Jorge Semprún. Группа авторов
en los artículos filosóficos e institucionales–, ni siquiera la restauración republicana –que en mayor o menor medida había estado presente en la etapa anterior–, sino que se propone una serie de objetivos democráticos inmediatos. En este nuevo contexto táctico Sánchez preconiza, en la línea del PCE, una amplia alianza entre sectores de distintos ámbitos buscando un sustrato común aglutinado en torno a la política de Reconciliación Nacional.
El abandono del yo
El desplazamiento de la voz de Semprún –ya Sánchez– al centro de autoridad del relato, marca también la liquidación de los rastros de escritura autorreferencial presentes en el anterior periodo. Sin necesidad de más llamadas de atención sobre sí mismo, el yo tiende a desaparecer, dando lugar a un nuevo tipo de discurso que ya no apela al poder sino que emana de él.
Sánchez no habla de sí mismo, ni siquiera cuando expone acontecimientos en los que participó directamente. Esto ocurre incluso cuando las reglas genéricas del texto –como en el discurso institucional (Sánchez 1955: 1960b)– exigen una rendición de cuentas al poder. No obstante, si bien las dos intervenciones de Sánchez exponen un trabajo propio –los primeros contactos con la intelectualidad en España en el primero y su experiencia directa de los problemas estratégicos de la clandestinidad en el segundo– el autor opta por la narración impersonal. Algo similar ocurre con la crónica política.
La ausencia del autor del texto y su conexión lógica con los acontecimientos no tiene que ver ni con una intencionalidad ambigua, ni con las precauciones de la clandestinidad. Se trata simplemente del recurso de indeterminación de la autoridad emisora, conducente a persuadir al lector de la objetividad del discurso, algo que contrasta con la subjetividad de la época anterior. Hablamos, a partir de ahora, no tanto de la palabra de un individuo, como de la palabra del partido. Dicho de otro modo, a diferencia de la primera etapa, Federico Sánchez escribe ya como un portavoz legítimo.
En este contexto, los raros ejemplos del yo aparecen reservados no ya a la subjetividad, sino precisamente a reforzar la figura funcional de la portavocía oficial colectiva, que Sánchez asume ya en 1955:
Creo ser profundamente fiel a los sentimientos de centenares de intelectuales comunistas de Madrid, y de otras regiones de España […] al presentar al V Congreso de nuestro glorioso Partido Comunista, a la Dirección de nuestro Partido, y a la camarada Dolores, la expresión de su amor al Partido, de su decisión de mejorar y de elevar incansablemente su trabajo en el sector de la lucha que les ha correspondido ocupar. (Sánchez 1955: 12)
Discurso interno y externo
Como en la etapa anterior, Federico Sánchez explota el componente identitario y el recurso a estrategias de persuasión retórica, si bien adoptando una nueva perspectiva. Sánchez los reserva ahora a los artículos doctrinales, al servicio de la cohesión identitaria, y son prácticamente eliminados o poco visibles en el discurso externo.
Los elementos de celebración identitaria tan presentes en la literatura del PCE de la época, y que Semprún ya explotara en el primer periodo de su escritura temprana sobre todo en su poesía y en su segunda obra de teatro, en sus escritos teóricos, recurren a una fusión del imaginario original del marxismo con el modelo soviético, desplazando la recreación de aspectos más ligados al partido o de carácter patriótico.
[D]esde los primeros cañonazos del «Aurora», hasta hoy, hasta los mensajes lanzados al Universo entero por los satélites artificiales de la Unión Soviética, el proletariado y la filosofía, […] han ido fundiéndose más y más, enriqueciéndose y tranformandose [sic] mutuamente. La victoria del proletariado, como dijo Marx, es «la reconquista completa del hombre». A ello estamos asistiendo. (Sánchez 1958a: 38)
El marco en el que se inscriben los mecanismos de persuasión retórica se corresponde, en gran medida, con lo que Van Dijk denomina la macro-estrategia semántica de la presentación negativa del otro: «la categorización de las personas en el grupo endógeno y en el grupo exógeno, e incluso la división entre ‘buenos’ y ‘malos’ grupos exógenos, no está libre de valor, sino que imbuye normas y valores con aplicaciones ideológicamente fundamentadas» (Van Dijk 2005: 43).
