Sin muros. María Teresa Quiroz

Sin muros - María Teresa Quiroz


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materiales y simbólicos y se admite que el vínculo del espectador con la televisión no es principalmente racional y cognitivo, sino emocional. La recepción crítica inaugura una mirada que supone un retorno al sujeto y a sus posibilidades analíticas y críticas, tema que será mucho más importante con el desarrollo de Internet.

      Los primeros talleres de recepción crítica de televisión los llevamos adelante en cuatro colegios de Lima metropolitana durante las dos horas semanales de Orientación para el Bienestar del Educando (OBE) a lo largo de un año. Los centros educativos, que eran muy diferenciados por nivel socioeconómico, fueron el C. E. Raúl Porras Barrenechea en Carabayllo, en ese entonces el distrito más pobre de Lima; el C. E. 1154 de Mirones, una zona tugurizada de Lima; el C. E. P. San Luis de Barranco, de clase media, y el C. E. P. Abraham Lincoln, de clase alta. Fue una experiencia extensa e importante, en la cual —a través del juego— se desarrollaron una serie de aptitudes para el análisis y la innovación. Se trató de compartir e intercambiar percepciones y gustos por la televisión, iniciándose también en la creación de contenidos. Las marcadas diferencias entre un colegio y otro resultaron un espejo del origen socioeconómico y cultural de las familias. Los maestros quedaron muy sorprendidos de la posibilidad de aprender incorporando el tema de los medios, así como de la posibilidad de innovar en el aula y escuchar a los adolescentes a través de ejercicios de crítica y diversas experiencias con la televisión. Asimismo, las dinámicas grupales facilitaron nuevas formas de relación en el aula que llamaron poderosamente la atención de los maestros. Constatamos cuánto se había internalizado la ruptura entre el entretenimiento y el conocimiento, así como las relaciones puramente directivas y transmisivas entre el maestro y los escolares. Lograr que los chicos exteriorizaran su opinión y sus gustos libremente fue uno de los grandes logros de estos talleres.

      El año siguiente desarrollamos los talleres dirigidos a los maestros. Se trató de una experiencia difícil, porque sus resistencias fueron mayores a las de los escolares, dada su formación tradicional y fundada en el «deber ser». Consideramos que era fundamental sensibilizarlos frente a sus propios alumnos y que fueran reconociéndose —con el apoyo de las dinámicas grupales— como habituales consumidores de la televisión, de todos sus géneros, desde las telenovelas y los programas cómicos hasta las series y películas. A renglón seguido el trabajo se allanó y se les capacitó ofreciéndoles herramientas para trabajar en el aula con sus alumnos. Esta experiencia fue repetida en Huaraz, aunque las diferencias fueron notorias. En medio de un centralismo profundo y en tiempos en los que no existía la regionalización, los maestros huaracinos acusaban una conciencia local y regional muy marcada frente a una televisión que calificaron como ajena a la vida rural y a la pureza de lo indígena, aunque veían con cierto asombro el progreso y la modernidad limeñas. Sentían que la televisión competía con su saber y expresaban sus temores frente a los valores que la televisión encarnaba, aunque afirmaban que un campesino era capaz de vender sus animales por comprar un aparato de televisión.

      El libro finaliza con una propuesta y materiales para estimular una actitud crítica que incorpore la experiencia, los gustos y las miradas de los escolares frente a la televisión. En ningún caso se trató de limitarla a un examen lingüístico, de contenido o semiótico; al contrario, se buscaba enfatizar la experimentación, la elaboración de mensajes y la participación y trabajo en equipo. En los fundamentos de la propuesta sobre la escuela y el lenguaje audiovisual se sostiene que no se puede formar a los escolares como receptores críticos y activos si no se incentiva esta actitud frente a los que los rodea, a su vida diaria, a lo que ocurre en el país. Si los maestros no estimulan la crítica y la aceptan, resulta imposible exigirla a los estudiantes.

