Jorge Semprún. Группа авторов

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con flancos susceptibles de ser escamoteados. Por otra parte, Semprún aprendería a amar algunos de esos territorios separados y situados forzosamente al otro lado de la barrera, aprendería a amar a sus pueblos y a sumergirse en su legado cultural, en su caso de manera especial en el legado de Centroeuropa, con Praga como epicentro, uno de los pilares de la Europa nueva, de una Europa única, como sostendría muchos años después recordando sus accidentados viajes.

      El lenguaje, patria sin fronteras

      Al ser expulsado del partido y abandonar la aventura comunista profesional en 1965, Semprún recuperó su identidad personal, bajo un solo y único nombre, documentada con un solo pasaporte español y una carta de identidad de residente en Francia. Lo que no era incompatible con la persistencia de una cierta sensación de confusión acerca de su verdadero ser después de haber encarnado a distintos personajes (Montero 1977: 4–9) o cuando los recuerdos del pasado de dolor y muerte compartidos se hacían presentes en el sueño.

      Cambió su profesión por la de escritor, predominantemente en lengua francesa, por ser esta la lengua en la que vivió la mayoría de las experiencias narradas y porque, después de El largo viaje (Le grand voyage, 1963), su primer libro, la España de la dictadura franquista seguía contando con una aduana en forma de censura que impedía la libre circulación de las ideas, y de su obra por tanto.

      Desde los comienzos, pero con más razón a medida que fue adquiriendo volumen y densidad, la obra sempruniana fue resultando difícilmente clasificable. ¿Ficción, memoria, autobiografía, reflexión? ¿Y qué decir de las obras de teatro, los guiones cinematográficos, incluso la poesía, propia y ajena, que salpica continuamente sus páginas? No creo que resulte exagerado decir que con su práctica de escritor bilingüe, Semprún ha creado un mundo propio que desborda los géneros, allana las fronteras entre los mismos y sobrepasa la patria chica del idioma al que frecuentemente se ven reducidos. ¿A qué patria concretamente pertenece el escritor Semprún? Sin duda a la de la lengua o, mejor dicho, a la del lenguaje, como ha solido afirmar, ensanchando la afirmación de Thomas Mann:

      Non, je ne dirais pas cela. De fait, quand j’écris en espagnol, je suis aussi dans ma patrie. J’ai trouvé une formule personnelle qui est un peu différente de celle de Thomas Mann, mais on ne peut pas faire ce jeu de mots dans toutes les langues: moi, je dis: «Ma patrie, c’est le langage» – non pas une langue en particulier, mais «le langage» en général. (LP: 31)

      Una Europa única

      Hay un espacio privilegiado en el que crece y vive la patria del lenguaje de Semprún. Se trata del territorio diverso y multilingüe que se encierra en Europa, al que Semprún ha contribuido a dotar de unidad y sentido libro a libro. Europa es hoy, después de siglos en los que alcanzó por un lado grandes niveles de civilidad y por otro desencadenó conflictos graves y devastadores con repercusión mundial, el continente que ha entrado, no sin dificultades, en la senda de la unidad política y de la cooperación pacífica entre sus pueblos. Semprún advirtió en ello una vía de esperanza y dedicó a ella sus esfuerzos en el último periodo de su vida.

      Con el abandono del comunismo y con la consiguiente «liquidación definitiva de los residuos del leninismo en mi propio pensamiento» (PE: 26), Semprún pudo Pensar en Europa –título de otro de sus libros (2006)– libremente, hasta el punto de hacerse un militante de la causa de la unidad europea y de su constitución como entidad política única.