Sánchez emprende aquí dos vías diferentes en esta categorización, dependiendo del género: sea éste el de los artículos doctrinales (discurso interno), o el de la la crónica y el análisis político (discurso externo).
Así, en los primeros, en consonancia con la política de Reconciliación Nacional, Sánchez apela al diálogo, e incluso a la unidad de acción, con las fuerzas más «progresivas» –como suele denominarlas– de grupos exógenos (la Iglesia y la democracia cristiana, sectores o estructuras surgidos del régimen, etc.).
No obstante, en los artículos doctrinales el proceso de categorización es inverso. Así, las tendencias más cercanas a la concepción del marxismo-leninismo de Sánchez reciben un peor tratamiento que aquellas más lejanas.
Buena muestra de ello, la encontramos en «Marxismo y lucha ideológica» (1960a) cuando Sánchez, una vez delimitado el terreno de la lucha ideológica en la España franquista, frente a las dos corrientes predominantes, el neo-tomismo y el orteguismo, se plantea la necesidad de elegir un contrincante filosófico del marxismo. El elegido es el segundo, precisamente por ser la ideología menos retrógrada. Se trata de focalizar como el enemigo más peligroso precisamente a aquél con el que se comparte parte del ideario o un objetivo común. Sánchez justifica su elección en base a que ve en los seguidores de las ideas de Ortega una amalgama de grupos heterogéneos que pueden utilizar en su favor esta teoría.
Si bien Ortega y sus seguidores no se libran de la violencia verbal de Sánchez, éste reserva todo su arsenal retórico a otras corrientes marxistas: desde la socialdemocracia, hasta movimientos en boga en el ámbito académico caracterizados por la búsqueda de lo que se denominó «marxismo puro».
No obstante, el uso reiterado de descalificaciones es sólo una marca externa de una estrategia de mayor calado que se expresa, sobre todo, a través de la presentación mutilada de las posiciones contrarias, la ausencia persistente de definiciones, de profundización o de una mera exposición del ideario básico de las escuelas o corrientes que Sánchez comenta. De nuevo aquí es reconocible esa lógica inversa a la que acabamos de referirnos, siendo precisamente Ortega el único filósofo que Sánchez analizará con cierto detenimiento.
En el extremo opuesto se sitúa la crítica de corrientes surgidas del marxismo-leninismo. Buen ejemplo de ello es su crítica de La nueva clase (1957) del comunista yugoslavo Milovan Djilas. Tal y como ocurriera con la obra de Ortega o Mandolfo, Sánchez toma como punto de partido el peligro de la repercusión de la obra:
La Nueva Clase viene a ser como un compendio […] del revisionismo actual. Por esta razón, y por ésta sólo, puede no ser inútil dedicar cierto espacio a la crítica de algunos de los puntos de vista de Djilas. Máxime si se tiene en cuenta la publicidad que en torno a su libro han hecho los teóricos oportunistas de la social-democracia española (con Araquistáin en primera fila, como era de esperar) y del anarco-sindicalismo; publicidad que se añade a la organizada, en España misma, por la propaganda oficial de la dictadura franquista. (Sánchez 1959: 51)
La tesis principal de este libro giraría en torno a la idea de la formación de una nueva clase de burócratas en el denominado «bloque socialista», frente a la cual, Federico Sánchez acomete un comentario de alto contenido emocional dominado por el argumento ad hominem. Paralelamente, la reseña esquiva el tema objeto casi hasta su final, en un estilo inusitadamente bronco: «Es, con ligeras variantes, la ‘teoría’ del oportunismo trotskista. Es, en suma, la ‘teoría’ de los perros que ladran, mientras la revolución socialista cabalga…» (Sánchez 1959: 53). Por lo demás, la reseña es doblemente injusta al presentar las tesis de Djilas como una crítica de la Unión Soviética, cuando La nueva clase se basaba también en la experiencia yugoslava, extremo que Sánchez obvia, como también que el propio Djilas se encontraba encarcelado desde hacía tres años y que la publicación de la obra en 1957 le valió