Derecho y crimen en la literatura. Víctor Hugo Caicedo Moscote

Derecho y crimen en la literatura - Víctor Hugo Caicedo Moscote


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a tal fin. El cinismo de la obra de 1979 es mayor que la de la narración de 1955. Lejos de mostrar algún tipo de compasión por él, se describe al viajante como un presuntuoso que se ha suicidado para, de esta forma tan absurda, pagar “su delito”. Incluso las reacciones de los componentes del tribunal varían con respecto a las de la narración: Ya no se quejan de que les haya estropeado la velada, sino de que “casi” se las ha estropeado.

      El tiempo de la acción transcurre de forma rápida. Al espectador, lector en este caso, no le da tiempo a detenerse a pensar en lo absurdo de la existencia. Más bien se queda en el asombro ante lo extraño, en la perplejidad ante lo incomprensible. Pero es una perplejidad primera. La que todavía no se pregunta nada; la que solo asiste admirado ante la extraña cosa que tenemos delante. No hay una reflexión. De repente, lo extraño se manifiesta y se pone ante él. El público solo está ahí: asistiendo a los hechos. Todo es puro acto, pura presencia. El por qué no importa. La obra muestra simplemente la necesidad de diversión de unos viejos jubilados en un sitio donde, según dicen ellos, “nunca pasa nada”.

      La diversión por la pura diversión aparece así por encima de todo: incluso de la vida y de la muerte; de la culpabilidad y de la inocencia. La diversión en su empeño de plenitud no concede ningún valor a nada que no sea ella misma: ni a los valores sociales ni a los eternos. Incluso, los límites de la justicia pueden ser traspasados ya que gracias a las relaciones de que gozan los componentes del tribunal, están a salvo de cualquier posible responsabilidad.

      La situación que se plantea en “La avería”, recuerda a El proceso de Kafka, o incluso a la Antígona de Sófocles. Sin embargo, Dürrenmatt no trata el tema del carácter de las normas ni desde la perspectiva que Kafka tiene del absurdo ni desde la perspectiva de la tragedia, que es lo que hace Sófocles, porque para el autor suizo las normas ni son axiomas metafísicos ni tienen relevancia política. La justicia y la subjetividad de las normas son consideradas por él como intrascendentes y sólo son relevantes cuando alguien las toma en serio. Con ello pretende advertir, al mismo tiempo, que aquellos que nos hacen reproches morales no son mejores que nosotros. Eso sin mencionar que no les interesamos en absoluto. La mayoría se olvida de lo que ha dicho justo después de acabar de decirlo. En la obra de teatro Herr Traps es criticado como presuntuoso por haberse tomado él mismo, y a los otros, demasiado en serio.

      La existencia así representada aparece como un absurdo y, sin embargo, ya lo hemos dicho, no es un absurdo a la manera de Kafka.

      En Dürrenmatt, lo irracional emerge revestido de un carácter profundamente banal debido a la frivolidad de los personajes. La audiencia no se celebra en frías y vacías salas como en la obra de Kafka, sino durante una copiosa cena acompañada de buen vino.

      El absurdo filosófico arrastra al hombre kafkiano al vacío existencial y en última instancia a la tragedia. En Dürrenmatt, en cambio, la existencia aparece desposeída desde el primer momento de cualquier tipo de valor puesto que se trata simplemente de un juego. De ahí que el vacío existencial y la tragedia no tengan cabida.

      Cualquier existencia es sólo un juego. Un juego en el que nosotros no ponemos las reglas, pero las aceptamos y desde el momento en que las aceptamos formamos parte de él. Sin embargo, al no haber sido ideado por nosotros es un juego que nos mantiene en vilo constantemente: nunca sabemos qué es lo que va a pasar a continuación. Desconocemos el valor de las acciones de los otros, del mismo modo que desconocemos las consecuencias que cada uno de nuestros actos o nuestras palabras pueden generar al exteriorizarse y ser analizados por los demás.

      Carecemos así pues de una posibilidad de determinar nuestra conducta. No podemos establecer un plan, una estrategia. Ni siquiera el hecho que alguien nos asegure que se trata solamente de un “juego” nos libra de la preocupación y del miedo que provoca el no saber hasta dónde pueda llegar ese juego.

