Derecho y crimen en la literatura. Víctor Hugo Caicedo Moscote

Derecho y crimen en la literatura - Víctor Hugo Caicedo Moscote


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mediante el pago de una módica suma, crímenes por carta certificada, enigmas contra reembolso, y coartadas a precio de costo; los laberintos por vía aérea, naturalmente, pagarán doble tarifa.

      El caso es, bromas aparte, que he recibido una carta de mi antiguo condiscípulo de la Universidad de Oxford, René Florey. De ella se desprende que este joven inexperto se ha dejado llevar a una situación que casi equivale al suicidio. Para mejor comprensión, le envío una copia y le enuncio las observaciones que me sugiere.

      Debo advertirle, de inmediato, que nunca me he considerado un amigo íntimo de René Florey. Fui su compañero en la universidad, pero nos dejamos de ver y escribir apenas concluidos nuestros estudios. Su mensaje confidencial, pues, me sorprende un poco; lo considero, sin embargo, producto de un espíritu exaltado que en un momento de peligro no ha sabido a quién confiarse. Por otra parte, y me permito subrayarlo, es completamente absurdo aceptar una apuesta como la indicada en esa carta. Si René Florey es un hombre normal debió tomar a broma las provocaciones un poco pueriles de Luis Bernard; debió, en todo caso, solicitar explicaciones por sus sospechas, pero nunca prestarse al juego de hacer una apuesta sobre tal asunto. Si Bernard se había vuelto loco, René no tenía por qué seguirlo en su locura. Sin embargo, dejaré por el momento esta parte del problema y me concretaré a estudiar lo que a primera vista sugiere la carta.

      En primer lugar, es evidente que el llamado Luis Bernard ha iniciado la conversación de las apuestas, de los caballeros feudales y de la conquista de las damas para provocar a René Florey, a quien sospechaba como admirador de su esposa y posible candidato a marido en caso de que ella se divorciara. Esto no es nada extraño, puesto que yo mismo he leído en las revistas comentarios sobre la amistad de Aline Bernard y René Florey.

      En segundo término, usted habrá notado que el hecho de plantear una apuesta de esta índole es el mismo caso de Cymbeline, de Shakespeare, pero sólo inicialmente, porque Bernard se inspiró probablemente en esa obra para realizar una especie de ajedrez mental que le facilitara la posibilidad de cometer el crimen.

      Quizás en esos días estaba leyendo esta obra y se le ocurrió realizar algo parecido para deshacerse de René. No voy a entrar en detalles literarios que a usted poco interesarían. El caso es que en Cymbeline dos hombres hablan de la posibilidad de conquistar a la mujer de uno de ellos. Hacen la apuesta: Si el presunto rival la conquista, gana una joya (solución curiosa, porque hace suponer que la mujer era tan insignificante que era necesario completarla con un premio); si no, la conquista debe responder en pelea, puesto que su pretensión, por infundada, ha constituido un insulto. El galán de Cymbeline termina por mentir que ha conquistado la dama para cobrar la joya y evitar el duelo. Bernard se entretuvo en imaginar cuál sería la actitud de Florey ante una apuesta semejante. Buscó las posibles variantes. Pensó que si en Cymbeline un hombre puede aceptar la apuesta de conquistar a una dama, es justamente porque aún no la ha conquistado. Pero cuando un hombre normal ya está seguro del amor de una mujer, no confesará tal hecho si debe mantener el secreto hasta que la justicia le permita casarse con ella. Bernard explotaba la segura negativa de Florey a toda actitud que implicara un reconocimiento de sus pretensiones hacia Aline. Estaba seguro de que René negaría, puesto que tenía la certidumbre de que había un entendimiento entre ambos. Pensando en todo esto insistió en hacer una apuesta y en que el pretendiente debería pagar con el riesgo del lance si no obtenía éxito. Estaba seguro de que Florey se conduciría en forma totalmente contraria a la del personaje de la obra inspiradora. La única posibilidad en contra era la de que Florey se acobardara y confesara públicamente sus amores con Aline

      Con este madurado plan, Bernard conseguía matar en duelo a Florey e impedir el divorcio de su esposa. Mi amigo, por otra parte, se condujo con imperdonable inseguridad, facilitando las maniobras de su enemigo. Dijo dos o tres cosas que constituían una provocación, cuando justamente Bernard esperaba una provocación. Por otra parte, Florey conocía la fama de espadachín de su rival, pero no podía rehuir el lance sin perder la estimación de Aline. De acuerdo. Con todo esto, a estas horas René Florey habrá sido legalmente asesinado por Luis Bernard, salvo que...”

      *

      El inspector Courvoisier interrumpió la lectura ante la llegada de su ayudante Durand, que entró estrepitosamente seguido de varios periodistas.

      – Señor inspector –dijo Durand con agitación–, ha sido muerto en duelo el conocido...

      – Sí –interrumpió Courvoisier con suficiencia–; ha sido muerto el famoso duelista Luis Bernand.

      El inspector Pablo Courvoisier contuvo un gesto de asombro. Miró nuevamente la carta que tenía en la mano, y después de vacilar un instante, continuó leyendo:

      “salvo que, como muchas veces ocurre, el presunto asesino no haya previsto ese pequeño detalle que generalmente pierde a los de su clase. El detalle en este caso es el siguiente: si se trata de un desafío, la elección de armas corresponde al ofendido. Pero aquí no existe ofensor ni ofendido. Bernard mismo había insistido en que se trataba de una apuesta. En este caso, si René Florey no es tan ingenuo como quiere hacerlo creer en su carta y conserva la inteligencia que nunca le discutimos cuando era nuestro compañero en la universidad, ha intuido que se trataba de obligarlo a llegar al desafío, se ha plegado al juego de su enemigo, ha dejado llegar las cosas hasta el último momento y ha instruido a sus padrinos para que exijan que la elección de armas se deje librada a la suerte. El motivo de esa maniobra es evidente. Si se elige un arma que no sea la espada, en la que Bernard tiene una superioridad reconocida, todas las otras permiten a René una relativa igualdad de condiciones. Bernard, ante este inconveniente imprevisto, no ha sabido qué argumentar. Y ha terminado por sacrificar la seguridad de su triunfo en aras de una solución inmediata. Y si después de todo esto la suerte ha favorecido a René, es decir, si el lance se efectúa a pistola, a estas horas el joven habrá eliminado seguramente el último obstáculo que se oponía a su casamiento con Aline. Y la espada de Bernard continuará durmiendo en la colección de don José del Carrillo.

      Quedan por aclarar los motivos que lo indujeron a escribirme la carta y las causas que motivaron su aparente pedido de auxilio. Yo creo que es una coartada inútil, producida por un exceso de precauciones. Si yo me hubiera engañado con la carta le habría escrito a usted diciendo que Florey era víctima de las maquinaciones de un bandido. Yo soy amigo de René, pero también soy amigo de la verdad. En todo caso, ésta no puede perjudicar a Florey puesto que no ha hecho sino utilizar el mismo juego de su contrario.

      Lo saluda con afecto su colega amateur, L. Vane”.

      El inspector Courvoisier dobló despacio la carta de su amigo londinense, la guardó en el bolsillo interior del saco y, tomando sus anteojos, los limpió maquinalmente mientras reflexionaba. Después de una breve vacilación se compuso el pecho y dijo:

      – Señores de la prensa; voy a relatarles un suceso sin precedentes en los anales policíacos: un crimen que fue minuciosamente preparado por la propia víctima...

      Los periodistas extrajeron sus lápices y rodearon al infalible Mr. Courvoisier.

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