El bautismo del diablo. Clifford Goldstein

El bautismo del diablo - Clifford Goldstein


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debajo, en vez de hacerlo a otro lugar dependiendo de la dirección de la rotación de la Tierra? Aunque incluso en tiempos de Aristóteles las personas tenían respuestas a estas preguntas, la idea de que la Tierra se movía parecía ilógica, irracional y contraria al sentido común para las personas de ese tiempo, tanto como hoy lo es la postura científica de que la realidad física está hecha, no de partículas subatómicas, sino de campos cuánticos.67

      Otra poderosa evidencia científica en contra de Copérnico tenía que ver con la falta de paralaje estelar. Si la Tierra estuviera en una órbita vasta alrededor del Sol, su posición relativa a las estrellas cambiaría. Un ejemplo sencillo es poner el pulgar a unos 10 centímetros frente a la nariz y mirarlo con un ojo. Luego, cerrar ese ojo y mirar el pulgar con el otro. El pulgar parecerá haberse movido de donde estaba cuando se lo miró con el primer ojo. El cambio no tiene que ver con la ubicación del pulgar y sí con el lugar desde donde se lo vio. El argumento de Galileo era que, si la Tierra se movía, como lo decía Copérnico, la posición de las estrellas en un punto durante la órbita de la Tierra alrededor del Sol debería ser otra, seis meses después en esa órbita. A eso se lo llamó paralaje estelar y nunca fue observado. Esto sugería que la Tierra no se movía; pues si lo hiciera, la ubicación de las estrellas en el cielo debería ser diferente según los diferentes momentos del año.

       La ironía de todo

      Qué fácil es hoy, a posteriori, ridiculizar a la Iglesia Romana, no solo por haber condenado a Galileo, sino también por haberse equivocado en los resultados durante siglos. No fue hasta el 1800 que Diálogo sobre los máximos sistemas del mundo fue quitado de la lista de libros prohibidos y que los católicos pudieron enseñar a Copérnico con libertad. Y no fue hasta casi dos siglos después que Roma formal y públicamente (y por fin) admitió su error.

      Y aunque la historia ha sido transformada con alegría en un ejemplo arquetípico de religiosos ignorantes que peleaban contra el progreso intelectual, la realidad es más complicada. No fue solo el binario crudo de la religión versus la ciencia. El desastre de Galileo es un ejemplo de la tiranía de la ciencia dogmática y la tradición científica por sobre todos los medios de adquisición de conocimientos.

      No deberíamos pasar por alto la ironía. Un hombre en la antigüedad que promovía el estudio del mundo en sí, eventualmente se codificó y canonizó como autoridad por derecho propio. Tanto así que, como lo descubrió Galileo, si alguien tenía evidencias experimentales (del estudio del mundo) que lo contradecían, o que parecían contradecirlo, debía descartar el experimento e ir con Aristóteles, la vieja autoridad. Todo debía ser filtrado a través de las lentes del aristoteleanismo; casi como sucede hoy, que todo es interpretado a través de la lente de quienquiera que sea la última encarnación de Darwin, sin importar la evidencia que lo desafíe.

       Duendes que viven en el estómago

      Como creemos que hemos sido esculpidos de material más fino y más avanzado que las generaciones previas, nos burlamos de su ignorancia. Pero la vasta grieta entre lo que sabemos y lo que puede saberse debería ayudarnos a percibir que incluso con el Gran Colisionador de Hadrones, el proyecto Genoma Humano y el telescopio espacial Hubble, estamos solo unos escalones por encima en la cadena alimentaria intelectual de Theodoric o de los inquisidores de Galileo.

      Si hay una lección que puede extraerse de la “herejía” de Galileo, debería ser que la ciencia nunca se desarrolla en el vacío, sino siempre en un contexto que, por necesidad, influencia sus conclusiones. Ya sea que estén buscando el bosón de Higgs o criticando el Diálogo de Galileo, los científicos trabajan sobre la base de presupuestos y suposiciones. De manera ideal, con el tiempo, asumen que sus suposiciones más nuevas están más cerca de la realidad de lo que lo estaban las anteriores (quizá con buenas razones), pero son tan solo eso: suposiciones. La historia de la ciencia, en los días de Galileo y en los nuestros, está plagada de científicos que han tenido buenas razones para formular sus teorías y las suposiciones detrás de esas teorías, que hoy son consideradas erróneas.


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