      Después de diez años y varios ensayos y artículos escritos sobre los cambios que se asoman en el siglo XXI, fueron publicados los libros Jóvenes e Internet. Entre el pensar y el sentir (2004) y La edad de la pantalla. Tecnologías interactivas y jóvenes peruanos (2008). Era indispensable identificar el carácter de los cambios que venían produciéndose en las relaciones sociales, en los procesos de acceso al conocimiento y en las sensibilidades de los jóvenes. El discurso público se alimentaba de la actitud expectante frente a Internet y sus posibilidades, por ese motivo insistimos en que Internet no es solamente una tecnología, sino una forma de comunicación. Muchos señalaron que asistíamos a la crisis y desaparición de los medios tradicionales y su reemplazo por los digitales. Empero, iba resultando claro que el tema no era tecnológico ni de sustitución de unos medios por otros, pues gracias a la convergencia digital se iban integrando en las diversas pantallas y a través del consumo. Por otro lado, la escuela y las aulas se veían remecidas por los nuevos vínculos y el conocimiento que circulaba a través de las redes, más allá de sus muros, instalando en el mundo nuevas relaciones e interacciones, inéditas muchas de ellas.

      El libro Jóvenes e Internet. Entre el pensar y el sentir es el producto de una investigación llevada a cabo en los años 2001 y 2002, que se acerca a los escolares de secundaria, limeños, hombres y mujeres, entre doce y diecisiete años, de colegios de diversos niveles socioeconómicos, para entender las percepciones y las prácticas en el consumo de las llamadas nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC). A través de una aproximación fenomenológica, y utilizando técnicas cuantitativas y cualitativas, nos aproximamos a conocer los vínculos con la televisión por cable, la computadora, Internet, el correo electrónico y el chat. Así también, para indagar sobre su entorno educativo y social, y si el uso que hacían de estos medios afectaba sus interacciones, roles y afectos.

      Hace diez años se constató que los adolescentes accedían extensamente en su vida diaria a los medios antes señalados, aunque también en la escuela. El grado y extensión de este acceso guardaba estrecha relación con los recursos propios de las familias, así como con las habilidades adquiridas, según el tipo de educación, privada o estatal. Lo importante es que la frecuencia de acceso se había extendido a los sectores de menores recursos, fundamentalmente por la proliferación de las cabinas públicas. A inicios del año 2000 el e-mail era utilizado como una forma de comunicación fundamental. Acceder y utilizar Internet requería una dirección electrónica, aunque también se iniciaban en el uso del chat como una alternativa para vincularse de inmediato y en línea. Los escolares se comunicaban «conversando» (así lo manifestaban), utilizando la escritura en la pantalla, produciéndose una mezcla entre su discurso verbal y la escritura. Sus testimonios indicaron que buscaban información en la red sobre temas de actualidad, música, cantantes, películas, actores y productos, como materia prima en la relación cotidiana con sus pares. Si bien esto es hoy algo natural, no dejábamos de asombrarnos hace una década con los resultados expuestos. Cabe precisar que la relación de los escolares se producía con la máquina como compañía; es decir, interactuaban con la pantalla, que les permitía varias operaciones a la vez: chatear, escuchar y bajar música, y navegar, como manifestaciones de las nuevas necesidades de «no estar solos», de «no aburrirse».

      El subtítulo del libro, «Entre el pensar y el sentir», expresó uno de los hallazgos más importantes de la investigación realizada. Contra las ideas de autoridades, padres y maestros en el sentido de que a través de Internet los más jóvenes adquirían nuevos conocimientos y que la educación podría transformarse porque estaban en contacto con información de todas partes del mundo, se constató que Internet —por lo menos entre los escolares— era, sobre todo, un espacio para dar curso al sentir, las emociones y los vínculos entre pares.

      Los resultados confirmaron que el acceso a Internet guardaba estrecha relación con las diferencias educativas entre colegios estatales y privados, así como con las familias de procedencia provinciana. Fue muy claro que los niños y jóvenes de niveles socioeconómicos más altos explotaban de manera más intensiva y provechosa los recursos de la tecnología porque la tenían en sus hogares, por el apoyo de sus padres y por el grado de eficiencia que se venía logrando en sus colegios por la instrumentalización pedagógica de la computadora. Cabe indicar que los padres fomentaban el uso intensivo de la tecnología porque pensaban que así sus hijos estarían mejor preparados para el futuro. Por esos motivos, las diferencias entre los escolares no estaban definidas solamente por las mayores o menores posibilidades en el acceso, sino por la manera en que aprendían a utilizarla para el aprendizaje. Los maestros, escasamente capacitados, adiestraban al alumno en buscar la información


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