Derecho y crimen en la literatura. Víctor Hugo Caicedo Moscote
UNA CONFLAGRACIÓN IMPERFECTA
Ambrose Bierce
Ednodio Quintero
Michel García
Julio César Londoño3
Primero, una confesión: detesto las novelas policiacas. No concibo que deba uno leer cuatrocientas páginas para descubrir que el asesino de la condesa de Lexter era su yerno, y que todo se supo porque entre los dedos de la señora encontraron un pelo que llevó al sagaz detective a deducir que el asesino tocaba el saxo, vivía en el 114 de Tottenham Street, y no era calvo.
No. A mí me basta con saber que la viejita fue destripada honradamente. En cuanto al desarrollo de la historia, prefiero que sea económico. Me explico. Cuando exijo soluciones honradas quiero decir que el final debe ser lógico, es decir, que el detective no le deje todo el trabajo al computador y que el asesino no sea un tipo con poderes sobrenaturales ni un sicario que aparece a última hora contratado por una sociedad secreta que tiene tentáculos en Roma, Tokio y Antofagasta, y cuyos miembros, descendientes directos de los templarios, se reúnen los jueves a tomar té con galletas y componer sonetos en honor de la condesa de Lexter, que era el jefe máximo, pero, por desgracia, nadie estaba al tanto debido al carácter mismo de la sociedad.
Cuando digo que prefiero un desarrollo económico, quiero decir que para este tipo de historias el género perfecto es el cuento. Así nos evitamos los templarios, las galletas, las alusiones al clima, la descripción del camafeo de la condesa y las tensas conversaciones wildeanas junto a la chimenea.
Entre los cuentos policiacos, mis favoritos son los que ensayan soluciones al “Problema del cuarto amarillo”: la víctima aparece asesinada en una habitación herméticamente cerrada por dentro.
La primera solución se llamó “Los asesinatos de la Rue Morgue” y se la debemos al inventor del género, un borracho que fue también el primero en descubrir al lector y escribir crítica técnica, Edgar Allan Poe. “Un tipazo”. “Punto muerto” de Barry Perowne y “La Navidad de Hércules Poirot” de Agatha Christie resuelven con elegancia sus nudos.
Un paréntesis: a Conan Doyle le pareció que el asesinato de un mero prójimo era muy fácil y escribió una historia en la que el criminal asesina trescientas personas de un solo golpe sin dejar el más mínimo rastro de ellas (¡nada de pelos!) ni del tren en que viajaban. Claro, no pudo hacerlo todo dentro de una habitación, pero el resultado fue impecable: “El tren especial desaparecido”.
Yo estoy escribiendo la enésima variante, “El caso del avión amarillo”. Está inspirado en el asesinato de Carlos Pizarro y prometo que tendrá un final honrado: no hay computadores ni señalamientos al DAS.
La solución más linda hasta hoy nos la regaló G. K. Chesterton. Es la historia de un hombre asaltado por el presentimiento de que va a ser asesinado por la espalda. Entonces manda a construir una torre inexpugnable, sin puertas ni ventanas, y se residencia allí. Sus sirvientes le preparan los alimentos que él iza tres veces al día con una cuerda y un canasto.
Un día el caballero no lanza el canasto. Preocupado, uno de los sirvientes escala la torre y lo encuentra muerto en la terraza, apuñalado por la espalda. ¡Pero no hay puñales ni senadores a la vista! Nada. Sólo un pocito de agua al pie del cadáver. La policía descarta la posibilidad de que el asesino haya sido un avezado escalador porque la torre está en mitad de una llanura custodiada por hombres y por una jauría insomne y celosa. La traición de los sirvientes está descartada. La solución que nos regala Chesterton es lógica y económica. El asesino esperó a que el caballero diera su paseo vespertino por la terraza, tensó el arco y disparó una flecha de hielo, silente y exacta.
Por finales así es que Chesterton figura como el más honrado cuentista policiaco de la historia.
Isabel Viñado Gascón4
De esta obra existen cuatro versiones diferentes: una narración (1955), una adaptación para la radio (1956), una adaptación para la televisión (1957) y una obra de teatro (1979).
La historia es sencilla: Un viajante llamado Alfredo Traps sufre una avería en su coche y se ve obligado por este motivo a pernoctar en una de las casas del pueblo. Allí es invitado a participar en un extraño juego: el del tribunal de justicia.
En efecto, un juez, un fiscal y un abogado, todos ellos ya jubilados, le preguntan si le gustaría prestarse a ser el acusado. El viajante Traps, “atrapado” en su curiosidad, accede. Los otros le interrogan acerca de su vida a fin de encontrar puntos en los que basar la acusación. El viajante explica que sus relaciones con el anterior jefe no eran buenas y que no siempre se comportó de manera leal con él, que tuvo un affaire con su mujer y que su posición laboral y económica se ha visto favorecida con su muerte. Todo ello determinará que se le acuse de haber matado a su antiguo jefe. Traps, sorprendido, admite que es cierto que no se llevaban bien, pero que ello no significa ni mucho menos que lo haya asesinado. Su jefe ha muerto de una dolencia crónica en el corazón.
Sin embargo, los otros insisten en establecer una conexión causal entre el comportamiento moral de Traps y la causa de la muerte de su jefe. El tribunal estima relevante desde el punto de vista penal, su proceder inmoral ya que con dicha conducta el viajante ha causado la muerte de su superior. Los constituyentes de ese tribunal son conscientes de que ningún tribunal normal aceptaría tal conexión, pero ellos no son un tribunal normal. Por ello, en virtud de la sentencia del juez, Traps es sentenciado a muerte.
En la adaptación para la radio parece que, en efecto, todo ha sido un juego. A la mañana siguiente, el acusado Traps continúa su viaje afirmando que a partir de ese momento actuará contra la competencia sin ningún tipo de escrúpulo. Sus ambiciones y su deseo de triunfo social se han visto reforzadas por lo acontecido.
En la narración, en cambio, pide incluso ser declarado culpable y se opone a la defensa del abogado que clama por su inocencia. A lo largo del juicio, Traps se ha dado cuenta de que, aunque sus actos se han mantenido dentro de la legalidad, su deseo de alcanzar el ascenso social ha determinado que su conducta pueda ser calificada en muchos momentos de inmoral. La obra finaliza con el suicidio de Herr Traps. El fiscal exclama: “¡Alfredo, mi buen Alfredo! ¿Por el amor de Dios, qué has hecho? ¡Nos acabas de destrozar la velada más maravillosa de todas!”
La obra de teatro comienza con Herr Traps metido dentro de