      La idea de una Europa unida le viene a Semprún desde sus tiempos de Buchenwald. «D’une certaine façon, qui peut sembler paradoxale à première vue, c’est dans les camps nazis que s’est forgée la première ébauche d’un esprit européen» (HE: 96). En ese campo de concentración, Semprún tuvo la primera experiencia de una Europa única, plural y diversa, integrada por gentes de todas las nacionalidades de Europa, menos de la británica. La convivencia con las diferentes culturas y lenguas europeas fue también una escuela para el cosmopolita por formación que ya era Semprún. No solo se encontró allí con sus orígenes españoles aletargados, sino que inmerso en la multitud de pueblos diversos tuvo la primera experiencia viva de una cierta unidad europea. Le informaron de la conferencia que el filósofo Edmund Husserl dictó en Viena y en Praga en el año 1935: «La filosofía en la crisis de la humanidad europea». El padre de la fenomenología contemporánea plantea por primera vez varios temas que Semprún irá haciendo suyos a lo largo de los años: la idea de Europa como figura espiritual (una unidad espiritual europea), nacida del espíritu de la filosofía; también la necesidad de una supranacionalidad europea capaz de resistir a la barbarie totalitaria que la amenaza por esos años 30 mediante el heroísmo de la razón, lo que Semprún llamará la razón crítica y democrática.

      Semprún recuerda nítidamente la emoción desbordada que se apoderó de todos los prisioneros de Buchenwald un domingo por la tarde cuando los altavoces del campo difundieron la chanson Melimontant, entonada a pleno pulmón y sin acompañamiento por el prisionero francés de nombre Widerman:

      Une sorte de frémissement à peine perceptible, de halètement, de sourd sanglot de bonheur, a parcouru la foule des déportés. La plupart ne comprenaient pas la langue, certes : le sens exact des paroles leur échappait probablement. Mais c’était une chanson française, au rythme vif, entraînant, ça suffisait. Ainsi, soudain, pour ces milliers d’Européens de toute origine – des Russes, des Polonais, des Tchèques, des Hongrois, des Espagnols, des Néerlandais, tous les Européens étaient là, en somme, il ne manquait que les Anglais, bien sûr, pour cause de liberté insulaire –, pour ces milliers de déportés, dans leur immense majorité combattants des maquis et des mouvements de résistance, la chanson de Trenet a soudain symbolisé la liberté : son passé de joies et de combats, son proche avenir victorieux. (94–95)

      Semprún experimentó aquí por primera vez la realidad compleja de Europa formada por tan diferentes pueblos, culturas, lenguas y tradiciones, una Europa entonces sin divisiones ni fracturas.

      En esta idea ha venido insistiendo en el último periodo de su vida. Reconociendo esa diversidad europea, una de las bases de la riqueza de Europa, Semprún se opuso con fuerza a la persistencia de las visiones nacionales estrechas, a las visiones chovinistas de políticos y pueblos que pretendían resolver sus conflictos internos a costa de los intereses europeos, a costa de la profundización en la unidad europea, como fue el caso de Francia y Holanda, denunciado en el citado libro L’homme européen (2005).

      Conviene recordarlo e insistir en ello, la Europa unida de Semprún se fundamenta en la razón democrática y carece de fronteras interiores nacionales: «La única frontera que establece la Unión Europea es la de la democracia y los Derechos Humanos», repite Semprún, haciéndose eco de la Declaración de Laeken de diciembre de 2001.

      Europa y la crisis actual de los refugiados

      En este momento, permítanme un breve excursus para venir a nuestros días. Entre las muchas crisis que amenazan a Europa (y las crisis son inherentes a la democracia, no hay «crisis final» como pronosticaba el marxismo-leninismo), una de las crisis humanas más graves es la de los refugiados, los sirios que huyen de la guerra en su país, el conflicto vivo más reciente, y los que proceden de territorios más lejanos, de situaciones de opresión y violencia de años, como Irak, Afganistán, Eritrea o Sudán, por nombrar solo algunos.

      Podemos preguntarnos ¿qué diría Semprún hoy ante este drama humanitario? Sobre todo ¿qué diría de la respuesta política que está dando la Unión Europea? No podemos suplantar su palabra, no podemos atribuirle una respuesta, cierto, pero es seguro que al europeo militante que fue la situación actual no le satisfaría en modo alguno.

      Podemos dar por seguro que la respuesta insolidaria de muchos países europeos, el regateo y la cicatería entre los distintos gobiernos para el reparto de seres humanos, el levantar, como única respuesta efectiva, muros, alambradas y otras medidas de blindaje de nuestro sagrado territorio frente al foráneo, muchas veces considerado invasor y otras, todavía peor, terrorista hipotético… todo esto, podemos estar seguros, habría hecho alzar la voz indignada de Jorge Semprún.

      Hagamos


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