El bautismo del diablo. Clifford Goldstein
debajo, en vez de hacerlo a otro lugar dependiendo de la dirección de la rotación de la Tierra? Aunque incluso en tiempos de Aristóteles las personas tenían respuestas a estas preguntas, la idea de que la Tierra se movía parecía ilógica, irracional y contraria al sentido común para las personas de ese tiempo, tanto como hoy lo es la postura científica de que la realidad física está hecha, no de partículas subatómicas, sino de campos cuánticos.67
Otra poderosa evidencia científica en contra de Copérnico tenía que ver con la falta de paralaje estelar. Si la Tierra estuviera en una órbita vasta alrededor del Sol, su posición relativa a las estrellas cambiaría. Un ejemplo sencillo es poner el pulgar a unos 10 centímetros frente a la nariz y mirarlo con un ojo. Luego, cerrar ese ojo y mirar el pulgar con el otro. El pulgar parecerá haberse movido de donde estaba cuando se lo miró con el primer ojo. El cambio no tiene que ver con la ubicación del pulgar y sí con el lugar desde donde se lo vio. El argumento de Galileo era que, si la Tierra se movía, como lo decía Copérnico, la posición de las estrellas en un punto durante la órbita de la Tierra alrededor del Sol debería ser otra, seis meses después en esa órbita. A eso se lo llamó paralaje estelar y nunca fue observado. Esto sugería que la Tierra no se movía; pues si lo hiciera, la ubicación de las estrellas en el cielo debería ser diferente según los diferentes momentos del año.
Según escribió Marcelo Gleiser: “El problema es que las estrellas están tan lejos que la variación angular en la posición de la estrella más cercana es mínima, imposible de medir a ojo. El paralaje estelar, la prueba definitiva de que orbitamos alrededor del Sol, sería detectada recién en 1838 por Friedrich Bessel. Si la hubieran detectado los griegos, posiblemente toda la historia de la astronomía y la ciencia hubiera sido diferente”.68
La ironía de todo
Qué fácil es hoy, a posteriori, ridiculizar a la Iglesia Romana, no solo por haber condenado a Galileo, sino también por haberse equivocado en los resultados durante siglos. No fue hasta el 1800 que Diálogo sobre los máximos sistemas del mundo fue quitado de la lista de libros prohibidos y que los católicos pudieron enseñar a Copérnico con libertad. Y no fue hasta casi dos siglos después que Roma formal y públicamente (y por fin) admitió su error.
Y aunque la historia ha sido transformada con alegría en un ejemplo arquetípico de religiosos ignorantes que peleaban contra el progreso intelectual, la realidad es más complicada. No fue solo el binario crudo de la religión versus la ciencia. El desastre de Galileo es un ejemplo de la tiranía de la ciencia dogmática y la tradición científica por sobre todos los medios de adquisición de conocimientos.
Gerhard y Michael Hasel escribieron: “Los asuntos innobles asociados con el famoso juicio a Galileo en el siglo XVII se podrían haber evitado si los consultores teológicos de la iglesia hubieran reconocido que su interpretación de ciertos textos bíblicos estuvo condicionada por la tradición, basada en la cosmología del geógrafo-matemático pagano Ptolomeo”.69 No era solo tradición, sino una tradición que surgió de la aceptación del dogma científico predominante.
“No debemos olvidar que el nacimiento de la física y la cosmología fue logrado por Galileo, Kepler y Newton, quienes se liberaron no de la prisión confinada de la fe (los tres eran cristianos creyentes, de una u otra manera) sino de la enorme carga de la autoridad milenaria de la ciencia aristotélica”, 70 escribió David Bentley.
“Debemos recordar que la rigidez del esquema aristotélico no yacía en ella misma sino en la interpretación que se le daba, en especial en la Edad Media. Al unir las teorías de Aristóteles con sus propias visiones religiosas, los hombres de esa época introdujeron dureza al debate relacionado con la validez del esquema de Aristóteles que no tenía nada que ver con su valor filosófico o científico”,71 escribió Charles Singer.
