Jorge Semprún. Группа авторов
hoy lamentamos y criticamos el trato dispensado por las autoridades francesas, con confinamiento de muchos de ellos, en campos de concentración o de internamiento, en condiciones extremas. A lo largo de 2015, más de 800.000 personas, solicitantes de asilo, entraron en la Unión Europea por Grecia y en total, más de 1.000.000, han llegado a las puertas de Europa, después de viajes arriesgados para dejar atrás la guerra, la destrucción de sus países y la miseria. ¿Vamos a repetir hoy la historia? ¿No hemos aprendido nada del pasado?
Por lo visto hasta ahora tenemos que decir que esta no es la Europa que queremos los ciudadanos. Exigimos altura de miras, que la palabra solidaridad, que figura en el frontispicio de los tratados, se ejercite efectivamente, que una política común de asilo sea acordada, que no se suprima o anule por la puerta trasera el Acuerdo de Schengen, que se convoque una conferencia donde se aborde específicamente el problema y se adopten soluciones reales y humanitarias y se dejen atrás acuerdos tan insuficientes como el llamado Reglamento Dublín II de 2003. Por último, es necesario que Europa, la Unión Europea, se implique como un actor político en la resolución de los múltiples conflictos de nuestro tiempo, que deje de lado esa permanente tentación de atender exclusivamente a sus problemas internos, el eterno mirarse al ombligo, si me permiten la expresión. ¿Es mucho pedir? Empecemos. Tomemos en serio, hagamos realidad, los tan repetidos versos de nuestro más admirado poeta: «Se hace camino al andar».
El espacio interfronterizo
Al pensar en la despedida, a medida que la edad acercaba el momento final, Semprún, que no creía en la eternidad ni soportaba la idea de la inmortalidad, ni siquiera figuradamente, llegó a la conclusión de que el mejor lugar para su reposo definitivo estaría en Biriatou, junto a la línea que trazaba antaño la frontera. Ese punto simbólico delimitaba España de Francia en los tiempos de la clandestinidad, los tiempos de la dictadura franquista y separaba al mismo tiempo España de Europa. Hoy no es sino una señal administrativa.
Desde tiempos recientes, con la frontera desaparecida de hecho, Semprún ha considerado que ahí, en Biriatou, en el lugar francés desde el que contemplaba una España solo accesible clandestinamente, estaría la plaza que mejor recordaría sus orígenes y su trayectoria vital, la terraza asomada sobre el Bidasoa que permite contemplar con serenidad la España, hoy democrática y sólidamente insertada en Europa:
pediría que me enterraran en el pequeño cementerio de Biriatou. En este lugar fronterizo, patria posible de los apátridas, entre los ámbitos a los que pertenezco –el español, que es de nacimiento, con toda la perentoriedad, a veces abrumadora, de lo que cae de su propio peso; el francés, que es electivo, con toda la incertidumbre, a veces angustiosa, de la pasión–, en la vieja tierra de Euskal Herria. Ese es el lugar, a mi entender, que mejor perpetuaría mi ausencia. Es más… pediría asimismo que mi cuerpo fuera envuelto en la bandera tricolor –rojo, gualda y morado– de la República. (ALV: 213–214)
Como ciudadano europeo que lucha por la unidad política del continente y por la desactivación de las fronteras en el espacio europeo, y como escritor que ha desbordado los límites estrechos de los géneros literarios, Semprún propone el lugar ideal desde el que poder ser recordado –es verdad que las circunstancias han hecho que lo sea solo simbólicamente, mediante la estela pétrea realizada por su amigo, el pintor Eduardo Arroyo–. Ha escogido el territorio interfronterizo, mixto o mestizo, en el que se fueron fraguando su vida y sus convicciones, en el que han germinado y se han nutrido muchos de los elementos que inspiran su actuación, su escritura y su reflexión a lo largo de los años.
Para nosotros reposa en su patria de elección, el lenguaje sin fronteras, gracias al cual, cualquiera que sea el idioma al que esté traducido, su obra sigue siendo una voz amiga que nos acompaña y nos anima en la continuación del que fue uno de las objetivos centrales de su vida, pensar y hacer más humano nuestro mundo.
Bibliografía
Anónimo [Semprún, J.] (s. a. [1953]): «Sobre algunos aspectos de la situación entre los intelectuales españoles (informe sobre un viaje de un mes por el Interior).» Madrid: Archivo Histórico del PCE (sección «Intelectuales y movimiento estudiantil», Jacqs. 14, 20–24, 40).
Landaburu, A. (10-01-2011), «‘La izquierda no acertó a condenar la lucha violenta de ETA’, Entrevista: Jorge Semprún. Escritor. Miradas sobre Euskadi.» En: El País.
Montero, R. (30-10-1977): «Entrevista a Jorge Semprún: ‘No sé realmente quién soy’.» En: El País dominical, 4–9.
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Semprún, J. (1976): El largo viaje. Barcelona: Seix Barral (trad. J. Conte & R. Conte [= LV].
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Semprún, J. (2006): Pensar en Europa. Barcelona: Tusquets [= PEE].
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Semprún, J. (2012): Exercices de survie. Paris: Gallimard [= ES].
Semprún, J. (2013): Le langage est ma patrie. Entretiens avec Franck Appréderis. Paris: Libella [= LP].
Semprún, J. (s. a.): Soledad, pièce en trois actes. Madrid: Archivo Histórico del PCE (copia mecanografiada, Caja 129, carpeta 1) [= Sol].
La obra temprana de Jorge Semprún. La conquista de la autoridad en el relato colectivo
Íñigo Amo (Universidad de Málaga)
Desde mediados de los cuarenta hasta la publicación de Le grand voyage (1963), Semprún escribe dos obras de teatro y decenas de poemas y artículos, tanto en francés como en español. La primera fuente de este periodo poco conocido de su escritura fue proporcionada por el propio autor en su Autobiografía de Federico Sánchez (1977) donde se reseñaban tanto sus publicaciones como materiales inéditos, entre los que destaca su obra de teatro Soledad (1947). No obstante, el recuento de Semprún sirvió también para sepultar en el olvido algunas publicaciones importantes.
Nuestro objeto de estudio aquí es, precisamente, esta escritura temprana (1946–1963) que, como espacio fronterizo, desde nuestro punto de vista, sigue albergando muchas de las claves para entender la obra del Jorge Semprún a partir de Le grand voyage: desde la genealogía de sus estrategias literarias y retóricas, hasta otros aspectos más generales como la noción funcional de portavocía (véase Céspedes 2015: 196 y ss.). En este sentido partimos de que su debut como novelista, lejos de constituir un corte definitivo en su escritura, mantiene con su obra temprana una relación más estrecha de lo que en un primer momento podría parecer.
El factor más determinante a la hora de organizar este segmento de la obra de Semprún es su relación con el relato identitario del PCE. La identidad narrativa colectiva nos remite a un concepto dinámico y en continua elaboración. Descendiendo a lo concreto, el relato identitario del PCE, desde 1946 hasta 1963, sufre una serie de alteraciones importantes que tienen que ver con acontecimientos de distinta naturaleza1 que a su vez tienen repercusión en un orden más general (el peso relativo de vectores identitarios como el legado republicano, la dimensión patriótica del partido, el discurso marxista-leninista, etc.). Las síntesis particulares de estos cambios se objetivan en un relato oficial o autorizado que pueden asimilarse, por lo general, a la línea política del PCE. No obstante, como