vaya uno a saber dónde.

       Objeciones científicas

      Hoy en día es fácil burlarse de la ignorancia de los “antiguos” (en este caso, “antiguos” son los medievales), en especial sobre algo tan rudimentario como el movimiento de la Tierra. Después de todo, ¿qué es más obvio y de sentido común que la órbita anual de la Tierra alrededor del Sol y la rotación diaria sobre su eje? Pero desde la perspectiva de las personas en la Edad Media, el movimiento de la Tierra no era tan obvio como lo es para nosotros, a quienes nos han enseñado eso desde la niñez.

      El filósofo Ludwig Wittgenstein (1889-1951), según cuenta la historia, preguntó a un alumno en los pasillos de la Universidad de Cambridge:

      –Dime, ¿por qué las personas siempre dicen que era natural asumir que el Sol giraba alrededor de la Tierra, en vez de pensar que era la Tierra la que rotaba?

      –Bueno, obviamente, porque parece como si el Sol girara alrededor de la Tierra –respondió el estudiante.

      A eso, Wittgenstein siguió:

      –Muy bien. ¿Cómo parecería, entonces, si la Tierra fuera la que girara?

      El argumento de Wittgenstein revela una verdad importante, no solo sobre el asunto de Galileo, sino sobre la ciencia en general: la ciencia puede presentar buenas razones para creer teorías falsas. Mucha de la ciencia establecida fue luego desestimada, incluso a pesar de los años de datos de confirmación y pruebas de validación meticulosamente acumuladas por expertos que utilizaron las herramientas más avanzadas y las metodologías más aclamadas.

      De hecho, las personas inteligentes y educadas en tiempos de Galileo tenían buenas razones “científicas” para rechazar las hipótesis de Copérnico. No se trataba solamente de religión o de Aristóteles, sino de ciencias y de las herramientas de la ciencia que ayudaban a justificar el rechazo inicial de la obra de Galileo, Diálogo sobre los dos máximos sistemas mundiales.


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