En su Diálogo, Galileo buscaba liberar a la noosfera de su época de los patrones neutrales que siglos de Aristóteles (el Darwin de su tiempo) y su ciencia habían tejido en las mentes de la Edad Media. Galileo escribió: “No es mi intención decir que una persona no debería escuchar a Aristóteles; de hecho, aplaudo la lectura y el estudio meticuloso de sus obras, pero repudio solamente a quienes se entregan como esclavos a él de tal manera que se suscriben ciegamente a todo lo que dice y lo toman como decreto inviolable sin buscar otras razones”.72
Galileo luchaba contra una devoción esclavista a textos antiguos escritos por un hombre que, en el núcleo de su filosofía, creía en estudiar el mundo en sus propios términos. En contraste con su gran maestro, Platón, quien creía que la verdad existía solo en un mundo no material idealista de ideas y formas, Aristóteles creía que debemos usar nuestros sentidos aquí, en la Tierra, para estudiar el mundo en sí. “Todos los hombres por naturaleza desean saber”, escribió él. “Una indicación de esto es el placer que nos producen nuestros sentidos; porque incluso aparte de su utilidad, son estimados por sí mismos; y por encima de todo, el sentido de la vista”.73
No deberíamos pasar por alto la ironía. Un hombre en la antigüedad que promovía el estudio del mundo en sí, eventualmente se codificó y canonizó como autoridad por derecho propio. Tanto así que, como lo descubrió Galileo, si alguien tenía evidencias experimentales (del estudio del mundo) que lo contradecían, o que parecían contradecirlo, debía descartar el experimento e ir con Aristóteles, la vieja autoridad. Todo debía ser filtrado a través de las lentes del aristoteleanismo; casi como sucede hoy, que todo es interpretado a través de la lente de quienquiera que sea la última encarnación de Darwin, sin importar la evidencia que lo desafíe.
Duendes que viven en el estómago
La saga de Galileo, incluso siglos después, está llena de lecciones sobre la fe y la ciencia, pero también sobre la búsqueda humana de la verdad, del conocimiento, en especial sobre el mundo natural. El mundo, el cosmos, el territorio disputado en la saga de Galileo, es complicado. La naturaleza no revela sus secretos tan fácilmente, al menos a nosotros, los humanos, quienes salimos del vientre pre empaquetados con limitaciones (que parecen empeorar a medida que envejecemos) con respecto a cuán bien podemos discernir la realidad en la que nos encontramos inmersos. Somos como un hombre “constantemente atrapado entre el mundo y su idea del mundo”.74 Y en la mayoría de la historia ha sido así: nuestras ideas del mundo han tenido el mal hábito de estar equivocadas.
El comediante Steve Martin retrató a Theodoric de York, un barbero medieval que también practicaba la medicina. Theodoric le dice a la madre de una paciente que no se preocupe; que aunque la medicina no es una ciencia exacta, “estamos aprendiendo todo el tiempo. Hace escasos cincuenta años se pensaba que una enfermedad como la de su hija era causada por una posesión demoníaca o un hechizo. Pero hoy en día sabemos que Isabelle sufre de un desequilibrio de humores corporales, quizá causado por un sapo o un duende que vive en su estómago”.75
Como creemos que hemos sido esculpidos de material más fino y más avanzado que las generaciones previas, nos burlamos de su ignorancia. Pero la vasta grieta entre lo que sabemos y lo que puede saberse debería ayudarnos a percibir que incluso con el Gran Colisionador de Hadrones, el proyecto Genoma Humano y el telescopio espacial Hubble, estamos solo unos escalones por encima en la cadena alimentaria intelectual de Theodoric o de los inquisidores de Galileo.
Si hay una lección que puede extraerse de la “herejía” de Galileo, debería ser que la ciencia nunca se desarrolla en el vacío, sino siempre en un contexto que, por necesidad, influencia sus conclusiones. Ya sea que estén buscando el bosón de Higgs o criticando el Diálogo de Galileo, los científicos trabajan sobre la base de presupuestos y suposiciones. De manera ideal, con el tiempo, asumen que sus suposiciones más nuevas están más cerca de la realidad de lo que lo estaban las anteriores (quizá con buenas razones), pero son tan solo eso: suposiciones. La historia de la ciencia, en los días de Galileo y en los nuestros, está plagada de científicos que han tenido buenas razones para formular sus teorías y las suposiciones detrás de esas teorías, que hoy son consideradas erróneas.