      Los personajes de Kafka son víctimas del absurdo. Los de Tchejov se esfuerzan en olvidar ese absurdo mediante el trabajo. Dürrenmatt se niega a sublimarlo, pero tampoco quiere perecer en él.

      Como ya hemos dicho, en la adaptación para la radio, el viajante se despierta vivo a la mañana siguiente. En la obra de teatro, en cambio, no. Los actores se burlan del viajante Traps y le consideran un orgulloso insolente por haberse quitado la vida. ¿Por qué? Porque a la vida, justo por no tener sentido, justo por ser solamente un juego, no se la puede tomar nunca en serio. Ni a ella, ni a los jugadores, que somos nosotros mismos. Al suicidarse, Herr Traps se está tomando demasiado en serio; le está dando a su existencia una trascendencia que no tiene. De ahí el desprecio que genera en los otros. La muerte, a su vez, tampoco tiene sentido: no ofrece ninguna solución e impide cualquier posibilidad de esperanza.

      Afirmar que la vida no tiene sentido porque es un juego admite varias lecturas.

      Por una parte, supone repetir lo que Calderón de la Barca escribió: “Que la vida es sueño y los sueños, sueños son”.

      El problema surge cuando la vida deja de ser un “sueño” para transformarse en “pesadilla”, y no tener éxito en el juego nos convierte no sólo en “perdedores”, sino en fracasados. Que la vida siga su curso no significa que nosotros vayamos a despertar en primavera.

      En segundo lugar, el esfuerzo de algunos por establecer las normas y la inercia de los otros por seguirlas determina que algunos tengan más poder dentro del juego que otros.

      En tercer lugar, el sentimiento de culpabilidad que lleva a Herr Traps al suicidio no contagia, sin embargo, a aquellos que le han llevado a tomar semejante decisión. En la narración, el fiscal admite que el viajante, con su ahorcamiento, le ha destrozado la noche. En la obra de teatro el juez se lamenta de que casi lo ha conseguido. Los cínicos encuentran siempre razones para justificar su conducta. Los únicos que se sienten culpables y los únicos a los que se les puede hacer sentir culpables son los seres morales.

      Cabría preguntarse cuáles son los factores que les confieren tal situación de ventaja a los cínicos y de qué manera podrían los otros invalidar su posición de poder o, al menos, restarle fuerza.

      La respuesta a la primera pregunta es doble. Como ya hemos dicho, algunos jugadores pueden dictar las reglas y eximirse ellos mismos de su cumplimiento debido, por un lado, a la pasividad de los otros jugadores, que aceptan tal situación, y, por otro, a las relaciones personales que mantienen con altas esferas del poder, lo que les confiere una situación de privilegio con respecto al resto de los participantes: “El Ministro de Justicia es amigo y alumno del Juez”, se dice en la obra de teatro.

      Esto implica, es cierto, la supremacía inicial de unos cuantos. Traps no sólo es consciente de ello, sino que además se considera impotente para hacerles frente. Tal convicción permitiría aclarar su suicidio. En un mundo sin Dios y sin Justicia, la muerte aparece como la única salida posible.

      Sin embargo, Dürrenmatt se niega a aceptar esta postura derrotista. Precisamente la falta de Justicia permite abrir la puerta a otras posibilidades. En primer lugar, uno puede decidirse a ser un cínico como los otros. Esto explica el comportamiento agresivo de Herr Traps en la escucha radiofónica, donde a la mañana siguiente se levanta pensando en aniquilar a todos sus competidores.

      Una opción distinta sería la solución kantiana. Es importante darse a sí mismo normas a seguir para poder contraponerlas a aquellos cínicos que exigen de los demás comportamientos que ellos mismos no siguen. Al poseer nuestras propias reglas de conducta, disponemos igualmente de un muro de contención contra las reglas que proceden del exterior. Hay que aprender a decir “no” a los falsos críticos. Ello exige el desarrollo constante del juicio crítico.

      Por último, que la vida sea un juego no significa que haya que tomársela con ligereza. Hay juegos muy serios. Sino, que se lo pregunten a los jugadores de póker.

      Gustavo Adolfo Villegas5

      Como docente se me ha encargado la tarea de prologar la antología realizada por los estudiantes de la Facultad de Derecho de


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